El “Patagonia”, sede del Club Regatas

El “Patagonia”, sede del Club Regatas
Concepción del Uruguay ciudad de la virgen y el río, ciudad de caudillos y soldados, ciudad de historia, ciudad de turismo y ciudad de personajes.
Estos personajes han convivido en nuestra vida, sobre todo los que nacimos en la década de 1950. Pocho, Matraca, Nicolita, Teteque, Cosita, etc.
Y gracias a la Fundación Caminos de Esperanza y estudiantes de la Universidad Privada de Concepción del Uruguay (U.C.U.), de la Carrera de Locución, que han recopilado anécdotas de ellos, y podemos recordarlos y pubicarlos en nuestro espacio en la Web, para todos nuestros seguidores.
Pocho
Quien no recuerda a Pocho. Su nombre era Rubén Carballo. Nació en Concepción del Uruguay, el 4 de enero de 1934, fue criado en el campo por sus abuelos. Tenía un pequeño retraso mental, que hizo que en aquellos años, los padres, lo enviaron a la casa de los abuelos.
Cuando estos mueren, fue traído a la ciudad, viviendo primeramente en calles 25 de mayo y Mitre y luego la familia se trasladan al barrio Puerto Viejo, junto al Bar El Estudiante.
Le encantaba dar vueltas en colectivo de línea. Viajaba tardes enteras, tomando mates con el chofer. Pero no dejaba de recorrer el centro de la ciudad, visitaba confitería RyS, el quiosco, le encantaban los dulces y también pasaba por lo de Potoco. Y para finalizar su recorrido, miraba televisión en Megatones y luego visitaba el Carrito del Penca, donde comía y no siendo más tarde de la 01 horas, regresaba a su casa.
En su recorrido hizo amigos y juntaba caramelos y cigarrillos.
Te cruzabas con él y te pedía un “caballo club” (Jockey Club), haciendo alusión a la marca de cigarrillos.
Su amada campera, (del tipo inflable), que usaba en todas las estaciones del año, estaba siempre llena de caramelos, si le pedías un caramelo de menta, por ejemplo, el sacaba del bolsillo el caramelo solicitado, convidándote.
No había maldad en él.
Su relación con el popular Potoco, llevo a que el día de su casamiento, lo vistió de traje, moño rojo, y lo llevo a la ceremonia y fiesta. Dicen q bailo toda la noche.
Otra anécdota en su vida, fue cuando en Megatones, los empleados le permitían entrar y mirar dibujos animados en los televisores. Un día, se olvidaron de Pocho y cerraron el negocio, dejándolo adentro. Claro, al moverse Pocho, comienza a sonar la alarma. Lo que hace que llegue la policía. A él, lo ensordeció, y por supuesto lo asusto mucho. La policía, le dijo en broma que lo llevarían preso, y el, les contesto – “No, yo soy cabo-sargento”. Y se fue…
Otra anécdota, cuando hablaba de su familia, la que en su imaginación disfrutaba.
Tenía novia, “La Beba” o “La Marta”, tenía cinco hijos, dos mujeres y un varón. Si le pedías una foto de la novia, sacaba de su bolsillo o de su billetera un almanaque con la figura de una mujer.
En el Carrito del Penca, conoce al Pato Viganoni, quien le escribió un tema musical “Pocho”, que lo perdurara en la memoria de todos los concepcioneros.
Edición: Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Texto y fotos extraídos de: Proyecto “Entre Mates y Chocolate”, Asociación Civil “Caminos de Esperanza”, Ver en: https://www.youtube.com/watch?v=NFWvD6sdAwE&t=311s
Militar, político, diplomático, el Dr. José Miguel Díaz Vélez era oriundo de Tucumán, donde había nacido en el año 1773, siendo sus padres Don Francisco Díaz Vélez, próspero comerciante español y Doña María Petrona Aráoz, tucumana.
José Miguel se educó en el Colegio Real de San Carlos y más tarde se graduó de abogado en Chuquisaca.
Debió haberse recibido en el año 1796; al año siguiente se casa con Doña María del Transito Inciarte y su primer hijo nace en 1798 en Buenos Aires.
Los padres de Doña María del Tránsito se hallaban afincados en Concepción del Uruguay. Don juan Inciarte era español y Doña Isidora Montiel, su esposa, era santafecina. La primera venta de tierras de que se tiene noticias en estas zonas de Entre Ríos, fue la hecha por la señora Francisca Arias de Saavedra y Cabrera de Larramendi, el 20 de mayo de 1785, a Don Juan Inciarte. En el contrato se establecía que se enajenaba una fracción de campo con frente al rio Uruguay, que se extendía desde el arroyo Vera o Largo (hoy Colman), hasta el arroyo Martínez. Don juan Inciarte, rico hacendado y comerciante, fue un hombre generoso que se preocupó por los pobres e indefensos y por el progreso de esta incipiente Villa de Nuestra Señora de la Concepción del Uruguay. Estableció una escuela y trajo un maestro, al cual pagaba y daba alojamiento en su propia casa.
A su muerte, ocurrida en 1800, dejó una gran herencia en estancias pobladas de ganados, de la cuál fue heredera su hija Doña Maria del Transito Inciarte de Díaz Vélez. Cuando la familia Díaz Vélez dejó Concepción del Uruguay, los campos que les pertenecían fueron abandonados por algunos años y los ocuparon personas de la Villa aprovechando las ventajas que ofrecían esos fértiles campos vacíos.
Entre los que organizaron estancias en esas tierras de juan Inciarte estaban: jorge Espiro, Justo José de Urquiza, Juan Echaniz, Juan Bautista Zavallo, Joaquín Sagastume, Ignacio Sagastume, etc. Esto motivó por parte de los herederos una reclamación y las tierras fueron restituidas o pagadas en tiempos que el General Justo Jose de Urquiza era Gobernador.
Don juan Inciarte llegó a estas zonas por los años 1780 y una vez fundada Concepción del Uruguay levantó su casa frente a la plaza; la casa fue construida en piedra y con techo de azotea.
El lugar preciso es donde hoy se levanta el edificio de la jefatura de Policía, manzana circundada actualmente por las calles: San Martín, al norte; 3 de Febrero, al oeste; Alberdi, al sur y Moreno, al este (Escritura del Club Social de Concepción del Uruguay, cedida por su Presidente Sr. ingeniero josé Misael Minata).
Dr. Díaz Vélez, fue nombrado por el General Belgrano, con autorización de la Junta de Buenos Aires, Comandante de los Partidos de Entre Ríos, dado que los vecinos más importantes de la Villa eran fieles a la dominación realista, entre los que se encontraba el Comandante de Entre Ríos, Don Josef de Urquiza, quien había renunciado. Le tocó al nuevo Comandante disolver los Cabildos de Gualeguay, Concepción del Uruguay y Gualeguaychú y nombrar personas adictas a la causa de Mayo. Antes de ser nombrado Comandante en 1809 y en 1810, fue Alcalde de Primer Voto y Administrador de Correos. Al frente del Cabildo obtuvo de este la adhesión a la Primera Junta de Buenos Aires, siendo este el primer Cabildo del interior que se adhiere (Esto porque historiadores como el Dr. Leoncio Gianello considera a Luján como perteneciente a Buenos Aires -Conferencia del 1 de julio de 1983 pronunciada en Concepción del Uruguay).
