Historias y leyendas de C. del Uruguay: La invasión de Madariaga y la “niña” de blanco

Imagen de plaza Constitución (plaza de la Columna)

Esta historia, más allá de su misterio, muestra un poco el drama de la Invasión de Madariaga en sitios aún reconocibles de la ciudad, dónde hubo muerte y crueldad, que cuando se cuenta este hacho no se lo menciona, es más se lo cuenta como una película dónde solo hay héroes y no los dramas lamentables de las guerras que debe haber entristecido mucho a nuestra ciudad.

La historia

En la heroica defensa del Uruguay invadida sorpresivamente por fuerzas del general Madariaga, a las órdenes del centralismo porteño, varios jóvenes perdieron la vida en la encarnizada lucha. Uno de ellos, acantonado en la esquina noreste de la hoy plaza de la Constitución (de la columna, como le llaman), haciendo cruz con el asilo, recibió un balazo en el pecho, no obstante, descendió de la azota con la mano puesta sobre la herida. Ya en la calle, descargó su fusil sobre el invasor y luego, en un esfuerzo sobre humano, asestó con la culata del mismo, un golpe mortal sobre la cabeza del primer enemigo que oso atacarlo Luego cayó moribundo. Fue recogido y a poco expiro como un valiente. No recuerdo que hubiese mencionado el nombre  este valiente. De todos modos, es un héroe, como tantos, en el anonimato.

Aquella enconada resistencia puso a nuestra ciudad a la par de la de Buenos Aires, por su heroísmo, para desalojar al invasor. Nadie daba tregua al enemigo. Cada casa era un centro de hostilidad; cada habitante, un héroe, cada mujer, un acicate; cada niño, un pequeño miliciano. Si se acababan las balas, se cargaba a la bayoneta, con lanzas improvisadas o bien con palos o cañas a los que se aseguraba un cuchillo en la punta. Las mujeres, del Puerto Viejo se llegaban al lugar de la lucha para alcanzar armas a sus maridos o a sus hijos y recoger, solícitamente a los heridos.

El ataque fue detenido a precio de coraje. Madariaga comprendió que Uruguay no era ciudad de tornar sin arriesgarse por entero y después de cuatro horas de lucha ordenó la retirada, que fue un desbande general, con episodios angustiosos. Para alcanzar las naves fondeadas frente a Santa Cándida, muchos soldados perecieron ahogados o fueron masacrados por las ruedas del buque “Mercedes” que había puesto en marcha sus motores.

Aquel joven  muerto en la gloriosa jornada de 21 de noviembre tenía novia y estaba próximo a casarse. Su madre encontró consuelo. Su hijo había dado su vida defendiendo el terruño, pero su novia no encontró consuelo. Todos los días iba al cementerio, a la tumba del finado para llevarle flores y se pasaba horas enteras hablando sola como una privada de juicio. Una tarde, como de costumbre, salió con las flores para su muerto y ya de noche seguramente, en vez de volver a su casa; salió por la puerta del fondo del camposanto y enderezó para el río. Esquivando matas de paja y de talitas, llego hasta la costa y se arrojó al río. La pobre murió ahogada. A la mañana siguiente uno vecino la vio flotando sobre las aguas como una flor de camalote, pobrecita. Hubo mucha gente en el entierro y recuerdo que tenía una parva de flores en la sepultura.

Evidentemente, nosotros no podíamos disimular la congoja. Yo imaginaba el cuadro macabro. Al poco tiempo muchos vecinos que volvían del centro, hacia el puerto (viejo), ya avanzada la noche, empezaron a observar un hecho extraño. Una joven vestida de blanco atravesaba a paso lento, la manzana de la plaza de la Columna y se dirigía al cementerio. Algunos mozos que la habían visto de cerca, aseguraban que tenía la cara cubierta por un velo y llevaba un ramito de flores entre sus manos. La gente decía que era el espectro de la infeliz novia que se dirigía hacia el cementerio con las flores como lo hacía en vida. Más de un joven corajudo la había seguido hasta cerquita del camposanto. La “visión” entraba allí y desaparecía entre las sepulturas. Pero, en claro nadie, ni aun acompañados, había osado entrar tras ella para saber quien era o ver si era  de este o del otro mundo.

Una noche tres mozos decidieron develar el misterio. Cuando la joven cruzó el baldío, ia siguieron a cierta distancia. Ella continuaba la marcha, impasible, a paso lento como si nada le importara de sus perseguidores.

Cuando llegaron a la última esquina alumbrada con farol de kerosene, la joven se paro debajo del círculo de sombra que aquel marcaba sobre la calle. Los mozos pasaron, para verla de cerca, sin dirigirle una palabra. La muchacha permanecía inmóvil, con el velo sobre la cara y las flores apretadas contra el pecho. El susto fue grande; sin embargo, se detuvieron en la esquina siguiente, debajo de un corpulento tala. Resolvieron seguirle hasta donde fuera y entrar tras ella en el cementerio. Al rato el espectro retomó su camino habitual y se dirigió resueltamente, seguida de los mozos a distancia prudencial. A poco de andar entre las sepulturas y siempre seguida por los tres muchachos, desapareció de pronto, misteriosamente.

Mucha gente vio aquel espectro y yo mismo lo vi una noche; eso sí, a distancia con tres mozos amigos que ya son finados. Sus ropas blancas resplandecían como la luz de las luciérnagas.

Relato extraído de: Troncoso Roselli, Gregorio, “Evocaciones a la distancia (recuerdos de Concepción del Uruguay)”, 1957

 

 

Punto fijo (pilar) de nivelación en la plaza San Martín

Punto fijo (pilar) de nivelación en la plaza San Martín, ubicado en un cantero de norte de la plaza. (Foto: Omar Gallay)

En 1919 el Gobierno Nacional le asignó al IGM (Instituto Geográfico Militar) la responsabilidad de la elaboración de la cartografía oficial del territorio nacional y la realización de los trabajos geodésicos para apoyar la actividad civil, además de la militar.
Este es el origen del pilar que se encuentra en la plaza San Martín y que pertenece a la red de nivelación nacional. Es uno de los miles distribuidos en todo el territorio nacional, junto a otros de trigonometría.

