La Sociedad Francesa de Socorros Mutuos de Concepción del Uruguay

La familia Maury hacia 1879

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, comenzaron a radicarse en Concepción Uruguay y en la Colonia San José, una considerable cantidad de inmigrantes de origen francés, la que se incrementa a partir de 1874 al crear la viuda del General Urquiza Doña Dolores Costa de Urquiza la Colonia “San Justo” en terrenos aledaños al Palacio “San José”.

La gran mayoría de ellos, se dedicaron a la agricultura, al comercio en diversos ramos como también los hubo profesionales como Alejo Peyret y el Dr. Martín Francisco Reibel.

Alejo Peyret, primer presidente de la Sociedad Francesa de C. del Uruguay

La colectividad francesa, recordando su terruño, tenía por costumbre reunirse los 14 de Julio de cada año a celebrar la Fiesta Nacional de Francia (La Toma de la Bastilla) realizando actos recordatorios que por lo general terminaban en una comida de camaradería, utilizando en algunas ocasiones las instalaciones de la chacra, cercana a la ciudad “El Refugio” propiedad del connacional Pedro Suilar.

Para el año 1880, la colonia francesa se había incrementado notablemente en la ciudad y el departamento. Es en ése año, que al celebrarse el “14 de Julio”, al término del banquete realizado, el Sr. Próspero Maury, propuso la creación de una “Sociedad de Socorros Mutuos” con el propósito de ayudarse mutuamente los franceses, sus familias y descendientes en el futuro.

La idea inmediatamente tomó cuerpo, y el 23 del mismo mes y año alrededor de cuarenta franceses se reunieron y discutieron los estatutos presentados por el Sr Alejo Peyret, a quién se le había encomendado su redacción y había sido designado presidente “ad-hoc”.

Para el 28 de agosto de 1880, se habían inscriptos veintitrés socios quienes  nombraron presidente a Alejo Peyret, vice-presidente A. Hiriart, tesorero a Próspero Maury y secretario a P Leduc, comisión que tenía por finalidad “organizar definitivamente la sociedad de socorros mutuos”.

El 17 de diciembre de 1882, se procede a nombrar la “Comisión Directiva Oficial y definitiva”: presidida por  Próspero Maury, vice-presidente A Hiriart, secretario P. Leduc, pro-secretario J. B. Etcheverry y tesorero L. Maury. Por unanimidad de votos es elegido “presidente honorario” Alejo Peyret.

La sociedad continúo creciendo hasta el año 1910, que llegara a tener alrededor de sesenta socios, comenzando a partir de ése año una franca declinación que la llevó prácticamente a su extinción para el año 1920, existiendo “solamente de nombre”.

Es justamente en el mes de agosto de 1920,  que un entusiasta grupo de franceses de la “vieja guardia” y sus descendientes, encabezados por Juan Leo y Pedro Suilar, inician una conscripción de nuevos socios y “reagrupar” a los que con anterioridad había estado ligado a la sociedad de una u otra forma.

Dr. Martin Reibel

El 15 de agosto de 1920, bajo la presidencia provisoria de Juan Leo (agente consultar de Francia) se procedió a reorganizar la sociedad.

En la asamblea realizada el 31 de octubre del mismo año, es nombrado “presidente honorario” a Juan Leo y presidente titular al ingeniero  Roberto Dubouq que trabajaba en el “Ministerio” (MOP).

Por gestiones de la comisión de la sociedad, ante la municipalidad local se obtiene la sanción de la Ordenanza Nº 595/1924 por la cual se cambia el nombre de la calle “América” desde 9 de Julio al norte, por el de “14 de Julio” en homenaje a la “Fiestas Nacional de Francia” lo que se concreta en una ceremonia realizada ése año.

A partir de allí la “Sociedad Francesa de Socorros Mutuos Del Uruguay” (por concepción del) a través de los años, hasta nuestros días se ha mantenido prestando importante ayuda social a sus socios para asistencia médica, farmacia y a partir del año 1934 la disponibilidad para sus socios, del hermoso “Panteón de la Sociedad Francesa” en el cementerio local.

Complementando la obra de la sociedad y por gestiones que hiciera el presidente de ésa circunstancias y agente consular de Francia desde el año 1938 en nuestra Ciudad,  Samuel Hassam, el 7 de abril de 1947 se inaugura la “Alianza Francesa filial Concepción Del Uruguay” con el fin de la difusión de la cultura francesa en todos sus aspectos y la enseñanza del idioma francés iniciándose las clases al día siguiente

La actividad de la Sociedad Francesa y de la Alianza Francesa, que si bien, ambas instituciones no tienen ningún tipo de vinculación orgánica, mantienen el mismo objetivo de mantener presente el “Espíritu de Francia” en nuestro medio.

Edición: Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Texto: Andrés Rousseaux

 

Ana Teresa Fabani

Monumento que recuerda a Ana Teresa Fabani en el Bulevar Yrigoyen
 
Este año, el pasado 21 de junio, se han cumplido 70 años de su paso a la inmortalidad.
 
Abocados a recordar la historia de nuestra ciudad y de los personajes que hicieron historia, nos llevó a visitar a la señora Escribana Pública Teresita Rivero, quien en una amena charla en general del tiempo vivido, llegamos a los años de Teresa Fabani.
 
Teresa Fabani (Foto: Gentileza Teresita Rivera)

Teresa Fabani, prima de nuestra anfitriona, nació en Concepción del Uruguay, el 6 de marzo de 1922. Hija de una tradicional familia uruguayense. Vivió con sus padres, frente a Plaza Francisco Ramírez (actual casa de familia Bovino).

 
Estudio en la Escuela Normal, “Mariano Moreno”, de la que egreso en 1939. En el año 1946, se estableció en Buenos Aires, relacionándose con numerosas personas dedicadas a la literatura y poesía. Sus trabajos fueron publicados en los diarios, La Calle, Clarín y La Nación.
 
Tiempo después, se trasladó a la provincia de Córdoba, Cerro de las Rosas, buscando una recuperación de su enfermedad que la acompañaba desde su adolescencia y que la llevo a su muerte, cuando contaba tan solo con 27 años. (21 de junio de 1949).
 
Decía de ella, la señora Domitila Rodríguez de Papetti, en un artículo de la revista Ser:
“Debo decir, que conocí a Ana Teresa Fabani, en los lejanos días de mi infancia. Tratarla, conocerla, a pesar de mis pocos años fue un deslumbramiento frente a la artista, que a esa edad nos parece inaccesible. La última vez que la vi fue en casa de sus padres, frente a la plaza de Concepción del Uruguay, la tierra natal, su primer ámbito y en donde seguramente nuestras pisadas se han confundido por las calles.
“La recuerdo sentada junto a la lámpara que iluminaba sus manos blanquecinas, extendidas a lo largo de su falda en un gesto de coquetería. El cuerpo espigado, tenía aire liviano, daba la impresión que no pesara.
“Lucia cierta sonrisa triste, paradójicamente aniñada. En ella estaba el otro y la lejanía, la rubia cabellera, la mirada clara de valkiria, empañada ya por los fulgores de la fiebre.”
 
Beba Galotto decía de ella: “la hermosa vecina que fue su ideal adolescente por su belleza y su exquisitez espiritual.
“Sus cabellos dorados y sus ojos verdes han sido perpetuados como así también el peso de su enfermedad, aunque esto nunca doblego su comportamiento social e intelectual, su porte y su distinción siguieron siendo fascinantes”.
 
Que más decir de ella, su obra, que ha perdurado hasta nuestros días se centró en la poesía donde dejaba entrever el dolor, la soledad, la angustia, la agonía y por supuesto la muerte. Seguramente porque sabía que su vida sería demasiado corta.
Publico un único libro poemario titulado “Nada Tiene Nombre” y una novela póstuma “Mi Hogar de niebla”, que está inspirada y refleja su vida en el sanatorio de la provincia de Córdoba, el que escribió y corrigió cuando su enfermedad se lo permitía Fue impresa un año después de su fallecimiento.
 
Panteón de la familia Alzamora-Rivera, dónde descansan los restos de Ana T. Fabani

Murió el 21 de junio de 1949, sus restos fueron trasladados a nuestra ciudad y depositados en el Cementerio Municipal. Hoy descansan en el panteón de la familia Alzamora-Rivero, sin que haya en ese sepulcro, nada que así lo indique.

