Caja de Créditos Uruguay Cooperativa Limitada. Su vieja y nueva sede

Sede de la Caja hasta 1979 (Rocamora 823)

El 8 de febrero de 1965, comienza a operar en la ciudad de Concepción del Uruguay una  nueva cooperativa. La Caja de Créditos Uruguay Cooperativa Limitada, para ese entonces ya había otra entidad similar en la localidad, la Cooperativa de Créditos “La Obrera”, fundada el 25 de abril de 1937 y que luego pasaría a integrar el otro banco cooperativo local en ese entonces, el Banco Mesopotámico.

Con un acto llevado a cabo en la sede provisoria de la Cooperativa Uruguay, ubicada en la planta baja del edificio Guini, el domingo 7 de febrero de 1965 se realizó la inauguración de esta nueva entidad que había sido recientemente constituida. En la ocasión hicieron uso de la palabra el presidente del Consejo de Administración, Dr. Luis Grianta, el presidente municipal Juan Sansoni y el presidente del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, Alberto Ruscoi. Luego del mismo, autoridades, invitados y asociados se trasladaron hacia las instalaciones de la Sociedad Rural, ubicadas en ese entonces, “en las afueras de la ciudad”. La cooperativa abrió sus puertas el día después 8 de febrero en los horarios de 7,30 a 10,30 y de 18 a 19 horas. Al tiempo la cooperativa paso a funcionar en un amplio local de calle Rocamora 823.

Casona ubicada en Rocamora y C. de Tucumán demolida en 1975 para construir allí la nueva sede.

El 23 de enero comienzan los trabajos de demolición de la antigua casona ubicada en la intersección de las calles Rocamora y Congreso de Tucumán . Los encargados de la misma que se terminó el día 6 de febrero, estuvo a cargo de Héctor Jorge Paiz y Juan C. Pousadella propietarios del Primer Supermercado de Materiales Usados para la Construcción que estaba ubicado en la intersección de  las, para ese entonces, rutas 14 y 131.

La piedra fundamental del nuevo edificio fue colocada el día 8 de febrero de 1975. Para ese entonces, la caja tenía más de trece mil asociados. El acto se llevó a cabo desde las 10,30 horas en el terreno ya baldío, y consistió en la colocación de una placa que fue insertada en el monolito que fue la piedra fundamental del nuevo edificio.

Baldío que quedo luego de la demolición de la vieja casona

En el acto, el presidente del HCD Juan Antonio Sansoni fue invitado por Fernández Inciarte a descubrir una placa en conmemoración de los diez años de la fundación de la cooperativa, recordando que en esa oportunidad, el 8 de febrero de 1965, Sansoni, como presidente municipal había cortado la cinta en la inauguración de esa entidad.

A continuación hicieron uso de la palabra el presidente de la Caja, Lucio Fernández Inciarte y el consejero Edmundo Petroni, posteriormente las autoridades e invitados especiales serían recibidos con un refrigerio en la actual sede de la cooperativa..

El proyecto de la nueva sede estuvo a cargo del Arq. Santiago J. Sigalov, quien formaba parte de la Cooperativa de trabajo de arquitectos Cooperar de Buenos Aires. La primera etapa que incluyó las excavaciones para cimientos y sótano y la construcción de la estructura de hormigón armado estuvo a cargo de la empresa Albano Paterno y actuaron como directores de obra el ing. Pablo Etcheverry y el arq. Esteban Agüero. La segunda parte de la obra fue realizada por las empresas Bonus Construcciones y Albano Paterno. El director de la obra fue el Ing. Juan Carlos Kunath.

Nuevo edificio, inaugurado en 1979, actual Bersa Peatonal

La Cooperativa comenzó a operar en su nueva sede en el año 1979, aunque aún en septiembre de 1980, faltaba terminar las obras del auditorio de la institución. Como consecuencia de la sanción de la nueva Ley de Entidades Financieras, la Caja de Créditos Uruguay se asoció con otras cooperativas de la provincia dando nacimiento al recordado Banco Institucional Cooperativo (BIC), el 6 de septiembre de 1979.

Texto: Virginia Civetta y Carlos Ratto. Fuentes diario “La Calle” años 1975, 1978, 1979 y 1980 (Hemeroteca del museo Casa de Delio Panizza). Agradecimiento a la Mus. Analía Trípoli y muy especialmente a Silvina Soria por cedernos las imágenes que acompañan la nota las que fueron obtenidas por su padre, Mario Soria.

El “misterio” del panteón de Urquiza en el cementerio local. Quién lo construyó y por qué ya no se conserva.

Por Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio.

El lunes 11 de abril de 1870, a las 19,30 horas, fallecía en su residencia de San José, víctima de un cobarde ataque el primer presidente Constitucional de la Nación, Justo José de Urquiza. En efecto a esa hora se produjo el asalto a su morada por un grupo de insurrectos que respondían a Ricardo López Jordán. Recordemos que en ese momento Urquiza era el gobernador de Entre Ríos, y su mandato fenecía dos años después, en 1872.

Urquiza, intentó repeler a agresión, pero fue alcanzado por un disparo en la mandíbula izquierda realizado por el “Pardo” Luna. El general cae producto de ser impactado por ese proyectil, el que por mucho tiempo se creyó que era lo que lo había matado,  y es cubierto por Dolores Costa, su esposa, y alguna de sus hijas. No obstante esto y sorteando esa débil protección, Nicomedes Coronel, antiguo protegido de Urquiza, le ocasiona cinco puñaladas que, como se descubriría muchos años después, fueron la verdadera causa de su muerte.

Para tener la certeza de que éste no fue un hecho aislado, ese mismo día fueron, también asesinados en la ciudad de Concordia dos de sus hijos, Justo Carmelo y Waldino.  

Enterado de la tragedia, el Dr. Julián Medrano, Secretario particular de Urquiza, decide comunicar la nueva al ministro José Joaquín Sagastume, para ello, se dirigió a caballo al establecimiento San Cipriano, ubicado unas 2 leguas al este del palacio y desde allí envió un mensaje con un puestero a la casa de Sagastume.

Inmediatamente se organizó una comisión para ir a buscar el cuerpo del general a su residencia de San José, ésta estuvo encabezada por el jefe político de la ciudad Pascual Calvento a quienes acompañaban el general Galarza, los coroneles Caraballo y Teófilo de Urquiza (hijo del general) y otros amigos y colaboradores del general asesinado.

La comitiva, llegó si tropiezo alguno al palacio, ya abandonado por los asaltantes en las primeras horas de la madrugada del 12 de abril. La comitiva, solo permaneció allí para constatar la trágica noticia y organizar todo para traer el cadáver a Concepción del Uruguay, dónde arribaron al promediar la mañana.

El velatorio se realizó en la residencia de una de sus hijas, Ana U. de Victorica (Hoy MHN y sede de la Escuela de Educación Técnica Nº 1), donde se levantó la capilla ardiente en la habitación ubicada a la izquierda de la entrada principal. El velorio  continuó hasta el miércoles 13 de abril, en que sus despojos mortales fueron trasladados al cementerio municipal, previo paso por la parroquia de la Inmaculada Concepción dónde se rezó un responso. Debido a los momentos de convulsión que se Vivian, solo acompañaron al general Urquiza hasta el cementerio familiares y unos pocos amigos.

Quince meses después,  el 25 de agosto de 1871 los restos del general Urquiza fueron trasladados desde el cementerio municipal y depositados en la cripta ubicada a la derecha del altar mayor, dónde ya se encontraban, desde el 2 de mayo de 1860, los restos mortales de sus padres Josef de Urquiza, fallecido en 1829, de Cándida García, fallecida en 1844, y de dos hermanos Juan José, fallecido en 1855 y Ana, fallecida en el año 1827.

Este lugar cuyas dimensiones eran de 4,50 por 2,55 y de 2,55 metros de alto había sido construido junto con el templo en 1859 y en 1871 fue acondicionado a pedido de Dolores Costa por el Arq. Domingo Centenaro, que además tuvo a su cargo la adquisición de un nuevo féretro para Urquiza. Este arquitecto era quien tenía para ese tiempo a su cargo la construcción, ya en sus detalles finales, de la casa de la familia Urquiza en el centro de la ciudad. Actualmente en esta residencia que es MHN desde 1984, funcionan las oficinas del Correo Argentino y de algunas dependencias municipales.

El traslado de los restos mortales del general Urquiza al interior del templo, pudo ser posible luego de conseguir su viuda, el 3 de abril de ese año (1871) la licencia eclesiástica para depositar los restos en la parroquia de la Inmaculada Concepción “concedemos (…) la licencia necesaria para trasladar los mencionados restos y colocarlos en el lugar destinado, aun cuando fuera dentro del templo”.

Una vez obtenida esta autorización, Dolores Costa debió superar los trámites administrativos y de salubridad requeridos por la jefatura política de la ciudad para determinar si se corrían o no riesgos para la salud pública. Finalmente, y luego de varias idas y vueltas (como se verá más adelante), obtuvo el 24 de agosto de 1871, el pronunciamiento favorable de una comisión nombrada al efecto. Al contar con esta certeza el jefe político, Avelino González, autorizo el traslado.

Allí, depositados en una cripta, de la cual, con el paso del tiempo se perdió el registro exacto de su ubicación, permanecieron en una discreta calma los restos del primer presidente constitucional de la república Argentina, hasta que fueron re descubiertos en el año 1950.

Finalmente, su derrotero termina el 7 de mayo de 1967, con la inauguración del Mausoleo colocado el final de la nave izquierda de la basílica de la Inmaculada Concepción, que fuera mandada a construir por el general Urquiza y que fuera consagrada el 25 de marzo del año 1859. Este mausoleo inaugurado con la presencia del presidente de la Nación (de facto) general Juan Carlos Onganía fue edificada por la empresa constructora local de los Hermanos Nichele.

Hasta aquí la historia aparece descripta con muchos detalles por numerosos historiadores sin que haya, prácticamente, discrepancia entre ellos, producto de la abundante documentación existente.

Solamente quedan dos dudas por aclarar, y una incógnita por descubrir: ¿Estuvieron los restos de Urquiza en el cementerio municipal?, y de ser así, ¿En qué lugar del mismo, fueron depositados los restos del general Urquiza entre el 13 de abril de 1870 y el 25 de agosto de 1871? 

En este trabajo trataremos de aclararlas.

Algunas personas se inclinan a pensar que ante el estado de la situación en la ciudad luego del asesinato de Urquiza y de que el propio instigador, Ricardo López Jordán fuera designado como gobernador, era muy temerario colocarlos en el cementerio, que para ese entonces estaba separado por montes y arroyos del reducido centro de la ciudad, a merced de quienes quisieran profanar su cuerpo. “…más allá, lejos, muy lejos, en la punta del cerro, era visible el cementerio”  cuenta Lorenza Mallea en uno de su libros, y que ante esa situación, su cadáver nunca estuvo allí. 

Esas especulaciones son desmentidas categóricamente por la documentación existente. En primer lugar según relata María Miloslavich, citando a Nadal Sagastume en el Acta de traslado (Libro V. Folio 50) de la Basílica se menciona que  el día 25 de agosto de 1871 se procedió a exhumar el cuerpo del general Urquiza “…del cementerio de esta parroquia (y) trasladados a esta iglesia (…) quedando los restos en el panteón construido al efecto en bóveda subterránea”.

Por otra parte, citando documentos de la época, Urquiza Almandoz señala que el Jefe político de ese momento (la primera municipalidad es del año 1873), antes de autorizar el traslado, se proponía tener la seguridad que esto no implicaría ningún riesgo de salubridad para la población, esto puede parecer muy rebuscado, pero no lo es si tenemos en cuenta que para esa época se estaba desatando en la ciudad un brote de fiebre amarilla, que terminó con la vida de 421 personas ente agosto y diciembre de ese año. Para dimensionar lo que fue esta epidemia se puede decir que víctima de ésta, falleció aproximadamente el 3,5% del total de la población del departamento.      

Anticipándose a estas cuestiones de salubridad, la familia del general había procedido a depositar el féretro original dentro de una caja de plomo sellada y a esta ubicarla dentro de un nuevo ataúd. No obstante esto, González designó a una comisión integrada por el médico policial Esteban del Castillo, dos vecinos y por el jefe de Policía para que realicen una inspección en el lugar, el dictamen de la misma expresaba que: “a las doce del día de hoy nos hemos trasladado al cementerio  y practicado una inspección a una caja mortuoria que contenía en su interior otra de plomo soldada en toda su extensión…”  Como se puede ver, nada se pudo dictaminar sobre el estado o no del cadáver. Pero si nos da la certeza que este cuerpo se encontraba en el cementerio local.

El jefe político insistió en que para autorizar el traslado se debía cerciorar del buen estado del cuerpo del difunto, de modo que insistió ante del médico Del Castillo para que dictamine si estaba en condiciones o no. Nada podía aseverar con certeza éste sin tener la posibilidad de  acceder al cuerpo.

Urgido por el tiempo, el 24 de agosto González nombra una nueva comisión, esta vez integrada por los doctores Francisco Soler y Ángel Donado, por el coronel Pedro M. González y varios vecinos para que ese día a las 9 de la mañana se presenten en el cementerio, y procedan a exhumar el cuerpo del general Urquiza a fin de verificar su estado de conservación. Luego del procedimiento, la comisión dictamina que “los restos están en perfectas condiciones de acomodo pudiendo hacerse su exhumación y traslación sin perjudicar en nada la higiene pública”. Finalmente, y solo un día antes del acto previsto, Avelino González autorizó el traslado.

Más allá de todos estos inconvenientes que demoraron la autorización, queda bien en claro que los restos de Urquiza se encontraban depositados en el cementerio local. Pero ¿dónde? En algún lugar del “viejo” cementerio estuvo el panteón de la familia de Justo José de Urquiza. Ya que luego de todo este análisis no quedan dudas, al menos para quienes esto escriben, que existió un panteón de los Urquiza.

Es bastante común el confundir a éste con el de Dolores Costa, ubicado en un lugar destacado del casco histórico del cementerio local, pero esta construcción data de muchos años después. En efecto, la viuda del general solicita a la corporación municipal la venta de un lote con fecha 28 de julio de 1882 para la construcción de una bóveda familiar. Luego de varias idas y vueltas ya que Dolores no hallaba uno de su agrado, finalmente el 22 de diciembre de 1883, el área de Obras Públicas de la municipalidad autoriza el uso del terreno ubicado “en el encuentro de las calles que van de N. a S. y de E. a O.”. Fácil es de  refutar la teoría que en este lugar estuvieron entre 1870 y 1871 los restos de Urquiza ya que este panteón, obra del constructor italiano Natale Pelletti, se comenzó a construir 12 años después (D’angelo, 1994).

Sobre la línea  original del cementerio se encuentra otro panteón vinculado con Urquiza, se trata del de Teófilo de Urquiza (1823-1893) y Ana Montero de Urquiza. Este sepulcro está ubicado sobre el frente este original del cementerio y probablemente por su estilo constructivo ya estuviera al momento de la muerte del general Urquiza, pero debe ser desechado, ya que se trata de una bóveda familiar.

¿Qué sabemos del panteón de la familia de Justo José de Urquiza?

El cementerio en 1870

El nuevo cementerio (el actual) había sido inaugurado el 23 de octubre de 1856. Fue apadrinado por el general Urquiza y bendecido por el sacerdote Felipe Rocatagliata. Al principio sus dimensiones eran más reducidas que la actualidad. Su frente este llegaba a la línea donde hoy se encuentran las tumbas de Rosario Britos de Tejera, Waldino de Urquiza y de Cruz López sobre la avenida principal. El panteón de Mariano Calvento marcaba su límite sur, sus extremos norte lo indicaba el viejo cuerpo de nichos y el oeste la tumba del padre Pablo Lantelme (Capellán del Hospital de Caridad). Su frente era un tapial bajito, con una entrada en forma de arco obra del arquitecto Delaviane.

Ya en 1871, según consta en el informe elevado por el Jefe Político Avelino González, y a tan solo 15 años de su apertura el cementerio estaba muy deteriorado. “Las malas condiciones higiénicas en que se encontraba (…), motivo erogaciones que en él se hicieron, reconstruyendo parte de las paredes, limpieza de su interior, arreglo de la capilla (¿?)…” (Citado por Gregori, 1982).

Aquí se puede mencionar a Dominguez Soler (1992) que menciona que en diciembre de 1867, Urquiza hizo levantar en el cementerio de Concepción del Uruguay, “una capilla de alto costo”, se refiere, sin dudas, a lo que veremos más adelante, en sepulcro del general, que incluía una capilla en la parte superior y un depósito para los restos mortales por debajo.

También menciona este informe que a los herederos de Waldino de Urquiza (asesinado en 1870), les fue comprado un panteón que contenía más de 60 féretros de víctimas del cólera que había afectado a la ciudad en 1868, que poseía un gran sótano que será en el futuro utilizado como osario común. “Este monumento tiene un cómodo sótano, el que una vez dispuesto interiormente (…) servirá de buen osario que hacía notablemente falta”.