Vista del Punto fijo de nivelación, ubicado en el centro del cantero de plaza San Martín. (Foto: Omar Gallay)

Estos nodos o puntos altimétricos forman parte del Marco de Referencia Geodésico Nacional, que constituye la base fundamental sobre la que se apoya toda la cartografía del País. El Marco de Referencia, entre otras aplicaciones, se utiliza para brindar una mayor precisión a los catastros y para obtener valores de coordenadas más exactos en mediciones realizadas en numerosos ámbitos de aplicación.
A pesar de las innovaciones técnicas, entre ellas el GPS, el sistema perdura como la referencia altimétrica nacional.

 Texto: Colaboración del Prof. Omar Gallay

Historias y leyendas de C. del Uruguay: Pedro Melitón González y el perro blanco

Casa de Pedro Melitón González en la esquina sur-este de calles 8 de Junio y Urquiza, en una foto de la década de 1980

Por esa época, muchos orientales cruzaban el Uruguay y se establecían en los pueblos de la costa argentina; Algunos huían por haber pertenecido a fracciones rebeldes y otros para incorporarse a bandas armadas que preparaban el alevoso asesinato. Eran entonces figuras militares de primer piano, y de confianza del general Urquiza, el general don Miguel Galarza, el coronel  Pedro  Melitón González y el teniente coronel don Mariano  Troncoso, quienes habían sido designados por el propio general Urquiza, para que reunieran todos los datos necesarios sobre el estado actual de las fuerzas de las tres armas del Ejército de la Provincia (1870).

Los cuarteles de la guarnición de Uruguay, capital, entonces de Entre Ríos, estaban situados al oeste de la ciudad entre las actuales calles Ambrosio Artusi y Bartolomé Mitre, con frente a la calle Maipú. Existía hasta hace pocos años “el polvorín”, los pozos con grandes piletas bebederos y algunos paredones derruidos del mismo como testigos olvidados de aquellos tiempo difíciles y gloriosos para nuestra ciudad.

El coronel González era una figura de relieve; había ocupado el cargo de Jefe de Policía y el de Intendente Municipal y por ese entonces presidía la Cámara Legislativa de la Provincia. Su  ascendiente sobre las milicias y las gentes de la ciudad y la campaña, era grande por su abnegación y generosidad. Fue asimismo un progresista propulsor de la beneficencia en nuestra ciudad. Su popularidad entre la gente humilde la había adquirido porque sabía llegarse hasta ellos con mano generosa y porque sabía atemperar el rigor de la ley para reprimir los pequeños delitos, producto más de la necesidad y de la incuria de la época, que por designio de delinquir.

En su oportunidad había advertido al general Urquiza su impresión acerca de los emigrados orientales, que todos no venían perseguidos, sino que se pasaban a nuestro, territorio para sumarse a los descontentos. “Exceso de celo, coronel”. Le había contestado el general palmeándole la espalda con su sonrisa franca de viejos camaradas.

Tal vez previendo una alteración del orden  en los cuarteles o acaso una supuesta infiltración sediciosa el coronel aparecía por allí de sorpresa, por la noche. Acostumbraba a hacerlo después de las diez la mayor parte de las veces  le acompañaba el teniente coronel Troncoso, su hermanastro, o el mayor Pascual Calvento. Aquella noche se dirigió a los cuarteles sin acompañantes, tomando por la calle), hoy Bartolomé Mitre, Hasta acá la  parte histórica, verídica. La parte sobrenatural viene a continuación.

El coronel caminaba a paso seguro en la oscuridad por la calzada citada más arriba. Esta calle tenía entonces  veredas y una que otra casita; lo demás eran ranchos con cercados de zarzaparrillas y huevos de gallo. Vestía uniforme y llevaba espada; aunque en otoño, cubierto en su capa negra que estilaba en días invernales. La ciudad dormía. Sólo, de vez en cuando se oía el ladrido de algún perro insomne. Al llegar a la calle Ameghino  apareció ante él, de improviso, un enorme perro blanco y lanudo que, evidentemente, quería interceptarle el paso, ladraba poco; su actitud era más bien de no dejarle  pasar. El coronel quiso avanzar, mas el perro se paró delante suyo sobre las pasas traseras, gruñendo ferozmente. Desenvainó entonces su, espada y le tiró a fondo un puntazo veloz. El perro se lo esquivó fácilmente y así otros varios consecutivos; pero el animal no abandonaba su resuelta actitud de no dejarle avanzar. “Pensé en hacerle un disparo de pistola, pero el temor de causar alarma le contuvo”. Así pasaron varios minutos: a cada puntazo el mastín daba un salto rápido y, a la par que lo esquivaba, llegaba- casi a rozarle el pecho con las patas delanteras.

Diestro en el manejo del acero, ágil a pesar de sus años empleó sus recursos de soldado veterano, pero todo fue en vano.

 El perro parecía intocable y sus saltos rápidos  eran cada vez más amenazantes y fieros. En uno de ellos, alcanzó a  apretar entre sus dientes el ruedo de la capa y tirar fuertemente hacia atrás, como dándole a entender que debía volverse. El coronel clavó su espada en el suelo y apoyó ambas manos sobre la empuñadura y se limitó a  mirarle fijamente. El perro, echado delante suyo, jadeante, daba algún ladrido extraño. Esta, la parte más interesante de la historia. El perrazo blanco, dueño y señor en medio  la calle, deteniendo el paso a un aguerrido soldado con  buenas armas.

-¡Cosa del diablo! Había exclamado  el coronel y optó por volverse a su casa, a pesar de su carácter inflexible, acostumbrado a no desistir de sus decisiones.

No había desandado dos cuadras, cuando vio venir apresuradamente, dos bultos oscuros que al pasar debajo del último farol de kerosene fueron reconocidos; se trataba de dos viejos amigos y parientes don Pascual Calvento y don Manuel Céspedes; Ambos venían apresuradamente de su casa. Habían ido a avisarle que esa noche no fuera a los cuarteles, como lo hacía habitualmente.