Creemos de interés transcribir el documento: “Acabamos de recibir con oficio de V.E. de 19 del corriente los impresos que manifiestan los justos motivos y fines de la instalación de la junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Rio de la Plata a nombre del Sr. Don Fernando 7mo y quedan dadas todas las disposiciones para que se lleve a debido efecto en el distrito de esta jurisdicción cuanto \/.E. se sirva prevenirnos. El más pronto cambio del diputado de esta Villa y el puntual cumplimiento a las presentes y sucesivas ordenes de V.E. acreditaron el celo y patriotismo de este vecindario a cuyo nombre tenemos el honor de felicitar a V.E.
Nuestro Señor guarde la vida de V.E. por muchos años. Villa de La Concepción del Uruguay, 8 de junio de 1810.
Exmo. Sor. José Miguel Díaz Vélez, Agustín Urdinarrain, Domingo Morales, Josef Aguirre.
Sres. de la junta Provisional Gubernativa de las Prov. del Río de la Plata.
El 30 de junio de 1810 se llevó a cabo el Cabildo Abierto para elegir el Diputado; la elección recayó en el Dr. José Bonifacio Redruello, Cura Vicario de la Villa. Firmaron el acta los integrantes del Cabildo, el Comandante de Entre Ríos Don Josef de Urquiza y los más importantes vecinos.
Siendo ya en 1811 el Dr. Díaz Vélez Comandante de Entre Ríos, se produce la contrarrevolución, en la que las fuerzas españolas al mando del Capitan de Navío Don juan Ángel Michelena ocupan las \/illas de Gualeguay, Concepción del Uruguay y Gualeguaychú. El Comandante Díaz Vélez que tenía una tropa muy reducida, decide dirigirse a Paraná en busca de refuerzos, lo que pudo hacer gracias a que desde la costa uruguaya le hizo señales el patriota Tomás Paredes, quien encendió en su chacra, grandes fogatas, poniéndolo sobre aviso.
Después de un tiempo de ocupar las villas, los españoles comenzaron a ser hostigados por el paisanaje, distinguiéndose un criollo llamado Bartolomé Zapata que al frente de un grupo de patriotas expulsó definitivamente a los realistas de las villas entrerrianas.
El 7 de marzo de 1811, entra a Concepción del Uruguay Don Bartolomé Zapata con sus fuerzas y envía un parte a la Junta de Buenos Aires dando noticias de todo lo acontecido. Días después se suscita entre el jefe de la reconquista y el teniente Francisco Doblas una cuestión por el cargo de Comandante interino; el teniente Mariano Cejas, partidario de Francisco Doblas, quiso detener a Bartolomé Zapata y este, al resistirse, fue muerto a balazos el 21 de marzo de 1811. La junta recibe el parte de Zapata, le reconoce sus servicios y lo premia con el grado de Capitán.
Díaz Vélez desde su cargo de Comandante General, se dedicó al bien común, junto con su esposa y a afianzar el progreso de la Villa. La casa en que residía la familia Díaz Vélez en Concepción del Uruguay se hallaba en la manzana comprendida entre las actuales calles al este Juan Perón; al norte San Martin; al oeste Moreno y al sur Alberdi. En épocas en que vivían allí los Díaz Vélez el solar noreste de la manzana, pertenecía a Don Agustín Urdinarrain (padre del General Urdinarrain), solar que había comprado la viuda de Don Julián Colman, Doña Francisca Correa en el año 1805.
El lugar que ocupaba la casa de los Díaz Vélez seria el que ocupó la casa del Sr. Luis Gonzaga Cerrudo.
En el año 1813 el 14 de octubre le fue extendido al Dr. Díaz Vélez el Despacho de Teniente Coronel Graduado Comandante del Regimiento de Milicias Patrióticas de Caballería de Entre Ríos.
Al poco tiempo la familia Díaz Vélez se radica en Buenos Aires dónde el 2 de enero de 1816, Díaz Vélez es elegido diputado por Tucumán al Soberano Congreso, cargo que desempeñó hasta la disolución de éste último, después de la batalla de Cepeda del 1° de febrero de 1820 en el que fuerzas federales al mando del General Francisco Ramírez y Estanislao López, vencen a Buenos Aires.
En 1825 fue nombrado junto al General Carlos María Alvear (en carácter de secretario de este) en misión diplomática de las Provincias ante el Libertador Bolívar, contribuyendo entonces a la incorporación de Tarija a la República Argentina.
Fue secretario de Lavalle a quien éste le confió el Despacho de Guerra y Marina. En esos momentos, intentó interceder tratando de evitar el fusilamiento de Dorrego en Navarro. La caída de Lavalle terminó con su vida política, emigra a Paysandú, donde muchos años antes había poblado en sus cercanías una estancia. Buscando un retiro tranquilo alejado de los avatares de la política, en el sosiego y la quietud de aquellos campos, pasó sus últimos años falleciendo a los 60 años de edad en 1833. Sus restos fueron conducidos a Buenos Aires en el año 1843.
Varios de sus hijos nacieron en esta Villa de la Concepción del Uruguay. En el (Libro 1° Folio 399), de bautismos de nuestra Parroquia se lee: “El día 7 de Abril de 1802 yo, el Dr. josé Bonifacio Redruello, Cura Propietario y Vicario de la Villa de la Concepción del Uruguay, bauticé solemnemente a una criatura a quien se le puso José Manuel Aniceto, hijo legítimo del Doctor José Miguel Díaz’ Vélez y de Doña María del Tránsito Inciarte, vecinos de Buenos Aires y residentes en esta Villa; fueron padrinos: Don Agustín Urdinarrain y Doña Telésfora Melchora Pinaso a quienes advertí el parentesco espiritual”.
En el (Libro 2°. Folio 278) está anotada otra hija del matrimonio Díaz Vélez-Inciarte: María Antonia de los Dolores, nacida el 8 de abril de 1808 y sus padrinos fueron: el Dr. José Bonifacio Redruello e Isidora. Montiel (su abuela).
Otro hijo figura en el (Libro 3°. Folio 16) llamado José María de las Nieves, nace el 5 de agosto de 1810, cuyo padrino fue el Teniente Francisco Doblas. Otros hijos fueron: Luisa o Lucía y Justiniano que nacieron en Buenos Aires.
Luisa o Lucía Díaz Vélez, casó con el general Gregorio Aráoz de Lamadrid y murió en Buenos Aires víctima de la fiebre amarilla. Dolores casó con el Coronel Mariano Aráoz de Lamadrid. Justiniano, nacido en Buenos Aires, se desempeñó varios años como médico en Paysandú, casándose con María Narcisa Lauriana Paredes, hija del patriota de la independencia Don Tomás Paredes. Más tarde Justiniano se establece en Rosario donde desarrolla desinteresadamente su profesión de médico en tiempos de la espantosa epidemia de la fiebre amarilla.
Edición: Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Texto extraído de: Miloslavich de Álvarez, María del Carmen; “Hace un largo fondo de años, genealogía Uruguayense”, 1988.