Es decir que en el lugar dónde hoy se encuentra el osario de los muertos por la fiebre amarilla de 1871, anteriormente estuvo el panteón de Waldino de Urquiza y que fue demolido para dar cabida a ese enterratorio común. Durante esta epidemia se tomaron medidas drásticas en la necrópolis, como por ejemplo quitar todas las puertas de panteones que eran de madera y tapiarlas con ladrillos hasta que pase esta crisis. Por esta razón de las bóvedas anteriores a esta epidemia solo se conservan las que tenían puertas-lápidas de mármol (Galarza, Teresa Urquiza) o hierro (Teófilo Urquiza, familia Mabragaña).

Este informe no hace referencia a una bóveda del general Urquiza, pero no lo mencionaría tampoco a su hijo si no fuera por la compra a sus sucesores del sepulcro, que fue vendido a tan solo un año de la muerte de Waldino. Tal vez esta venta se produjo, por un lado por la situación de incertidumbre generada por el asesinado de Urquiza, pero también puede ser debido a que luego de ser asesinado en Concordia el cuerpo de Waldino fue arrojado al cementerio viejo de esta ciudad y luego de recuperado fue enterrado en Concordia y  un año después trasladado a Concepción del Uruguay. Hoy podemos ver su lápida de mármol al pie de la tumba de Cruz López (1804-1858) que era su madrina.  

Así perduró el cementerio por catorce años más, hasta su primera ampliación en marzo es de 1884, siendo intendente Darío Del Castillo, en dicha ocasión el Consejo Municipal aprobó la compra para tal efecto, de un terreno contiguo hacia el este, propiedad de Agustín Artusi, que se anexó a las hectáreas ya existentes. Es importante destacar que para esa época, la población del departamento era de aproximadamente 13.000 habitantes de los cuales cerca de  8.000 lo hacían en la ciudad que hacía un año había dejado de ser la capital de la provincia. 

El panteón de la familia de Justo José de Urquiza

De todos los trabajos consultados para este artículo (y que se consignan al pie), sólo Macchi (1992) y Barreto (2008) hace mención a que luego de su velatorio y del responso realizado en la parroquia, los restos de Urquiza fueron depositados en el panteón familiar, “que él hiciera construir en 1867”. Todos los demás hablan solamente de que fue trasladado desde la parroquia al “cementerio” en general y luego, “desde el cementerio” a la iglesia para su descanso definitivo. Aunque ninguno brinda un mínimo detalle de cómo era y dónde estuvo esa bóveda.

Disipadas las dudas que el cuerpo del general estuvo depositado en el cementerio local y que lo lógico es que haya sido en su propio panteón pasemos a analizar los documentos que han quedado reservados en el archivo del Palacio San José sobre el particular.

La primera mención que poseemos data de una carta de fecha 21 de julio de 1862, dirigida por el Arq. Francés Sylla Saint Guily al Dr. Benjamín Victorica, dónde se discuten detalles del proyecto que se le había presentado al general Urquiza. En ellas, si bien se deja constancia que aún no había nada edificado, si había una idea de hacer un sepulcro de significativa importancia, habida cuenta del resto de las construcción que había en la necrópolis en ese entonces. Según menciona Barreto, el costo total del sepulcro era de 25.000 pesos bolivianos cuando el mismo Saint Guily había presupuestado en solo 16.000 la construcción del “Hospital de Caridad”

En sus explicaciones Saint Guily expresa “. Lo que buscaba yo (con el proyecto) era dar al sepulcro la misma forma que a la capilla (del palacio san José) y utilizar todo el recinto para colocar las cuarenta camas de fierro que deben rodear a la tumba principal que estará en el medio. Se refería, además a la configuración externa, el panteón estaría sobre elevado diciendo “Los terraplenes han sido hechos para sostener las escaleras y parte del piso del peristilo, evitando así que los escalones de mármol descansen sobre arcos de material. Los antiguos colocaban todos sus templos a tres o más varas arriba del suelo, yo no sé cómo perderá la capilla de grandiosidad por hallarse a esta altura. Y cerraba la carta con estas palabras “La crítica es fácil sobre todo cuando no hay nada todavía determinado en un obra”.

Finalmente será éste el arquitecto encargado de llevar adelante las obras del panteón familiar. Cinco años más tarde, el 14 de febrero de 1867, Saint Guily se dirige a Urquiza en los siguientes términos: “Según lo que había expresado yo verbalmente a S. E. tiene el honor el infrascripto de proponerle se digne ordenar que el pago se efectúe del modo siguiente: 2.500 patacones al contado (y) 1500 patacones mensuales desde el mes de marzo incluso, debiendo la obra quedar concluida dentro de 15 meses. Este documento nos da una clara idea que el proyecto estaba listo para ponerse en marcha.

Unos meses después, el 10 de julio de 1867, el arquitecto se dirige al general Urquiza nuevamente al ser objeto de críticas y rumores sobre el tipo de construcción del techo de la bóveda y avanza en una descripción del proyecto. “La Capilla del Camposanto que, por su forma interior y sus dimensiones, se parecerá mucho a la de San José debe tener su techo formado con una cúpula semejante también a la de San José y como ésta, cubierta de baldositas barnizadas. (…) Como el sepulcro va debajo de dicho piso; el cual se encuentra por esta razón tres varas más arriba del suelo, he necesitado poner tirantes de madera dura para sostenerlo.

“…el piso este será de baldosas de mármol sentadas sobre dos o más hileras de ladrillos. Estos tirantes de madera son sostenidos ellos mismos por un gran tirante de fierro del peso de 20 a 25 quintales que he mandado construir expresamente a Buenos Aires, para que el recinto del sepulcro quede perfectamente libre de todo estorbo, no necesitando así de ninguna columna de fierro o de material por debajo. Por lo demás el sepulcro mismo tendrá su cielo raso en forma de bóveda. Se subirá a la capilla por dos escaleras de mármol de 3 v de ancho”. Es decir que este sepulcro tenía dos plantas, una superior dónde estaba la capilla y otra subterránea dónde se colocaban los restos de los fallecidos.

Finaliza la carta invitando al general Urquiza a que lo visite en el cementerio para darle todas las explicaciones que necesite en el mismo lugar de la obra. Basados en este documento, podemos afirmar que para ese entonces, la construcción del panteón ya estaba iniciada.

En diciembre de 1867, en una carta de fecha 20 de ese mes el arquitecto, acusa recibo de la suma de dos mil pesos bolivianos “en cheque a la vista contra el banco Entre Riano en cuenta del monumento en construcción en el cementerio del Uruguay según contrato” (este contrato, no se halla entre la documentación del palacio). Aquí como vemos habla de que el monumento, así se refiere al panteón se encontraba “en construcción”.

Luego de este recibo, no se han encontrado más documentos al respecto en el archivo del palacio San José, por lo que se puede saber a ciencia cierta si la capilla –panteón, fue concluida. Debemos suponer que sí, ya que este arquitecto continuo su tarea por esta ciudad construyendo las instalaciones del molino Barreiro sobre el arroyo Molino y del “Hospital de Caridad”. Además es de suponer que Urquiza no abonaría importantes cantidades de dinero sin que hubiera algo, al menos, en una etapa de construcción muy avanzada.

A esta altura se podría afirmar que el panteón de Urquiza fue construido y allí permanecieron los restos del general entre abril de 1870 y agosto de 1871. Lo que aún no es posible determinar es en qué lugar del cementerio estaba ubicado. Podemos si conjeturar que estuvo ubicado en el frente este de la necrópolis y que probablemente fue demolido debido a su estado de abandono luego de que el cuerpo del general haya sido trasladado a la parroquia en 1871

Quién era Sylla Saint Guily

Son muy pocos los datos que se han podido encontrar sobre el Arq. Sylla Saint Guily,  de acuerdo a Alcibíades Lapas, Sylla era de origen francés habiendo nacido en el año 1830. Además, ingresa como miembro de la logia Jorge Washington de nuestra ciudad en el año 1868. No se ha podido determinar si fallece en Argentina o vuelve a Francia luego de ser rechazado su proyecto de construcción de un puente a la isla de las Garzas en 1875. 

De las obras suyas que se tiene certeza se encuentran la construcción del Hospital de Caridad (Hospitalito), comenzado a construir en 1868, el edificio del molino “Barreiro” (1871) y, por su puesto el panteón de la familia de Justo José de Urquiza, en 1867. Algunos autores lo señalan con el constructor del panteón de Dolores Costa en el cementerio municipal, en 1883, pero nada indica eso, ya que, como se ha dicho, Sylla ya no se encontraba en nuestro país.

El puerto que no fue.

En los primeros años de la década de 1870, el gobierno decide la construcción de un puerto directamente sobre el río Uruguay, para ello, era necesario e armado de un puente que vincule este puerto con la ciudad, atravesando el arroyo Molino. Para esto firma un contrato con la firma “Saint Guily, Tahier y Cía.” de la ciudad para llevar a cabo este proyecto.  Por diferentes razones esta construcción n o se llevó a cabo, hubo que esperar más de diez años, hasta que el 5 de diciembre de 1887 se inauguraba el puerto exterior un poco más al sur del proyecto original de 1875.

Habiendo disipado la duda de que realmente existió un panteón de Justo José de Urquiza, surge, entonces otra pregunta:

¿Por qué no se conserva en la actualidad esta bóveda, que debió ser de las más importantes, arquitectónica e históricamente de la vieja necrópolis?

Son pocos ejemplos que aún se conservan de las construcciones de la época, entre ellos los de la familia Almada, Galarza, Calvento, Cruz López, Abescat, Teófilo de Urquiza, entre no muchos más. Otros como el de Rosario Britos de Tejera y Calisto Arredondo, solo conservan sus lápidas colocadas en  bóvedas más recientes.

No obstante, muchos de ellos, y que existían hacia 1910, fueron desapareciendo. La Juventud del 13 de diciembre de 1910, transcribía algunas de las lápidas existentes en ese momento y que son algunas de las primitivas inhumaciones del cementerio municipal, y que hoy, salvo la tumba de Cruz López, no se pueden hallar. Algunas de ellas son:

“A la memoria póstuma de las respetables cenizas de D. Francisco Calventos y de Da. Rosa González fieles esposos y tiernos padres. Dedican este monumento de gratitud la sensibilidad de sus hijos. 22 de enero de 1831.

“Aquí reposan los restos de Da. Manuela Pila de Galarza, falleció el 18 de septiembre de 1856 a la edad de 111 años. A la memoria de tan buena esposa y mejor madre dedica este recuerdo su hijo, el Brigadier General Miguel Gerónimo Galarza.

“Aquí yacen los restos de D. Juan Gregorio Barañao, nació en Curuzucuatiá el 9 de mayo de 1831 y murió en la Concepción del Uruguay el 22 de junio de 1864. Sus desconsolados padres le dedican este recuerdo.

“A la Sra. Da. Cruz López, murió el 25 de agosto de 1858.

“Mercedes López, hija del General Ricardo López Jordán falleció de edad de 15 años, el 31 de octubre de 1871. Recuerdo de su padre.

Lamentablemente, en los archivos del cementerio local no se conserva nada de los primeros tiempos del mismo, lo que podría hacer proporcionado datos sobre los cambios que se iban produciendo en la necrópolis.

Si bien, como se ha dicho, no es mucho el material histórico que se preserva y al cual se puede acceder, no parece que haya sido destruido este panteón por cuestiones políticas, más bien, si así sucedió se debe haber debido a su falta de mantenimiento o a las modificaciones que fueron introducidas en el cementerio a principio del siglo pasado cuando el empresario Santiago Giacomotti le dio a la necrópolis su configuración actual. Y que según veremos, la transformación del “viejo” cementerio fue mucho más importante y drástica de lo que podemos imaginarnos, ya que, literalmente, se arrasó con las alas este y norte.

Ya la prensa se encargaba de  mostrar el estado del  cementerio a fines del S XIX, En efecto, Gregori (1982) transcribe parte de un artículo aparecido en el periódico Fiat lux, en septiembre de 1888 que habla del estado ruinoso del cementerio para ese momento: “Las bóvedas sin techo, expuestas a la intemperie y convertidas en lagunas durante las últimas lluvias, los cajones colocados sin orden, algunos sin tapas, otros entreabiertos, en fin, en un estado lamentable”. Unos años después, en abril de 1901, el periódico “La Juventud expresaba que éste estaba “…en ruinas, antihigiénico y desatendido hasta el extremo de hacer imposible el tránsito en el radio que ocupa sin pisar las tumbas o tropezar con las cruces”. En otro párrafo publicaba que “Las tumbas y las bóvedas laterales del norte, (…) en ruinoso estado desmoronándose día a día sus muros para dejar los restos humanos que albergaba a la intemperie, a la vista de todo” el que transite por allí                            

Para 1904, el estado del cementerio era desolador, si nos dejamos guiar por las publicaciones de la época. En junio de ese año, La Juventud publicaba, bajo el título Las obras del Cementerio. “Nadie desconoce el estado de ruinas en que se encuentra y ha estado desde hace 4 o cinco años la Necrópolis del Uruguay. Recién la Municipalidad ha demostrado su interés por arrancar de la Ciudad aquel cúmulo de escombros  que hablan elocuentemente de todo el abandono e inercia de otras administraciones que nada hicieron por destruir esa vergüenza perenne.

Meses después, en noviembre, y haciendo referencia a la poca concurrencia de deudos en el día de todos los muertos (2 de noviembre), el periódico hacía referencia a que en vista del deterioro de las tumbas y panteones, la municipalidad había tomado la medida de prohibir a los menores el ingreso al mismo y agregaba, bajo el título de “Ignominioso presente”:

“Las medidas adoptadas por la intendencia, limitando la entrada solo a personas mayores, por una parte, y el deseo, por otro lado, del público, anheloso de evitarse la presentación de aquel cuadro de ruinas, agravado cada día por la acción del tiempo que no ha dejado muro sin amenazar derrumbe, han contribuido mucho para evitar la concurrencia de deudos en el día dedicado a recuerdo de los muertos, sobre cuyas tumbas se tiende  una alfombra de verde gramilla. Y como bofetada en pleno rostro a la cultura, los nichos abiertos mostrando en pilas unos tras otros, los ataúdes deteriorados, destilando  materias, cuando no mostrando restos humanos en desorden!. Y los nichos del Norte; los mismos del frente, resentidos en su base, como bamboleantes, abrumados por el peso de ciertos ataúdes, entre escombros de los techos que se desmoronan, presentan a los vivos el testimonio de la piedad humana, de la gratitud de los padres, de los hijos, etc., para aquel montón de carne por cuyas venas corrió su propia sangre!” Así se presentaba el cementerio municipal a principios del siglo XX

Si bien ya en 1899 la municipalidad empieza a interesarse en este problema, y con ese fin sanciona una Ordenanza de fecha 15/04/1899 mediante la cual se manda a demoler los nichos en ruinas del cementerio, al norte y al este, dando un plazo de 60 días para desocupación y reconocimiento de títulos, y meses después por medio de la Ordenanza del 27/07/1900 dispone reconstrucción del cementerio y se establece una Comisión Administrativa se ocupe del asunto por haber fondos Municipales y de colecta pública, en los hechos nada cambió.

Más de diez años habían pasado de estos primeros intentos y basados en los planteos que realizaba la prensa de ese momento, nada se había solucionado, hasta que el presidente municipal Juan M. Chiloteguy (Enero de 1910 a julio de 1912) sanciona, con fecha 27 de agosto de 1910 un decreto que en sus artículos principales dice lo siguiente:

“Art. 1º- Emplázase hasta el día 15 del próximo mes de octubre para que todos los propietarios o encargados de las bóvedas ubicadas en el costado Este del Cementerio procedan a retirar los restos que se encuentren  en ellas.

“Art. 2º-  Vencido el plazo que fija el artículo anterior, se procederá a la demolición de las mencionadas bóvedas, depositándose en el Osario los restos que no hayan sido retirados.

“Art. 3º- A los efectos del cumplimiento del presente Decreto esta Municipalidad otorgará en permuta, a cada uno de los que acredítenla propiedad de las bóvedas a que él se refiere, una  fosa en la sección respectiva o un lote de tierra equivalente a la misma área que la que ella ocupan, en el costado sud del ensanche del Cementerio”.  Este plazo  fue luego extendido hasta el 30 de noviembre de ese mismo año.

Como puede verse, la resolución abracaba a todas las construcciones del lado este, sin limitaciones ni excepciones de ningún tipo.

Esta medida trajo, como era de suponer alguna resistencia y así lo hacía notar en un artículo del 22 de septiembre de ese año: “Algunos de los propietarios de nichos que dan frente al Este en el Cementerio se sienten disconformes con la permuta que les ofrece la municipalidad apreciando la tierra que deben desalojaren mucho más que lo que se les ofrece”.

 Las demoliciones se demoraron, tal es así que a casi un año, el  13 de junio de 1911, La Juventud volvía con el tema: “La transformación del cementerio. Las obras que se realizan en la Necrópolis están transformando por completo la mansión de los muertos. La serie de nichos, exponentes del abandono y olvido de los deudos ha desaparecido casi por completo para dejar lugar a los jardines proyectados como complemento del embellecimiento de la Necrópolis. Desaparecidos casi por completo, decimos, porque aún restan solo tres que sus dueños Roca, C. D. Urquiza y F.M. López, se resisten a la demolición y a  aceptar los terrenos que en cambio les ofrece la municipalidad”.