El negro Mariano, criado del coronel, había llegado corriendo a su casa para comunicarle que, cuando volvía de los cuarteles, hacía apenas unos minutos, varios emponchados estaban cerca de la esquina de la calle hoy Santa Fe como si aguardasen a alguien, en actitud sospechosa. El coronel, a su vez les refirió lo acontecido, pero al llegar nuevamente a la calle Ameghino, el perro había desaparecido, lo que no dejó de molestarle. Sin novedad llegaron juntos hasta  el cuarteI. Seguramente su encuentro con los dos oficiales despertó sospechas entre los emponchados, que se creyeron descubiertos y, temiendo ser rodeados, optaron por desaparecer del lugar.

¿Aquel misterioso perro le había salvado la vida? Misterioso porque ningún vecino de ese barrio tenía un perrazo semejante.

Al día siguiente, una esquela anónima decía al coronel: “Un amigo de usted, que no puede revelar su nombre, le pone sobreaviso que han planeado asesinarle, como también al general Galarza. Cuídese usted de salir por la noche sin asistentes bien armados”.

La coincidencia era total. El coronel no creía estas cosas y cuando contaba lo acontecido, decía que todo había sido una casualidad.

Relato extraído de: Troncoso Roselli, Gregorio, “Evocaciones a la distancia (recuerdos de Concepción del Uruguay)”, 1957

Escuela “Juan José Millán”

Edificio de la Escuela Millán en el año 1962

Actualmente es la escuela Nº 109 “Juan José Milán” pertenece a jurisdicción provincial, pero cuando se creó pertenecía a jurisdicción nacional y llevaba el Nº 220.

El 1º de abril de 1.954 se fundó la Escuela Nacional Nº 220 de Entre Ríos, en la zona conocida como Bajada Grande, al oeste de nuestra ciudad.
Transcribimos a continuación datos extraídos del libro histórico escolar, que describen el paisaje del lugar donde se creó la escuela:
“Bajada Grande es un conglomerado de gentes en su mayoría típicamente campesina. El éxodo rural -muy notable en estos años- ha contribuido a la formación de este nuevo barrio, hasta hace poco, sólo poblado en los fines de semana.
Quintas de frutales, animales de pastoreo; eucaliptus elevadísimos junto a viviendas todavía precarias, es el panorama que se ofrece al transitar por sus calles, no delineadas aún.
Las rutas nacionales 131 y 14, vecinas a la nueva escuela, quiebran la quietud del barrio, trayendo a pasos acelerados el crecimiento y la urbanización.”

Empiezan las clases…
El primer director de nuestra escuela, Don Carlos María Goñi, era único personal, por lo que debía realizar tareas administrativas y docentes. Durante el mes de marzo de 1.954 realizó la inscripción de alumnos, previa al inicio de clases.
El 1º de abril de 1.954 comenzó la tarea escolar. El director, que también era el único maestro, inició las clases a cargo de 129 alumnos y al frente de todos los grados. Dispuso dictar lecciones para los grados 1º Superior; 2º; 3º y 4º en el turno de la mañana (67 alumnos) y en el turno de la tarde dos secciones de 1º Inferior (62 alumnos).
En junio del mismo año se nombraron cuatro docentes más que alivianaron el trabajo directivo, que hasta ese momento estaba cumpliendo doble turno.

Así era el edificio…
El edificio escolar constaba de dos aulas, dirección, galería, dependencias sanitarias y casa para el director. Techo de tejas y en el centro del patio el mástil. Hoy, el edificio está totalmente remodelado, habiéndose perdido para siempre aquella bella construcción original.

Otras fechas…

El 23 de abril de 1.970 se crea la Comisión de Madres de la Escuela Millán.

El 24 de abril del mismo año se constituye la Comisión de Ex-alumnos.

Inauguración del busto que recuerda a Juan José Millán

El 12 de octubre de 1.970 se realiza el acto de inauguración del busto de Juan José Millán, donado por la Comisión Permanente de Homenaje. Participan del mismo sus hijos Justo, Alberto y Enrique Millán, además de diferentes personalidades de Concepción del Uruguay y la Comunidad Educativa.

(Texto: Jorge Haidar. Fuente: Boletín editado en Junio de 2008 los alumnos de 6° B de la escuela)

¿Quien fue Juan José Millán?

Juan José Millán nació en nuestra ciudad el 4 de marzo de 1873, en el solar de la calle Alberdi casi España. Aprendió sus primeras letras en la escuela de Doña Flora, ubicada en Vicente H. Montero y Almafuerte, para posteriormente ingresar en el colegio Justo José de Urquiza. Se graduó como profesor Normal en Paraná en 1892. Inicio sus actividades docentes en Gualeguay en 1893. Desempeño sus cátedras en nuestro Colegio donde llego a ejercer funciones de Vice-rector junto a Enrique de Vedia.

En 1902, concurso en la primera Conferencia anual de Profesores realizada en Buenos Aires. Se destacó como periodista, fundando lo periódicos “El Independiente” y “El Civismo”, colaborando en las revistas “Sarmiento” de Paraná. Al dejar en 1910, el Prof. Ernesto Bavio el puesto de secretario de las Escuelas Normales, Juan José Millán pasó a ocuparlo para luego, en 1912, ser designado Imp. Gral. De las Escuelas Normales. Su afán por llevar  la cultura al pueblo como así también su independencia de carácter le impidió su ascenso al Rectorado del colegio Nacional Justo José de Urquiza.

Falleció en Victoria (Bs AS), el 1 de marzo de 1939.  Por ordenanza 1160 del 24 de octubre de 1949, el Municipio le impuso su nombre a la antigua calle Catamarca. En intersección con la calle 9 de julio se lee la placa “Juan José Millán” Eximio Profesor, talento, probidad y cultura. (Fuente: https://concepcionhistoriayturismo.com/las-calles/)

 

El lago del Palacio San José

Única fotografía que se conoce dónde se puede apreciar el lago y el templete. (c. 1875)

Fue la residencia de los últimos veinte años del Gral. Justo José de Urquiza. Ubicada a 30 km al Oeste de Concepción del Uruguay, Entre Ríos.