 
Dicen que al llevarse el traslado de sus restos desde la provincia de Córdoba, la marcha del cortejo, se vio interrumpida a causa de la intensa neblina existente en el camino.
La señora Laura Ceretti de Erpen, le rinde homenaje con un poema que transcribimos
“Prefiero imaginarte sin niebla / Pensar que el sol la vence y la posterga / Que todo ya paso, que no has partido / Que una noche de luna con estrellas / Te abre los brazos para que te entregues / Y vivas el amor, con esperanza”.
 
En nuestra ciudad se le rinde homenaje con un monumento en Bulevar Hipólito Yrigoyen, en la plazoleta ubicada en la intersección con la calle Combatientes de Malvinas (frente a las canchas de tenis del club Rocamora) curiosamente, está emplazado en la plazoleta de enfrente a la que lleva su nombre, a la que le es impuesto ese nombre por medio del Dec. 6.444 del año 1979. El monumento es obra del escultor Juan Carlos Ferrero.
 
Texto: Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Bibliografía: Vanzini, Regina Suárez de, “Evocaciones” (1975) y Diario La Prensa, 7 de marzo de 2019. Testimonios y fotos brindados por la señora Teresita Rivero

El Pronunciamiento en Concepción del Uruguay, según sus actores directos

Plaza “General Ramírez”

El Pronunciamiento fue la culminación pública de los trabajos secretos que se gestaron a través de varios años, el Gobernador Urquiza había pensado efectuar el acto de alzamiento contra la tiranía rosista el 25 de mayo de 1851, en homenaje a la fecha patria que unía a todos los argentinos; y como efemérides que iba a simbolizar simultáneamente el comienzo de la Independencia y el inicio de los trabajos constituyentes.

Pero razones circunstanciales -evitar que los preparativos, conocidos por Rosas, pudieran ser cruzados- modificaron los planes, adelantando en varios días la ceremonia. Sin ocuparme de los precedentes ideológicos y de los jalones que marcaron el proceso, voy a presentar de manera correlativa varios testimonios sobre el acto que tuvo lugar el 1° de mayo, uno de ellos inédito.

A fines del mes de abril de 1851, el joven secretario político del Gral. Urquiza, Dr. Juan F. Seguí -que como tantos otros hombres que rodeaban al mandatario impulsaban a éste a decidirse sin más dilaciones-, según propia declaración fue quien obtuvo el ansiado pronunciamiento público. Cuenta en sus “Memorias” que en aquellos días se vivía un ambiente festivo con motivo de unas carreras de caballos que habían congregado a varios jefes entrerrianos y correntinos, y dice:
“En una de esas noches invité al Gral. Urquiza a seguir la serenata, y dándome el brazo marchamos entre la ciudad a recorrer algunas calles del Uruguay. En cada bocacalle se detenía la música, y una mitad de tiradores hacía una descarga.

Aprovechando aquella oportunidad inicié algunos; vivas diferentes de los acostumbrados en reuniones análogas, y sin mueras, lo que principió a llamar la atención. Poco a poco mis vivas eran más significativos y la población que nos acompañaba se iba enardeciendo y el entusiasmo aumentaba por grados.

¡Mueran los enemigos de la organización nacional!, dije, y todos me rodearon para preguntarme qué había. -¡Muera el traidor al Pacto Federal de 1831, y ya no quedó duda de que el blanco era Rosas. El Gral. Urquiza me dijo en voz baja: –No me comprometa, mire que si Rosas me lo pide tendré que mandárselo.  Comprendí que el General estaba convencido, y para no dejar escapar la ocasión, de regreso ya en la plaza, esforcé mi voz y lancé la exclamación siguiente:
-¡Excomunión eterna a los tiranos! ¡Muera el tirano Juan Manuel de Rosas!
— ¡Sí, contestó el General, muera el tirano Juan Manuel de Rosas! Lo que
sucedió en ese momento no puede describirse. La multitud se lanzó hacia
el General, y levantándolo en peso, exhaló un grito uniforme, sonoro y prolongado: –¡Muera el tirano Rosas! Las lágrimas corrían de todos los ojos. El General, que también lloraba, fue llevado en triunfo hasta la Comandancia y luego a su casa.” (Juan Antonio Solari, “De la Tiranía a la Organización Nacional”, 1951).

Palacio San José, entrada posterior (Foto: Omar Gallay)

Así es como quedó todo dispuesto para que el día 19 de mayo tuviera lugar una solemne ceremonia. Un alumno del flamante Colegio Entrerriano, relató años más tarde: “La víspera del pronunciamiento se notaba en la residencia del Gral. Urquiza (estancia de San José) un movimiento extraordinario. Habían concurrido allí gran parte de los jefes del Ejército de Entre Ríos y muchos orientales y correntinos. A las cuatro de la mañana del 1° de mayo de 1851 se tocaban dianas en el campamento de San José, y momentos después los cuerpos se ponían en marcha con dirección a Concepción del Uruguay, marchando detrás, a pocas cuadras de ellos, el Gral. Urquiza con un numeroso Estado Mayor, compuesto de jefes entrerrianos, correntinos y orientales.

Juan Francisco Seguí

Al coronar una de las altas cuchillas, los rayos de un sol espléndido brillaban en las lanzas de los cuerpos en marcha, alumbrando el rostro de los que muy pronto debían ser vencedores de las tiranías que humillaban los pueblos del Río de la Plata. Era un día espléndido. La Naturaleza parecía
regocijada del acto solemne que iba a tener lugar, anunciando a los pueblos argentinos que pronto iban a romperse las cadenas de una sangrienta y larga tiranía. Poco después de las doce del día, los cuerpos que habían salido del campamento de San José, y un batallón de cívicos, componiendo una división de las tres armas, formaban en la plaza de Concepción del Uruguay. Algunos momentos después, en el centro de la extensa plaza, al pie de la pirámide erigida a la memoria del Gral. José Francisco Ramírez, tenía lugar la proclamación solemne del pronunciamiento contra Rosas, leyendo el Dr. Juan Francisco Seguí, el elocuente vocero de la libertad en aquella memorable cruzada, la declaración solemne del primer acto oficial de la gloriosa revolución.

Terminada la lectura de ese importante documento, se hizo una salva de artillería, a la vez que dos bandas de música tocaban el Himno Nacional. Inmediatamente después se distribuyó una proclama firmada por el Gral. Urquiza dirigida al pueblo y al Ejército. Esa proclama había sido redactada por el mismo Dr. Seguí. (Martín Ruiz Moreno, “La revolución contra la Tiranía y la Organización Nacional”, 1905).

Un error se deslizó en la versión precedente: el Dr. Seguí, de poca salud, si bien redactó el memorable decreto, no lo leyó personalmente, encargándose de esto un joven de distinguida familia, Pascual Calvento, seguramente de voz más potente. Fue este mismo quien en el año 1915, ya anciano, contó aquel momento histórico que le tocó vivir, a un grupo de estudiantes que como todos los años, iban a saludarlo el 1° de mayo, y que uno de ellos difundió después como sigue:

“Entré a la plaza General Ramirez escoltado por un batallón de artillería, a cuya cabeza iban tambores y clarines.

La noticia del pronunciamiento se había difundido por todo el pueblo, que estaba reunido en enorme número en el centro, ahí al lado de la columna. Cuando llegamos allí, frente al Colegio Nacional, los clarines hicieron un toque acompañado de un redoble de tambores. El silencio que precedió era tremendo. El abanderado levantó tan alto como pudo la bandera argentina, y entonces, en medio de un silencio impresionante, empecé a leer el bando. El momento que siguió, yo no lo puedo describir. Hombres y mujeres se abrazaban llorando, vivas atronadores a Urquiza y a su ejército y mueras al Tirano. ¡Qué sé yo!
Aquello parecía una cosa de Dios… ¡Dios mío, qué entusiasmo! El que vio eso ya se podía morir, porque nunca volvería a ver otra cosa parecida.

Era de tardecita y cuando la noche empezó a caer se organizó una serenata, que delirante de entusiasmo recorrió el pueblo, recogiendo las bendiciones de todos, que lloraban de agradecimiento. ¡Qué día aquel!” (Isaac E. Castro en “Caras y Caretas” del 13 de noviembre de 1920, transcripta en Comisión Nacional de Homenaje, Urquiza. El juicio de la posteridad, Buenos Aires, 1921).