El consultorio médico con acceso independiente sobre la misma calle esta compuesto de sala de espera, el consultorio propiamente dicho y una sala anexa
Don Félix Britos, además de ser un fuerte comerciante de la Villa, tuvo uno de los establecimientos ganaderos mas importantes de esta zona sobre la costa del Río Uruguay, en los campos denominados: “Rincón del Salto”, entre los arroyos: Ayuí Grande y Yuquerí Grande.
Hacia el año 1825, esta estancia, fue comprada a Don Félix Britos por el General Manuel Antonio Urdinarrain; medía este campo doce leguas y tres cuartos. En parte de esos campos se fundó la Ciudad de Concordia.
Don Félix habría llegado a esta zona después del año 1810, ya que todos sus hijos habían nacido en la Banda Oriental, menos la mayor que nació en Buenos Aires. Esta circunstancia y que la esposa de Félix Britos, Doña Antonia Arias, fuera porteña, hace pensar que hayan contraído matrimonio en Buenos Aires.
Sus hijos: María Justa, nació el 28 de mayo de 1789; en Buenos Aires; fue bautizada en la Iglesia de La Piedad, siendo su padrino, Don Pedro Rivera; Polonia Manuela Ramona, nació el 9 de febrero de 1791, bautizada en la iglesia del Espinillo, siendo su padrino José Cabo; Manuel María, nació el 28 de septiembre de 1794, en la iglesia del Rosario en el Colla, fue bautizada, siendo sus padrinos el Dr. Manuel Labardén y Doña Celedonia Quintana; Petrona María Brígida, nació el 2 de octubre de 1796 bautizada en la Iglesia del Rosario del Colla, siendo sus padrinos Don Francisco de Paula Ribera y Doña Juana Gómez; Martina Andrea, nació el 10 de noviembre de 1798, siendo su padrino el Dr. Manuel Labardén; Juan Policarpo, nació el 26 de enero de 1802, siendo bautizado en la Iglesia de San Antonio de Salto Chico del Uruguay, siendo su padrino Don Juan Migoya y Pendaz. María Mercedes, nació el 24 de septiembre de 1803, bautizada en la Iglesia de Salto Chico, siendo padrino Don Juan Migoya y Pendaz. Petrona Antonia, nació el 7 de junio de 1806, bautizada en la Iglesia de Salto Chico, siendo sus padrinos Félix López y Dona Juliana Monzón. María del Rosario, nació el 22 de julio de 1808, bautizada en la Iglesia de Salto Chico, siendo su padrino Don juan de Migoya y Pendaz. María del Rosario Justina, nació el 6 de octubre de 1810, bautizada en la Iglesia de Salto Chico; su padrino fue Don Juan de Migoya y Pendaz.
De algunos de los hijos de Don Félix Britos, tenemos datos de sus matrimonios y de sus descendientes.
Brígida, casó con Mariano López (hijo de Doña Tadea Jordán), el día 16 de mayo de 1820, y se separó el 27 de febrero de 1822. Durante ese tiempo que está separada le corre una onza de oro mensual de alimentos que le señaló el Alcalde Urdinarrain (textualmente de un documento de familia). Ver familia de Tadea Jordán.
María Justa, casó con Lucas Moscoviche, italiano, comerciante el día 26 de diciembre de 1819.
Rosario, casó con Hipólito Tejera.
Mercedes casó con el Coronel Fernando Uribe o Uribez; de este matrimonio nacen: Doña Carmen Uribe (soltera) y Doña Francisca Uribe casada con Don José Benito Cook, padres de Mercedes Cook de Mabragaña y Benito Cook (escribano y abogado). Benito Cook casa con Francisca Llames, éstos son padres de: Carmen, Benito C. (médico) y Ana Francisca Cook. Ana Francisca Cook Llames casa con Don Tomás Orihuela, padres de Maria Esther Orihuela (Lorenza Mallea), convecina nuestra e historiadora.
Manuel Britos, siguió la carrera de las armas y llegó a General, distinguiéndose en las luchas de la Banda Oriental.
Carolina Britos fue madre de Miguel (nieto de Don Félix Britos) de larga y fecunda trayectoria en la vida civil y militar de nuestra Provincia. Nació en Concepción del Uruguay y estudió en el Colegio “Justo josé de Urquiza”.
Además de sus méritos como ganadero fue destacado militar; el 28 de septiembre de 1869, ocupaba el puesto de Alférez con despacho firmado por el General Urquiza y su Ministro José J. Sagastume; el 20 de mayo fue ascendido a Teniente Primero con despacho firmado por Leónidas Echagüe y su Ministro Secundino Zamora; en 1873, fue promovido a Ayudante Mayor de la Guardia Provincial (Leyes y Decretos, T. 3 pág. l); el 20 de junio de 1883, fue ascendido a Capitan de la 4a. Compañía del Regimiento 1ro. de Mayo y el 15 de enero de 1884, llegaba a Sargento Mayor; despachos expedidos por el Gobernador Leónidas Echagüe y su Ministro Ramón Febre. Iniciado en la Logia Jorge Washington N. 44, el 23 de septiembre de 1873, desempeñó diversos cargos y el 8 de septiembre de 1892 se le otorga el grado 18. También militaron en dicha Logia varios de sus parientes más cercanos. (Alcibíades Lappas: “La Masonería Argentina a través de sus hombres. Buenos Aires, 1966).
Don Miguel F. Britos falleció en 1895 a bordo del vapor “Tritón” en el que venía de regreso a esta ciudad de Concepción del Uruguay desde Buenos Aires. Murió víctima de una larga enfermedad que minaba su organismo. Al llegar el barco al puerto, desembarcado su cadáver fue llevado a su residencia donde se lo veló durante toda la noche. En el acto del sepelio hicieron uso de la palabra el Sr. Wenceslao Gadea en nombre de la Guardia Nacional, el Dr. Agustín Alió y el Sr. Ignacio Fraga.
Al conocer su muerte el Gobierno decreta honores oficiales. Decreto del Poder Ejecutivo sobre honras fúnebres: “Habiendo en el día de ayer fallecido el Sr. Diputado por el Departamento Uruguay, Miguel F. Britos, decreta: 1ro.- En las oficinas públicas provinciales permanecerá la Bandera a media asta durante el día de mañana. 2do.- El piquete guardia de seguridad del Departamento Uruguay hará en el día de mañana los honores fúnebres correspondientes a la categoría del difunto, acompañando el cuerpo hasta su última morada. Art. 3ro.- El Gobierno correrá con los gastos del cortejo y demás que demande el entierro. 4to.- Autorízase a la Guardia Nacional del Uruguay para armarse, usar uniforme militar y formaren el día de mañana a objeto de que se haga los honores correspondientes al que fue su jefe. Firmado: Maciá – Faustino Parera
Miguel Fulgencio, casó con Juana Pondal; sus hijos fueron varios: Miguel, Manuel, Juan Honorio y Rosario del Carmen Britos Pondal.
Juan Honorio casó con Maria Adela Carosini Guido; tuvo dos hijos: Juan José y Miguel Alberto, ambos fallecidos y el último casado con Maria Adela Soldera. Este matrimonio tuvo: tres hijos: Miguel Alberto, casado con Nelly Caja. Ricardo Enrique, casado con Yolanda Leuze y Maria Marta, casada con Ricardo Sica. Estos descendientes viven actualmente en Concepción del Uruguay.