Aquí vivió con su familia y aquí encontró su muerte. Esta casa fue testigo de muchos hechos históricos, visita de presidentes, políticos, embajadores, sabios, sacerdotes, etc.

Se construyó entre los años 1847 y 1858. Formada por cinco patios, dos de los cuales están las habitaciones que suman 38. Una capilla bajo la advocación de San José, que fue consagrada el 19 de marzo de 1859 por el Nuncio Apostólico de Pio IX, Monseñor Marino Marini.

En la parte posterior de la casa tenía un parque donde se encontraba la quinta de frutales de todas clases. En este parque hoy se conserva una glorieta de estructura octogonal, el piso en forma de estrella, con bancos de piedras (hoy reemplazados por bancos de cemento), traídas de una cantera próxima al lugar donde el Ejercito Grande cruza el río Paraná (Punta Gorda-Diamante).

El herrero de Santa Cándida, llamado Ulises, fue el encargado de realizar la artística herrería de esta glorieta. Unos metros más al oeste, tenemos hoy restos del lago artificial, que en su época fue una obra monumental. Media 180 x 120 metros 5 metros de profundidad, con muros a su alrededor de ladrillos revocados. En el piso se han encontrado restos de polvo de mármol, usado para evitar filtraciones.

En esta obra se usaron 100.000 ladrillos horneados en Santa Cándida, los que se trasladaban en carretas. El lago estaba cercado por una artística verja de hierro (“fierros redondos”). Las barandas se sostenían por pilares sobre los que se asentaban copones de material para jardín.

En el frente del lago había dos embarcaderos enfrentados, uno con una mesa y bancos de piedras, el otro con escalinatas de madera dura. Al muelle se le amarro un  “payllebot” y embarcaciones menores.

El lago era alimentado por aguas traídas de una laguna distante 2.500 m, alimentada por aguas del río Gualeguaychú. En la laguna se instaló un malacate accionado por una bomba y por medio de caños se traía el agua al lago.

A continuación del lago había un corral excavado de 130 x 90 metros rodeado de gruesas paredes y terraplenes. Entre estas dos construcciones existió un templete de estilo oriental, con paredes de vidrios. Lugar ideal para ver los paseos y fiestas del lago o las demostraciones de caballería que se realizaban en el corral. Este palco tenía una escalera caracol de metal que se exhibe hoy en el museo.

Fuente; Urquiza- Anales 1997. Publicación de estudios Históricos. Prof. Susana Domínguez de Soler.

 

Los tigres merodean la ciudad. El origen de “La Tigrera”

Ataque del tigre al cura Basilio López, visto por el dibujante Victor Stocki

El “Yaguareté”, “Jaguar” o Tigre Americano” (simplemente Tigre para la mayoría de la población) figura entre los mayores felinos del planeta y poco tiene que envidiar en audacia, fiereza y aún en belleza sus parientes cercanos, como el león africano, el leopardo y el mismo tigre de la India. De fuerte contextura, puede alcanzar hasta un metro ochenta, de la cabeza al extremo de su cuerpo, sin contar la cola que puede llegar a los noventa centímetros.
El aspecto del “yaguareté” o “tigre”, es medio recatón, con patas cortas y muy gruesas, predominando la robustez sobre la elegancia. Su piel tiene una tonalidad de amarrillo-rojizo, salvo la parte inferior del cuerpo que generalmente es de coloración blanca. Su piel tiene una serie de manchas negras, que la convierten en una de las pieles más codiciadas por los cazadores furtivos, para su venta en el mercado negro de pieles.
Antiguamente se lo podía encontrar en todo el territorio de la actual República Argentina, habitando hoy sólo algunos ejemplares en los bosques de la provincia de Misiones- Formosa y Salta, protegido por medidas conservacionistas para evitar su extinción. La localidad bonaerense de Tigre, recibe su nombre a la gran cantidad de estos felinos que habitaban la zona del delta del Paraná en la época hispánica y posteriormente hasta bien entrado el siglo XIX.
Su presencia en Entre Ríos:
En nuestra provincia, la presencia del tigre o yaguareté fue importante, especialmente en la zona del Delta Entrerriano, donde se cazara el último ejemplar de “Tigre” en la década de 1940. Su búsqueda y caza se efectuaba en época de creciente, cuando los animales se refugiaban en los albardones o “embalsados”, donde eran fácilmente cazados por los que se dedicaban a esta actividad y se los conocía con el nombre de “Tigreros”
En nuestra ciudad: En la zona isleña, del Río Uruguay, son numerosas los antecedentes que han llegado hasta nuestros días sobre la presencia de “tigres” o “yaguareté”, como el caso de la Balandra “Ana IV” cuyos tripulantes fueron muertos en la isla “Rica” por tigres que los atacaron cuando cortaban leña con destino a Buenos Aires o el caso de la Isla “Jaula del Tigre” que recibiera su nombre por la caza de tigres que en ella se hacía.
El hecho de mayor repercusión en la entonces Villa de Concepción del Uruguay, fue la muerte del Presbítero y Cura Párroco Interino Don Basilio López, que falleciera como “consecuencia de las heridas que le produjera un tigre” (así consta en el certificado de defunción obrante en el libro de defunciones página 22 del archivo de la Iglesia Parroquial de Concepción del Uruguay) habiendo ocurrido los hechos, de la siguiente forma: El Cura Basilio López, se encontraba “a cargo interinamente” de la Parroquia de Nuestra Señora de la Concepción desde el 22 de Enero de 1817 en reemplazo del Cura Propietario (titular) D. José Bonifacio Redruello.
Según versiones, el Cura López era oriundo de la ciudad de Paysandú (ROU) donde con anterioridad había estado a cargo de dicha parroquia (1785-1791), lo que daba lugar que, frecuentemente viajara a ésa ciudad, utilizando como era lógico la vía fluvial. En uno de sus habituales viajes (11 de Agosto de 1818) al desembarcar del bote que lo traía de regreso a la ciudad, en el paraje conocido por “Puerto Las Piedras” (paraje sobre el arroyo Itapé, entre la proyección hacia el río entre las actuales calles Rocamora y 9 de Julio, aproximadamente), el Padre López fue atacado por un tigre que se encontraba oculto entre los árboles de la orilla.
El felino, le causó gravísimas heridas que le provocaron la muerte al día siguiente (12 de Agosto de 1818) expresando el documento de su fallecimiento: “… el día 14 de agosto de 1818 enterré al sacerdote D. Basilio López -cura interino de esta parroquia, que falleció el día 12 de agosto a las 4 de la mañana por las garras de un tigre….” Firmado Joaquín Pérez. Como podemos apreciar, el tigre que matara al cura López, se encontraba prácticamente en la ciudad, en la ribera del Riacho Itapé, a unas diez cuadras de la Plaza General Ramirez.
La Tigrera. En este conocido paraje del Departamento Uruguay, conocido como “La Tigrera” su nombre deviene de las siguientes circunstancias: En el lugar vivía D. Francisco Lozano, conocido popularmente como “El Tigrero”, dado que se dedicaba a la caza de estos animales y “gatos montes”, que abundaban en la zona, especialmente el al zona del Arroyo Molino y el rio Uruguay, conocido como “Potrero Chiloteguy”.
La propiedad de estas tierras por parte de D. Francisco Lozano, consta en la subdivisión de tierras que realiza el Sr. Bencivenga a D. Juan Barreiro (Ex Molino Barreiro), zona del actual y conocido balneario, donde consta que tiene como lindero al oeste a Doña Manuela Pérez de Lozano viuda de Don Francisco Lozano (a) “El Tigrero”. Por lo que se infiere, que al fallecer Francisco Lozano, su esposa Manuela Pérez de Lozano haya “heredado” la ocupación, de donde recibiera la denominación popular de “La Tigrera”, toponimia que perdura hasta nuestros días, en la zona lindante al puente sobre el Arroyo “Del Molino o Molino” en el camino vecinal a la localidad de Pronunciamiento.