Estas obras estuvieron a cargo del arquitecto-constructor Santiago Giacomotti, adjudicadas mediante la Ord. Nº 252 del 25 de noviembre de 1910, e incluían la reconstrucción del cementerio y la construcción del portal de acceso, capilla y sala de autopsias, estableciéndose una comisión Administradora que se ocupará de administrar los fondos municipales y de colectas públicas. Para la realización de estos trabajos remodelación del lugar se debieron demolieron nichos en ruinas del sector Norte y Este. Ese mismo año, se habilita una habitación existente en el lugar para oficiar la capilla.

Todo esto hace concluir que en ese período, fue derrumbado el viejo panteón de Justo José de Urquiza, ya debido al abandono del mismo al estar casi toda su familia en  Buenos Aires o bien solamente por encontrarse en una sección que debía ser demolida para dar cabida a las obras del nuevo cementerio, el que conocemos en la actualidad.

Como se ha visto muchos sepulcros importantes ya no están, el de la madre del general Galarza, el de la pequeña hija de López Jordán, el de Urdinarrain, el del padre Pablo Lantelme, entre tantos otros que sucumbieron al abandono o a la piqueta del progreso.

Es importante destacar que Urquiza no aparece en estos relatos como una figura que se alzara sobre todo y todos, y que hacía y deshacía a  su antojo, como puede imaginarse debido a su poderío político y económico. En estos casos se lo ve como alguien respetuoso de la ley y de las obligaciones que como persona común asumía, esto se evidencia en la correspondencia a la que pudimos acceder con el arquitecto, y que, parte de ella se transcribe en este artículo. También sucede lo mismo con su familia, luego de muerto el general, ante el pedido de trasladar su cuerpo a la parroquia, Dolores, se ajusta en todo a lo solicitado por las autoridades políticas, algo que veremos luego, años después, cuando comienza los trámites para acceder a su propio panteón.

La figura de Urquiza, tal como hoy la valoramos no lo era a fines del siglo XIX y comienzos del XX, tal es así que para 1927 la municipalidad vende la manzana que estaba destinada a ser la plaza Urquiza en la zona del puerto nuevo, lo que genera reclamos de Lola Urquiza de Sáenz Valiente, y recién el 11 de abril de 1970 se inaugura el primer monumento en su memoria. También reafirma esta postura el hecho que después que fuera retirado el nombre a la calle Urquiza en 1876 hubo varios años dónde el general no tuvo su nombre en una calle, hasta que en 1909 se le impone ésta a la actual avenida Costanera Paysandú y recién en 1970 vuelva a llamarse Urquiza la calle que había sido denominada así hasta 1876.   

Una consecuencia que trajo aparejado el asesinado de Urquiza, es que como resultado de esta revolución, prácticamente toda su familia se fue de la ciudad a residir en Buenos Aires,  dejando sus propiedades en Concesión del Uruguay a sus cuidadores, eso en verificable ya que se venden numerosas propiedades de la familia, entre ellas, la casa del coronel Santa Cruz, casado con Juan, una hija del general (vendida en 1875), La propia casa de Urquiza (vendida a la Nación en 1887) y la casa de Ana Urquiza de Victorica (vendida en 1890). Recordemos, además, que los herederos de Waldino, en 1871 venden a la jefatura política el panteón de éste, que es demolido para construir en su sótano el osario de la fiebre amarilla.

Sin dudas, esto hizo que cualquier otro bien que poseyeran, como el propio panteón del general, se haya abandonado a su suerte.                                         

Evidentemente, ni los historiadores, ni la prensa, ni la municipalidad, ni la comunidad en general, le dio la importancia que hubiera tenido para nuestro patrimonio la preservación de la bóveda del general Urquiza y, en algún momento de  la primera década del siglo XX fue demolida junto a  otras que ni siquiera sabremos que allí estaban.

Conclusiones

Despues de toda esta descripción y transcripción de datos de fuentes primarias y bibliográficas, se puede concluir que luego de su asesinato en el palacio san José y hasta su traslado a la cripta subterránea en la parroquia de la Inmaculada Concepción, los restos mortales del primer presidente constitucional de la República estuvieron depositados en el cementerio de la ciudad de Concepción del Uruguay, en la bóveda del panteón de la familia de Justo José de Urquiza diseñado y construido por el arquitecto francés Sylla de Saint Guily en 1867.

Este panteón, debido a la importancia de su propietario, debió haber estado en el ala este del “viejo” cementerio, y, abandonado por su familia, ya que  debieron emigrar a la ciudad de Buenos Aires, y sin otro morador que Urquiza, que ya no se hallaba ahí, fue sufriendo los embates del tiempo, junto con el resto de otros sepulcros, según ya se ha indicado y terminó siendo demolido cerca del año 1910, al encararse la “modernización” de la necrópolis, ahora municipal.

 

Bibliografía: Barreto, Ana María  (2008), “Muerte de Urquiza. Un crimen impune en el palacio San José”. D’angelo, Celia  (1994), “Doña Dolores Costa de Urquiza y la ciudad de los muertos”, La Calle, 17 de enero de 1994. Domínguez Soler, Susana (1992), Urquiza. Ascendencia Vasca  y descendencia en el Río de la Plata”. Gadea, Wenceslao  (1943), “Don Justo. La tragedia de Entre Ríos de 1870”. Gregori, Miguel Ángel (1982), “Concepción del Uruguay en el Siglo XIX, Primeros Cementerios”, El Mirador N° 3 y 4. Lappas, Alcibíades (1970), “La Logia Masónica J Washington de Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Luna, Félix, “Justo José de Urquiza” (2000). Macchi, Manuel (1969),  “Urquiza y el Catolicismo”. Macchi, Manuel (1992),  “Urquiza, última etapa”.   Nadal Sagastume, José A. (1975), “Nuestra Parroquia, apuntes para la historia”. Ruiz Moreno, Isidoro (2017) “Vida de Urquiza”. Salduna, Bernardo  (2018) “La Rebelión de López Jordán”. Urquiza Almandoz. Oscar (1983), “Historia de Concepción del Uruguay” Tomos 2 y 3- Agradecimiento a la Mus. Daniela Molina del Archivo Histórico del palacio San José y a la Hemeroteca del museo “Casa de Delio Panizza”

 

Un homenaje al Dr. Mariano Eustaquio López

Teatro 1º de Mayo, lugar dónde se llevó a cabo el reconocimiento al Dr. Mariano López

Autores: Virginia Civetta y Carlos Ratto

Hace unos días desde esta página, hicimos un recordatorio del gran reconocimiento que el pueblo de Concepción del Uruguay le brindó al Dr. Benito C. Cook con motivo de su alejamiento de la ciudad. En ese artículo también mencionamos que éste médico fue uno de los Uruguayenses más reconocido, a pesar de que su campo de actuación no fue la política, sino la solidaridad con sus propios recursos.

Hoy vamos a referirnos a otra de las grandes personalidades de la ciudad de los dos últimos siglos, esta vez sí, dentro de la función pública en diferentes cargos. En este artículo relataremos uno de los tantos homenajes que, en vida, se le ofrecieron al Dr. Mariano López.

Mariano López

Había nacido en Concepción del Uruguay el 20 de Septiembre de 1857, recibe el título de abogado en la Escuela de Derecho del Colegio del Uruguay en Mayo de 1881. Contrajo enlace en primeras nupcias con Encarnación Mantero y en segundas nupcias con Elvira Salvatierra. Fueron sus hijos Mariano Wenceslao, Amílcar Dámaso, Rosa Carmen, Abel Salvador, Wenceslao, Dámaso y Elvira Teodora.

En 1881 instala su estudio en Concepción del Uruguay, al año próximo es Prosecretario de la Cámara de Diputados de la Provincia. En 1887 es Diputado Provincial y Juez del Crimen de esta jurisdicción. En 1903, Ministro de Justicia, Hacienda e Instrucción Pública del gobernador Echagüe, también estuvo a cargo de la misma cartera durante el gobierno de Enrique Carbó. En 1906 es Diputado nacional por Entre Ríos y al año siguiente, 1907, ocupa la vice gobernación de Entre Ríos. En 1910 ocupa por última vez el cargo de Diputado nacional, ya que terminado su mandato reabre su estudio en esta ciudad.

Entre las obras más importantes para el beneficio público de nuestra ciudad se destacan las siguientes: Proyecto de creación del Juzgado Federal (1906); Ampliación del Puerto Ultramarino de Concepción del Uruguay (1913); Ley adquiriendo el Palacio San José para ser usado como escuela superior agropecuaria (1913); Nacionalización de la Escuela Nacional de Mujeres -EET Nº 1 (1910); en el mismo año obtuvo de la Municipalidad $ 5000.- para la construcción del monumento a San Martín en esa plaza. En 1911 obtiene la sanción de su proyecto que ascendía a Escuela de Profesores la Escuela Normal de Maestros; y a su iniciativa se debe la construcción del edificio que actualmente ocupa. Pero sin duda su contribución más importante para la ciudad se debe a la Ley que crea la Zona Franca en el puerto de Concepción del Uruguay.

En una plazoleta d el puerto, se encuentra emplazado un busto de Mariano López realizado por la escultora local María Angélica Álvarez. En 1957, al cumplirse 100 años de su nacimiento la ciudad le tributó un merecido homenaje colocando una placa en su panteón en el cementerio local. Una calle de la ciudad, la N° 115 (Ex calle Los Andes”), desde el 30 de abril de 1930 y por medio de la Ord. 766/30,  lleva su nombre.

Fallece el 21 de enero de 1929. Sus restos descansan en el cementerio local, en un panteón ubicado en el acceso al mismo.

La demostración

El miércoles 6 de abril de 1910, se llevó a cabo una asamblea convocada por un grupo de 60 convecinos a los efectos de tributar un reconocimiento a la tarea que desde hacía varios años venía desarrollando Mariano López. La misma se llevó a cabo en los salones de la municipalidad local (Antigua comandancia) desde las 20,30 horas y contó con la presencia de una gran cantidad de personas. La asamblea tenía como fin decidir la forma y el modo de realizar el reconocimiento a Mariano López.

La invitación expresaba “Las empeñosas y bien inspiradas gestiones del Doctor Don Mariano E. López, por toda obra o iniciativa de progreso para el Uruguay, importan en su haber de hombre público renglones que le señalan ya, indiscutiblemente, como un benefactor de este pueblo.

“Su actuación pública merece, pues, un aplauso colectivo que sea, a la vez, un estímulo para que persevere en el propósito de contribuir, como hasta ahora, al prestigio y adelanto del Uruguay”. Y finalizaba invitando “a todos sus convecinos, extranjeros y nacionales sin distinción de ninguna especie” a dicha reunión.

En esta asamblea se formó una comisión organizadora que tenía como integrantes a Benito Yáñez, Juan Piñón, Salvador I. Sartorio, Juan Ariñez, Manuel Bodega, José Haedo y Pedro Ferrari. También se resolvió ofrecer al Dr. López con un banquete y obsequiarle una medalla de oro y un pergamino que sería firmado por todos los adherentes a este reconocimiento.

Luego de varias reuniones, la comisión organizadora informó que el banquete en homenaje al Dr. López, se iba a realizar en el salón del teatro 1ª de Mayo, que sería acondicionado a tal efecto, y el servicio estará a cargo del Hotel París. La demostración estaría amenizada por una orquesta integrada por varios profesores y las familias que deseen sumarse a esta actividad, tendrán acceso a los palcos del teatro.

Los organizadores encontraron dificultades para acuñar la medalla que se le obsequiará a Mariano López, esto es consecuencia de que las casas que se dedican a esto en Buenos Aires, ya que las mismas tienen mucho trabajo con motivo de las fiestas del centenario de la Revolución de Mayo y la misma no podría estar lista en, al menos, un mes, por lo que se decidió que el banquete se debe realizar en la primera quincena de junio. Por su parte el pergamino le fue encargado al “reconocido dibujante” Carlos Rodríguez Fontela.

Para este momento el Dr. López seguía activo en sus labores parlamentarias y a principio de mayo, presentó un proyecto ante la cámara de diputados de la nación por la que se destinarían $ 80.000 para la construcción de un hotel  de inmigrantes en C. del Uruguay. Este establecimiento se iba a edificar en la manzana dónde actualmente funciona OSM y la escuela municipal de artes y oficios. Al mes siguiente volvía a presentar otro proyecto, esta vez autorizando al PE a que, por compra directa o expropiación, adquiriera el Palacio San José y una fracción de campo aledaña para construir en ese sitio una Escuela Superior Agropecuaria. También en julio, presentaba un proyecto para convertir en Zona Franca al puerto de C. del Uruguay.

Inauguración del monumento al Dr. Mariano López

Luego de varias demoras, a principios de julio, la casa Cometta Hnos. comunicaba que ya había recibido la medalla de oro que se le iba a obsequiar a Mariano López que ostentaba en el anverso la imagen del homenajeado, de un “perfecto parecido” según un cronista de “la Juventud”. Ante esta novedad, la comisión encargada de los actos decidió que el banquete y la entrega de ambos obsequios se llevarían a cabo en la última semana del mes de julio.

Con fecha 20 de junio, la comisión hace pública, a través de los periódicos locales, la invitación a adherir al banquete en reconocimiento al Dr. López, e informa que habrá tiempo hasta el 25 del mismo mes para inscribirse, en los diferentes lugares habilitados para ello. Estos son: Cepeda, Ariñez y Cía., Ferrari y Marcó, Juan Piñón e hijo y estudio del Dr. Salvador I. Sartorio.

La gran demostración finalmente, quedó establecida para el día sábado 30 de julio de 1910, desde las 19,30 estando el servicio del banquete a cargo, como ya se había definido, del hotel “París”. La compañía Anglo-Argentina de electricidad tendría a su cargo la iluminación exterior e interior del coliseo. En los palcos habría acceso para las familias que decidieran acompañar este acto, debiendo las interesadas solicitar su inscripción en la casa del Dr. Salvador Sartorio.

Todo estaba listo ese día para que la comunidad Uruguayense brindara su reconocimiento a quién, desde la política, tanto había hecho ya por su ciudad natal.

El pergamino que se iba a entregar esa noche y que durante todo el día estaba para la firma en el estudio del Dr. Sartorio, tenía la siguiente dedicatoria: “Al Dr. Mariano E. López en testimonio certificativo del aplauso que consciente y justicieramente se le tributa, por su actuación como hombre público, manifestada en felices iniciativas, caluroso auspicios y eficientes gestiones en pro de obras e instituciones que comportan progreso y prestigios para el Uruguay. Concepción del Uruguay, Julio de 1910.

Durante el banquete, serían el Dr. Salvador Sartorio y el Dr. Benito G. Cook, quienes darían el discurso central, mientras que un joven Alfredo Parodié Mantero haría lo propio en nombre del Comité Entrerriano de Universitarios.

El salón se presentaba profusamente ornamentado con ramos de flores y banderas, tarea que estuvo a cargo de una comisión de damas.

Toda la prensa de Concepción del Uruguay manifestó su agrado y reconocimiento por tan significativo  acto a quien fue, tal vez la personalidad política más destacada del siglo XX. Así pues en el lapso de tres meses la ciudad homenajeó a dos de sus más grandes personalidades, al Dr. Benito C. Cook, en mayo y al Dr. Mariano López en julio. Momentos que  ya nunca más se volvieron a repetir en la historia local.

Pero, como dato anecdótico, y como nada puede ser perfecto, debemos mencionar que hubo críticas al servicio que brindó el hotel “París”. “Todas la opiniones que hemos buscado y encontrado están contestes en que se sirvió con mezquindad y preparación deficiente”. No ocurrió lo mismo con la confitería “1º de Mayo”, quien estuvo  a cargo de servir un ambigú (bufet frio) a quienes ocupaban los palcos y que al decir del cronista, el mismo se brindó “sin mezquindades y con la cortesía a que son acreedoras”.

 

Fuentes: La Juventud, abril, mayo, junio, julio y agosto de 1910 y Argachá, Celomar, “Un mecenas Uruguayense: Mariano López”

© Es una producción de “Concepción del Uruguay, historia y turismo”. Su reproducción es libre citando la fuente.

La despedida al Dr. Benito C. Cook

Autores: Virginia Civetta y Carlos Ratto

Benito Casildo Cook, había nacido en Concepción del Uruguay, 9 de Abril de 1868, siendo bautizado en la Inmaculada Concepción por el cura D. Domingo Ereño. Sus padres fueron Benito G. Cook -reconocido abogado y escribano- y Francisca Llames. La casa paterna se levantaba (aún existe parte de la vieja casona)  en la intersección de las actuales calles Juan D. Perón y Alberdi, más adelante, construye su residencia en la esquina noreste de las calles 8 de Junio y 25 de Mayo, la que además contaba con su consultorio y diversas salas para alojar a los enfermos. Tan amplia era la casona que luego de su partida hacia Buenos Aires, fue usada como hotel-residencial.

El Dr. Benito C. Cook, fue muy conocido en la ciudad por su total entrega hacia los enfermos más necesitados. En un aviso aparecido en un diario de 1904 se menciona expresamente ” A los pobres, gratis”, por esta razón se lo llamó “Medico de los Pobres”, pues no solo atendía a quienes podían pagar la consulta, sino también a todos aquellos que no lo podían hacer, es más también facilitaba los remedios a aquellos que no podían costeárselos.