“Cuando la defensa de Paysandú, que al final la ciudad cae en poder de Venancio Flores, es inmolado el héroe de Paysandú: Don Leandro Gómez, en la mañana del 2 de enero de 1865. Temiendo que los enemigos profanaran su cadáver, éste fue traído por sus amigos ya Concepción del Uruguay, y es ocultado por largo tiempo en el sótano de la casa de la familia Britos, hasta que fueron repatriados sus restos (versión familiar).
La casa en que vivió la familia Britos se hallaba a una cuadra de la Plaza General Ramirez; al sur, en la manzana rodeada actualmente por las calles: al norte, Alberdi; al Oeste, Moreno; al sur, Sarmiento y al este, Vicente H. Montero.
En el año 1850, los linderos eran: al norte, calle por medio, viuda de Don Santiago Larrachau; al sur, calle por medio, Maria Taborda; al este, calle por medio, Teresa Fernandez y Don Mariano Altolaguirre y al oeste, Doña Josefa Ortiguera de Cacho.
El terreno comprendía tres solares; la casa estaba situada en la esquina noroeste; al fondo se encontraba la quinta y al lado oeste de la casa, las cocheras.
En 1850, las calles que rodeaban la propiedad eran: al norte, Entre Ríos; al este, Vicente H. Montero y al sur, Buenos Aires.
La casa de Don Félix Britos, y luego de sus descendientes, fue adquirida por Don Benito Yáñez, que en esos mismos solares edificó su casa.
Edición: Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Fuente: Miloslavich de Álvarez, María del Carmen; “Hace un largo fondo de años, genealogía Uruguayense”, 1988.
Don Julián Colman fue uno de los más antiguos pobladores, ocupaba el cargo de juez Comisionado del partido del Arroyo de la China, antes de la fundación de Concepción del Uruguay.
Julián Colman levanta el primer Censo de estos lugares donde figuran las primeras familias que formaron la incipiente Villa del Arroyo de la China; cuando envía el Censo adjunta un petitorio al Virrey en ocasión de la demanda de desalojo sobre las tierras ocupadas por los primeros pobladores. Este Censo fue levantado en el año 1781, es decir dos años antes de fundarse Concepción del Uruguay y es probable que a Julián Colman se le adjudicase un terreno frente a la plaza del lado sur, dado que por escrituras probamos que allí estuvo su casa.
Era casado con Francisca Correa, que varios años más tarde vende el solar ya edificado con casa habitación, pozo de balde, cercada de palo a pique, etc. Reproducimos el documento por ser interesante y posiblemente sea una de las escrituras o “carta de venta” más antigua de la incipiente villa.
“Sépase por esta carta como yo, Francisca Correa, vecina de esta Villa y viuda del finado Julián Colman, otorgo por ella que doy fe por mi y en nombre de mis herederos y sucesores y de los que de mi y ellos hubiere, titulo y causa, vendo y doy en venta real (ilegible), para siempre jamás a Don Agustín Urdinarrain del mismo vecindario y a quien sea su representante, una casa con pared, techo de paja y un galponcito que sirve de cocina, edificada en un cuarto de tierra de mi propiedad y se incluye en esta venta, lindando por el norte con la plaza principal y por el sur y oeste con casa y fondos del Dr. José Miguel Díaz Vélez y por el este, calle por medio, con Don Rafael Morales, con todas las entradas y salidas (ilegible), y costumbres, servidumbres y todo lo demás que le pertenece y puede pertenecer de hecho y de derecho, libre de tributo, hipotecas, memorias y otros cargos. De que me satisfago y doy por otorgada y declaro que el valor de dicha casa y sitio cercado de palo de ñandubay son los referidos trescientos veinticinco pesos por ello y del que más tener en cualquier forma, le hago la gracia y donación, pura, perfecta y acabada al comprador Urdinarrain y renuncio la ley de Ordenamiento Real, parto, desisto, aparto de la acción, propiedad, señorío y posesión, titulo y traspaso en el dicho Don Agustín Urdinarrain, comprador en quien sabiéndose en su derecho (ilegible) lo sirva, cambie, enajene a voluntad como dueño absoluto sin dependencia alguna.
“En la Villa de la Concepción del Uruguay a diez y ocho de marzo de mil ochocientos cinco. Y por no saber firmar, ruego y suplico lo haga en mi nombre Don Josef de Urquiza, con los testigos que presente a ruego de Francisca Correa. Josef de Urquiza. Testigo Manuel del Cerro”.
Don Julián Colman había sido un importante funcionario que velaba por aquellos primeros habitantes que fueron desposeídos de sus derechos y de sus tierras. Fallece aquí en Concepción del Uruguay, en nuestra Parroquia, en el (libro 1ro., Folio 128) se encuentra asentada su partida de defunción que transcribimos: “En veintisiete de octubre del año mil ochocientos murió Don Julián Colman, recibió los Sacramentos, fue sepultado el día veintiocho con entierro y misa cantada de cuerpo presente, cuyos derechos fueron treinta pesos, lo que certifico: Manuel josé Palacio. En el (Libro 1ro., Folio 324), se halla anotada la defunción de su esposa: “En 16 de junio del año de mil ochocientos nueve, Francisca Correa, vecina de esta Villa, siendo de sesenta años murió en su casa y en la Comunión de Nuestra Madre Iglesia, cuyo cuerpo enterré al siguiente día en esta Parroquia a mi cargo y por verdad lo firmo: josé Bonifacio Redruello.
La familia Colman llega hasta nuestros días, el eminente historiador y escritor Dr. Blas César Pérez Colman, autor de la Historia de Entre Ríos, descendiente de Julián Colman y de Francisca Correa.
Doña Juana Paula Colman casó con Blas Pérez, que había sido militar y obtenido el grado de Coronel. Blas Pérez y Doña Juana Colman se casaron el 18 de octubre de 1840. De dicha unión nació Benito Pérez que fue Escribano Público.
Benito casa con Dolores Brito. Transcribimos la partida de casamiento: que se halla en el (Libro 3, Folio 448) Libro de Casamientos, que se halla en nuestra Parroquia.
“El 3 de julio de 1872 casa Benito Pérez de 24 años de edad, hijo de Blas Pérez y de Juana Colman, con Dolores Brito, hija de José Brito y Teresa Fernández. Padrinos: Darío del Castillo y Delfina Brito.
Hijo de este matrimonio nace en Concepción del Uruguay César Blas Pérez Colman, (quien anexa el apellido Colman) el 11 de diciembre de 1874 y casa con Doña María Enriqueta Catalina Martínez de Fontes. Fueron sus padres el Dr. Manuel Martinez Fontes y Doña Teresa González del Solar.
Los hijos del Dr. César Blas Pérez Colman, residen algunos en Paraná y éstos son: María Lola Pérez Colman de Cevallos; Manuel M.; Benito M.; Isabel Pérez Colman de Demaría; María Victoria; María Judith y María Laura Pérez Colman de Tavani.
Edición: Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Texto extraído de: Miloslavich de Álvarez, María del Carmen; “Hace un largo fondo de años, genealogía Uruguayense”, 1988.