Edición: Civetta, maría Virginia y Ratto, Carlos Ignacio, sobre un artículo de Rousseaux, Andrés .De la serie “Pequeñas historias uruguayenses”, artículo publicado en los diarios “La calle” y “La Prensa Federal” 

Tadea Jordán y Norberta Calvento. 2 mujeres en la vida de Francisco Ramírez

Museo “Casa de Delio Panizza” fue lugar de residencia de Tadea Jordán y de Norberta Calvento

Doña Tadea Florentina Jordán

Madre de nuestro caudillo Francisco Ramírez. Mujer de carácter enérgico u una condición especial que la hizo respetada en la Villa del arroyo de la China.

Se dice que al enterarse que Mansilla, Gobernador de Entre Ríos, había ordenado el secuestro de todas las pertenencias del Supremo, ella las quemo hasta reducirlas a cenizas. Después de la muerte de Ramírez, fue presa por considerarla “enemiga peligrosa”.

También se cuenta que, en varias oportunidades, cruzo el Rio Uruguay, a nado, llevando mensajes a su hijo Ricardo, exiliado en la Banda Oriental, “del complot para asesinarle y que tomara precauciones”.

Hija de Don Antonio Jordán, uno de los primeros pobladores de nuestra ciudad, y de María Elvira López (porteña) descendiente del Virrey Don Juan José Vertiz y Salcedo.

El matrimonio tuvo seis hijos, siendo la tercera en nacer Tadea Florentina, quien se casa con Juan Gregorio Ramírez, paraguayo. Con él tiene tres hijos: Marcelina que nació el 18 de junio de 1782, Estefanía, que nació el 31 de enero de 1784 y José Francisco, que nació el 13 de marzo de 1786.

Al morir Don Juan Ramírez, se casa el 20 de agosto de 1789 con Lorenzo José López, comerciante de la Villa arroyo de la china, con quien tiene nueve hijos, entre ellos Ricardo López Jordán (padre).

Doña Tadea falleció el 6 de febrero de 1827 y fue sepultada en el Campo Santo ubicado frente a la Plaza Principal y junto al templo de la Inmaculada Concepción. Por eso dentro de la Basílica se tiene una placa que la recuerda.

María Norberta Calvento

María Norberta Calvento, hija de don Andrés Narciso Calvento (español) y de Doña rosa González (porteña)

Esta familia también fue de las primeras de la Villa del arroyo de la China, como la de Ramírez. Es decir que Norberta y Francisco se conocían desde su niñez. Esto llevo a que por costumbre, por imposición o por no abundar jóvenes apropiados para la niña, surgió el romance entre los dos.

Ella amo a nuestro caudillo hasta su muerte, ocurrida cuando tenía noventa años en 1880. Sus restos descansan en el Cementerio local.

Rodeada de leyendas románticas sobre su muerte les transcribimos unos párrafos de la carta que recibiera Yorga Salomon de don Gregorio Troncoso Rosetti y que dice así:

“Norberta no muere de tisis, si no que permaneció fiel al recuerdo de su amado, permaneció soltera después la tragedia de San Francisco del Chañar y que murió en 1880 a los 90 años, siendo ayudada por una sobrina”.

También desmiente, “que fuera enterrada con su traje de novia, si con el piadoso habito carmelitano”.

El Señor Troncoso Roselli, escritos local, fue descendiente de la familia Calvento.