Se casó con doña Obdulia María Herrera, con quien tuvo cuatro hijos: María Obdulia, Eloísa, Julio Cesar y Jorge Alberto.

Su partida

En el año 1910, y como consecuencia de una serie de problemas personales, el Dr. Cook, decide instalarse en la ciudad de Buenos Ares. Esta situación movilizó a una gran parte de la población de la ciudad, quienes deseaban manifestarle a Cook, su agradecimiento y reconocimiento por la labor desarrollada en beneficio de la comunidad por muchos años.

Creo que no caeremos en un exceso si decimos que Benito Cook, fue la figura social, más importante y reconocidas del S. XX. si lo medimos por las muestras de gratitud que recibió y la gran cantidad de personas que se sumaron a los actos organizados para despedirlo.

Al conocerse la decisión del Dr. Cook de trasladarse a Buenos Aires, un grupo de uruguayenses resolvió comenzar a reunirse para organizar una despedida acorde a los méritos de quien se ausentaría de la ciudad, en un principio de manera temporal. En efecto, el martes 19 de abril de 1910, se reunió en el Club Social, un grupo de amigos para programar los actos de despedida y homenaje para quien se ausentaría temporalmente de C. del Uruguay para radicar se la ciudad de Buenos Aires, más precisamente en el barrio de Flores.

Esta reunión resulto ser muy numerosa, habida cuenta que  eran nada menos que 116 las personas que invitaban a ella. Concluida la misma, la comisión decidió testimoniar el reconocimiento colectivo a Cook “por sus méritos de médico caritativo, excelente caballero y amigo” con las siguientes actividades:

Realizar una manifestación popular de despedida, la que acompañará a Cook y su familia hasta el puerto local el día de su partida. Realizar previamente a esto un picnic en la zona del puerto. Obsequiarle, además, un “cronómetro de oro con medallón y dedicatoria alusiva del recuerdo de sus convecinos y amigos del Uruguay”.

Se nombró una comisión ad hoc para organizar las actividades antes establecidas. La misma quedo conformada por José R. Baltoré (presidente), Lucilo B. López (Secretario), Alberto H. Carosini (Tesorero) y como vocales fueron designados Máximo Álvarez, Salomón Magasanik, Antonio C. Muzzio, Pascual Corbella, Wenceslao S. Gadea, Bernardo Caffa y Eduardo Tibiletti. Es de destacar que esta comisión se reunía todos los días en los salones de dicho club.

Acto seguido se dio comienzo a una suscripción popular para costear los gastos de los actos previstos, recaudándose en ese momento la suma de $ 1270. Siendo los que más aportaron Lucilo B. López, Salomón Magasanik y Juan Puchulu con cien pesos cada uno.

El picnic, luego de varios análisis se resolvió que finalmente se realizaría el día domingo 1º de mayo de 1910, “en los terrenos de la sucesión Tahier, inmediatos al puerto interior”. La reunión será amenizada por la banda de música de la “Sociedad Centenario” a la que se le sumarán otras orquestas de cuerdas, improvisadas para la ocasión. Las familias (señoras y niñas), expresa el artículo de “La Juventud”, podrán concurrir al evento luego del almuerzo popular, a cargo del “Hotel París y les será servido un lunch en una carpa levantada en el centro del terreno.

Como dato anecdótico, se puede mencionar que la muy importante para la época, Sociedad Gremial Unión Carreros”, decidió suspender su fiesta anual que se iba a llevar a cabo ese día, en conmemoración al “Día del trabajador” para el domingo 8 en adhesión al homenaje al Dr. Benito Cook. 

Un día antes de los actos de despedida y reconocimiento al Dr. Cook. “La Juventud” anunciaba que en la vidriera de la “Librería del Colegio”, los ciudadanos, podían apreciar, desde ayer, el reloj, cadena, medallón y termómetro, con que la comunidad obsequiaría al profesional. Este reloj, luego de la muerte del Dr. Cook, fue donado por su viuda la museo del Colegio, de dónde fue robado. Para más detalles ver el artículo del Prof. Omar Gallay en: https://www.facebook.com/share/p/161KEy3iUU/

A las 15 horas, se sumarán a los hombres que participaron del almuerzo campestre las damas y será ese el momento elegido para hacerle entrega del mencionado objeto. En ese sentido acto hará uso de la palabra el Dr. Eduardo Tibiletti y el Dr. Cook, a su vez, se dirigirá a la población que lo acompaña en sus últimos momentos en C. del Uruguay. Acompañarán este momento, formados en comisión, los alumnos de 4º y 5º año del Colegio Nacional.

Para la realización del almuerzo popular y posterior lunch, se construyó en el centro del terreno de la sucesión Tahier una gran estructura de 20 por 40 metros, la que sería embanderada y ornamentada para la ocasión. Para este almuerzo, que tenía como horario de cita a las 10 de la mañana, consistiría en un asado campestre para lo cual se había sacrificado 10 vaquillonas y 20 capones.

Se habían designados dos comisiones, una para acompañar hasta el lugar de la fiesta al Dr. Benito Cook y su señora y otra para recibirlos en el lugar. Luego de las actividades previstas, los asistentes acompañaran al Dr. Cook y a su familia hasta el muelle interior (puerto nuevo) desde donde partirá hacia su nueva residencia en la ciudad de Buenos Aires.

El día de los actos, fue una cruel jornada de inviernos, con temperaturas muy bajas y ráfagas de viento que constantemente  azotaban el templete ubicado sobre la vera del riacho Itapé. Pese a eso más de dos mil personas acompañaron las actividades previstas. El almuerzo campestre comenzó a servirse a las 12 horas. Bombas de estruendo diseminaban por el aire papeles de colores con la inscripción “El pueblo al Dr. Benito Cook. Filantropía y abnegación. Mayo 1º de 1910. Concepción del Uruguay”. Poco después de las 15 horas, llegó al lugar la familia del homenajeado, siendo recibidos con salvas de aplausos por los allí presentes.

Sobre una gran mesa se habían colocado numerosos y artísticos ramos de flores, destacándose por su cantidad los aportados por personas de color, muy numerosas en esos tiempos en la ciudad, que deban muestras de su gratitud a los servicios  que habían recibido de este bondadoso médico.

Al hacerle entrega de los obsequios, dijo, entre otros conceptos, el Dr. Eduardo Tibiletti: “Apreciado Dr. Cook, soy portavoz de esta gran columna humana, de este, tu querido pueblo, para darte el adiós en la hora de la despedida y para hacerte entrega de este recuerdo que condensa la suprema palpitación de sus afectos hacia ti. Bien ganado lo tienes y es por lo mismo que ves a tu alrededor se congrega toda entera esta población hoy, que marca el día de tu partida y bien habrás advertido la leal sinceridad del agasajo cuando ni una nota discordante ha turbado la magnificencia del cuadro.

“Eres hijo del Uruguay y lo evidencia la solidaridad consiente que ha brotado con singular  espontaneidad en el alma de este pueblo en forma tal que esta demostración pública no ha tenido (…) otra que la iguale.

“Tú no tienes larga y descollante actuación en la arena movediza de nuestra política, tu palabra no ha arrastrado jamás a las muchedumbres y sin embargo tu figura presenta aristas salientes y (…) tu personalidad esta rodeada por la aureola de las simpatías populares.

(…)

“Para ti nunca ha habido jerarquías y no es lastimar tu sencillez (…) sino hacer acto de justicia estricta recordando (…) que no solo has cumplido celosamente con la penosa tarea de remediar los males y estar allí donde el dolor pedía el servicio de la ciencia, sino que tu bolsillo se prodigó abiertamente en el silencio…”

Finalmente, se despide, “…deseándote, querido Benito, como intérprete del alma popular eterna ventura en unión de tu digna compañera e idolatrados hijos en tu nuevo campo de acción, mientras nosotros (…) le guardamos intacto el bagaje inagotable de nuestros cariños”.

Visiblemente emocionado, el Dr. Cook se dirigió a los presentes de esta manera: “Seriais defraudados si esperáis oír de mis labios la frase hermosamente correcta y conceptuosa, que es patrimonio de pocos (…). Pero (…) tengo en cambio, la confirmación en esta, para mí, imborrable manifestación  de que me hacéis objeto, de que habéis penetrado las modalidades de mi alma, siempre dispuesta, escusad la inmodestia,  a practicar el bien, aún a cambio de un mal recibido.

“El Uruguay, siempre noble y generoso, recompensa mis modestos servicios prestados en la convicción que solo cumplía con mi deber…

“Declaro señores que me siento satisfecho y orgulloso de haber nacido en este pedazo precioso de suelo, que me siento estimulado en el sentido de continuar por la misma senda que depara una recompensa que, como la que me tributáis, y que nunca tomé como punto de mira, proporciona tan inefable placer. Y que siento verdadera congoja y una inmensa pena de quién, por causas fortuitas, se aleja del hogar en que vive feliz y encierra  un tesoro de cariño.

“Hasta más allá pues, hasta muy lejos de los límites de nuestra ciudad influiréis en mi destino. E ingrato sería si desconociera y olvidara tan inmenso bien…

(…)

“A todos mis convecinos mi gratitud más acendrada y mis votos más ardientes por la prosperidad de cada uno y porque sean un hecho en breve tiempo las obras de arte que solo complementarán las condiciones naturales de esta tierra de promisión, de porvenir seguro y engrandecimiento colosal”.

Luego, el alumno de quinto año Eufemio Muñoz, leyó un discurso en homenaje y le hizo entrega de una escultura de bronce de Juana de Arco, obsequio de los alumnos de 4º y 5º año del Colegio del Uruguay. Acto seguido la orquesta del profesor Nery ejecutó varias piezas por más de una hora y media, pese al intenso frio de esta tarde de mayo. Luego, ya al caer la tarde “un medio centenar de vehículos conducía al conjunto más selecto de damas y caballeros hasta el puerto dónde fue despedido el Dr. Cook y su familia”.

Además de estos grandes actos Benito Cook recibió muchas atenciones más privadas, como por ejemplo la que le ofreció la dirección y el personal docente de la Escuela Normal y que consistió en un lunch que fue realizado en los mismos salones de la escuela el jueves 24 de abril a las 16 horas. Los alumnos de 4º y 5º años del Colegio del Uruguay, entregarán, durante el almuerzo popular al homenajeado un pergamino y un objeto de arte.

También ofreció banquete de despedida, en su residencia el Sr. Salomón Magasanik, participando de la reunión, además del anfitrión y del invitado, José R. Baltoré., Lucilo B. López, Escolástico Ibarra, Pascual Corbella, Luis F. Aráoz, Alberto H. Carosini, José Haedo, Benito G. Cook (su padre), Eduardo Tibiletti y Alejandro Magasanik.

Por su parte el directorio del banco “Agrícola, Comercial e Inmobiliario, del cual Cook había sido presidente agasajó con un lunch al destacado médico uruguayense, el mismo se iba a servir en el despacho de los directores de la institución a las 17 horas y, además del actual directorio, participarían como invitados los directores que lo acompañaron en su gestión.

Días después, la comisión organizadora del homenaje al Dr. Cook, hizo público el balance de ingresos y egresos. Los ingresos totales alcanzaron los $ 4839.- siendo quienes más aportaron Salomón Magasanik ($ 210.-); Alberto Carosini y Lucilo B. López ($ 160.- c/u) y Juan Puchulu ($ 130.-). El total de lo gastado ascendió a los $ 4843, siendo el gasto más importante el almuerzo y el lunch, por lo cual le fue abonado a P. J. Barral (Hotel París) la suma de $ 1431.- Todos los comprobantes, dice la publicación de “La Juventud”, se encuentran a disposición de quien desee consultarlos en el escritorio del tesorero, Alberto H. Carosini.

Su domicilio en Buenos Aires, ubicado en la calle Estados Unidos 349, siempre tuvo abiertas sus puertas para todos los uruguayenses que por uno u otro motivo, llegaban buscando ayuda o apoyo que él  nunca eludió, sea rico o pobre, no era su estilo, siempre estuvo dispuesto a tener su mano a quién se lo pidiera.

Benito Cook, fallece en Buenos Aires el 10 de junio de 1947, sus restos fueron trasladados hacia C. del Uruguay y despedidos  al cementerio por el Dr. Delio Panizza. Su cuerpo fue depositado en el panteón familiar, en el que también descansan los restos de su padre, Benito G. Cook.

En el año 1949, a poco más de un año de su deceso, se coloca, en su homenaje, un cenotafio sobre la avenida principal del cementerio. Este monumento, erigido y costeado en su honor por la comunidad local, tiene grabada una frase del Dr. Panizza que reza “por noble, por digno, por bueno…” que este expresara en una poesía en homenaje al médico.

Al cumplirse cien años de su nacimiento, en 1968 (el 30 de agosto), la Municipalidad sanciona la Ordenanza 2354, a pedido de la Comisión Municipal de Cultura, que impone este nombre, Dr. Benito C. Cook, a la calle N° 165, que hasta ese entonces era llamada 7 del Oeste Sur.

 

Fuentes: La Juventud, 16 de abril de 1910; 2 de mayo de 1910 y 14 de mayo de 1910. Nuestro agradecimiento a la hemeroteca del museo “Casa de Delio Panizza”. Rousseaux, Andrés René, “Edificios con historia” Tomo II. Lorenza Mallea, “Benito Casildo Cook”, Primer Congreso Nacional de Historia de Entre Ríos, Resúmenes de trabajos presentados, 1982.

¿Quién diseño y construyó el panteón de Dolores Costa en el cementerio de C. del Uruguay?

Rotonda de acceso al cementerio municipal c. 1970

 

Por Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio

Hasta el momento de redactar este artículo, ningún autor había mencionado quien fue el autor del panteón de Dolores Costa en el cementerio local. Erróneamente si le adjudicaba la obra al arquitecto francés Sylla de Saint Guily, quien había hecho otra bóveda, pero para el general Urquiza y en el año 1867. También se ha postulado que en el sepulcro de Dolores es dónde estuvo el cadáver de Urquiza en el tiempo que media entre si asesinato y el traslado de sus restos a la basílica de la Inmaculada Concepción.

En este trabajo conoceremos quien fue el diseñador y constructor y quién con sus trabajos de conservación y restauración hizo posible que aún hoy podamos conservar esta bóveda en nuestro patrimonio histórico.

Para ellos hablaremos primero de Dolores Costa y Brizuela, luego veremos los detalles de la obra y sus restauraciones.

¿Quién fue Dolores Costa?

Dolores Costa

Dolores Costa Brizuela, nació en la ciudad de Gualeguaychú  27 de noviembre de 1833. Fue hija Cayetano Costa (Genovés), patrón de barco de una empresa naviera del general Urquiza y de Micaela Brizuela (nacida en la provincia de Córdoba).

Este matrimonio tiene tres hijas, Dolores (1833), Dolariza (1835) y Mercedes (1839), las tres hermanas aprenden a leer, escribir, aritmética, música y dibujo con el preceptor Félix Riesco.

Siendo muy joven, en una recepción ofrecida en su ciudad al general Urquiza, lo conoce y desde ese momento surge una relación que se mantendrá durante18 años, hasta su muerte en 1870. Un año después, en 1852 ante el riesgo que podría ocasionar para la seguridad de “Dolorcita” como él la llamaba y ante la inminente invasión a Gualeguaychú y C. del Uruguay de los generales Hornos y Madariaga, le ofrece quedarse en el palacio y un mes después ya está instalada en la residencia de campo del general.

Dolores y Justo José se casan por primera vez el 11 de octubre de 1855, en una ceremonia que luego no será considerada válida, debiéndose realizar una nueva ceremonia el 23 de abril de 1865. De este matrimonio nacieron once hijos.

Luego del asesinato de su marido, 11 de abril de 1870, Dolores se radica en Buenos Aires, pero lejos de replegarse a una vida de recogimiento toma ella el mando de las tierras y empresas, entre ella la de la fábrica de paños en sociedad con José Ubach y Roca, Demás crea colonias con colonos llegados a nuestro país, entre ellas la Colonia Caseros en 1874.

Dolores Costa Brizuela, falleció  en Buenos Aires, el 8 de noviembre de 1896, a las 16 horas, tras sufrir una larga enfermedad. Sus restos fueron depositados en el Cementerio de la Recoleta. El 6 de julio de 1943, se trasladan al Cementerio de Olivos y desde 1967, descansan en el Mausoleo al General Justo José de Urquiza, tumba histórica, ubicada en Basílica de la Inmaculada Concepción, de Concepción del Uruguay (E.R.).

La historia del panteón

Pese a estar radicada en Buenos Aires, Dolores, nunca perdió el contacto con C. del Uruguay, ya que siguió vinculada a esta por sus asuntos comerciales y afectivos como asegurarse que el palacio se conservara siempre en buenas condiciones, además de la mantención de su casa en esta ciudad, en la que se alojara en diciembre de 1885 el presidente Miguel Juárez Celman, en ocasión de la inauguración del muelle exterior.