¿Usted cree en aparecidos? Yo tampoco. Hoy nadie cree nada. Ni en desparecidos, que sería más fácil, porque usted los ha visto, los conoció y de pronto no están más. Pero ni en eso se cree en estos tiempos.
Si uno se pone a pensar ve que los incrédulos no están tan desencaminados, pues de pronto, por casualidad uno levanta una tapa y ahí, donde menos lo esperaba, encuentra al que había dejado de ver; o casi sin querer abre alguna puerta, más por hacer algo que por necesidad de aire y ¿qué ve del otro lado? Ese que ni recordaba ya.
Entonces el que tiene esos encuentros se dice “no se habían esfumado, estaban en otro lado nomás” y deja de creer. También sucede que uno, no yo que no tengo tiempo ni vocación de agricultora, sino uno cualquiera, gusta escarbar la tierra, cultivar su ramito para el cementerio, recoger la lechuguita fresca para el asado dominguero, amontonar perejil en la macetita más soleada y, por supuesto, si tiene un metro cuadrado sin baldosas decide plantar un árbol.
Entonces toma la pala y suda con alegría pensando en la fresca y florida sombra que le deparará placer en ese mismo sitio, donde se ve mateando y leyendo un diario mientras escucha la radio, porque ese soñador, no lo olvidemos, es un hombre de hoy, múltiple, casi completo, exprimidor al máximo de sus minutos de ocio. No puede simplemente disfrutar del árbol mientras deja vagar el espíritu. Si no hace (o cree hacer) tres o cuatro cosas a la vez se siente mal, desperdiciando tiempo, se angustia porque lo siente correr y él no obtuvo ganancia de esa carrera.
De pronto la pala deja al descubierto algo ni sospechado ni pensado jamás, ni mucho menos, soñado: allí, justo donde debe apoyar e! joven ejemplar que a su lado espera con las raíces envueltas en arpillera húmeda, está aquél que tanto tiempo hacía no encontraba. Por supuesto, no puede averiguarle cómo llegó hasta allí, ni quien lo ayudó a meterse en lugar tan estrecho; pero viendo que todos los que no se habían mudado, están donde estaremos todos (“polvo eres…”), se hace incrédulo también.
Por eso no me extraña que no crea en aparecidos. Yo tampoco creo, ya se lo dije. Pero antes era distinto. Uno veía algo y decía: vi tal cosa. No como ahora que se pone a razonar sobre si lo visto no será una ilusión óptica o sentimental, o si no habrá un olvidado trauma de la niñez capaz de provocar esas visiones. En fin, duda tanto de lo visto que decide no contarlo por si acaso no lo vió. En épocas así los aparecidos no se ven, pueden surgir en cualquier momento y lugar con toda la seguridad que da la duda. Nadie atentará contra ellos.
Le pregunté si creía porque leyendo el librito del Doctor Troncoso Roselli “Evocaciones a la Distancia”, que memora su niñez entre 1904 y 1909, supe que aquí, en Concepción del Uruguay, según le contaba un viejo, amigo de su familia, en la época de su juventud aparecía una mujer sin cabeza, más o menos desde Onésimo Leguizamón y las calles paralelas y cercanas a las vías, del lado de acá, aunque en ese tiempo tal vez las vías no estuvieran aún; por dichas calles, en dirección al puerto, durante varias cuadras era común verla. En cualquiera de las esquinas podía surgir y ¡qué susto! Intrigada comencé a averiguar sobre el asunto, porque me pareció interesante saber quién era y cómo era que creían esas cosas.
Hablando con gente de edad, ancianos, cada vez mas viejos, unos me mandaban a otros que sabían más, que recordaban mejor, que habían vivido en alguna cuadra vecina al suceso, llegué hasta las afueras de la histórica, más cerca de Caseros que de ella. Me interné en un camino secundario, luego en uno terciario y por fin en un caminito que terminaba en un rancho bajo pequeña arboleda, gallinero pequeño también, perro guardián, pozo con roldana chirriante y baldes hechos con latas de aceite y alambre. Allí todavía lúcido, fuerte para su edad, cuidado por una tataranieta cuya familia vive cerca, encontré a Don Rudecindo Tomba.
No le llamó la atención mi presencia, a sus años sabe que todo puede pasar. Lo alegró si, oir los nombres de quienes me enviaron, pues hacía mucho no los veía ni tenía noticias de ellos. Los recuerdos le venían en tropel y contaba cosas de uno y otros, encantado de tener auditorio nuevo y tan interesado.
La Joven me invitó a matear y el viejo se alegró otra vez cuando respondí, “encantada si es amargo”. Así, entre mate y mate, le pregunté y me contó lo de la mujer sin cabeza.
Sucedió que por esas calles, en ese tiempo, vivía un francés muy trabajador, económico, de poco hablar, llegado a estas tierras alrededor de los treinta años, allá entre 1875 y 1880. El puerto no estaba donde está ahora, sino en el otro extremo del Riacho Itapé, en lo que se llamó Puerto Viejo y ahora es Balneario Municipal. Muchas veces tomaba el francés el camino del puerto de ahora, pero no para llegar al río, sino para detenerse en una casa donde era bien recibido y mejor atendido por la dueña. Pierre tenía una pena, una tristeza en la mirada honda, un secreto recóndito que lo hacía interesante a los ojos femeninos; lo presentían necesitado de ternura, hambriento de cuidados maternales. Era medido en sus gastos, metódico en sus costumbres.
Ese camino lo hacia los sábados solamente. A veces otros hombres también lo hacían, pero Don Rudecindo no sabía si, igualmente iban de visita o si caminaban para estirar las piernas. Cierta vez uno apareció corriendo de vuelta a su casa, apenas diez minutos después de haber salido. Los ojos saltados de asombro, sin aire por la corrida y por el susto. Cuando pudo hablar dijo: se me apareció una mujer sin cabeza. Todos le creyeron y lo repitieron. Unas noches después el mismo hombre salió con un amigo pero no vieron nada. Sin embargo otro que era de ese grupo, relató casi lo mismo unos días después. Y luego otros más. Las personas entendidas comenzaron a comparar fechas, horas, días de la semana de la aparición.
Llegaron a la conclusión que sucedía los miércoles y jueves después de las nueve de la noche y hasta las tres de la madrugada.
No me supo decir a ciencia cierta si el francés era talabartero o si trabajaba en una talabartería, pero algo de eso había, pues le quedó el recuerdo de ese oficio enredado con la figura de Pierre. Una mañana, en el taller donde éste y otros hacían sus labores, un compañero relataba lo sucedido entre las exclamaciones de asombro de todos y el silencio indiferente del extranjero. Entonces, como para obligarlo a hablar, el que deba las noticias le dice:
– ¿Y Pierre, no has visto todavía a la mujer sin cabeza?
~ ¿Hay un cirgco?
– Es un fantasma.
– ¿Quién puede creerg eso?
– La han visto en el trayecto a la casa de La Lola, que tú conoces.
– Nunca he visto nada.
– Debes cambiar de día, es decir, de noche.
~ ¿Paga qué?
– Para verla. ¿O tienes miedo?
Eso no le gustó. Era hombre de pocas palabras pero de expresiones faciales muy legibles.
– Tergminá el tema. Dijo al compañero. Pero el otro era terco.