Fuentes: Salomón, Yorga “Francisco Ramírez, Motivo del Caudillo”; Zaffaroni, María Luisa “Los cuatros amores del Gral. Francisco Ramírez”; Newton, Jorge “Francisco Ramirez, el Supremo Entrerriano”

Don Carlos Poggio y su almacén (Barrio del Puerto Viejo)

Factura del bazar “San Carlos”

En la manzana de Corinaldesi estaba Carlos Poggio, en Moreno y Montevideo, (hoy 25 de agosto) donde tenía almacén y la casa de familia. Por relatos de su esposa, Elba Martin, antes de casarse alquilo haciendo cruz, un local en el solar de los Olivieri, que también tenían una casa alquilada a la familia Salazar, sobre calle Montevideo.

La casa de familia de los Olivieri estaba en Moreno. Todo en la manzana de la escuela Urquiza.

Cuando el almacén progreso, anexo librería, mercería y regalos; tomo empleados y construyo un local más grande con depósito y vivienda, en su solar de Moreno.

Después cuando se retiró vendiendo el negocio y lo edificado a Don José Haberkon, construyo una casa más moderna, siempre en sus tierras, sobre calle 25 de agosto.

Para entretenerse y charlar con sus antiguos vecinos y clientes, tiene un pequeño negocio donde comenzó, en su antigua esquina. Carlos María Poggio, Carlitos para todos, fue un hombre ejemplar en el barrio.

No digo un hombre sin defectos. Digo un hombre que puede ser ejemplo para todos. Nunca rehuyó el hombro a nadie. Siempre aporto soluciones.

Siempre asistió cuando convocaban para algo que interesaba a todos, aportando sus ideas, sustrayendo parte de su tiempo de comerciante para atender y dar soluciones a la comunidad

Socio de los primeros en el Círculo Católico de Obreros, que supo contarlo entre los concurrentes a sus reuniones con su mejor buena voluntad y sus ganas de colaborar.

También entusiasta cooperativista, que, hacia socios, daba referencias exactas de los aspirantes a serlo, parada obligada de la diaria Agencia Móvil, que encontraba los papeles en orden y el dinero contado, el comentario necesario para la solución del problema de algún vecino infaltable miembro del Concejo de Administración de la Caja de Crédito Uruguay.

Carlitos fue el respaldo de casi todo el barrio.

Fue una institución y es muy recordado en el barrio Puerto Viejo, donde vivió hasta sus 92 años. Falleció el día 6 de marzo de 2004.

Bibliografía: Coty Calivari, “Barrio Puerto Viejo” (2002). Colaboración de Marta Fillastre.

El “Matadero” Municipal y el origen del barrio “La Tablada”

Imagen: Gregori, Miguel Ángel, “Concepción del Uruguay en el siglo pasado”, El Mirador N° 6, 1984

Como es fácil suponer, uno de los principales recursos alimentarios conque conto la villa de Concepción del Uruguay, desde sus horas iniciales, fue la carne vacuna. Sin perjuicio del consumo de otras carnes y otros alimentos, es fácil comprender el por qué de la natural predisposición hacia ese recurso alimenticio. Sin embargo, el hecho de una falta de control en la matanza de vacunos, hizo que la existencia de los mismo fluctuara de tal manera que el Gobierno de la Provincia tornó medidas preventivas ya a principios del siglo pasado, dictando diversas leyes al respecto.

Algunas de ellas fueron proteccionistas del ganado en si y otras tuvieron por objeto regular la percepción de impuestos, pero lo cierto es que la introducción y matanza de vacunos y la posterior venta de carne, “fueron tempranamente reglamentadas y controladas. En los primeros años del siglo XIX es de presumir que el abastecimiento de carne a la joven villa, pudo efectuarse en forma casi natural sin que tales proveedores se instalaran con negocios o llegaran a constituir un oficio. Al menos así se deduce de los documentos de la época donde no aparece como actividad la de “carnicero” o abastecedor de carne”. En 1820 el tan completo censo que ordenara levantar Francisco Ramírez en la ciudad de Concepción del Uruguay, donde aparecen sus habitantes ejerciendo variados oficios, ninguno figura como carnicero.

Sin embargo, como lo hemos puntualizado antes, el Gobierno de la Provincia tempranamente legisló en la materia. El 5 de enero de 1827, la legislatura aprobó un Decreto del que se deduce que había por entonces “licencia de poder vender la carne en las casas particulares y en las calles”. Pero ello impedía una fácil y ordenada percepción impositiva, por lo que el aludido Decreto ahora disponía. “Se prohíbe desde hoy en adelante que se venda carne en mucha o poca cantidad en las casas particulares de los abastecedores, ni menos en las calles de la ciudad y se señala para este objeto la plaza principal de la Capital donde deberán concurrir las carretas de este renglón”.

Si bien es cierto que el Decreto se refiere expresamente al accionar en Paraná, es de suponer que en Concepción del Uruguay se  habrá actuado en forma similar, no olvidemos que ambos núcleos urbanos habían sido elevados a la categoría de ciudades por Ley del 26 de agosto del año anterior.

Paralelamente al ordenamiento de la venta de carne, se ordenó también el faenamiento de los animales. Con fecha 13 de agosto de 1827 el Congreso de la Provincia dicta una “Ley fijando un derecho de corrales a las haciendas que se introduzcan para el abasto”, y el Art. 1° de la misma, expresaba: “Todo ganado vacuno que en lo sucesivo se introduzca en las ciudades y villas de la provincia para el consumo público se depositará precisamente en corrales que deben construirse de cuenta del Erario”. Debió ser preocupación del Gobierno la rápida implementación de ese orden, ya que una semana después, el Congreso Provincial hacia llegar al P.E. una comunicación, adjuntándole la Ley y en la que le expresaba el deseo de “la mayor actividad en la construcción de corrales que se ordena para que el Estado comience lo más pronto a disfrutar las ventajas que la Ley tiene por objeto”