Entre las acciones que desarrolló Dolores Costa en C. del Uruguay, se encuentra la construcción de un panteón o bóveda ubicado como cierre de la calle de acceso al cementerio municipal, construido en el año 1883 y dónde descansan su padre, Cayetano Costa y algunos de sus hijos como Micaela (1862-1872), Cándida (1870-1872) y Carmelo Urquiza (1868-1909).

Suele haber, como se dijo, una confusión entre éste y el panteón de Justo José de Urquiza, construido en 1867 y obra del arquitecto francés Sylla de Saint Guily. Han atribuido otros autores a este arquitecto el panteón de Dolores costa o que fue en este lugar dónde permanecieron por espacio de un año y cuatro meses los restos del general antes de ser trasladados a la cripta secreta de la parroquia de la Inmaculada Concepción el 25 de agosto de 1871. Estos dos últimos datos no son correctos, Urquiza no estuvo en esta bóveda, ya que es de 1883 y el general murió doce años antes y Saint Guily no construyó el panteón de Dolores como veremos a continuación.

En el año 1994, la Prof. Celia D’angelo publicó en el diario “La Calle” un artículo titulado   “Doña Dolores Costa de Urquiza y la ciudad de los muertos”, donde da cuenta de la historia de esta bóveda basada en documentación del archivo municipal, hoy inaccesible, lo que no nos ha permitido profundizar esta investigación por este lado.

Por esta razón tomaremos este trabajo como base este trabajo y lo profundizaremos con datos provenientes del archivo de Palacio San José para que nos permita conocer algo no mencionado en el trabajo de referencia ¿Quién fue el arquitecto y constructor de este monumento existente hoy en día en el cementerio local?

El 28 de julio de 1882, el Sr. Andreasi, en representación de la viuda del general eleva una solicitud al Presidente Municipal Francisco Ferreyra expresando su intención de adquirir un terreno en el cementerio público local con el objeto de construir una bóveda  para lo que solicita un espacio de 5 varas de frente (4,20 m.) por 6 de  fondo, con frente a la del Sr. Urdinarrain” (Esta bóveda no se encuentra en la actualidad).

El 13 de agosto de 1882 la municipalidad deniega este pedido informando que no se le puede conceder más que 5 varas de fondo por ser lo que tenían las demás construcciones existentes en esa línea, mientras que de frente no existían obstáculos al respecto lo que nos da la pauta de que no eran demasiado numerosos los monumentos funerarios en el sector conocido como “casco histórico”, hoy, totalmente saturado. La operación finalmente se concretó por una suma de 250 pesos fuertes.

No obstante esto, Dolores, no estaba conforme con el lugar adquirido, lo que pone de manifiesto en una carta de fecha 20 de diciembre de 1883 a la Honorable Corporación Municipal de puño y letra  de la interesada aclarando sus deseos de permutar el terreno obtenido recientemente por otro “Más céntrico y notable”, justificando tal pedido “… por la estructura del monumento, por la calidad del material que va a emplearse, por las demás condiciones contenidas en el contrato celebrado  con el arquitecto, no es un error asegurar que no solo será de agradable aspecto, sino que puede el contribuir y contribuir a hermosear nuestro cementerio, llamando la atención de los que en adelante quieran visitarlo como a uno de los centros que se encuentran aglomeradas las más hermosas construcciones de una población…”

Ubicación del panteón en el cementerio de C. del Uruguay

Propone en cambio que el terreno elegido será el punto de encuentro de las calles que van de N. a S., y de O. a E., donde sería percibido desde los cuatro extremos de las mismas. En su evidente deseo de impresionar a las autoridades municipales para lograr su objetivo pone en su conocimiento que las columnas y planchas de mármol se habían encargado a Italia, “… y que por su clase será de lo mejor y más costoso que ha llegado al país… Aclarando que abonaría “alguna diferencia” si fuera necesario para concretar la permuta referida.

La respuesta de la Comisión de Obras Públicas con fecha 22 de diciembre de 1883 fue afirmativa, con la sola aclaración que la obra se iniciara a los 2/3 del común central del cementerio, debido a la existencia de otra sepultura particular en el punto señalado, de la que no hemos hallado dato alguno.

Hasta aquí seguimos el trabajo de D’angelo, el que, como dijimos no da indicios sobre quien fue el arquitecto o el constructor de dicho monumento. Pero se puede asegurar que si la cesión del terreno fue a fines de 1883, el proyecto debió materializarse durante 1884.

¿Quién diseño y construyó el panteón de Dolores Costa?

Panteón de Dolores Costa en el cementerio de C. del Uruguay

En el archivo del Palacio San José se encuentra una carta del 14 de diciembre de 1883 firmada por Belisario Massa y dirigida a José Ballestrini, en la cual expresa: “El portador de la presente Antonio Solari es mi socio en esta y es la persona que va a empezar los trabajos en el cementerio por cuenta de la Señora viuda de Urquiza con este motivo tendrá Ud. la bondad de entregarle las escrituras del terreno si las precisa  e indicarle donde debe dar cuentas para empezar estos trabajos”. Conociendo estas fechas, podemos saber que Dolores ya tenía el proyecto listo, aún antes de que le fuera autorizado el uso del terreno.

 Debemos suponer que fue Belisario Massa, constructor afincado en Buenos Aires, quien fue el autor del diseño y quién se encargó de construir la obra, ya sea directamente o por medio de Antonio Solari, como aparece en esta nota. Esta suposición se confirma cuando un poco más de un año después, en mayo de 1885, Massa acusa el recibo de un pedido de Dolores Costa, realizado por medio de su hija Dolores U. de Sáenz Valiente, para que venga al “cementerio del Uruguay” ya que “la Bóveda que le he construido en el cementerio del Uruguay se ha llovido copiosamente y que Ud. desea que vaya yo al Uruguay para arreglarla”. De esta manera queda en claro que Belisario B. Massa fue quién construyo la bóveda de Dolores Costa en el cementerio local.

Firma de Belisario B. Massa

No obstante esto, es claro que Dolores no estaba conforme con el trabajo de Massa, ya que casi simultáneamente le encarga a Natale Pelletti se encargue de los arreglos de la misma, de modo que no creemos que le haya respondido la carta que le enviara el 21 de mayo Belisario Massa.

En efecto, 9 días después de recibida la correspondencia de Massa, aparece en el Archivo del Palacio un recibo de Natale Pelletti fechada el 30 de mayo de 1885 en la cual acusa el recibo por parte de Dolores Costa de “100 pesos nacionales a cuenta del trabajo que estoy haciendo en la bóveda del cementerio de su propiedad”.

También existen dos asientos en el libro diario de Dolores Costa de fecha 23 y 27 de junio, donde se detallan los trabajos y materiales utilizados por el constructor Natale Pelletti “Por trabajos hechos en la bóveda del cementerio de su propiedad”, importando un total de 235,45 pesos pagados $ 100 el 23 de junio y el resto ($ 135,45) el 27 del mismo mes.

Estos trabajos incluyeron, entre otros ítems los siguientes: El haber sacado todo el cordón de piedra de la vereda. Haber hecho un cimiento todo en giro a los cuatro frentes de la bóveda y a las cuatro piletas de un ladrillo y medio de ancho por cuarenta y una vara y tres cuartas de largo lineal y dos varas de profundidad, por sacar la humedad de adentro (sótano) rellenado de un ladrillo y medio asentados en cal con buena mezcla, el cordón de la vereda de piedra y la canaleta de ladrillos asentados con mezcla y también todas las rajaduras de la vereda y del zócalo de la misma mezcla”.

Para esta obra que fue muy significativa se utilizaron once mil quinientos ladrillos, doce carradas de arena, 37 fanegas de cal, “cuatro changas del carrero del pueblo al cementerio” más personal, peones y oficial de obra por 21 y 29 días respectivamente.

Si bien, como hemos visto Pelletti no fue el constructor original, resulta muy llamativo que en tan solo un año la obra pueda sufrir tanto deterioro, lo que justificaría el “enojo” de Dolores con Massa.

Pelletti era un viejo conocido de la familia Urquiza, ya en 1879 se encuentra un recibo “Vale por doscientos pesos moneda boliviana que el encargado del escritorio de mi Sra. Hermana Dolores Costa de Urquiza pagará al maestro Natale Pelletti por el segundo plazo a cuenta de la obra según contrato fecha agosto 18 de 1879”, sin que se especifique a que obra se refiere, posiblemente la casa de la familia Costa en Gualeguaychú. Sea cual sea esta obra este documento nos muestra que ya existía una relación entre el constructor y la familia de Dolores Costa.

Firma de Natale Pelletti

Es de destacar que Natale Pelletti era una persona de suma confianza, primero de la familia y luego de Dolores costa como se verá más adelante.

Diez años después, el 2 de febrero de 1895, Pelletti eleva a Dolores Costa una propuesta para refaccionar el panteón, lo que demostraría los daños que había sufrido desde su construcción. El detalle de las obras a realizar son “Arriba del piso del sótano le hare tres pisos  de ladrillo alrededor enteramente le hare una pared de ladrillo bien trabada con la existente al alto de dos metros los ladrillos para hacer el dicho trabajo será de un ladrillo especial, hecho a propósito.

“La mezcla para hacer el piso abajo mencionado y para hacer la pared antes mencionada será (…) arena blanca del arroyo del molino, dos paladas de arena, una de cal y una de portland. Arriba del piso de ladrillo, le haré un piso de argamasa de tres centímetros de espesor bien fratachada.

“La mezcla para hacer el piso y para el revoque de la pared que hare de nuevo enteramente será en el modo siguiente arena blanca del arroyo del molino dos paladas de arena una palada de cemento y una de portland.

“Desaceré la vereda a los cuatro frentes del lado de afuera del panteón y las harte de piedra trabajada del país pasada dos veces por el gradino para que queden bien parejas. Todas las piedras que colocaré será de un pedazo del ancho de la vereda de un metro toda la piedra de las cuatro frentes tendrán cinco centímetros de entrada embutida en la pared existente. Todas las juntaduras de la colocación de la piedra será hecho con portland.

“El cuadrado de la vereda como es la forma de la planilla como es hecha la piedra de un solo pedazo del ancho como explica la propuesta y la juntadura de las dos piedras y la colocación de las dos grampas que quedarán como si fuese hecho el cuadrado de una sola piedra.

“A los cuatros frentes arrimado a la misma vereda haré y colocaré un cordón de igual piedra de la vereda de diez centímetros de ancho por treinta y cinco centímetros de entrada abajo del nivel de la vereda. Todo el trabajo mencionado lo haré para la cantidad de ochocientos pesos nacionales de curso legal”.

No obstante no ser el constructor de la bóveda, no podemos negar que fue éste quien prácticamente lo reconstruyo e hizo posible que hoy se encuentre todavía entre nosotros este monumento vivo de la obra y el carácter de Dolores Costa., que a diferencia del construido por el general Urquiza, se encuentra hoy todavía en pie para ser visto por quienes concurren al cementerio municipal de C. del Uruguay.

No hemos podido encontrar datos sobre la vida y la obra de Belisario B. Massa ni de su socio en Concepción del Uruguay, Salvador Solari, pero si del otro protagonista de este monumento, Natale Pelletti, en un próximo articulo contaremos detalles de su vida y su obra.  

 

Fuentes: “Los primeros 75 años de “la Benevolenza”, 1874-24 de mayo- 1949. Urquiza Almandoz, Oscar, “Historia de C. del Uruguay” Tomo 3. Miloslavich de Álvarez, “Los restos del general Urquiza, como fueron encontrados”, Peppino Barale, Ana y Domínguez Soler, Susana “Doña Dolores Costa y Brizuela, esposa y viuda del Gral. Justo Jose de Urquiza”, D’angelo, Celia (1994) “Doña Dolores Costa de Urquiza y la ciudad de los muertos”, Diario “La Calle”. Agradecimiento a la Mus. Daniela Molina y al personal del Archivo Histórico del palacio San José y a la Hemeroteca del museo “Casa de Delio Panizza”

 

 

 

Los cementerios del “Arroyo de la China”

Si contamos los enterratorios que tuvieron los habitantes de la zona, desde los primeros asentamientos, en torno a la capilla de Almirón, hasta los que se fueron generando después de la creación de la primera parroquia hasta los cementerios utilizados luego de la fundación de la villa, se pueden contabilizar cinco, como puede verse en el plano que se adjunta a  continuación.

Ubicación de los distintos cementerios.

 

Antes de la fundación

Primer  cementerio

En la época colonial, las agrupaciones de personas, que luego darán origen a muchas ciudades actuales en Entre Ríos, se iban consolidando en derredor a las pequeñas capillas que les daban sustento ante tanta adversidad. Algo similar ocurrió con la futura villa de Concepción del Uruguay.

La gran cantidad de pobladores que se había ido asentando en lo que se conocía como el Partido del Arroyo de la China, que abarcaba una gran extensión de territorio entre el río “Gualeguaychú” y el arroyo “El Palmar”, hizo nacer la necesidad de contar con un templo para satisfacer las necesidades espirituales de los habitantes de esta región, que hacia 1780 alcanzaba un total de 354 personas de ambos sexos, aunque estos datos solo hacían referencia a los “vecinos establecidos y con medios de vida independiente”, dejando fuera de este censo a peones, sirvientes, esclavos y naturales, por lo que la cantidad de habitantes podía llegar a duplicarse. Para nuestra zona, es decir los residentes entre el arroyo de “La China” y el “Vera” (Actual “Molino”) era un total de 41 familias y de 42 entre el Arroyo de “La China” y el “Tala”.

Ante esta situación, el vecino León Almirón realiza gestiones en Buenos Aires con el fin de conseguir autorización para instalar una capilla, la que le fue concedida por el Cabildo Eclesiástico en sede vacante, esto fue confirmado por el virrey Ceballos el 27 de mayo de 1778, designándose además a Fray Pedro de Goytía como primer teniente cura de la nueva capilla. La población de esta zona fue calculada por treinta familias establecidas y otras treinta naturales. Aunque hay dudas sobre su ubicación original, algunos historiadores la sitúan al sur del arroyo de la China, donde estaba ubicado el puerto de Echarrandieta, en la zona en la cual hoy se encuentra Santa Cándida.

De esta manera, y como los cementerios en esa época, se  generaban en tornos a los templos, ahí debió estar ubicado el primer cementerio establecido de la región. Para confirmar este hecho se menciona que cuando se hicieron trabajos de remodelación del palacio Santa Cándida, a principios del siglo pasado,  se encontraron en este lugar gran cantidad de féretros y cuerpos destruidos por el paso del tiempo (Gregori, 1982).

Segundo cementerio

Fray Sebastián Malvar y Pinto, es nombrado, en 1779, obispo de Buenos Aires, y, antes de asumir su función, decide recorrer una amplia zona de su diócesis, a los efectos de conocer de primera mano, las condiciones de vida y las necesidades de los vecinos de la zona. Con tal motivo, desde Montevideo, emprendió una larga gira por Misiones, Corrientes y Entre Ríos, este viaje fue como respuesta a las instrucciones recibidas por el Rey Carlos III con el fin de proteger el territorio de los enemigos portugueses.

Como consecuencia de las conclusiones a que arribó, dirigió un oficio al virrey Juan José de Vértiz y Salcedo, proponiendo la creación de varias parroquias, la propuesta fue aprobada por Vértiz el 3 de julio de 1780 erigiéndose de inmediato las correspondientes a Gualeguay, Arroyo de la China y Gualeguaychú. La primera misa de la flamante parroquia de la Inmaculada Concepción, tuvo lugar el 1 de noviembre de 1781, esta sí, ya ubicada en la zona del barrio La Concepción y colocada bajo el patronazgo de “San Sebastián”.

Es importante destacar que una vez fundada la villa, el traslado de los habitantes hacia los solares que se les habían asignado en la nueva urbanización no fue inmediata, de modo que la iglesia continuó funcionado en esa zona hasta años después de fundada la villa. Algunos historiadores consideran que recién hacia  1791 se produjo el traslado definitivo hasta el sitio actual, frente a la plaza Ramírez. La imagen que se veneraba en esta primitiva parroquia, se encuentra en la actualidad en la Basílica de la Inmaculada Concepción.

De manera que el segundo cementerio o enterratorio, como también se le llamaba, del poblado se ubicó en torno la nueva parroquia y funcionó desde 1780 hasta que, como se dijo, hacia 1791 tanto la parroquia como el campo santo se trasladaron a su nueva ubicación en el centro de la villa.

Tercer cementerio (primero de la villa)

Toda fundación española en la época de la colonización disponía del lugar para la Plaza Mayor y a su alrededor los edificios públicos más importantes: Autoridades Gubernamentales, Autoridades Policiales, Escuela e Iglesia y Campo Santo. Esto nos lleva a comprender que, al fundarse nuestra ciudad, Don Tomás de Rocamora, delimito los solares correspondientes.

Siendo entonces el emplazamiento del primer cementerio que contara nuestra ciudad, luego de su fundación el 25 de junio de 1783, en torno a la capilla de la ciudad, frente a la hoy plaza General Francisco Ramírez, aunque abarcaba también parte de la manzana dónde hoy está el Colegio del Uruguay.

Cuarto cementerio (segundo de la villa y ciudad)

La ciudad fue creciendo y para fines del siglo XVIII, aparecen algunos inconvenientes al mantener el cementerio en un lugar céntrico.