– Te juego un peso de plata que no te animas a pasar por allí el miércoles a la noche.
– Aceptado.
– ¿Sabes?, – dijo el otro, – parece que esconde algo en la mano izquierda, pues no le podemos ver donde la tiene, siempre hay un pliegue de la falda que se la tapa. (En aquel tiempo las mujeres vestías de largo y con faldas amplias). Pierre sonrió, tal vez pensando en el peso que ganaría tan fácilmente.
El iba los sábados a hacer sus visitas y como hablaba poco con los vecinos y casi nada con los compañeros de taller, ni los escuchaba, apenas, por estar sumergido continuamente en sus pensamientos, no sabía que la aparición databa de los tiempos de su llegada a ésta o sea varios meses. Menos aún sabía que tenía hora y días precisos. Tal vez si hubiera conocido esos detalles hubiera podido pensar, pero no los conocía. Entonces entró un cliente y sonriendo dijo a los presentes.
– ¿Sabían que la mujer sin cabeza es francesa? Pierre se pone de pie de un salto y con una lezna enfrenta al recién llegado.
– Me buscas. ¡Me encontragás!
Todos se precipitan a contenerlo y desarmarlo sin entender la reacción.
– Pero no hubo alusión. Dice tartamudeando el atacado.
– Repetí lo que se comenta. Como lleva una flor de lis pendiente de una cadena que se sostiene en el cuello…
– i\/váyase! – Vocifera Pierre. Todavía contenido por dos hombrotes.
– ¿Por qué se enoja este hombre? ¿Se creerá el único francés del mundo? ~ Pregunta el cliente.
Los otros le hacen señas para que se retire y tranquilizan al compañero. El miércoles, antes de dejar las tareas, se citaron los apostadores, para las nueve de la noche en la esquina de las hoy Mitre y Carosini, que les quedaba a ambos a medio camino. Desde allí, lentamente, caminaron esperando la aparición, además de tres curiosos que los siguieron a prudente distancia y entre los que iba otro francés llegado hacia unos días, que fuera amigo de Pierre en su patria y a quién éste, sin que el otro entendiera llamó soplón el mismo día del altercado con el cliente, luego de lo cual se negó a hablar más con él. Evidentemente el hombre no quería perder esa amistad, decía haber llegado a Uruguay tras los pasos de Pierre, para continuar una firme amistad de años y ahora quería saber qué sucedía para que lo tratara así. Se veía que la palabra amigo era sagrada para él, aunque dejaba trasuntar una naturaleza dura y hasta cruel. Tenía, como el otro, algo contenido, oculto, pero se lo adivinaba duro.
Dejaron la Mitre y por la Congreso de Tucumán tomaron la hoy Ambrosio Artusi, cuando casi al llegar a 25 de Mayo, a la luz de un farol ven a la mujer como esperando; esbelta, cuerpo joven, falda amplia, clara, busto alto, cadena y joya de oro sobre la negrura de su ajustado talle. Era una bella moda, dice Don Tomba; desde la cintura a la base de los senos se ajustaban con esos corseletes de terciopelo, de color opuesto al vestido; la cintura quedaba chiquita, el talle derechito, el busto y las caderas saltaban a la vista.
– Ahí está. – Dice el compañero del francés. – Sigamos como si no la viéramos. El peluquero Primot dice que pasó delante de ella y cuando miró para atrás no estaba más. Ha de esperar a uno que no encuentra.
Pero el francés no avanzaba, estaba como petrificado mirando la elegante figura.
– i\/amos Pierre! ¿O te gano el peso de plata?
Tal vez lo hubiera pagado y todo quedara en la consiguiente jactancia del otro y el silencio de Pierre. Pero se acercan los curiosos que los seguían y querían ver mejor la aparición, ya que al ser muchos el miedo estaba repartido. Al verlos Pierre endureció el rostro y en silencio siguió hacia la luz. Cuando estaban por enfrentarla, ella, en lugar de esconder su mano izquierda como siempre, giró para mostrar muy bien lo que ahí llevaba: tomada de los cabellos, la cabeza, su propia cabeza, Era un bello rostro que miraba con amor y asombro a Pierre.
– Françoise! Fue su alarido y se tapó los ojos mientras se agachaba hasta sollozar contra la tierra de la calle, como si no tuviera fuerzas para mantenerse erguido.
Los otros lo rodearon; la luz se apagó; no había farol ahí, era la luz que permitía ver la aparición no más; lo levantaron como pudieron; regresaron espantados. Después, por boca del otro francés, tal vez la conmoción lo hizo hablar, supieron que Pierre había sido el hombre de Françoise. Hombre de temer. Dei bajo fondo. Guapo en serio y a quien jamás vio flaquear nadie. Tenía varios delitos en su haber, pero nunca comprobados, entre ellos el robo en una casa noble de la joya que ella lucía, Pero el último era grave, tan grave que lo llevó a pedir a su amante se declarara culpable, así él buscaba una buena defensa o la ayudaba a escapar. Había una muerte importante de por medio, era difícil tener esperanzas, pero ella hizo todo como el le pidió. Mientras, el se embarcaba para América del Sur y comenzaba una distinta vida de honrado trabajador. A ella la guillotinaron en la madrugada de un jueves y no pudieron sacarle una palabra más que: “Pierre ¿por qué me abandonas? ¿Dónde estás?”. Cuando el sacerdote fue a confesarla obtuvo lo mismo. Todos la creyeron loca. El cura no la pudo absolver de sus pecados, pues ni se arrepintió ni pareció verlo.
– Ya ve, señora, agregó Don Rudecindo Tomba, la francesa buscaba a su hombre, a quien sin duda amaba, para saber por qué la había abandonado o para que la viera y le comenzaran los remordimientos. Sólo ella sabría a que venía.
Unos meses, después, cuando se repuso de la impresión, Pierre se marcho de Uruguay y la mujer sin cabeza no se vio más.
Por eso tuvimos mucho tiempo el dicho: “más seguidora que la francesa”.
Edición: Virginia Civetta y Carlos Ratto. Texto extraído de Lorenza Mallea y Coty Calivari, “Las mallas del viaje”
El primer propietario de la manzana, acorde a escrituras localizadas por la historiadora local María del Carmen Miloslavich de Álvarez fue Bartolomé Ferrer (en algunos documentos Ferre) el que se encuentra entre los primeros pobladores de la entonces Villa del Arroyo de la China quien fue varias veces cabildante de la ciudad y de destacada actuación publica, que desde su cargo, le fue posible acceder a la adquisición de un terreno público.
Bartolomé Ferrer contrajo matrimonio con Dona Francisco Morillo.
El molino a viento o atahona
En el predio aludido, en la esquina de las actuales calles Artigas y San Martín (frente a la delegación de la Policía Federal Argentina haciendo cruz con el viejo hotel Grumete, Ferrer mando a construir, lo que se considera el “primer molino o Atahona” accionada por el viento, que tuvo la ciudad y que podes observar en antiguas fotografías del álbum del fotógrafo Samuel Massoni.
El Molino o Atahona de Ferrer, como se lo conocía por su haber sido su constructor y dueño, lamentablemente debió ser demolido en el año 1874 por su ruinoso estado, pero merecía que se lo conservara para la posteridad por haber servido de cantón de la defensa de la ciudad en 1852, cuando la invasión de los generales Hornos y Madariaga y durante las sublevaciones del General Ricardo López Jordán (h) en los años 1870 y 1873.