Ahora bien, ¿dónde se construyen en nuestra ciudad esos primeros corrales y mataderos? En nuestro trabajo “El Lazareto en Concepción del Uruguay en el Siglo Pasado”, historiando el mismo, que hubo de estar ubicado al oeste de la ciudad donde hoy está el Vivero municipal, acotarnos que en el año 1856, Don Bautista Godoy, vecino de la ciudad, solicitaba la adjudicación en propiedad de ese terreno manifestando tenerlo ocupado desde tiempo atrás y lo ubicaba diciendo. “Que linda por parte del Naciente con el arroyo del matadero”. Años más tarde, Lorenzo Godoy, hijo y heredero de esos bienes, pide que el agrimensor municipal lo mensure y dicho agrimensor manifiesta: “Al efecto, con lo que verbalmente me manifestó el Señor Presidente de la Municipalidad, de integrar este título una vez ubicado el del terreno de la Tablada vieja, si resultaba terreno de más y habiendo convenido el Señor Barceló con Don Juan L. Caminos actual propietario del terreno de La Tablada en que se integrase ese título con el terreno que queda al oeste del que ya tiene cercado el Señor Barceló, procedí a calcular el área que tiene bajo cerca”. Como se desprende de este documento, la primitiva “Tablada” y corrales hubieron de estar ubicados al oeste de la ciudad lindando con los terrenos del Lazareto (vivero actual) y con lo que por entonces se llamaba “arroyo del matadero”, hoy canal de desagüe pluvial del sector NO de la ciudad.

El 1 de junio de 1865 el Gobierno Provincial acordó la concesión de explotación del matadero de esta ciudad Capital, al Señor Jacinto Calvo, por el término de 6 años; concesión que sin duda usufructuó Calvo, porque en 1871, y,  ya próximo al vencimiento acordado por Ley para la explotación, se presenta reclamando una prórroga porque en 1870, durante la Rebelión Jordanista, el matadero o “tablada” había sido administrado por la Jefatura política. Por otra parte Calvo argumenta que el funcionamiento del matadero recién se había iniciado el 11 de marzo de 1866.

La documentación que nos ha sido dable manejar no arroja mayores luces sobre la ubicación de este matadero, ¿Estuvo construido en el mismo solar que el anterior que lindaba con el lazareto? Lo concreto es que en 1871, se construirá un nuevo matadero al Norte de la ciudad, en las  proximidades del arroyo “Curro”. Ello ocurrirá en los inicios del progresista gobierno del Dr. Leónidas Echagüe, que autoriza la construcción de varios de ellos en ciudades como Concordia, Gualeguaychú, Gualeguay, Victoria, Paraná y la Capital Concepción del Uruguay. A partir del 1 de Enero de 1873 se instala la primera Corporación Municipal en nuestra ciudad, por entonces Capital de la Provincia, y en el acta de fecha 14 de enero de 1876, se discute la posibilidad de alquilar “la casa de la tablada antigua” por seis pesos bolivianos mensuales, al haberse presentado un interesado por ella. A fines de ese año 1876 siendo presidente de la Corporación Don Juan Leo, se analiza la posibilidad de vender la aludida tablada “que está contigua al cementerio”, y algunos meses después, el 8 de febrero de 1877, en un interesante debate se manifiesta: “El Señor Presidente dijo que teniendo lugar hoy el remate de la suerte de chacra conocida por La Tablada Vieja, se habían presentado dos propuestas. En suma, que a partir de la instalación del gobierno comunal  en Concepción del Uruguay ya se habla de una abandonada “Tablada Vieja” al norte del cementerio y en sus proximidades.

Como lo sostuvimos antes, en 1871 siendo Gobernador Leónidas Echagüe se dispone la construcción de una nueva y moderna “tablada” o matadero. El día 6 de octubre, el vecino de la ciudad, don José A. de Urquiza, en representación de los Señores Manuel Rocha y Juan F. Mantero, formalizó contrato con el Gobierno Provincial para construir Mataderos Públicos en varias ciudades, entre ellas, la de Concepción del Uruguay. La Cámara Legislativa de la Provincia de Entre Ríos sancionó la Ley respectiva en fecha 31 de agosto de 1871.

Un pormenorizado análisis del contenido de la aludida Ley nos muestra en los 19 incisos de su primer artículo, que La Tablada que construirían los Señores Manuel Rocha y Juan F. Mantero era un verdadero matadero modelo. El convenio disponía la ubicación del matadero con respecto a la ciudad por lo menos a “treinta cuadras, aguas abajo si fuere río, y si no del lado que el viento sea menos perjudicial a la población”. Constaría de un gran corral de forma circular para que pudieran caber cómodamente en él 400 animales vacunos para la faena. Disponía igualmente la calidad de los materiales a emplear, lajas de los pisos, materiales de techos, bebederos, y en el edificio destinado para la matanza, desuello y descuartizamiento de los animales, se describía cómo funcionarían los tornos V la zorra que se deslizaba sobre un par de rieles. La higiene a mantener en el Establecimiento, es contemplada con marcada preocupación en el texto de la Ley.

El inciso II del Articulo 1° de la misma dice: “Los establecimientos construidos según las bases precedentes serán explotados por los Empresarios por el período de quince años, a contar desde el día en que cada uno de ellos se dé al servicio público. Vencido dicho término vendrán a ser propiedad de las Municipalidades respectivas. Dichos Establecimientos los entregará la Empresa en el más perfecto estado de servicio”. Durante el periodo de quince años que duró la explotación por parte de los empresarios constructores, el Municipio no descuidó el control de higiene y la observancia de medidas relativas al funcionamiento y percepción de impuestos. Como es de imaginar, hubo abastecedores que procuraron eludir esos impuestos o derechos que establecía el contrato celebrado entre el Gobierno y la “Empresa de Mataderos”, carneando fuera de la tablada.

En la sesión del 3 de julio de 1876, los ediles municipales mantienen un interesante debate con relación a la instalación de un puesto público para venta de carne. Un candidato oferente, llamado Etchecopar, manifiesta que podría vender más barato el producto “si le permitieran faenar en su establecimiento, lo mismo que hace el proveedor”. El tal “proveedor” era el carnicero que suministraba la carne al Batallón 11 de Línea, y que por lo visto no faenaba en la Tablada, eludiendo de esa manera el pago de los impuestos respectivos.