Acto seguido de efectuada la ceremonia principal en la plaza, un pregonero muy jovencito se encargó de difundir por toda la villa la trascendental decisión, conforme al documento inédito que sigue a esta reseña.

En cuanto a lo ocurrido al caer la tarde de esa histórica jornada, veamos cómo la pluma de D. Carlos Terrade describió el cierre de los festejos desde el periódico La Regeneración del 4 de mayo: “El viernes a las siete de la noche súbitamente se armó una serenata, compuesta de la población en masa y precedida de las dos elegantes bandas militares de la guarnición.

Justo José de Urquiza

“La columna formada por el pueblo rompió su marcha en la plaza General Ramírez, llevando en su centro, simbolizando el gran corazón de un cuerpo inmenso, invencible, glorioso, predestinado a la obra providencial de la restauración de los principios sociales y cristianos de la República del Plata, al invicto Urquiza. Era de verse la falange tremenda que formaban a su lado los Virasoro, Velázquez, Palavecino, Urdinarrain, Basabilbaso, Almada, Arredondo, Paso, Berón, González. López (Jordán) y otros muchos bravos del Ejército Entrerriano y Correntino reunidos y fraternizando en torno del grande hombre cuya espada por doquier resplandece, y a todos los guerreros como el sol a los astros oscurece. La serenata recorrió las calles principales de la ciudad, parándose en diversos puntos y entonando estrofas del Himno Nacional y del entrerriano a las que se hacía coro con tremendas y simultáneas vivas que surgían del entusiasmo de la convicción de cada uno.

“Fueron momentos solemnes aquellos. (…) asomó al labio, resonó en los aires la inmensa maldición vibrada acumulada, pronunciada por el odio ya rencor de todo un pueblo de hombres libres contra la tiranía y el Tirano; contra el degüello y los degolladores; contra la expoliación y los que engordan con ella; contra el embrutecimiento y la barbarie, con todos sus efectos de prostitución, de degradación y esclavitud. ¡Oh! La tierra, la tierra argentina que pisábamos en esos momentos parecía estremecerse con supremo regocijo al escuchar los gritos de sus hijos, que victoriaban a los hombres y a las cosas proscriptas. (…) Todo eso y mucho más fue elocuentemente expresado en los vivas siguientes, que entre infinitos pronunciados en la serenata recordamos y transcribimos: ¡Viva la Confederación Argentina!, ¡Mueran los enemigos de la Alianza de los pueblos! ¡Viva Urquiza y Virasoro! ¡Abajo el enemigo del Pacto Federal! Una voz: ¡Los pueblos no pueden existir sin leyes, garantías y libertades! ¡Viva el invicto Urquiza que las sostiene, defiende y restaura!, ¡Muera el Tirano! ¡Viva la alianza federal de los pueblos argentinos! ¡Muera el traidor a su confianza! ¡Viva la restauración de los principios en ambas Repúblicas del Plata! ¡Abajo el tirano que los conculca, ataca y destruye!” (Leandro Ruiz Moreno, Centenarios del Pronunciamiento y de Monte Caseros, Paraná, 1952).

La carta que sigue demuestra que el Pronunciamiento no fue un impremeditado arranque de entusiasmo circunstancial, sino que se trató de un proyecto largamente madurado, tal como surge de una entrevista que Vázquez mantuvo con el Gral. Urquiza en 1849. En esta fecha el mandatario entrerriano mostró su ánimo ya predispuesto a la lucha contra la Tiranía.

El autor del testimonio, nacido en Montevideo, se radicó en Entre Ríos, donde con el tiempo ocupó los más altos cargos en la Administración de Justicia de la Provincia. La epístola dirigida al Dr. Ruiz Moreno cuando éste reunía datos para componer la obra citada más arriba –y en cuyo archivo se encuentra-, contiene ligeras variantes de los anteriores relatos, producidas como en esos casos por el transcurso de los años; pero de ella; y del conjunto de las versiones utilizadas, puede tenerse una idea bien completa acerca de lo que ocurrió en aquella fecha.

“Compañero y amigo: Acuso recibo a su apreciable 26 del corriente. Ud. me obliga a hacer gimnasia intelectual al recordar detalles de sucesos ocurridos hace más de medio siglo. He estado meditando por muchas noches sobre aquellos magnos sucesos para coordinar mis ideas, y después de torturar mi memoria apenas puedo ofrecerle los siguientes detalles.

Vista aérea de la ciudad a fines del S. XIX

“Lo grandioso del Pronunciamiento no está en la pobre localidad en que tuvo lugar, pues Ud. sabe lo que era esto hace medio siglo, ni en el aparato de que se le revistió, muy pobre en verdad, sino en la concepción de la idea y en su feliz ejecución; cuando Entre Ríos flanqueado, puede decirse, por Rosas y Oribe, pudo ser arrasado por estos dos malvados sin que los aliados, Montevideo y Brasil, hubieran podido hacer nada por esta tierra generosa. Pero Dios ciega a los que quiere perder, y Oribe no se movió del Cerrito, donde capituló, y Rosas de Caseros.

“El Pronunciamiento tuvo lugar de once a once y media de la mañana del día 1° de mayo: el vecindario se reunió en la Comandancia Militar, y de allí se dirigió a la habitación de D. Francisco de la Torre, esposo de la Sra. Da. Teresa de Urquiza, donde esperaba el Gral. Urquiza, Gobernador entonces de la Provincia. Incorporado el General, la columna popular se puso en marcha, haciendo alto en cada bocacalle, donde se leían los siguientes documentos: Una circular de Rosas a los Gobiernos de todas las Provincias, renunciando la dirección de las relaciones exteriores y los asuntos de paz y guerra para que había sido expresamente autorizado, alegando el mal estado de salud, el cúmulo de trabajo y responsabilidades, más que todo, su abatimiento por la pérdida de su amada Encarnación.
“La Resolución del Gobierno de Entre Ríos aceptando la renuncia de Rosas reasumiendo la arte de soberanía que había sido delegada; y una proclama explicando estos sucesos, incitando al pueblo a poner término a estos hechos vergonzosos, excitándolo a reconquistar por las armas sus libertades comprometidas.

“Después de la lectura de estos documentos se hacía un disparo de cañón con una pequeña pieza que acompañaba la columna popular. Este inolvidable día fue el primero en que en las calles de una ciudad entrerriana se oyeran mueras a Rosas y Oribe con los epítetos más vergonzosos. Al lector de los documentos, entonces un niño, Ud. lo conoce.

“Acompañaban al Gral. Urquiza muchos jefes y oficiales de la Provincia de Corrientes, aliada de Entre Ríos en la heroica empresa, el Gral. Gregorio Aráoz de Lamadrid, los coroneles Galarza, Almada, Palavecino, Basavilbaso, C. Arredondo, J. A. Reyes, M. Caraballo, Barragán, E. Castro, M. Pacheco, y oficiales como Panelo, Posadas, etc.

En esos tiempos publicábase en esta ciudad un periódico titulado “La Regeneración” redactado por D. Carlos Terrada, que fue puede decirse el portavoz de la revolución, donde Ud. encontrara los documentos más importantes de la época. Más tarde, yo reproduje en “El Uruguay”, periódico de nuestro amigo el Gral. Victorica, los principales documentos en forma como para ser cortados y encuadernarlos como libro. A esa ciudad mandábanse muchos ejemplares, pero era en tiempo del Gobierno de la Confederación.

“Este hecho culminante del Pronunciamiento no nació en un día: yo recuerdo que a fines de 1849, recién llegado de Montevideo, pasé por “San Jose” a saludar al General, y éste se interesó en saber los detalles más ínfimos de lo que pasaba en la heroica ciudad; referí todo lo que sabía con el interés del que defendía la causa de sus hermanos.

“El General se rió mucho y disculpó a mis juveniles años todas las inconveniencias que tal vez dije, Y concluyó muy formal diciéndome: -Mire, yo me habría pronunciado ya en defensa de Montevideo si no hubiera allí tantas legiones de extranjeros.