División de la manzana de Bartolomé Ferrer
La mitad norte de la manzana propiedad de Bartolomé Ferrer es vendida, antes de 1829 a Joaquin Sagastume reteniendo la propiedad de los solares del lado sur.
El predio motivo de esta investigación, en oportunidad, de la asignación de los nombres, a las calles de la ciudad, por orden del Comandante Militar de la misma, Teniente Coronel D. Ricardo Lopez Jordán (h), en el año 1850, la actual calle Juan Perón se le impone el de Federación Entrerriana en toda su extensión, no cambiando el nombre en la calle De la Representación o Representación, (actual 9 de Julio), esquina de Del Tonelero o Tonelero (actual San Martín), manteniéndose estos nombres en los planos del arquitecto Augusto Picont de 1853 y en el del “Proyecto de Urbanización de la Ciudad de Concepción del Uruguay“ elaborado por el agrimensor Juan Leo en el año 1857 a pedido del General Justo Jose de Urquiza.
Al fallecer el matrimonio Ferrer-Morillo, queda como única y universal heredera, su hija Maria Josefa Ferrer, residente en Paysandú, quien vende los solares heredados y el 4 de octubre de 1861 a Manuel Ferreyra o Ferreira.
Cuartel del batallón de la Guardia Provincial de Entre Ríos, creación de la infantería de marina
En el plano de la defensa y fortificaciones de Concepción del Uruguay del año 1872 mandado a levantar por el 2do jefe de las fuerzas nacionales de guarnición en la ciudad, Teniente Coronel Jose Garmendia, realizado por el agrimensor Victorino Guzmán, puede apreciar que en los solares investigados tenía su asiento el “Cuartel del Batallón Guardia Provincial de Entre Ríos”, existiendo sobre la calle Catamarca (actual San Martín) una construcción identificada como “casa con techo de paja” asiento de la jefatura de la unidad y que se puede apreciar en antiguas fotografías de la ciudad.
En la esquina de las entonces calles Catamarca (San Martín e Independencia, hoy Artigas, se menciona el “Cantón del Molino” en alusión al antiguo molino o atahona que Bartolomé Ferrer había construido en dicho lugar.
En el año 1880, por decreto de fecha 5 de noviembre, el Presidente de la Nación General Julio Argentino Roca dispone en base a los méritos que había acumulado en diversas campanas el “Batallón Guardia Provincial de Entre Ríos”, crear en Concepción del Uruguay un Batallón de Infantería de Marina compuesto de 330 plazas constituido en base a los soldados de la referida unidad que se encontrasen en las condiciones prescriptas en la ley de materia, encomendándole la organización y jefatura de la unidad al Coronel Carlos Maria Blanco.
La Provincia de Entre Ríos procedió a transferir a la Nación una de sus mejores unidades, con su armamento, mochilas, banda de música y su lujoso uniforme de “parada completo y flamante. El Batallón de infantería de Marina, tuvo su asiento en el predio donde en la actualidad se encuentra el “Palacio Corbella” (esquina de San Martín y Juan Perón) por espacio de seis años hasta que fuera disuelto en 1886 por orden del Ministro de Guerra y Marina Dr. Carlos Pellegrini.
Según crónicas periodísticas de la época, el Batallón de Marina, siempre recibió los aplausos del público Uruguayense que se congregaba para presenciar sus ejercitaciones diarias, donde se destacaba su gallardía y precisión de los movimientos que ejecutaban o cuando vestidos con uniforme de parada, desfilaban marcialmente en las celebraciones patrias.
Esta esquina de nuestra ciudad, es más que histórica al haber sido “cuna de nuestra Infantería de Marina”.
Edición: Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Texto extraído de: Rousseaux, Andrés, “El Palacio del Dr. Corbella (Donde tuvo su asiento el primer regimiento de Infantería de Marina)” del libro “Concepción del Uruguay, edificios con historia”, Tomo I
En nuestra Parroquia, en un viejo volumen en cuya carátula se lee aún sobre sus tapas de cuero sobado: “Libro primero de casamiento de la Parroquia de San Sebastián”; se encuentra la siguiente partida: “En 26 de marzo de 1789, habiendo precedido justificación de libertad de Antonio Mirón, hijo legítimo de Antonio Mirón y Antonia Bravo, todos naturales de la ciudad de Lorca, se publicaron las tres conciliares proclamas sobre el matrimonio que intentaba contraer con María Josefa Sanabria, hija legítima de Juan Bautista Sanabria, natural de Buenos Aires y de Josefa Mendoza, natural de la Villa de Ciciana y no resultando impedimento, Yo, el Cura Justo Arboleda, por Comisión particular del Cura de la Villa de Concepción del Uruguay y del de Yapeyú, desposé en la Capilla del pueblo de Paysandú por palabra de presente, a los referidos Antonio Mirón, residente de la otra Villa y a María Josefa Sanabria, residente en Paysandú. Asimismo, el 1 de abril del expresado año, los mencionados desposados recibieron las solemnes bendiciones con la misa nupcial siendo testigos del mencionado acto: Don Francisco Rodríguez y María Josefa Mendoza. De que certifico, Justo Arboleda.
Este matrimonio se radicó en la isla Almirón, donde instalaron un obraje de leña y carbón.
Algunos años más tarde se trasladaron a Concepción del Uruguay, donde Don Antonio Mirón ocupó el cargo de Regidor del Cabildo en el año 1796, dedicándose al comercio, había instalado una atahona (panadería).
Don Antonio Mirón tuvo su casa, según pudimos ubicarla, por una escritura, en la esquina de las actuales calles: Galarza y Eva Perón y su propiedad constaba de tres solares, es decir, tres tercios de manzana; su casa habitación se hallaba en la esquina sur-este, frente a la plaza Ramírez. Transcribimos parte de la escritura: “El 20 de octubre de 1860, comparecieron ante el escribano, la Sra. Isidora Miró y su hermano Ceferino Miró, hijos legítimos de Doña Josefa y don Antonio Mirón; la primera, en representación también de sus sobrinas: Doña Saturnina Gomenzoro de Valenzuela y doña Petrona Gomenzoro de Astoril y expusieron que venían a otorgar escritura en venta de un solar situado en esta ciudad sobre calles Ciencias (Galarza) y con los linderos siguientes: al norte, con otro solar perteneciente a los comparecientes y demás herederos; por el sur, calle por medio, con la Plaza Ramírez; por el este, calle por medio, con solares de los herederos de Don Narciso Calvento y por el oeste, con Doña Matilde Urquiza de Montero”.
Los descendientes del matrimonio Mirón-Sanabria, vendieron al Coronel Don Simón Santa Cruz y a su esposa Doña Juana Urquiza, el terreno de 40 varas de frente por 80 de fondo con el antiguo edificio, con cercos, poste y plantas.
El matrimonio Santa Cruz-Urquiza, edificó una casa de azotea, desde la cual, se dice, que el General Urquiza acompañado por el Presidente Sarmiento, asistieron al desfile del Ejército en 1870.