Sin embargo la preocupación de los citados ediles, aparece claramente manifestada, según acta del 14 de julio de ese mismo año 1876, cuando dispone que la Comisión de Higiene efectúe una inspección al matadero. El informe es largo y lapidario con relación al comportamiento que observan los señores Empresarios y ante la situación real que presenta el Matadero, proceden con firmeza para que se superen las deficiencias que la Comisión de Higiene había advertido. Antes de finalizar el siglo pasado y en cumplimiento del inciso 11 del artículo 1° que hubimos de comentar, La Tablada que en 1871 habían ordenado construir Rocha y Mantero, pasaba a manos de la Municipalidad.

Como es de imaginar, a lo largo de la primera mitad del siglo XX, las instalaciones de La Tablada  sufrieron repetidas reparaciones y transformaciones. Empleados, veterinarios e inspectores coadyuvaron para que su imagen permaneciera en las retinas de quienes alcanzamos a conocerla, como un matadero modelo. Pero el tiempo no pasó en vano para La Tablada. La obsolencia se fue haciendo evidente en ella y por sobretodo, las nuevas técnicas de los procesos de enfriados hicieron necesaria la construcción de un nuevo matadero frigorífico. Este se concibió durante el gobierno Comunal de Don Ambrosio Artusi (1939 a 1943) y se levantó al suroeste de la ciudad sobre la margen del arroyo de la China.

Mientras tanto la ahora vieja Tablada recostaba su pereza sobre el arroyo Curro y las cicatrices del tiempo la convertirían en tapera tambaleante, hasta que el 22 de marzo de 1945, el Municipio disponía su demolición, con lo que desaparecería la segunda Tablada” con que había contado la ciudad. Sólo quedaban como testigos mudos de lo que había sido en el siglo pasado un matadero modelo, la impronta de sus cimientos que también el tiempo habría de ir borrando.

Texto: Gregori, Miguel Ángel, “Concepción del Uruguay en el siglo pasado”, El Mirador N° 6, 1984

 

 

La Delfina

Placa que recuerda a La Delfina en el barrio “La Concepción” (Foto: Mabel Gómez)

El 28 de junio de 2022, se cumplen 183 años de la desaparición física de La Delfina, persona que al igual que muchos aspectos de la vida del Supremo Entrerriano, como su figura y rostro, es otro misterio que rodea al caudillo Francisco Ramírez.

Se habla de cuatro mujeres que influyen en su vida, su madre Tadea Jordán, su novia Norberta Calvento, Dominga Romero, madre de sus dos hijos y La Delfina.

La Delfina, es la mujer que veneramos los entrerrianos. En nuestra Plaza Principal, Francisco Ramírez, se encuentra desde hace poco tiempo, y por gestiones del escultor local Mario Morasán,  su monumento que fuera realizado por la escultora de la ciudad de Gualeguaychú, Adela Pérez Cheveste. Su emplazamiento primitivo fue en Costanera Norte, entre el Monumento a la República (Monumento a las manos) y el Yacht Club.

Lamentablemente vándalos, una noche lo destruyeron. Los restos fueron juntados por la Municipalidad y años más tarde el artista local Mario Morasán lo rescata y se emplaza en Plaza Gral. Francisco Ramírez.

Que decir de ella, algunos la imaginan morocha otros pelirroja, todos coinciden en que fue una mujer muy bella. Traída por nuestro caudillo, del sur de Brasil, presumiblemente como prisionera. De nacionalidad portuguesa.

La Sra. María Luisa Zaffaroni, en su libro Los Cuatro Amores del Gral., Francisco Ramírez dice:

“Delfina, la inseparable compañera. La portuguesa, La Coronela de las Montoneras”

Haciendo referencia que fue la mujer que acompaño en las campañas a Francisco Ramírez. Debe haber sido muy importante ya que transcendió hasta nuestros días. Ella ve morir a nuestro caudillo, la leyenda dice que Ramírez detuvo su huida para salvarla y ahí es dónde es ultimado, y luego fue traída por los pocos soldados que quedaban de regreso a concepción del Uruguay, donde vivió hasta su muerte.

Se dice que vivió en un rancho, ubicado en calles Suipacha y Lucas Piris. Superando al caudillo en 18 años.

Mucho no se sabe de ella, Yorga Salomón, nos cuenta que esta mujer fue pretendida también por Mansilla, pero ella lo rechaza.

Y Leoncio Gianello, en su novela “Delfina”, narra la pasión que despertaba esta dama. Y nos cuenta que, al enterarse Ramírez, se enoja y zamarreándolo y haciendo uso del uniforme lo amenazo, – “Atendé Mansilla, atende a lo que debes hacer y acordate desde hoy hasta siempre que ni el pensamiento, ni los ojos se ponen en lo que yo quiero”.

También narra que después de la muerte de Francisco Ramírez, fue pretendida por el Comandante Portes, hombre de la familia que había criado a María Delfina en su orfandad y en un momento dado, llevado por su mala pasión, intenta ultrajar a Delfina, la que es defendida por el negro Comandat, esclavo de Norberta Calvento, quien le da muerte a Porte, señalando:

“Ella…robó la dicha de mi amita Norberta… Pero el Supremo la amaba…por eso es como si juera (sic) sagrada para mi”

Esta mujer que despertó tanta pasión, falleció el 28 de junio de 1839, el acta de defunción dice María Delfina o Delfín, como indicando que de nombre seria María y apellido Delfina o Delfín…, se encuentra en libro de la Basílica de la Inmaculada Concepción y se presume que sus restos descansan en inmediaciones de la capilla La Concepción.

En el Monumento que se levantó en memoria a los Primeros Pobladores del lugar hay una placa que la recuerda.

Texto: Virginia Civetta. Bibliografía: Salomón, Yorga “Francisco Ramírez, Motivos del Caudillo”; Zaffaroni, María Luisa “Los cuatro amores del Gral. Francisco Ramírez”; Gianello, Leoncio “Delfina” (novela) y Nadal Sagastume, José “Nuestra Parroquia de la Inmaculada Concepción”.