Síntesis del Pronunciamiento del 1° de mayo: Setenta y ocho días después, el día 18 de julio, las Divisiones entrerrianas al mando del Gral. Urquiza echaban dianas en Paysandú, y una División de 1.000 orientales al mando del Gral. Servando Gómez se presentaban dispuestos a acompañarlo, y el 8 de octubre, ochenta y dos días más, la paz se firmaba en el Peñarol sin haberse tirado un tiro.
Confórmese con lo dicho hasta aquí y complete sus datos en fuentes más autorizadas. Se repite affmo. Amigo. Juan Vázquez

Edición: Civetta María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Fuente: Juan A. Vázquez, “El Pronunciamiento en Concepción del Uruguay”, Primer Congreso Nacional de Historia de Entre Ríos, Resúmenes de trabajos presentados, 1982

 

 

 

Colegio del Uruguay “Justo Jose De Urquiza”. Biblioteca  e imprenta

Colegio del Uruguay “Justo José de Urquiza”

Este año (2019) festejamos los 170 años de la fundación de una de las más brillantes joyas históricas de nuestra ciudad, el Colegio del Uruguay “Justo José de Urquiza”.

No podemos imaginar esta casa de estudios sin una biblioteca y sin una imprenta en sus inicios. Y si, el Gral. Urquiza se preocupó por dar al Histórico una biblioteca y contrato al imprentero Jaime Hernández, para implementar una imprenta en nuestra ciudad.

Hoy la biblioteca “Dr. Alberto Larroque”, con muchos de miles de ejemplares, atesora libros de considerable importancia como: el Corpus Juris Civilis de Justiniano (1663), Recopilación de Leyes de Solórzano Pereyra (1739), Códigos Españoles, Historia de Belgrano de Bartolomé Mitre, Atlas de Dr. Martin de Mousy, Gramáticas antiguas, algunas impresas en la imprenta del Colegio, así como los libros únicos editados para la celebración de 45º, 58º y 75º aniversario respectivamente de la fundación.

Con respecto a la imprenta no se sabe bien donde se inició. En los primeros años del Colegio, este estaba en construcción, suponiendo que la imprenta se situó entre las calles 9 de julio y Galarza frente este, de la plaza Gral. Francisco Ramírez, nos decía, el Dr. Araoz en su descripción de la ciudad “la otra manzana con frente al oeste de sobre la plaza, no tenía más edificación que la de un gran cuarto de azotea, aislado, sin ningún cerco, ubicado en el mismo lugar que ocupa actualmente el “Teatro 1 de Mayo”

Parecía un gran cajón con una pequeña puerta sobre la vereda de la plaza. Allí funcionaba la “Imprenta del Colegio”, en la que se editaban algunos libros de estudios preparatorios. Las Gramáticas de francés y latín escritas por el profesor Mr. Ackermann, fueron impresas y encuadernadas en dicha imprenta con tapas de pergamino”. Estos libros se repartían a cada alumno.

Una de las máquinas de la vieja imprenta

El imprentero contratado por el Gral. Urquiza, viene a nuestra ciudad en 1851, llamando a la imprenta que instalo “Imprenta del Uruguay”.

Al tiempo debe regresar al Uruguay, por problemas personales. El Gral. Urquiza, compra la imprenta, cambiando el nombre: “Imprenta del Colegio”.

En el año 1981, se inaugura una nueva imprenta del Colegio del Uruguay Justo José de Urquiza, adquirida por un subsidio otorgado por el ex ministro de Acción Social, Contraalmirante Jorge Fraga, contando con una máquina de escribir IBM, dos impresoras con capacidad operativa de 7.000 hojas impresas por hora, un procesador de matrices, un fusor de matrices, una abrochadora y una guillotina y refiladora.

Todos estos materiales permiten encarar una nueva serie de publicaciones, tan importantes como aquellas publicadas por Olegario Andrade, los Leguizamón, Martín Ruiz Moreno, José Álvarez, Luis Aráoz, Eduardo Wilde, José Zubiaur, Pérez Colman, Daniel Elías entre otros y mantener en alto el emblema de nuestro Colegio: “IN HOC SIGNO VINCES”.

Mas en nuestros tiempos no dejaremos de recordar los números impresos con el nombre “El Monitor Cultural”, revista anual “El Mirador”, en 2010 vio la luz “El Tren Zonal”, claro que algunos impresos en otras imprentas, pero sin olvidar que desde sus inicios fue muy importante contar con una imprenta que hoy también seria de suma necesidad.

Texto: Civetta, María Virginia/Ratto, Carlos Ignacio. Bibliografía: Giqueaux, Eduardo,  “Historias de Medio Tiempo”. Liberatori, Angélica, “Guía para visitar el Colegio del Uruguay Justo José de Urquiza”

160 años de la creación de la Diócesis del Litoral

Oratorio de San José, fue consagrado en marzo de 1859 por el Nuncio Marino Marini
 
160 años de la creación de la Diócesis del Litoral (Colaboración: Lic. José Alejandro Vernaz)
 
Los orígenes de un nuevo Obispado
 
No caben dudas de que esta fue otra de las grandes realizaciones de Justo José de Urquiza por el bien común. Es consabido que el Organizador de la República jamás descuidó detalle alguno en favor de sus ciudadanos. Menos aún, en cuestiones ligadas a la fe de un pueblo tan profundamente cristiano, que lo era por herencia de sus padres y por auténticos principios federalistas. En carta del 12 de junio de 1858, Urquiza le escribe al cura y vicario de Santa Fe José María Gelabert, en estos términos:
 
“Usted debe estar persuadido que hallo un sentimiento muy dulce para mí en hacer todo cuanto de mí dependa por el mayor esplendor del culto de la religión de nuestros padres. Mientras presida el gobierno argentino he de dedicar a ello una preferente atención.
Siempre me será agradable que, en esta confianza, acuda a mí particularmente en las necesidades de esa iglesia.”
 
Compromiso que anticipó ni bien hubo asumido en el año 1854, cuando desde Paraná, en diciembre de aquel año, le escribe al presidente de Chile Manuel Montt:
 
“Desde que el voto de mis compatriotas me llamó a presidir los destinos de la Confederación Argentina, uno de mis primeros empeños ha sido el fomentar la religión de nuestros padres y el mejor esplendor del culto católico, ya como ley constitucional, ya como el primer elemento del poder público, ya finalmente como una expresión de mis sentimientos particulares.”
 
Justo José de Urquiza no quedaría de brazos cruzados ante las urgencias pastorales de la época, insinuadas en el intercambio epistolar entre el cura y vicario de Santa Fe. Los esfuerzos mancomunados del tal estadista y del entonces Papa Pío IX, harían posible la concreción de esta obra eclesiástica vital para la región. Por la bula Vel a primis del 13 de junio de 1859, el Vicario de Cristo creaba la Diócesis de Paraná o del Litoral, separándola territorialmente de la de Buenos Aires. Designando en la misma fecha como su primer Obispo al Pbro. Luis José Gabriel Segura y Cubas, quien tomaría posesión de la sede el 3 de junio de 1860. La nueva Diócesis comprendía, por entonces, los actuales territorios provinciales de Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe.
Cabe aclarar, que la Diócesis se proclamó solemnemente erigida el 18 de marzo de 1860.
 
Pbro. Luis José Gabriel Segura y Cubas, su primer Obispo
 
Justo José de Urquiza
El Padre Luis José Gabriel Segura y Cubas había nacido el 21 de agosto de 1803 en el Hospicio, distrito del departamento de Piedra Blanca, Catamarca. Allí cursaría sus primeras letras, siguiendo sus estudios en Córdoba. En Arequipa (Perú) se ordenaría sacerdote, para regresar a su provincia a ejercer el ministerio, desde donde tiempo más tarde se lo llamaría al episcopado. El Padre Luis fue un ferviente devoto de Nuestra Señora del Valle, un gran misionero, de grandes virtudes, laborioso y muy querido por la feligresía. Fue un gran admirador de Urquiza, al punto que en carta del 10 de septiembre de 1858, escribe estas sentidas palabras:
 
“Había emprendido mi marcha al Paraná con el doble objeto de visitar al Delegado Apostólico y conocer a Vuestra Excelencia: lo he conseguido, Señor, y ha sido tal la satisfacción de haber conocido al Héroe de la Confederación Argentina, que he bendecido las molestias del viaje.
Si deberes de conciencia no me hubieran llamado a mi curato, gustoso habría permanecido por más tiempo en el Paraná, sólo por lograr la dulce complacencia de ver a Vuestra Excelencia, aunque fuera de lejos, pues que mi corazón se regocijaba encontrando en la amabilidad de Vuestra Excelencia una simpatía encantadora…”
 