En el año 1805, en oportunidad de la segunda visita que realizara el Obispo Benito de Lué y Riera, y en base a una cédula eclesiástica que determinó que los cementerios se construyan, en adelante, en lugares apartados de la ciudad por razones de “salud pública y mayor decencia del templo”. Y con el fin de dar cumplimiento a esta orden el cementerio es trasladado y el sitio elegido fue donde funcionara años atrás la primitiva parroquia “por ser seco y ventilado el más proporcionado para este objetivo. Esta nueva necrópolis tenía una extensión de “cien varas de largo por setenta y cinco varas de ancho cerrado y cercado y puesta una cruz en el medio” (Nadal Sagastume, 1975). Ver plano que se adjunta, gentileza Omar Gallay).

Sobre la ubicación de este, al que se lo ubicaba en la manzana dónde hoy se levanta la capilla de “La Concepción” ha habido un error. El viejo cementerio estaba en la manzana rodeada por las calles Malvar y Pinto, Washington (Hoy Dra. Ratto), 21 de Noviembre y Rivadavia. “En esta manzana y no en la que se levanta la actual capilla, están enterrados los restos de  nuestros antepasados” (Troncoso Roselli, 1968).

En este sitio, desde el  9 de julio de 1941, fecha en que fue inaugurado, se encuentra “Monumento a los Fundadores de la Ciudad, ya que en ese terreno es donde descansan los primeros pobladores de la villa. El monumento fue obra del Ing. Carlos Diez Figueras y consiste en un artístico montículo de piedra del lugar en cuya cúspide se eleva la Cruz del Homenaje y esculpida en mármol tiene una estrofa evocadora del poeta Dr. Delio Panizza: “Junto a la Cruz, bajo este cielo abierto,/ Sus casas alzaron los conquistadores,/La soledad venciendo y el desierto./ Caminante: rogad por cada muerto,/Alma de los primeros moradores”.

Monumento a los primeros pobladores y placa que recuerda a María Delfina

Además, al pie del montículo, se encuentra una placa que recuerda que en este terreno se encuentran sepultados los restos de María Delfina, quien  falleció el 28 de junio de 1839.

Quinto cementerio (tercero de la villa y ciudad)

Hasta mediados del siglo XIX, este cementerio al sudoeste de la ciudad cumplió sus fines, pero las autoridades de entonces vieron la necesidad de elegir un nuevo solar. A tal fin se crea una comisión para control del nuevo cementerio, conformada por el Cura Interino Felipe Rocatagliata, el jefe político Fidel Sagastume, el Juez de Paz del departamento Wenceslao López, Pedro María Irigoyen y Nicolás Jorge. Esta comisión elije para la instalación del nuevo cementerio, un terreno al oeste de la ciudad, sobre una lomada, por ser alto y por entonces alejados de la ciudad.

Lorenza Mallea, en su libro “Las mallas del viaje” cuenta una vista del cementerio desde el centro de la ciudad (ambos sobre elevados) y un cañadón rodeado de árboles que era el arroyo de las Ánimas.

El nuevo cementerio se habilita el 26 de octubre de 1856 y el padrino del “Nuevo Campo Santo” fue el general Justo José de Urquiza, que fuera representado en ese acto por el general Manuel Urdinarrain y contó, además, con la presencia de los alumnos del Colegio organizados como “Batallón escolta de S.E.”. Muchos restos sepultados en el “cementerio viejo” fueron trasladados al nuevo, de manera que allí deben estar enterrados algunos de los fundadores de nuestra ciudad.

Al principio sus dimensiones eran mucho más reducidas que la actualidad. Su frente este llegaba a la línea donde hoy se encuentran las tumbas de Rosario Britos de Tejera, Waldino de Urquiza y de Cruz López sobre la avenida principal. El panteón de Mariano Calvento marcaba su límite sur, sus extremos norte lo indicaba el viejo cuerpo de nichos y el oeste la tumba del padre Pablo Lantelme (Capellán del Hospital de Caridad). Su frente era un tapial bajito, con una entrada en forma de arco obra del arquitecto Delaviane.

Plano del cementerio actual con la delimitación del primer enterratorio

Como puede verse en el plano que se incluye a continuación y que pertenece a un proyecto de desarrollo urbano para la capital de Entre Ríos existente en el palacio San José, posiblemente fechado entre 1857 y 1860 y adjudicado al agrimensor Picont, el cementerio abarcaba una superficie no mayor a una cuadra y en su frente tenía un espacio denominado “Plazoleta del cementerio” que serviría años después para su ampliación hacia en este.

Para esa época, los cementerios eran administrados por la iglesia católica, pero hacia 1860, las autoridades civiles empezaron a tomar mayor injerencia en el manejo de los cementerios. En ese sentido, el 23 de mayo de ese año el gobierno provincial dicto un decreto estableciendo que el cementerio de las Capital (C. del Uruguay quedaras a “cargo y bajo la vigilancia del Departamento de Policía” que se encargaría de recaudar los derechos de sepultura aunque, “sin perjuicio de los que correspondan al señor Cura Vicario de esta Parroquia”, aunque posteriormente se amplió esta reglamentación a todos los cementerio de Entre Ríos (Vásquez, Aníbal, 1950).

En febrero y marzo de 1863, y teniendo en cuenta que se generaban varios problemas ya que algunos religiosos se negaban a recibir a difuntos de otros credos, el gobierno provincial emitió una circular que decía que en los “cementerios públicos se haga una separación de terreno dónde pueda sepultarse a los individuos que muriesen profesando otras creencias que no fuera la católica” (Vásquez, Aníbal, 1950).

El 11 de abril de 1864, la legislatura sancionó una ley que establecía que mientras no  estén establecidas las municipalidad (creadas por la Constitución de 1860), “queda a cargo del P.E. la administración y gobierno de los cementerios de la provincia”. Esta situación se mantuvo hasta la entrada en vigencia de la Constitución de 1883, la que definía a las necrópolis como “servicio público” y entrego su gobierno a las Corporaciones Municipales.

Es de destacar que creada la municipalidad de Concepción del Uruguay, el 1 de enero de 1873, dos de las primeras Ordenanzas tuvo que ver con los cementerios.

Las dos primeras ordenanzas sancionadas por Municipio de Concepción del Uruguay se refieren al estado civil de los habitantes de la ciudad.

La primera de ellas consta de cuatro artículos que establecieron lo siguiente: “Art. 1°: Es obligación de todos los jefes de familia dar cuenta a la Municipalidad de los nacimientos, matrimonios y defunciones, ocurridos en el seno de la familia. Art. 2°: No podrá el cura párroco del Municipio celebrar ningún bautismo, matrimonio ni entierro, sin previo permiso escrito de la Municipalidad. Art. 3°: Se hará imprimir un número bastante de la presente ordenanza a fin de que llegue al conocimiento de todos los habitantes del Municipio. Art. 4°: Comuníquese a quienes corresponda”.

La segunda ordenanza, referida al mismo asunto, consta de un solo artículo en el que se dispuso: “Art. 1°: (…) 3°. Llevará un libro, el que contendrá las partidas de fallecidos, expresando el nombre, apellido, edad, nacionalidad de la persona muerta; si fuese o hubiese sido casado, el nombre y apellido del otro cónyuge”. Ambas ordenanzas llevan la firma del presidente Antonio López Piñón y de su secretario, Ricardo Torino.

Ampliaciones y reformas

Plazoleta del cementerio hacia 1970 (Foto: Mario Soria)

Ya en 1871, según consta en el informe elevado por el Jefe Político Avelino González, y a tan solo 15 años de su apertura el cementerio estaba muy deteriorado. “Las malas condiciones higiénicas en que se encontraba (…), motivo erogaciones que en él se hicieron, reconstruyendo parte de las paredes, limpieza de su interior, arreglo de la capilla…” (Gregori, 1982).

También menciona este informe que a los herederos de Waldino de Urquiza (asesinado en 1870), les fue comprado un panteón que contenía más de 60 féretros de víctimas del cólera que había afectado a la ciudad en 1868, que poseía un gran sótano que será en el futuro utilizado como osario común. “Este monumento tiene un cómodo sótano, el que una vez dispuesto interiormente (…) servirá de buen osario que hacía notablemente falta”.

Es decir que en el lugar donde hoy se encuentra el osario de los muertos por la fiebre amarilla de 1871, anteriormente estuvo el panteón de Waldino de Urquiza y que fue demolido para dar cabida a ese enterratorio común. Durante esta epidemia se tomaron medidas drásticas en la necrópolis, como por ejemplo quitar todas las puertas de panteones que eran de madera y tapiarlas con ladrillos hasta que pase esta crisis. Por esta razón de las bóvedas anteriores a esta epidemia solo se conservan las que tenían puertas-lápidas de mármol (Galarza, Teresa Urquiza) o hierro (Teófilo Urquiza, familia Mabragaña).

Así perduró el cementerio por catorce años más, hasta su primera ampliación en marzo es de 1884, siendo intendente Darío Del Castillo, en dicha ocasión el Consejo Municipal aprobó la compra para tal efecto, de un terreno contiguo propiedad de Agustín Artusi, que se anexó a las hectáreas ya existentes.  Este nuevo predio tenía una superficie de cincuenta y un mil ciento veinte varas cuadradas (doscientas cuarenta varas de este a oeste por doscientas trece de norte a sur (una vara mide 83,6 cm.) y limitaba al norte con terrenos despoblados, al sur con Justo Jurado, al este con el cementerio municipal y al oeste con los terrenos de la vieja tablada, de propiedad de Juan León Caminos (Salvarezza, Luis,  2006)

Es importante destacar que para esa época, la población del departamento era de aproximadamente 13.000 habitantes de los cuales cerca de  8.000 lo hacían en la ciudad que hacía un año había dejado de ser la capital de la provincia.

Son pocos ejemplos que aún se conservan de las construcciones de la primera época, entre ellos los de la familia Almada, Galarza, Calvento, Cruz López, Elliot Grieve, Teófilo de Urquiza, entre no muchos más. Otros como el de Rosario Britos de Tejera, Waldino de Urquiza y Calisto Arredondo, solo conservan sus lápidas colocadas en  bóvedas más recientes.

No obstante, muchos de ellos, y que existían aun hacia 1910, fueron desapareciendo. La Juventud del 13 de diciembre de 1910, transcribía algunas de las lápidas existentes en ese momento y que son algunas de las primitivas inhumaciones del cementerio municipal, y que hoy, salvo la tumba de Cruz López, no se pueden hallar. Algunas de ellas son:

“A la memoria póstuma de las respetables cenizas de D. Francisco Calventos y de Da. Rosa González fieles esposos y tiernos padres. Dedican este monumento de gratitud la sensibilidad de sus hijos. 22 de enero de 1831.

“Da. Tránsito Segovia de Larrechau, falleció el 1 de octubre de 1856 a los 87 años y más diez y seis días y fue sepultada en la parroquia de Concepción del Uruguay.

“Aquí reposan los restos de Da. Manuela Pila de Galarza, falleció el 18 de septiembre de 1856 a la edad de 111 años. A la memoria de tan buena esposa y mejor madre dedica este recuerdo su hijo, el Brigadier General Miguel Gerónimo Galarza.

“Aquí yacen los restos mortales de Juan Peralta, nació el 29 de diciembre de 1850 y falleció el 19 de septiembre de 1863 a la edad de 13 años y 8 meses. Sus padres D. Manuel Peralta y Da. Estefanía Balmaceda lloran su prematura muerte.

“Aquí yacen los restos de D. Juan Gregorio Barañao, nació en Curuzucuatiá el 9 de mayo de 1831 y murió en la Concepción del Uruguay el 22 de junio de 1864. Sus desconsolados padres le dedican este recuerdo.

“A la Sra. Da. Cruz López, murió el 25 de agosto de 1858.

Tumba monumento de Cruz López Jordán. Única que aún existe.

“Mercedes López, hija del General Ricardo López Jordán falleció de edad de 15 años, el 31 de octubre de 1871. Recuerdo de su padre.

“Aquí yacen los restos mortales de José Pintos, falleció el 14 de diciembre de 1870 a la edad de 46 años. Agustina Medina, su esposa”.

Lamentablemente, en los archivos del cementerio local no se conserva nada de los primeros tiempos del mismo, lo que podría haber proporcionado datos sobre los cambios que se iban produciendo en la necrópolis.

Con todo a fines del S. XIX, el estado del cementerio era ruinoso y la prensa se encargaba de  mostrar el estado de la  necrópolis en ese tiempo. En efecto, Gregori (1982) transcribe parte de un artículo aparecido en el periódico Fiat lux, en septiembre de 1888 expresa, “Las bóvedas sin techo, expuestas a la intemperie y convertidas en lagunas durante las últimas lluvias, los cajones colocados sin orden, algunos sin tapas, otros entreabiertos, en fin, en un estado lamentable”.

Unos años después, en abril de 1901, el periódico “La Juventud expresaba que éste estaba “…en ruinas, antihigiénico y desatendido hasta el extremo de hacer imposible el tránsito en el radio que ocupa sin pisar las tumbas o tropezar con las cruces”. En otro párrafo publicaba que “Las tumbas y las bóvedas laterales del norte, (…) en ruinoso estado desmoronándose día a día sus muros para dejar los restos humanos que albergaba a la intemperie, a la vista de todo” el que transite por allí.                            

Para 1904, el estado del cementerio era desolador, si nos dejamos guiar por las publicaciones de la época. En junio de ese año, La Juventud publicaba, bajo el título Las obras del Cementerio. “Nadie desconoce el estado de ruinas en que se encuentra y ha estado desde hace 4 o cinco años la Necrópolis del Uruguay. Recién la Municipalidad ha demostrado su interés por arrancar de la Ciudad aquel cúmulo de escombros  que hablan elocuentemente de todo el abandono e inercia de otras administraciones que nada hicieron por destruir esa vergüenza perenne”.

Meses después, en noviembre, y haciendo referencia a la poca concurrencia de deudos en el día de todos los muertos (2 de noviembre), el periódico hacía referencia a que en vista del deterioro de las tumbas y panteones, la municipalidad había tomado la medida de prohibir a los menores el ingreso al mismo y agregaba, bajo el título de “Ignominioso presente”:

“Las medidas adoptadas por la intendencia, limitando la entrada solo a personas mayores, por una parte, y el deseo, por otro lado, del público, anheloso de evitarse la presentación de aquel cuadro de ruinas, agravado cada día por la acción del tiempo que no ha dejado muro sin amenazar derrumbe, han contribuido mucho para evitar la concurrencia de deudos en el día dedicado a recuerdo de los muertos, sobre cuyas tumbas se tiende  una alfombra de verde gramilla. Y como bofetada en pleno rostro a la cultura, los nichos abiertos mostrando en pilas unos tras otros, los ataúdes deteriorados, destilando  materias, cuando no mostrando restos humanos en desorden! Y los nichos del Norte; los mismos del frente, resentidos en su base, como bamboleantes, abrumados por el peso de ciertos ataúdes, entre escombros de los techos que se desmoronan, presentan a los vivos el testimonio de la piedad humana, de la gratitud de los padres, de los hijos, etc., para aquel montón de carne por cuyas venas corrió su propia sangre!” Así se presentaba el cementerio municipal a principios del siglo XX

Si bien ya en 1899 la municipalidad empieza a interesarse en este problema, y con ese fin sanciona una Ordenanza de fecha 15/04/1899 mediante la cual se manda a demoler los nichos en ruinas del cementerio, al norte y al este, dando un plazo de 60 días para desocupación y reconocimiento de títulos, y meses después por medio de la Ordenanza del 27/07/1900 dispone reconstrucción del cementerio y se establece una Comisión Administrativa se ocupe del asunto por haber fondos Municipales y de colecta pública, en los hechos nada cambió.

Más de diez años habían pasado de estos primeros intentos y basados en los planteos que realizaba la prensa de ese momento, nada se había solucionado, hasta que el presidente municipal Juan M. Chiloteguy (Enero de 1910 a julio de 1912) sanciona, con fecha 27 de agosto de 1910 un decreto que en sus artículos principales dice lo siguiente:

“Art. 1º- Emplázase hasta el día 15 del próximo mes de octubre para que todos los propietarios o encargados de las bóvedas ubicadas en el costado Este del Cementerio procedan a retirar los restos que se encuentren  en ellas.

“Art. 2º-  Vencido el plazo que fija el artículo anterior, se procederá a la demolición de las mencionadas bóvedas, depositándose en el Osario los restos que no hayan sido retirados.

“Art. 3º- A los efectos del cumplimiento del presente Decreto esta Municipalidad otorgará en permuta, a cada uno de los que acredítenla propiedad de las bóvedas a que él se refiere, una  fosa en la sección respectiva o un lote de tierra equivalente a la misma área que la que ella ocupan, en el costado sud del ensanche del Cementerio”.  Este plazo  fue luego extendido hasta el 30 de noviembre de ese mismo año.

Como puede verse, la resolución abarcaba a todas las construcciones del lado este, sin limitaciones ni excepciones de ningún tipo.

Esta medida trajo, como era de suponer alguna resistencia y así lo hacía notar en un artículo del 22 de septiembre de ese año: “Algunos de los propietarios de nichos que dan frente al Este en el Cementerio se sienten disconformes con la permuta que les ofrece la municipalidad apreciando la tierra que deben desalojar en mucho más que lo que se les ofrece”.

