Historias y leyendas de C. del Uruguay: La invasión de Madariaga y la “niña” de blanco

Imagen de plaza Constitución (plaza de la Columna)

Esta historia, más allá de su misterio, muestra un poco el drama de la Invasión de Madariaga en sitios aún reconocibles de la ciudad, dónde hubo muerte y crueldad, que cuando se cuenta este hacho no se lo menciona, es más se lo cuenta como una película dónde solo hay héroes y no los dramas lamentables de las guerras que debe haber entristecido mucho a nuestra ciudad.

La historia

En la heroica defensa del Uruguay invadida sorpresivamente por fuerzas del general Madariaga, a las órdenes del centralismo porteño, varios jóvenes perdieron la vida en la encarnizada lucha. Uno de ellos, acantonado en la esquina noreste de la hoy plaza de la Constitución (de la columna, como le llaman), haciendo cruz con el asilo, recibió un balazo en el pecho, no obstante, descendió de la azota con la mano puesta sobre la herida. Ya en la calle, descargó su fusil sobre el invasor y luego, en un esfuerzo sobre humano, asestó con la culata del mismo, un golpe mortal sobre la cabeza del primer enemigo que oso atacarlo Luego cayó moribundo. Fue recogido y a poco expiro como un valiente. No recuerdo que hubiese mencionado el nombre  este valiente. De todos modos, es un héroe, como tantos, en el anonimato.

Aquella enconada resistencia puso a nuestra ciudad a la par de la de Buenos Aires, por su heroísmo, para desalojar al invasor. Nadie daba tregua al enemigo. Cada casa era un centro de hostilidad; cada habitante, un héroe, cada mujer, un acicate; cada niño, un pequeño miliciano. Si se acababan las balas, se cargaba a la bayoneta, con lanzas improvisadas o bien con palos o cañas a los que se aseguraba un cuchillo en la punta. Las mujeres, del Puerto Viejo se llegaban al lugar de la lucha para alcanzar armas a sus maridos o a sus hijos y recoger, solícitamente a los heridos.

El ataque fue detenido a precio de coraje. Madariaga comprendió que Uruguay no era ciudad de tornar sin arriesgarse por entero y después de cuatro horas de lucha ordenó la retirada, que fue un desbande general, con episodios angustiosos. Para alcanzar las naves fondeadas frente a Santa Cándida, muchos soldados perecieron ahogados o fueron masacrados por las ruedas del buque “Mercedes” que había puesto en marcha sus motores.

Aquel joven  muerto en la gloriosa jornada de 21 de noviembre tenía novia y estaba próximo a casarse. Su madre encontró consuelo. Su hijo había dado su vida defendiendo el terruño, pero su novia no encontró consuelo. Todos los días iba al cementerio, a la tumba del finado para llevarle flores y se pasaba horas enteras hablando sola como una privada de juicio. Una tarde, como de costumbre, salió con las flores para su muerto y ya de noche seguramente, en vez de volver a su casa; salió por la puerta del fondo del camposanto y enderezó para el río. Esquivando matas de paja y de talitas, llego hasta la costa y se arrojó al río. La pobre murió ahogada. A la mañana siguiente uno vecino la vio flotando sobre las aguas como una flor de camalote, pobrecita. Hubo mucha gente en el entierro y recuerdo que tenía una parva de flores en la sepultura.

Evidentemente, nosotros no podíamos disimular la congoja. Yo imaginaba el cuadro macabro. Al poco tiempo muchos vecinos que volvían del centro, hacia el puerto (viejo), ya avanzada la noche, empezaron a observar un hecho extraño. Una joven vestida de blanco atravesaba a paso lento, la manzana de la plaza de la Columna y se dirigía al cementerio. Algunos mozos que la habían visto de cerca, aseguraban que tenía la cara cubierta por un velo y llevaba un ramito de flores entre sus manos. La gente decía que era el espectro de la infeliz novia que se dirigía hacia el cementerio con las flores como lo hacía en vida. Más de un joven corajudo la había seguido hasta cerquita del camposanto. La “visión” entraba allí y desaparecía entre las sepulturas. Pero, en claro nadie, ni aun acompañados, había osado entrar tras ella para saber quien era o ver si era  de este o del otro mundo.

Una noche tres mozos decidieron develar el misterio. Cuando la joven cruzó el baldío, ia siguieron a cierta distancia. Ella continuaba la marcha, impasible, a paso lento como si nada le importara de sus perseguidores.

Cuando llegaron a la última esquina alumbrada con farol de kerosene, la joven se paro debajo del círculo de sombra que aquel marcaba sobre la calle. Los mozos pasaron, para verla de cerca, sin dirigirle una palabra. La muchacha permanecía inmóvil, con el velo sobre la cara y las flores apretadas contra el pecho. El susto fue grande; sin embargo, se detuvieron en la esquina siguiente, debajo de un corpulento tala. Resolvieron seguirle hasta donde fuera y entrar tras ella en el cementerio. Al rato el espectro retomó su camino habitual y se dirigió resueltamente, seguida de los mozos a distancia prudencial. A poco de andar entre las sepulturas y siempre seguida por los tres muchachos, desapareció de pronto, misteriosamente.

Mucha gente vio aquel espectro y yo mismo lo vi una noche; eso sí, a distancia con tres mozos amigos que ya son finados. Sus ropas blancas resplandecían como la luz de las luciérnagas.

Relato extraído de: Troncoso Roselli, Gregorio, “Evocaciones a la distancia (recuerdos de Concepción del Uruguay)”, 1957

 

 

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