Durante su corta labor pastoral, suficiente hizo: convocó a los Jesuitas para iniciar una fecunda tarea misionera; se preocupó en tener un buen seminario donde se formaran debidamente los futuros sacerdotes; visitó parroquias de la provincia de Corrientes; articuló tareas pastorales con miembros de la orden de los mercedarios. Mientras tanto, le tocó hacer frente a un momento de difícil transición política. Transcurrían los tiempos posteriores a la batalla de Pavón y Entre Ríos lo sentiría desde todo punto de vista. En medio de este marco, con la autorización de Urquiza, en octubre de 1861, realiza una visita a su querida Catamarca para reencontrarse con sus familiares, mientras la Diócesis del Litoral quedaba a cargo del Pbro. José María Velasco. Finalmente, una vez sorteados los inconvenientes para el retorno, por las cuestiones políticas del momento, vuelve a Paraná el 8 de octubre de 1862. Para sorpresa de todos, a los pocos días falleció repentinamente, a las seis de la mañana del 13 de octubre de 1862. Tenía 59 años de edad. El Dr. Álvarez evidenció en la autopsia que “el corazón presentaba una dilatación considerable de la aurícula derecha y una hipertrofia concéntrica del ventrículo izquierdo”.
 
1859, un año significativo
 
Indudablemente, el interés de un funcionario de turno, como lo fue Justo José de Urquiza, quien consideraba que las cuestiones de fe eran cuestiones de Estado, hizo posible que toda una comunidad regional pudiera ver satisfechas sus demandas religiosas en grandes obras, que tuvieron como testigo al año de 1859. El 19 de marzo de aquel año se inauguraba, con la presencia de Monseñor Marino Marini, el Oratorio San José, el cual no sólo estaba al servicio de los moradores de la Estancia, sino de toda la comarca. Además, el 25 de marzo de ese mismo año, era solemnemente consagrada la Basílica de la Inmaculada Concepción, nuevamente con Monseñor Marino Marini como principal y destacada autoridad eclesiástica. Más aún, fue también en 1859, cuando se posibilitó la erección de la Diócesis “paranense” o del “Litoral” gracias a las gestiones realizadas por Urquiza, dada su inquietud al respecto. La ejecución estuvo a cargo del delegado apostólico Marino Marini. Fue el 23 de octubre de 1859, casualmente, en el día en que Urquiza derrotaba en los campos de Cepeda a Mitre, logrando la tan anhelada Unidad Nacional, que se consolidaría con el Pacto de San José de Flores el 11 de noviembre de aquel significativo año de 1859.

Urquiza Almandoz, el ciudadano ilustre de Concepción

Prof. Oscar Urquiza Almandoz (Foto: El Miércoles Digital)

(Colaboración: Lic. José Vernaz). Oscar Fernando Urquiza Almandoz, nació el martes 2 de febrero de 1932, en la ciudad de Concepción del Uruguay, en el día de Nuestra Señora de la Candelaria. Sus padres lo llamaron Oscar, teniendo en cuenta que en el santoral católico, al día siguiente se celebra la fiesta de este santo. El nombre de Fernando, fue elegido en honor a su padre. El sábado 12 de marzo de 1932 fue bautizado en el templo de la Inmaculada Concepción por el Padre Ignacio Jacob. Sus padrinos fueron Salustiano Urquiza y Vicenta Almandoz de Fernández. Por entonces, el párroco era el Padre Andrés Zaninetti.

Oscar Fernando Urquiza Almandoz es descendiente de Cipriano José de Urquiza, hermano del Organizador de la República. Fue hijo único de María Raimunda Almandoz y de Fernando Urquiza. Su mamá fue maestra de grado en la escuela Avellaneda y su papá director de comunicaciones del correo. Cuando Oscar tenía 6 años de edad, su padre falleció de cáncer. Al enviudar, su madre va a vivir a lo de su abuela materna junto a su tío, soltero, que era farmacéutico de la farmacia “Almandoz y Peano” (negocio que desarrollaba sus actividades desde el año 1888, en la esquina de calles San Martín y Alem.)

Cursó el 1º grado inferior en la Escuela Nº 93 “Santiago del Estero”,  más conocida como Escuela Bezzi. Posteriormente, hizo el 1º grado superior en la Escuela Normal “Mariano Moreno”. Allí continuó el resto de la primaria y todo el secundario, graduándose de Bachiller y Maestro Normal. Su carrera terciaria transcurrió en la ciudad de Buenos Aires, en el Instituto de Profesorado “Mariano Acosta”. Se recibió de Profesor en Letras cuando contaba solamente 21 años de edad.

Caricatura de Urquiza Almandoz, realizada por Juan Carlos Sito, en El Miércoles, 2001.

Con 27 años recién cumplidos, el 17 de febrero de 1959, recibió el sacramento del matrimonio junto a Mary Beatriz Esquivo, en el templo “María Auxiliadora” de nuestra ciudad. Presidió la ceremonia el Padre Alberto Metz, primer cura párroco de dicha comunidad. Ambos tuvieron la bendición de un hijo, quien junto a su esposa, prolongaría la dicha en nietos.

En el ámbito futbolístico, era simpatizante de Independiente de Avellaneda, en lo nacional. Mientras que en el plano local,  alentaba a Gimnasia y Esgrima de Concepción del Uruguay. Solía frecuentar el estadio “Manuel y Ramón Núñez”, pues gustaba de asistir a los partidos de fútbol en los que “El Lobo”  jugaba en su cancha.

Desempeñó su carrera docente por espacio de cuarenta años, en ámbitos como: el Histórico Colegio del Uruguay “Justo José de Urquiza”; en el Profesorado de Concepción del Uruguay “Mariano Moreno”, más tarde en el IES (Instituto de Enseñanza Superior) “Victoria Ocampo”; en la UCU (Universidad de Concepción del Uruguay); y en la UTN (Universidad Tecnológica Nacional) Facultad Regional Concepción del Uruguay. Se jubilaría de su labor profesional en el año 1993.

Célebre historiador, vinculado a diversas organizaciones académicas. Especialmente, se destaca su participación en la Academia Nacional de la Historia al haber sido elegido académico en 1968, con tan sólo 36 años de edad, convirtiéndose en el miembro más joven del país.

Primera edición de la “Historia de Concepción del Uruguay”

Escribió obras vinculadas a la historia nacional y provincial. Entre ellas, merece citarse con especial predilección a la Historia de Concepción del Uruguay. Es una obra desarrollada en tres tomos. Fue editada en ocasión del bicentenario de la fundación de la ciudad de Concepción del Uruguay en 1983,  reeditada en el año 2002 y editada por tercera vez en 2019 con el apoyo del gobierno municipal. La misma es el resultado de un gran esfuerzo personal y familiar, ya que, sacrificaba fines de semanas, feriados, posibilidades de vacaciones, resignando así tiempo para compartir con su esposa e hijo. Tan magnífica obra fue elaborada a lo largo de unos veinticinco años, dado que, simultáneamente desarrollaba clases y escribía otras publicaciones. Esta investigación lo llevó a recorrer archivos locales, como el de la Municipalidad de Concepción del Uruguay, el del Museo “Delio Panizza”, el del Palacio San José y el de la Basílica de la Inmaculada Concepción. También, visitó otros archivos fuera de la ciudad, tales como los de Buenos Aires, Gualeguaychú, Paraná, Santa Fe y Corrientes, entre otros. Él mismo fue quien se abocó a la tarea de pasar en limpio la obra en su casa; proceso que le insumió los dos últimos años previos a su conclusión.

Sería difícil enumerar en pocos renglones sus galardones y reconocimientos a nivel nacional e internacional, o bien, detallar la inmensa cantidad de realizaciones en favor de la cultura y la educación, tanto en el campo histórico como en el de la lengua y la literatura.

La cultura de Buenos Aires a través de su prensa periodística, Historia económica y social de Entre Ríos y La cuestión capital, son algunas de sus tantas y variadas publicaciones. Desgraciadamente, no pudo concluir el último de sus proyectos: Vida y obra de Manuel Urdinarrain. Sus problemas de salud le impidieron concretar este anhelo.