 Las demoliciones se demoraron, tal es así que a casi un año, el  13 de junio de 1911, La Juventud volvía con el tema: “La transformación del cementerio. Las obras que se realizan en la Necrópolis están transformando por completo la mansión de los muertos. La serie de nichos, exponentes del abandono y olvido de los deudos ha desaparecido casi por completo para dejar lugar a los jardines proyectados como complemento del embellecimiento de la Necrópolis. Desaparecidos casi por completo, decimos, porque aún restan solo tres que sus dueños Roca, C. D. Urquiza y F.M. López, se resisten a la demolición y a  aceptar los terrenos que en cambio les ofrece la municipalidad”.

Estas obras estuvieron a cargo del arquitecto-constructor Santiago Giacomotti, adjudicadas mediante la Ord. Nº 252 del 25 de noviembre de 1910, e incluían la reconstrucción del cementerio y la construcción del portal de acceso, capilla y sala de autopsias, estableciéndose una comisión Administradora que se ocupará de administrar los fondos municipales y de colectas públicas. Para la realización de estos trabajos remodelación del lugar se debieron demoler nichos en ruinas del sector Norte y Este. Ese mismo año, se habilita una habitación existente en el lugar para oficiar de capilla.

Pórtico de entrada al cementerio municipal, obra del constructor Santiago Giacomotti en 1911

Como se ha visto muchos sepulcros importantes ya no están, el de la madre del general Galarza, el de la pequeña hija de López Jordán, el de Urdinarrain, el del padre Pablo Lantelme, entre tantos otros que sucumbieron al abandono o a la piqueta del progreso.

En la actualidad, y luego de las sucesivas ampliaciones, el cementerio, entre las cuales se pueden citar las siguientes: Ord. Nº 0419 del 08 de julio de 1918 Autorizando al D.E. para adquirir en compra un terreno de propiedad particular ubicado en el costado sud del Cementerio público y la Ord. Nº 0957 del 23 de septiembre de 1935, aprobando el contrato celebrado entre el Presidente del D.E. y el señor Andrés Bonelli por el que compra una fracción de terreno para su ampliación, tiene en la actualidad, una superficie aproximada, incluyendo el cementerio Israelita, es de 8,7 hectáreas. El sector de panteones abarca veintiocho (28) manzanas, subdividido en cuatrocientos dieciséis (416) lotes que contienen cuatrocientos doce (412) edificios funerarios (tumbas, panteones, nicheras y cenotafios), distribuidos de la siguiente manera: 307 panteones, 87 nicheras, 17 tumbas y un cenotafio (Souchetti, 2020).

Vista actual del cementerio municipal

Dentro del marco del Plan de Reordenamiento Urbano (PLANUR), el 22 de septiembre de 1986, se sanciona el Decreto Nº 9018, que toma como antecedentes a la Ord. Nº 2747/78 y al Decreto Nº 6996/81. El mismo en su Art. Nº 1 establece que es aprobado el Registro de Interés Histórico-Arquitectónico de la ciudad, los que son detallados en el Anexo Nº 1, en el mismo aparece mencionado el “Cementerio municipal”, aunque sin mayores detalles sobre que es lo que debería proteger.

En el 22 de marzo de 1993, el DEM promulga la Ordenanza 3647 que declara como “Construcción de interés Histórico-Arquitectónico”, a todo panteón cuya construcción sea anterior al año 1940.

En 2021, por medio de la Ordenanza 10.805, promulgada el 12 de mayo de ese año, fue declarado, junto con el Cementerio Israelita y el entorno de la Capilla La Concepción o Cementerio Viejo de la ciudad, como “Patrimonio Municipal” por su valor Histórico, Artístico, Simbólico y Natural.

El “Cristo Redentor”

Cristo Redentor, emplazado el 9 de abril de 1938. Foto: Mario Soria

Frente al portal de acceso al cementerio se encuentra un monumento dedicado al “Cristo Redentor”, con el correr de los años este sitio se ha convertido en un lugar al que diferentes instituciones y grupos, en fechas significativas, rinden homenaje a los asociados o miembros fallecidos, generalmente con palabras alusivas y colocando diferentes ofrendas florales

La Ordenanza Nº 0461 del 24 de octubre del año 1919, autoriza al Departamento Ejecutivo “…para gestionar la compra de tierra a ambos lados de la calle 9 de Julio frente al Cementerio para formar una plazoleta.” En esa plazoleta años después, el 9 de abril de 1938 es inaugurado el monumento al Cristo Redentor, éste fue donado por la  familia Mardon en homenaje a sus padres, Juan Mardon y Elena Carosini. En la placa de bronce ubicada sobre el pedestal, puede leerse: “A la municipalidad de Concepción del Uruguay,  en homenaje a la memoria de nuestros padres Juan G. Mardon 1842-1907 – Elena Carosini 1857-1895 – Hermanos-  Abril 9 de 1939”

 

 

Bibliografía: D’angelo, Celia  (1994), “Doña Dolores Costa de Urquiza y la ciudad de los muertos”, La Calle, 17 de enero de 1994. Domínguez Soler, Susana (1992), Urquiza. Ascendencia Vasca  y descendencia en el Río de la Plata”. Gregori, Miguel Ángel (1982), “Concepción del Uruguay en el Siglo XIX, Primeros Cementerios”, El Mirador N° 3 y 4. Macchi, Manuel (1969),  “Urquiza y el Catolicismo”. Macchi, Manuel (1992),  “Urquiza, última etapa”; Mallea, Lorenza y Coty Calivari (1982), “Las mallas del viaje”. Mercado Limones, Carlos (2021) “El cementerio como espacio cultural trascendente de las comunidades”. Municipalidad de C. del Uruguay (1901), “Digesto de Ordenanzas año 1901”. Nadal Sagastume, José A. (1975), “Nuestra Parroquia, apuntes para la historia”. Nadal Sagastume, José A. (1956) “El centenario del cementerio”, diario La Calle 30/09/1956, Ruiz Moreno, Isidoro (2017) “Vida de Urquiza”. Salvarezza, Luis (2006) “De cruces, alas y mármoles”. Souchetti, Roberto F. (2020) “Cementerio de Concepción del Uruguay. Estudio de patologías constructivas”; Troncoso Roselli, Gregorio (1968), Artículo diario “Provincia”; Urquiza Almandoz. Oscar (1983), “Historia de Concepción del Uruguay” Tomos 2 y 3;  Vásquez, Aníbal S. (1950) “Dos Siglos de vida entrerriana”. Agradecimiento a la Mus. Personal del Archivo Histórico del palacio San José. A Mirta Parejas, sección Digestos de la Municipalidad de C. del Uruguay y a la Mus. Analía Trípoli, Hemeroteca del museo “Casa de Delio Panizza”.

Los asesinatos de los hijos de Urquiza. Nº 3 José del Monte Carmelo de Urquiza y Costa

Hijos reconocidos por el general Urquiza y con Dolores Costa

De los veintitrés hijos que tuvo el general Urquiza, cuatro de ellos fueron  asesinados. Justo José había tenido 12 hijos con siete mujeres distintas ellas fueron Encarnación Díaz (1), Segunda Calvento (4), Cruz López Jordán (1), Juana Zambrana (2), Transito Mercado (2), Cándida Cardoso (1) y María Romero (1) y 11 con Dolores Costa.

Dos de ellos, Waldino, nacido el 30 de enero de 1827 y asesinado el 11 de abril de 1870 (hijo de Segunda Calvento) y Justo José del Carmen, nacido el 27 de febrero 1840 y muerto también el 11 de abril de 1870 (hijo de Juana Zambrana), fueron ultimados en Concordia por razones políticas en la revolución Jordanista que terminó también con la vida de su padre, hechos estos bastante conocidos.

Pero hubo otros dos hijos, y esto tal vez no sea tan conocido, Medarda, nacida el 8 de junio de 1847 y asesinada en su estancia de San Joaquín de Miraflores el 5 de abril de 1910  (hija de Cándida Cardoso)  y José del Monte Carmelo, nacido en septiembre de 1868 y que falleció víctima de dos disparos en Concepción del Uruguay el 5 de agosto de 1909 (hijo de Dolores Costa) que también perdieron la vida víctimas de sendos a asesinatos, en estos casos por causas que de ninguna manera estaban relacionadas con la vida política ni suyas ni de su padre.

En esta  serie de cuatro relatos contaremos las circunstancias y las causas de los asesinatos de todos ellos.

 

José del Monte Carmelo de Urquiza y Costa

Carmelo de Urquiza y Costa

Firmaba como Carmelo de Urquiza. Nació en el palacio San José y fue bautizado en el oratorio de la estancia el 21 de septiembre de 1868.

Carmelo estudió en Buenos Aires, donde residió hasta la mayoría de edad, a principios de los años 1900 se radicó en Concepción del Uruguay y se dedicó a administrar un importante campo heredado del general Urquiza, sobre el arroyo de “La China”, además otras tierras y bienes legados por su padre como por ejemplo, acciones del ferrocarril Central Entrerriano, parte de una casa frente a plaza Ramírez.

Los hechos

Edificio del Hotel Argentino, dónde funcionaba en 1909 el Club Social de C. del Uruguay

El periódico “la Juventud” informaba que el día 4 de agosto poco después de las 5 p.m. resonaron “hacia el este, en la calle San Martín” varios disparos de arma de fuego.

Al poco tiempo, se conoció entre los habitantes de esta pequeña ciudad, que, en los salones del Club Social, que funcionaba en ese entonces en el edificio de la calle Galarza, a media manzana, entre Supremo Entrerriano y Eva Perón (casona que aún se conserva, funcionando en ella en la actualidad el internado de niñas “Remedios Escalada de San Martín”), se había producido un altercado resultando, como consecuencia de este, herido de gravedad el Sr. Carmelo de Urquiza.

Este suceso tuvo como protagonistas a Lisandro Martínez y al propio Carmelo. Martínez hizo fuego dos veces contra Urquiza, una de ellas en el estómago, de suma gravedad ya que afectó a órganos muy importantes del cuerpo. El otro disparo fue en la tetilla derecha, interesado superficialmente también su brazo.

Urquiza fue trasladado de inmediato a su domicilio, dónde, al revestir su caso una gran gravedad ya que el proyectil podría haber dañado sus intestinos, a media noche los doctores que lo atendía tomaron la decisión de operarlo para ver si se podía salvar su vida.

Urquiza fue intervenido por el cirujano, Dr. Pascual Corbella y asistido por los doctores Gregorio Fraga y Benito C. Cook, quienes dieron por finalizada la operación cerca de las una y media de la madrugada. Pese a este esfuerzo, el estado del enfermo seguía siendo muy grave.

El día  de agosto, “La Juventud” informaba que al cierre de esa edición, a las once de la mañana el estado de Carmelo era “gravísimo”. “La ciencia declara desesperante su estado y el desenlace (es) inevitable”.

Carmelo de Urquiza fallecería horas después, en su residencia de calle Moreno, víctima de una de las heridas recibidas.

Placa de Carmelo de Urquiza en el panteón de su madre

Entre los homenajes que recibió, ya que era una persona muy considerada y de muy buen corazón, se destacó el del personal d la Administración de Aduana, Urquiza había sido el primer jefe de vista de esa repartición. Este reconocimiento consistió en la colocación de una placa que fue conducida por cuatro marineros, y contó con la presencia del Administrador de Aduanas, Sr. C. Paiz, el jefe de resguardo, Benjamín Puebla y el subprefecto Alejandro Cantini, además de parte del personal, familiares y amigos del extinto.

Un mes después, el 6 de septiembre de 1909, su esposa, sus hijas, sus hermanos y demás deudos invitaban al funeral que en descanso de su alma se iba a realizar  ese día a las nueve de la mañana en el templo de la Inmaculada Concepción.

Publicación en el periódico " La Juventud"
Invitación al funeral de Carmelo

“El duelo se despedirá por tarjeta” finalizaba la invitación publicada el 26 de agosto de 1909.

A pesar de que sus restos fueron originalmente depositados en el panteón de Dolores Costa en el cementerio local, en algún momento no determinado de la historia, estos fueron retirados por sus familiares y depositados en una estancia de sus descendientes en el partido de Escobar. Finalmente, por decisión de sus familiares, el 8 mayo de 2023 sus restos, junto al de su esposa fueron traídos nuevamente a Concepción del Uruguay y  depositados en el panteón de su madre en el cementerio municipal de la ciudad dónde viviera hasta su asesinato. 

Llegada de los restos de Carmelo y de su esposa al cementerio de C. del Uruguay

 

Texto: Virginia Civetta y Carlos Ratto. Fuentes: Periódico “La Juventud (Hemeroteca del museo Casa de Delio Panizza, Miloslavich de Álvarez M. del C, “Hace un largo fonos de años“ y Dominguez Soler, S. “ Urquiza, ascendencia vasca y descendencia en el Río de la Plata” 

 

Los asesinatos de los hijos de Urquiza. Nº 4 Medarda de Urquiza y Cardoso

 

Hijos reconocidos del general Urquiza y con Dolores Costa

De los veintitrés hijos que tuvo el general Urquiza, cuatro de ellos fueron  asesinados. Justo José había tenido 12 hijos con siete mujeres distintas ellas fueron Encarnación Díaz (1), Segunda Calvento (4), Cruz López Jordán (1), Juana Zambrana (2), Transito Mercado (2), Cándida Cardoso (1) y María Romero (1) y 11 con Dolores Costa.

Dos de ellos, Waldino, nacido el 30 de enero de 1827 y asesinado el 11 de abril de 1870 (hijo de Segunda Calvento) y Justo José del Carmen, nacido el 27 de febrero 1840 y muerto también el 11 de abril de 1870 (hijo de Juana Zambrana), fueron ultimados en Concordia por razones políticas en la revolución Jordanista que terminó también con la vida de su padre, hechos estos bastante conocidos.

Pero hubo otros dos hijos, y esto tal vez no sea tan conocido, Medarda, nacida el 8 de junio de 1847 y asesinada en su estancia de San Joaquín de Miraflores el 5 de abril de 1910  (hija de Cándida Cardoso)  y José del Monte Carmelo, nacido en septiembre de 1868 y que falleció víctima de dos disparos en Concepción del Uruguay el 5 de agosto de 1909 (hijo de Dolores Costa) que también perdieron la vida víctimas de sendos a asesinatos, en estos casos por causas que de ninguna manera estaban relacionadas con la vida política ni suyas ni de su padre.

En esta  serie de cuatro relatos contaremos las circunstancias y las causas de los asesinatos de todos ellos.

Medarda de Urquiza y Cardoso

Medarda vivió su infancia en la ciudad de Nogoyá junto a su madre. En su adolescencia se trasladó a vivir en la palacio San José, junto con su padre, dónde recibió una esmerada educación a través de profesores europeos.

En octubre de 1866 se casa con José Joaquín Sagastume Irigoyen, siendo padrinos de la boda Indalecia Sagastume (Madre de José J.) y Justo José de Urquiza. Del matrimonio nacieron seis hijos: Joaquina, María, Joaquín, Sara, Cándida y Esperanza. Su marido había nacido en 1837 y falleció el 5 de febrero de 1887.

Medarda fue una mujer de carácter fuerte y valiente. En una oportunidad, cuenta Domínguez Soler, había salido de paseo con sus hijos en un carruaje de la familia, que iba conducido por un cochero de confianza, cuando en un momento los caballos se desbocaron poniendo en peligro a la familia y el conductor no los podía controlar, Medarda  tomo el control de las riendas y dominó la situación poniendo fuera de peligro a sus hijos.

Precisamente este carácter, muy exigente con los suyos y con el personal, fue lo que le acarrearía su  triste final. En 1910, una mucama hizo entrar a la noche a la casa de la familia a su novio. Al enterarse de esta situación, Medarda reprendió severamente a la empleada azotándola con una fusta. Esta mucha resentida con la señora de la casa, luego, le ocasionaría la muerte.

Los hechos

Chalet de la estancia San Joaquín, dónde ocurrió el asesinato

El periódico “la Juventud” informaba el  día 6 de abril de 1910 que en la primeras horas de la madrugada, se había tenido conocimiento por medio de un chasqui proveniente de la estancia de “San Joaquín de Miraflores”, a la que se había trasladado recientemente, que había sido asesinada la señor Medarda Urquiza de Sagastume.

De inmediato, una comitiva se trasladó hacia el lugar del crimen. Esta era encabezada por el juez del Crimen, Dr. Romualdo Baltoré, la policía que tenía al frente al secretario Prado, al doctor Pascual Corbella, a si hija, Sara Sagastume de Chiloteguy y al Sr. Eduardo Oliver.

Al llegar, pudieron constatar que la señora de Sagastume tenía una herida de bala que había penetrado detrás de la oreja y tenía su punto de salida en la frente de la occisa. Analizando la escena pudo determinarse que Medarda había sido ultimada poco después de la media noche.

La cama de la víctima, manchada con su sangre

El autor del asesinato  había utilizado una pistola, que, pese a la requisa realizada, no pudo hallarse en ese momento. Se supuso que el arma había sido arrojada a algún pozo de agua o al w.c. de la casa, por lo que se había ordenado el desagote del mismo.