Urquiza Almandoz ha afirmado que el estudio de la historia debe hacerse desde la contextualización de los acontecimientos, para no pecar de anacrónicos. Y que un buen historiador debe de evitar las filias y las fobias si quiere transmitir una historia objetiva y equilibrada.

En el lustro final de su vida, su salud se tornaba cada vez más frágil. Y, se resintió severamente tras el fallecimiento de su compañera inseparable, sostén y fortaleza de todas sus horas,  aquel  29 de noviembre de 2017.

En las primeras horas del miércoles 12 de junio de 2019, Concepción del Uruguay se conmovía al saber que aquel ciudadano ilustre, el gran historiador, ya no estaría más entre nosotros. El día 13 de junio, mientras el féretro se retiraba de la casa fúnebre, se descolgó una intensa y copiosa lluvia. Parecía como si la ciudad sobre la que él escribiera la mejor de sus historias, lo despedía emocionada y agradecida. El cortejo fue recorriendo calles cuyos nombres habían salido en repetidas ocasiones de sus labios en sus magistrales clases: Artigas, Ereño, San Lorenzo, San Martín, hasta llegar al campo santo. Lugar erigido en octubre de 1856, por aquel hombre que cautivó su vida, aquella personalidad cuya labor tantas veces se encargara de pregonar, el Gral. Justo José de Urquiza.

Quienes gustamos de la investigación, le continuaremos mostrando nuestra admiración en tanto y en cuanto sigamos indagando y explorando apasionadamente pero con el compromiso de ser responsables y minuciosos en este trabajo. A todos, nos compete rendirle un perpetuo homenaje divulgando sus obras, la mayor parte de las cuales han tenido como eje la gran labor del Gral. Urquiza, personaje a quien tanto admiró y a quien – para los que tenemos la certeza de la fe cristiana – ya conoce personalmente en la eternidad.

Acompañamos el hondo pesar de quienes lo despiden con dolor, pero con la esperanza cierta del reencuentro. A toda su familia, llegue nuestra sincera gratitud por haberlo compartido con toda una ciudadanía que se ha visto beneficiada por sus invalorables aportes.

Permitámonos llorar la partida de nuestro eminente profesor y elevemos una confiada oración por su descanso eterno luego de tan fecunda labor.

Lic. Prof. José Alejandro Vernaz (Centro Cultural “Justo José de Urquiza”)

Festejos patrios en tiempos de Urquiza: Carrera de Sortija

Carrera de sortija

Una de las diversiones en que más descollaba la indumentaria y la apostura de los hijos de esta tierra, era la Corrida de la Sortija. Esta fiesta tenía lugar en los aniversarios patrios: como el 9 de julio, 25 de Mayo y el 3 de Febrero.

En vida del Capitán General don Justo José de Urquiza, o sea antes del año 1870, en que aquél fue asesinado; el 3 de Febrero, aniversario de la batalla de Caseros, gran victoria de la libertad, hecho notable, en que se distinguió el pueblo entrerriano bajo la dirección de aquel ilustre Jefe; se solemnizaba con todo entusiasmo y con el mayor sentimiento patrio.
Desde la víspera se hacía sentir el regocijo de tan gran festival, con la afluencia a la Villa de los vecinos de la campaña; sobre todo, de los que podían lucir la riqueza del apero de sus cabalgaduras.

El día de tan glorioso aniversario, al salir el sol, se le saludaba con salvas, con un cañón viejo que había en el Cuartel, con fusiles de chispa y tercerola; tomando parte los vecinos con escopetas, pistolas o trabucos. Este fogueo general, transportaba a un campo de batalla el espíritu de aquellos vecinos, sencillos, pero muy patriotas, que habían pasado la mayor parte de su vida guerreando por la libertad.
Luego venía el Tedéurn, donde siempre había gran concurrencia; figurando las autoridades y lo más distinguido del pueblo, encabezado por el Comandante, y oyendo con toda reverencia el acto religioso, como también, a veces, algún panegírico mal hilvanado por el cura.

De allí se pasaba a la Comandancia, formando una columna precedida por el Comandante y el cura, donde se servían licores y se daba expansión al buen humor entre charlas y risas; sin faltar algún aficionado a la oratoria, que reviviera con desconcertados y pálidos colores, las glorias del día, como algún burdo epigramático que contribuyera a la algarabía con sus chistes, algunos muy crudos, pero también muy sabrosos.

Una vez se empeño la concurrencia en que hablara el cura, que era un vasco de pocos alcances, llamado José María Zuluaga; el cual cediendo a las exigencias de sus enardecidos feligreses, se puso de pie y echando una compasiva mirada sobre aquellos, y levantando la mano, dijo: Señores, ya que me pedís con tanto empeño que hable, voy a decir algunas palabras, aunque no sé por dónde darles, ¡Dele por el culo padre! le gritó don Benedicto Mendieta, viejo famoso por sus travesuras y ocurrencias. Aquel exabrupto fue recibido con grandes aplausos y ruidosa hilaridad, y dio lugar para que el pobre párroco se escabullera de aquel diabólico berenjenal.

Después del recibo oficial en la Comandancia, donde se hiciera desborde de agudas genialidades, propias del criollaje de aquél tiempo; como a las tres de la tarde tenía lugar la corrida de la sortija.

Se realizaba esta interesante fiesta en una de las calles que rodeaban la plaza del pueblo. Se levantaba en el centro de la calle un arco revestido de telas de colores patrios, en cuya cima ondulaban banderas, sobre todo la entrerriana. A cierta altura se atravesaba una piola, de la que pendía una argolla sujetarla con una cinta, la que pasaba por un canuto de caña de castilla y estaba asegurada con un nudo corredizo. Las principales familias y las autoridades, que generalmente dirigían la corrida, se situaban enfrente del arco. Los corredores ocupaban los dos extremos del trayecto marcado; divididos en dos bandos que se alternaban en la corrida

Era realmente una exposición de grandeza ecuestre. Los caballos eran lo mejor de las grandes tropillas de los establecimientos, por sus formas y su pelo, como por su ligereza, nerviosidad y lindo andar,

Había algunas cabalgaduras que lucían valiosas prendas: como grandes pretales, que cubrían el pecho del caballo; artísticas cabezadas, pontezuelas y grandes copas en el freno; fiadores en el pescuezo del caballo; grandes estribos con sus pasadores; riendas de cadenas o enchapadas con bombitas y vistosas chapas en las cabezadas del basto. Todas estas prendas eran de plata pura y maciza; algunas llevaban incrustaciones de ingeniosos dijes de oro.

Los jinetes se presentaban vestidos con la elegancia de aquellos tiempos. Algunos llevaban pantalón, chaqueta y bota fuerte, otros iban con chiripá, generalmente de paño, ponchillo y bota de potro, hechas con toda prolijidad. Los más emprendados, llevaban grandes espuelas de plata y los demás espuelas de fierro.

El rebenque era de uso común, habiendo algunos con el cabo de plata maciza y otros con virolas simplemente. También era común el uso del tirador o culero; habiendo algunos muy lujosos, cubiertos de botones de plata y prendidos con un juego de patacones, con una chapa de una onza de oro en el centro.

El pueblo en general, ocupaba las aceras de la pista, y cuando todo estaba pronto se empezaba la corrida. El Trompa de órdenes que estaba con el que dirigía la fiesta, tocaba atención y el director daba la señal para la partida a uno de los bandos; rompiendo el N° 1 a todo escape y estirando el brazo hacia la argolla, para ensartarla con un puntero adornado de cintas, que llevaba.

Al partir el corredor, el trompa tocaba a la carga, hasta pasar el arco. Cuando el corredor llegaba al extremo opuesto sin ensartar la argolla; salía el N° 1 del otro bando, acompañado con el mismo toque de corneta. En ese orden seguía la corrida, hasta que algún corredor tenía la suerte de ensartar la argolla; en cuyo caso el corneta tocaba diana, hasta que el afortunado llegaba donde estaba la Comisión y recibía el anillo de oro de manos de una niña, encargada de esa tarea. Cuando el afortunado poseedor del anillo tenía novia a .quien regalarlo, marchaba adonde ésta estaba, acompañado por numerosos corredores y a toda carrera; haciendo rayar los pingos frente al sitial de aquélla, echando pie a tierra y ofreciéndole el regalo, entre aplausos y bajo el rubor y emociones de la favorecida.

Cumplido este acto simpático y caballeresco; se reanudaba la corrida en el mismo orden.

Raros eran los accidentes lamentables; los paisanos eran como nacidos en el lomo del caballo y preveían los tropiezos, evitándolos con tiempo. Los caballos que, de suyo eran briosos; en aquel gran movimiento y continuo correr, se embravecían y querían escaparse de entre las piernas de los jinetes; con lo que sólo daban ocasión para que aquéllos de mostraran su habilidad y el pleno dominio que ejercían sobre ellos.

El paisano se sentaba con toda desenvoltura en el caballo: el cuerpo derecho, la cabeza erguida, las piernas tendidas y apoyadas en los estribos, y los brazos sueltos y en acción. Era ésta una posición elegante y que ponía al jinete en condiciones de atender con oportunidad a cualquier emergencia, por más difícil y peligrosa que fuera.

Este torneo, exclusivamente nuestro, duraba hasta la entrada del sol. Al terminar, no faltaba algún, entusiasta, que arrancando una bandera del arco, se lanzara por las calles, perseguido, para quitársela por los demás; con toda la ligereza de sus caballos y atropellando todo lo que les impedía el paso.

Era este episodio el terror de las familias, que huían metiéndose en las casas o cercados, para escapar ellas y sus chicos de aquel infernal torbellino. Este final peligrosísimo en, el poblado, fue prohibido en los últimos tiempos.

Con estas expansiones de alegría y con algunos bailes en la noche y los infaltables fuegos artificiales; poníase término a las fiestas con que se solemnizaban nuestras glorias patrias.

Edición: Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Texto extraído de: Monzón, Julián, “Recuerdos del pasado. Vida y costumbres de Entre Ríos en los tiempos viejos”, 1929

Campanas significativas de nuestra ciudad (Basílica y Colegio)

Sobre el muro de la izquierda pueden verse las campanas de la basílica

Campanas de la Basílica de la Inmaculada Concepción

Es muy difícil determinar cuántas campanas hay en nuestra ciudad, pero tenemos tanto en Basílica de la Inmaculada Concepción, como en el Colegio del Uruguay, Justo José de Urquiza, campanas con historia.

Cuenta la tradición que el 8 de diciembre de 1858, a la hora de la Misa Mayor, se escucharon por primera vez las campanas en el templo mayor, una llamada “La Misioneras”, que tiene inscripta la fecha “Año 1729” y la otra donada por Dolores Costa, llamada “La Justa”.

Seis años más tarde el Gobernador de la Provincia de Entre Ríos, Don Justo José de Urquiza, hace elevar una nueva campana, a la que llamaron “La Campana del General” y lleva inscripto su  nombre.

Estas campanas han anunciado los actos litúrgicos, vibraron los días patrios, acompañaron las horas de duelo, llamaron a las plegarias, marcaron el “Toque de Oración”, cuando los hombres se descubrían y las mujeres se inclinaban y en sus labios florecía el “Acción de Gracias”. Sonaban cuando era 25 de mayo y se izaba el pabellón patrio. Sonaron con su cantar triste en las horas luctuosas del 13 de abril de 1870, cuando se traslada el féretro del Gral. Urquiza, desde la casa de su hija Ana Urquiza de Victorica hasta la Inmaculada Concepción.

Estas campanas a través, de los años fueron recibiendo lluvia, frío, viento, sol, granizo, y un día callaron.

La Basílica ya con sus torres-campanario y campanas

Cuando se construyó la iglesia, esta no tenía las torres campanario, de modo que las campanas estaban ubicadas sobre el muro norte del mismo. Esto fue hasta que fueron agregados al templo original las dos torres campanario, en los trabajos realizados entre 1920 y 1930 y, en una de ellas, la ubicada al norte de la Basílica se ubicaron las tres campanas originales. 

En el año 1948, se envían al Ministerio de la Nación para ser reparadas. En octubre de 1949, el Cura Párroco Zoilo Bel, informa de la llegada de las mismas en óptimas condiciones. En ese momento, se solicita la colaboración de dos campanarios mecánicos, para suprimir el uso de las cuerdas, pero no se  hizo lugar por razones de economía.

Estas campanas nos han acompañado hasta el año 2013, en que se compran tres nuevas campanas, en San Carlos Centro, Santa Fe.

Las antiguas campanas no fueron sacadas del Campanario Norte, si no que permanecerán ahí, siguiendo los hechos históricos que pasan en nuestra ciudad.

Las nuevas campanas fueron izadas, al Campanario Sur, que hasta entonces permanecía vacío, y también tienen nombres:

La campana mayor se llama: “Don Tomas de Rocamora”, fundador de la ciudad. La campana de la derecha, “Don León Almirón”, lugareño de la Villa, quien en 1778 solicita autorización para levantar una capilla en el asentamiento, dando origen  de esta manera a la incipiente villa de Concepción del Uruguay,  y la campana de la izquierda “Fray Pedro Goytia”, primer sacerdote a cargo de la capilla, designado por la Catedral de Buenos Aires.

La campana del Colegio del Uruguay

Campana original del Colegio

Pero estas no son las únicas campanas, en el Colegio del Uruguay, Justo José de Urquiza, también las hay. La actual campana no es la de la primera hora del establecimiento, es la tercera. Pero intentemos relatar la historia de estas campanas.

En el año 2003, el rector del Colegio Profesor Eduardo Giqueaux, recibe un llamado de la provincia de Tucumán, era una descendiente del Dr. Luis Aráoz, ex alumno, quien vivió los primeros años de este claustro educativo.

Luis Aráoz había escrito su historia en el Colegio del Uruguay y su paso por el internado, esta señora cuyo nombre era, Carmen del Valle Aráoz de Ezcurra, ponía a consideración del Rector, estos escritos.

Evaluado el contenido, el Profesor Giqueaux, aconseja la impresión de un libro, que por suerte se llevó a cabo y se llama “Del Tiempo Viejo”.

Este material tiene muchos datos de cómo era la ciudad y el Colegio en esos años, algunos de los cuales ya hemos ido publicando en este sitio.

Es ahí donde se lee, que la primitiva campana, que los llamaba para la hora de la comida, ubicada en la que sería hoy la galería del oeste, un día se rompe.

El entonces Rector del Colegio, el Dr. Honorio Leguizamón, le solicita al entonces presidente de nuestro país, General Julio Argentino Roca, la reposición de la misma.

Este accede enviando una campana nueva, pero solicito, a cambio, la campana que tantos recuerdos guardaba para él. Cosa que así ocurrió, Leguizamón le regala la sentida pieza. El General Roca, llevo la campana a su estancia “La Larga” en la provincia de La Pampa.

Con estos datos se abocaron a la búsqueda de la campana, que en definitiva es de nuestro colegio.

Se realizaron diversas llamadas telefónicas, y el Gobernador de la provincia de La Pampa a través de su secretario informa que la estancia no estaba en La Pampa, sino en Daireaux, provincia de Buenos Aires.

Se ponen en contacto con el Intendente de este lugar, quien hace el comentario que la vieja campana existente en la estancia, había sido donada al museo de la ciudad. Sugiere hacer una nota y solicitar la tenencia de la misma al menos por un año. Es así que se viaja y traen la tan ansiada campana. Que llega a nuestra ciudad el 15 de octubre de 2003, siendo recibida a la media noche por muchas personas que la esperaban en el Monumento al Gral. Urquiza, quienes acompañaron a la campana en caravana y tocando bocinas, hasta le dieron una vuelta a la plaza Francisco Ramírez, antes de guardarla en el Colegio. Fue presentada a la población el día 18 de octubre del mismo año.

Hermosa historia de la campana que supo de la compañía de Olegario Andrada, Onésimo  y Honorio Leguizamón, Martín Ruiz Moreno, Secundino Zamora, Julio A. Roca, Eduardo Wilde, Luis Aráoz y tantos otros alumnos.

En el año 2010, se cambia la campana que dono Gral. Roca por una nueva. Esta segunda campana también se encuentra en el Museo Histórico de la casa.