El juez, luego tomar declaración en el lugar a los empleados de la estancia, procedió a la detención e incomunicación de ocho personas, en la suposición de que entre ellos estaba el autor del homicidio. Estos fueron Rosario Almada, Luis Benítez, Juan Balbi, Máximo Segovia, Juan Pereyra, Valentina Fernández, Antonia Muñiz y Ana López.

El cuerpo de Medarda fue trasladado a Concepción del Uruguay a las 8,30 p.m. y fue depositado a las 9 p.m. en la capilla ardiente montada en la casa de su hija Sara Sagastume de Chiloteguy, hasta las 4 p.m. del día siguiente en que se procedió a su inhumación en el panteón familiar del Cementerio Municipal. Esta capilla ardiente, según narra “La Juventud” “es de estilo severo, con flores naturales que rodean el ataúd de madera tallada.  

El féretro es sacado de la casa de su hija Sara con rumbo al cementerio municipal

El entierro se realizó como estaba previsto, el cuerpo fue llevado en una carroza por las calles Madrid y 9 de julio, siendo acompañada a pie por una compacta concurrencia que era encabezada por  el Dr. Tiburcio Torres, y los Sres. Eduardo Oliver y Diego Herrera. Detrás cerraba el cortejo una caravana de más de setenta vehículos.

Mientras tanto, la investigación por dilucidar este alevoso crimen continuaba, encontrándose, como consecuencia de las declaraciones vertidas por los detenidos algunas contradicciones y sospechas sobre la actuación de alguno de ellos. Por estas se conoce que una niña, de ocho años, criada por la víctima, que dormía en las cercanías de su lecho, se despertó al escuchar un disparo y, entre la confusión propia de su brusco despertar y entre el humo de la pólvora, pudo observar la figura de una empelada y de un hombre.

Esto era algo que los investigadores sospechaban, ya que la habitación de la difunta, apenas estaba iluminado por la tenue luz de una pieza contigua y el asesino se manejó con total conocimiento del lugar, ya que a pesar de la penumbra se dirigió sin tropiezo alguno hasta la cabecera de la cama de la víctima, donde le descerrajo un certero disparo a no más de cincuenta centímetros de donde ingreso la bala.

Días después, todo seguía igual y la prensa ya empezaba a dudar de la eficacia de la justicia. ¿Se sigue alguna pista? ¿No se estará perdiendo tiempo alrededor de las sospechas sobre la servidumbre? ¿No podría haber arrojado alguna luz si se hubiera hecho la autopsia del cadáver?

No obstante estas dudas de la prensa, al final la investigación dio sus frutos el finalmente la menor Antonia Muñiz confesó ser la autora del crimen. Dijo que ese día (el 5 de abril) se decidió a llevar adelante el asesinato que tenía pensado desde hacía algún tiempo y que nadie del resto de los empleados estaba al tanto de ello.

Antonia Muñiz, la autora del hecho

Esa noche, tomó un revolver que la señora guardaba en un cajón del dormitorio y espero escondida en la pieza contigua a que Medarda se durmiera, como era su costumbre. En ese momento se acercó y le descerrajó un certero disparo que terminó en el momento con la vida de la víctima.

Contó luego Antonia, que consumado el crimen escondió el revolver en una cajón de una pequeña mesa que estaba cerca del lecho de muerte, esta mesa al momento de la primeras diligencias fue dada vuelta por lo que el cajón quedo contra la pared y no fue visto. Comisionado para  buscar el arma y munido de la pertinente orden, el comisario se dirigió a la estancia y halló el revolver dónde la asesina confesa lo había indicado. Esta pistola bull-doc (SIC) de 16 mm niquelado era un recuerdo muy preciado por la víctima ya que era un regalo que el Dr. Álvarez Prado le había hecho a su hijo José, ya fallecido.

Antonia Muñiz tenía 15 años al momento en que cometió el asesinato, “no era mal parecida” y se encontraba al servicio  de la señora Sagastume desde muy joven.  Era de Tala y en la cárcel de la localidad tenía a una hermana presa por infanticidio.

Un hecho anecdótico sucedió en ese momento, pese al drama reinante; el jefe de la policía, Sr. Irazusta, que fue quién interrogó a Antonia y logró la confesión de la asesina, que, además indicó el sitio dónde había escondido el arma. Como se contó más arriba, luego de que el comisario lo anoticiara al juez a cargo, partió en comisión a buscar el revólver. Hasta ahí lo normal.

Pero Irazusta remitió al juzgado el arma secuestrada con una nota que indicaba que había sido el quien la encontrara. El juez planteó que se suprima este párrafo del expediente y se le devuelva la nota al comisario.

Texto: Virginia Civetta y Carlos Ratto. Fuentes: Periódico “La Juventud (Hemeroteca del museo Casa de Delio Panizza), Miloslavich de Álvarez M. del C, “Hace un largo fonos de años“ y Dominguez Soler, S. “Urquiza, ascendencia vasca y descendencia en el Río de la Plata”. Fotos: Propias y de “Caras y Caretas” recuperadas por Omar Gallay 

 

 

Los asesinatos de los hijos de Urquiza. Nº 2 Waldino de Urquiza y Calvento

Hijos reconocidos del general Urquiza

 

De los veintitrés hijos que tuvo el general Urquiza, cuatro de ellos fueron  asesinados. Justo José había tenido 12 hijos con siete mujeres distintas ellas fueron Encarnación Díaz (1), Segunda Calvento (4), Cruz López Jordán (1), Juana Zambrana (2), Transito Mercado (2), Cándida Cardoso (1) y María Romero (1) y 11 con Dolores Costa.

Dos de ellos, Waldino, nacido el 30 de enero de 1827 y asesinado el 11 de abril de 1870 (hijo de Segunda Calvento) y Justo José del Carmen, nacido el 27 de febrero 1840 y muerto también el 11 de abril de 1870 (hijo de Juana Zambrana), fueron ultimados en Concordia por razones políticas en la revolución Jordanista que terminó también con la vida de su padre, hechos estos bastante conocidos.

Pero hubo otros dos hijos, y esto tal vez no sea tan conocido, Medarda, nacida el 8 de junio de 1847 y asesinada en su estancia de San Joaquín de Miraflores el 5 de abril de 1910  (hija de Cándida Cardoso)  y José del Monte Carmelo, nacido en septiembre de 1868 y que falleció víctima de dos disparos en Concepción del Uruguay el 5 de agosto de 1909 (hijo de Dolores Costa) que también perdieron la vida víctimas de sendos a asesinatos, en estos casos por causas que de ninguna manera estaban relacionadas con la vida política ni suyas ni de su padre.

En esta  serie de cuatro relatos contaremos las circunstancias y las causas de los asesinatos de todos ellos.

Waldino de Urquiza y Calvento

Coronel Waldino de Urquiza y Calvento

Waldino, había nacido el 30 de enero de 1827, en Concepción del Uruguay. Su madre Segunda Calvento y González. Estudio como sus hermanos en Buenos Aires. En 1843, regresa a Concepción, incorporándose al ejército de reserva en calidad de distinguido. Por su valiente desempeño en la defensa a la ciudad, ante la invasión de Madariaga, el 21 de noviembre de 1852, fue designado con el grado  coronel, en diciembre de 1861.

Ese mismo año se afinca en la ciudad de Concordia como jefe Militar. Waldino era carácter duro y autoritario, hacia respetar en todo momento el poder de su padre, que era continuamente amenazado por sus enemigos.

En 1863, en concordia, recibe y ayuda al general Mitre en la organización del Ejercito de la Triple Alianza, en la guerra al Paraguay.

Era casado en primeras nupcias con Isidra Bazán, con quien tiene dos hijos, Manuel y Diógenes y en segundas nupcias con Ciriaca Britos, que le da ocho hijos: Juana, Emiliano, Elvira, Waldino, Teresa, Dolores, Silvia y Teófilo.

Los hechos

El de abril de 1870, ya en horas de la tarde-noche, estando en su hogar, recibe la visita de varios hombres de los que solo a uno conocía, quienes le informan de la mala noticia de que su padre había sido asesinado en San José y que debía acompañarlos hasta la comisaría para  “saber lo que pasa”.

En minutos se encontró en la comisaria de la ciudad, lugar donde permanece unas horas, no se sabe bien  si en carácter de detenido o por alguna razón engañosa.

Al pasar las horas y no regresar a su casa, se hacen presentes en la comisaria su esposa y su hija, quienes son impedidas de tomar contacto con él. Una de sus hijas, increpo fuertemente a un grupo de individuos que persistían en negar la presencia de Waldino en ese lugar. Muchos de ellos eran amigos o compañeros del coronel y les dijo “Uds. Los amigos de mi padre resultan sus peores enemigos”. Ante el cariz dramático que tomaban los hechos, el  comisario les pidió que se retiren ante el riesgo cierto de que se les pudiera hacer algún daño.

Seguidamente, Waldino, es informado que viajarían a San José, donde se encontrarían con su otro hermano, Justo José. Seguramente, sospecho su final, al ver que es rodeado por varios hombres a caballo y al ver que le negaron la posibilidad de pasar por su residencia a buscar sus armas y equipo de combate.

La improvisada comitiva tomó el camino al cementerio viejo, y es ahí donde lo apuñalan y lo tiran dentro del Campo Santo. En el mismo momento, en otro espacio cercano a donde ocurrían estos hechos, era asesinado otro hijo del general, del cual hemos hablado en el artículo anterior.

Lápida de mármol de Waldino de Urquiza en el cementerio local

Al otro día fue encontrado su cuerpo, el que fue sepultado sin ceremonia alguna. Algunos autores afirman que un año después fue traído al cementerio local, nosotros creemos que no debido a la situación política que imperaba en esos momentos.

Waldino tenía un panteón, con un amplio sótano, en el cementerio local, el que fue vendido en 1871 por su familia a la Jefatura Política de la ciudad para que, una vez demolido, fuera utilizado como fosa común para los muertos  en la epidemia de fiebre amarilla que asoló a Concepción del Uruguay en ese año

En el cementerio Municipal, en la avenida principal, junto al monumento que recuerda a su madrina, Cruz López (fallecida en 1858), se encuentra una placa de mármol que lo recuerda.

 

Texto: Virginia Civetta y Carlos Ratto. Fuentes: Miloslavich de Álvarez M. del C (1988), “Hace un largo fonos de años“, Dominguez Soler (1992), S. “Urquiza, ascendencia vasca y descendencia en el Río de la Plata”, Salduna, Bernardo (  ) La rebelión de López Jordán, Gadea, Wenceslao (1943) “Don Justo. La tragedia de Entre Ríos de 1870 y Gregori, Miguel Ángel (1982), “Concepción del Uruguay en el Siglo XIX, Primeros Cementerios”, El Mirador N° 3 y 4.

 

 

Los asesinatos de los hijos de Urquiza. Nº 1: Justo José del Carmen de Urquiza y Zambrana

 

Hijos reconocidos y de Dolores Costa

 

De los veintitrés hijos que tuvo el general Urquiza, cuatro de ellos fueron  asesinados. Justo José había tenido 12 hijos con siete mujeres distintas ellas fueron Encarnación Díaz (1), Segunda Calvento (4), Cruz López Jordán (1), Juana Zambrana (2), Transito Mercado (2), Cándida Cardoso (1) y María Romero (1) y 11 con Dolores Costa.

Dos de ellos, Waldino, nacido el 30 de enero de 1827 y asesinado el 11 de abril de 1870 (hijo de Segunda Calvento) y Justo José del Carmen, nacido el 27 de febrero 1840 y muerto también el 11 de abril de 1870 (hijo de Juana Zambrana), fueron ultimados en Concordia por razones políticas en la revolución Jordanista que terminó también con la vida de su padre, hechos estos bastante conocidos, aunque no en detalle.

Pero hubo otros dos hijos, y esto tal vez no sea tan conocido, Medarda, nacida el 8 de junio de 1847 y asesinada en su estancia de San Joaquín de Miraflores el 5 de abril de 1910  (hija de Cándida Cardoso)  y José del Monte Carmelo, nacido en septiembre de 1868 y que falleció víctima de dos disparos en Concepción del Uruguay el 5 de agosto de 1909 (hijo de Dolores Costa) que también perdieron la vida víctimas de sendos a asesinatos, en estos casos por causas que de ninguna manera estaban relacionadas con la vida política ni suyas ni de su padre.

En esta  serie de cuatro relatos contaremos las circunstancias y las causas de los asesinatos de todos ellos.

Justo José del Carmen de Urquiza y Zambrana

Justo José del Carmen de Urquiza

 

Justo José del Carmen, nació en Concepción del Uruguay, el 27 de febrero de 1840. Su madre fue Juana Sambrano y Ferreira, hija de una distinguida familia uruguaya, radicada en nuestra ciudad ante la inestabilidad política que existía en esos momentos en la República del Uruguay.

Desde muy joven abrazó la carrera militar, siendo nombrado por su padre en 1870, jefe Político de la ciudad de Concordia.

De buen carácter, simpático, y servicial, era muy querido en la población. Al igual que su hermano trabajó en la formación del ejercito de la Triple Alianza y fue muy amigo de López Jordán.

Justo era casado con Juana Campodónico y tuvo dos hijas, Carmen y Juana. Luego del asesinato de su padre las niñas estuvieron bajo la tutela de Dolores Costa y de su tía Juanita de Urquiza de Santa Cruz.

Los hechos

Ya en 1868, habían recibido, los hombres de la familia Urquiza, advertencias de una revolución, en la que pretendían asesinarlos y que sería encabezada por López Jordán y, a pesar que el general Urquiza la desestimaba, sus hijos estaban atentos a los acontecimientos. Nunca han de haber imaginado que el final estaba tan cerca y quienes lo cometerían.

Justo Carmelo, al final de la jornada, le gustaba reunirse con un grupo de amigos en el hotel, bar-café “La Provincia”, ubicado en el centro de Concordia, donde años después funcionara el diario “El Litoral”.

Ese 11 de abril, llega cansado y preocupado, había recibido una nota donde le advertían que iban a asesinarlo, y contaba con la lista de quienes llevarían a cabo el hecho. Eso era lo que más le debe haber inquietado, la lista nombraba a sus amigos, ahí reunidos con él. Se dice que les lee la nota, donde figuraban, los hermanos Querencio, Andrés Herrera, José M. Geneiro, José Toledo y Juan Ventura.

Este día no se jugaría a las cartas, ni se compartiría un trago, ni el mate amargo a que era tan afecto el hijo del general Urquiza, el destino disponía de otra cosa. Justo Carmelo, de su estado de preocupación pasó al de asombro y contrariedad, al ver que uno de sus amigos lo sujeta por sus brazos y Herrera, a quien le había tocado en suerte ser el asesino, le hunde un puñal en el pecho lo que le ocasiona la muerte inmediatamente. Perplejo, solo atina a decir “Mis amigos..!” antes de caer exánime.

El puñal que le clava su amigo certeramente en el corazón, atraviesa, paradójicamente, el listado de los traidores que Justo guardaba en el bolsillo de su saco. De inmediato, los complotados suben su cadáver a un carro de los que se usaban en ese tiempo para repartir forraje y lo tana con pasto. El cuerpo es llevado hasta el arroyo Yuquerí, y lo arrojan en un lugar llamado “Paso Grande” (puente Alvear).

Un año después un niño de las inmediaciones encontró los restos de un cadáver que fue identificado como el de Justo José. El cuerpo es rescatado y trasladado a la basílica de la Inmaculada Concepción, donde descansan, desde 1872, junto a su madre Juana Sambrano y una urna vacía que estaba destinada a su abuela materna, Pascuala Ferreira de Sambrano. En el acta de inhumación se hace referencia a que esta última está vacía, ya que el cuerpo de Pascuala no pudo ser hallado en el cementerio municipal debido a las reformas que se hicieron durante la epidemia de del año 1871.

Basílica de la Inmaculada Concepción antes de las reformas del siglo pasado

 

Su tumba estuvo en un altar de líneas góticas presidido por una imagen que originalmente fue atribuida a Santa Rita de Casia, pero que luego se estableció que en realidad pertenecía a la Virgen del Carmen, una talla italiana de ébano. Delante del altar había una lápida de mármol que decía: “Justo Carmelo, asesinado en Concordia, la noche trágica de San José, a los treinta años”. Al realizarse reformas en el templo, el altar fue trasladado a la iglesia de Colonia Elía. Actualmente los restos de Justo del Carmen y de su madre descansan en una cripta cerrada ubicada detrás del órgano de la basílica.

 

 

Texto: Virginia Civetta y Carlos Ratto. Fuentes: Miloslavich de Álvarez M. del C (1988), “Hace un largo fonos de años“, Dominguez Soler (1992), S. “Urquiza, ascendencia vasca y descendencia en el Río de la Plata”, Salduna, Bernardo (2018) La rebelión de López Jordán, Gadea, Wenceslao (1943) “Don Justo. La tragedia de Entre Ríos de 1870, Nadal Sagastume, José A. (1975), “Nuestra Parroquia, apuntes para la historia”.  y Gregori, Miguel Ángel (1982), “Concepción del Uruguay en el Siglo XIX, Primeros Cementerios”, El Mirador N° 3 y 4.