Texto: Virginia Civetta/Carlos Ratto. Fuentes: Abescat, Francisco, “La Ciudad de Nuestra Señora de la Concepción del Uruguay” y Giqueaux, Eduardo “Historias de Medio Tiempo”

El asesinato de una hija del general Urquiza

El chalet de Medarda de Urquiza dónde fue asesinada (Foto Caras y Caretas)

El 6 de abril de 1910 en horas de la noche, es asesinada en su estancia de San Joaquín de Miraflores, Distrito Molino, Doña Dorotea Medarda de Urquiza viuda de Sagastume, hija reconocida del Gral. Justo José de Urquiza, en su relación con Cándida Cardozo Pérez.

Medarda Urquiza viuda de Sagastume (Foto Caras y Caretas)

Al llegar las autoridades, la señora Medarda (como habitualmente se la conocía), se encontraba en su cama, presentando una herida de bala en la cabeza, con entrada por detrás de una de las orejas y salida por la frente.

Desde un primer momento se sospechó que el autor o autores del hecho era del entono cercano a la víctima, por lo que fueron detenidos quienes integraban el personal de la casa: Valentina Fernández, Antonia Muñiz, Ana López, Rosario Almada, Luis Benítez, Juan Balbi, Máximo Segovia y Juan Pereyra.

El cuerpo de Medarda fue trasladado a Concepción del Uruguay y velado en la capilla ardiente montada en la casa de su hija Sara Sagastume de Chiloteguy.
El sepelio se realizó en el panteón familiar del Cementerio Municipal. Una gran cantidad de personas acompañaron a pie a la carroza fúnebre que trasladó sus restos.

Finalmente, la menor detenida de 15 años de la servidumbre de la señora Medarda, Antonia Muñiz, se confesó autora del crimen, al cual lo había premeditado. 
Para tal fin, utilizó el revólver Bull Dog, calibre 10 mm, niquelado, propiedad de la señora y que esta guardaba en un mueble de su dormitorio. 

Antonia Muñiz, la joven asesina (Foto Cara y Caretas)

Muñiz ocupaba una habitación contigua. Siendo aproximadamente las 10 de la noche y al comprobar que su patrona se encontraba profundamente dormida, se acercó con el arma martillada y le efectuó un disparo.
Inmediatamente, luego de colocar el arma en el cajón de la mesa de luz, tomó las llaves con las que abrió la puerta y dio aviso al resto del personal que se encontraba durmiendo.

La joven habría tomado esta determinación por el resentimiento generado por una actitud violenta que la señora Medarda había tenido un tiempo antes con ella. Enterada que un pretendiente suyo había entrado a la casa en horas de la noche “sin pedir permiso”, haciendo alarde de su carácter fuerte, echó a rebencazos al joven y la reprendió duramente a ella.
Medarda había nacido en Gualeguay, el 8 de junio de 1847 y era viuda del Dr. José Joaquín Sagastume.

Texto: Omar Gallay. Fuentes: Trisemanario La Juventud (Concepción del Uruguay), Revista Caras y Caretas (Buenos Aires) y Balmaceda, D. (2011) “Biografía no autorizada de 1910”. Buenos Aires. Ed. Sudamericana.

El Molino de viento y la Infantería de Marina

Vista de la calle “Del Tonelero”, a la derecha puede verse la Comandancia con solo la planta baja, y más hacia la izquierda el rancho sede del Batallón y el molino.

El primer propietario de la manzana, acorde a escrituras localizadas por la historiadora local María del Carmen Miloslavich de Álvarez fue Bartolomé Ferrer (en algunos documentos Ferre) el que se encuentra entre los primeros pobladores de la entonces Villa del Arroyo de la China quien fue varias veces cabildante de la ciudad y de destacada actuación publica, que desde su cargo, le fue posible acceder a la adquisición de un terreno público.

Bartolomé Ferrer contrajo matrimonio con Dona Francisco Morillo.

El molino a viento o atahona

En el predio aludido, en la esquina de las actuales calles Artigas y San Martín (frente a la delegación de la Policía Federal Argentina haciendo cruz con el viejo hotel Grumete,  Ferrer mando a construir, lo que se considera el “primer molino o Atahona” accionada por el viento, que tuvo la ciudad y que podes observar en antiguas fotografías del álbum del fotógrafo Samuel Massoni.

El Molino o Atahona de Ferrer, como se lo conocía por su haber sido su constructor y dueño, lamentablemente debió ser demolido en el año 1874 por su ruinoso estado, pero merecía que se lo conservara para la posteridad por haber servido de cantón de la defensa de la ciudad en 1852, cuando la invasión de los generales Hornos y Madariaga y durante las sublevaciones del General Ricardo López Jordán (h) en los años 1870 y 1873.

División de la manzana de Bartolomé Ferrer

La mitad norte de la manzana propiedad de Bartolomé Ferrer es vendida, antes de 1829 a Joaquin Sagastume reteniendo la propiedad de los solares del lado sur.

El predio motivo de esta investigación, en oportunidad, de la asignación de los nombres, a las calles de la ciudad, por orden del Comandante Militar de la misma, Teniente Coronel D. Ricardo Lopez Jordán (h), en el año 1850, la actual calle Juan Perón se le impone el de Federación Entrerriana en toda su extensión, no cambiando el nombre en la calle De la Representación o Representación, (actual 9 de Julio), esquina de Del Tonelero o Tonelero (actual San Martín), manteniéndose estos nombres en los planos del arquitecto Augusto Picont de 1853 y en el del “Proyecto de Urbanización de la Ciudad de Concepción del Uruguay“ elaborado por el agrimensor Juan Leo en el año 1857 a pedido del General Justo Jose de Urquiza.

Al fallecer el matrimonio Ferrer-Morillo, queda como única y universal heredera, su hija Maria Josefa Ferrer, residente en Paysandú, quien vende los solares heredados y el 4 de octubre de 1861 a Manuel Ferreyra o Ferreira.

Cuartel del batallón de la Guardia Provincial de Entre Ríos, creación de la infantería de marina

Vista de la calle “Del Tonelero”, al fondo puede verse el rancho sede del Batallón y el molino.

En el plano de la defensa y fortificaciones de Concepción del Uruguay del año 1872 mandado a levantar por el 2do jefe de las fuerzas nacionales de guarnición en la ciudad, Teniente Coronel Jose Garmendia, realizado por el agrimensor Victorino Guzmán, puede apreciar que en los solares investigados tenía su asiento el “Cuartel del Batallón Guardia Provincial de Entre Ríos”, existiendo sobre la calle Catamarca (actual San Martín) una construcción identificada como “casa con techo de paja” asiento de la jefatura de la unidad y que se puede apreciar en antiguas fotografías de la ciudad.

En la esquina de las entonces calles Catamarca (San Martín e Independencia, hoy Artigas,  se menciona el “Cantón del Molino” en alusión al antiguo molino o atahona que Bartolomé Ferrer había construido en dicho lugar.

En el año 1880, por decreto de fecha 5 de noviembre, el Presidente de la Nación General Julio Argentino Roca dispone en base a los méritos que había acumulado en diversas campanas el “Batallón Guardia Provincial de Entre Ríos”, crear en Concepción del Uruguay un Batallón  de Infantería de Marina compuesto de 330 plazas constituido en base a los soldados de la referida unidad que se encontrasen en las condiciones prescriptas en la ley de materia, encomendándole la organización y jefatura de la unidad al Coronel Carlos Maria Blanco.

La Provincia de Entre Ríos procedió a transferir a la Nación una de sus mejores unidades, con su armamento, mochilas, banda de música y su lujoso uniforme de “parada completo y flamante. El Batallón de infantería de Marina, tuvo su asiento en el predio donde en la actualidad se encuentra el “Palacio Corbella” (esquina de San Martín y Juan Perón) por espacio de seis años hasta que fuera disuelto en 1886 por orden del Ministro de Guerra y Marina Dr. Carlos Pellegrini.

Según crónicas periodísticas de la época, el Batallón de Marina, siempre recibió los aplausos del público Uruguayense que se congregaba para presenciar sus ejercitaciones diarias, donde se destacaba su gallardía y precisión de los movimientos que ejecutaban o cuando vestidos con uniforme de parada, desfilaban marcialmente en las celebraciones patrias.

Esta esquina de nuestra ciudad, es más que histórica al haber sido “cuna de nuestra Infantería de Marina”.

Edición: Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Texto extraído de: Rousseaux, Andrés, “El Palacio del Dr. Corbella (Donde tuvo su asiento el primer regimiento de Infantería de Marina)” del libro “Concepción del Uruguay, edificios con historia”, Tomo I