Esta casa pasó a manos de otros propietarios; su último dueño, antes de la construcción del edificio Antares, fue Don Aurelio Jorge, casado con Doña Laura Gadea Lantelme, (la escritura fue cedida por Laura y Martina Jorge Gadea).
En el año 1820, doña Josefa Sanabria de Mirón, ya había enviudado y se encontraba en el Censo, figurando con 40 años de edad y sus dos hijos menores: Isidora, de 15 años e Indalecio, de 13 años. Su ubicación en el Censo coincide .con el lugar que indica la escritura frente a la Plaza donde vivían.
El matrimonio Mirón-Sanabria, tuvo varios hijos: María Antonia, nacida el 16 de junio de 1790; María Magdalena, el 27 de julio de 1792; María del Pilar, el 15 de agosto de 1794; (fallecida); María de los Angeles, el 2 de julio de 1795 (fallecida); Pablo, el 30 de junio de 1797, María Salomé, el 2 de enero de 1799 (fallecida); María Isidora, el 29 de enero de 1804; Indalecio, el 1 de mayo de 1806; y Ceferino, el 26 de junio de 1807 (el apellido luego se transformó en Miró).
La hija menor, Isidora, casó con don Cipriano José de Urquiza, hijo mayor de Don Josef de Urquiza y hermano del General, a la sazón viudo de una de las hijas de Doña Tadea Jordán, Doña Teresa López Jordán. En su casamiento con Isidora Miró, fueron testigos los hermanos de Teresa, Pedro López y Cruz López. Este casamiento se realizó en 1839. De su matrimonio con Cipriano josé de Urquiza, Isidora Miró, tuvo dos hijos: josé Antonio e Isidora Petrona. Viuda desde 1844 del Gobernador delegado Cipriano Urquiza, Doña Isidora Fallece el 10 de agosto de 1871 habiendo casado en segundas nupcias en el año 1859 con Francisco Palomares,
Otra hija de los Miró-Sanabria, casó con Juan Bautista Gomenzoro y Ximenez (hijo de Don Domingo de Gomenzoro y Zabala y de Doña María del Carmen Ximenez de los Santos). Juan Bautista nació en Buenos Aires el 24 de junio de 1780; bautizado el mismo día en La Merced, murió en Buenos Aires en 1829; fue Alcalde de Barrio por el Cuartel N° 3 y N° 1 en 1815 y 1816. Su esposa, Magdalena Miró, falleció en 1816 y casa en segundas nupcias con Doña Maria del Rosario Marín y Torregrosa.
Juan B. Gomenzoro y Magdalena Miró tuvieron tres hijas: María Albina, casada con el tucumano José Cruz Herrera; María Saturnina, casada con Benito Valenzuela y María Petronila o Petrona, casada con el francés Antonio Antoul o Astoril.
Edición: Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Fuente: Miloslavich de Álvarez, María del Carmen; “Hace un largo fondo de años, genealogía Uruguayense”, 1988.
El 7 de mayo de 1903 un grupo de vecinos de nuestra ciudad, se reunió en uno de los salones del Colegio Nacional, con el propósito de cambiar ideas acerca de la creación de un Centro Social, procediéndose ante todo a nombrar un presidente y dos secretarios para que encaminaran las deliberaciones.
Luego de intercambiar distintas ponencias, se procedió a elegir la Comisión Directiva Provisoria que se encargaría de llevar adelante la “feliz idea” y de redactar un anteproyecto de estatuto para la incipiente creación.
Los trabajos llevados a cabo por la Comisión Provisoria dieron como resultado que, a sólo dos meses y días, el 25 de julio del mismo año, se declarara inaugurado el Centro Social. Se contaba con un número considerable de socios y adherentes y con un proyecto de estatuto que, en agosto, fue aprobado.
La recién inaugurada institución que pasaría ya a llamarse Club Social, debió afrontar serios inconvenientes que, con tesón y férrea voluntad fueron sorteados.
El más difícil de solucionar fue la carencia de un local adecuado y propio que permitiera la realización de las distintas actividades para las que había sido creado. El baile de Gala del 9 de Julio de 1906 debió efectuarse en los salones del Colegio Nacional.
Su propia sede
En 1905 comenzó a funcionar en el que fuera Gran Hotel Argentino, bellísima construcción de la época y en la que hoy está instalado el Hogar de Niñas “Remedios Escalada de San Martín”, en calle Galarza. Fue en ese lugar donde dos de sus socios protagonizaron un hecho de sangre que conmovió a la sociedad Uruguayense.
El 5 de agosto de 1909, Carmelo de Urquiza, hijo del General Justo José de Urquiza, fue baleado, luego de una fuerte discusión, por un señor Martínez, recibiendo heridas que le produjeron la muerte momentos después, en su domicilio de calle Moreno. Este hecho sumado a los serios problemas financieros que venía soportando la nueva institución, hizo que, a seis años de su fundación, el club se pusiera al borde de su “liquidación” y cierre definitivo.
Pero una Comisión especial nombrada con plenos poderes, elegida en Mayo de 1909, supo capear el temporal y reunidos en Asamblea Ordinaria al día siguiente del luctuoso hecho mencionado, decide con firmeza llevar adelante el emprendimiento.
En esa misma reunión se decide cambiar de local para lo cual se “ponen al habla” con el señor Fontela, por la casa que este tenía frente a la plaza. Se llega a un acuerdo y se alquila el local que hoy ocupa, contiguo a la Jefatura de Policía. En 1919 y siendo presidente D. Agustín Higueras Rodríguez, se estuvo en tratativas para cambiarse a la casa de Don Eduardo Oliver, pero éste ya tenía compromisos con el Banco Hipotecario Nacional a quien se la arrendó. La Comisión Directiva del club accede a solventar, de su propio peculio, las reformas que se imponían en la casa de Fontela y en el año 1925, durante la presidencia del Dr. Manuel Ruiz Moreno se verifica su compra. De ahí en adelante y hasta el día de hoy, el local de San Martín 735 a sufrido distintas modificaciones atendiendo siempre a la mayor comodidad para el esparcimiento de sus socios.
Según una publicación de 1939 poseía “un frontón de pelota (que aun pude observarse sobre calle Alberdi) y una cancha de bochas que dan lugar a animadas competencias. Posee, además, una bien provista biblioteca”
Para esa época era su presidente el Sr. Leopoldo Cabral, Vicepresidente el Dr. José A. Rodriguez y Secretarios los Sres. Raúl Uncal López y Rodolfo Seró Mantero.
Gravitación en nuestro medio
El Club Social de nuestra ciudad ha gravitado en forma contundente en nuestro medio. Desde el inicio de sus actividades influyó ante el Gobierno Nacional propugnando la concreción del proyecto de la Comisión de Obras Hidráulicas del Río Uruguay, consistente en la conversión de nuestra dársena interior en Puerto de Ultramar. Asimismo para que sancionara la ley que acordara la construcción del edificio que actualmente ocupa la Escuela Normal y la sanción de otra ley creando un Juzgado Federal en nuestra ciudad.
Sus 115 años de vida lo encuentra, añorando los tiempos pasados, en un momento de decaimiento, no teniendo en la actualidad la gravitación que supo tener en la primera parte de la centuria pasada.
Edición: Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Fuente: Revista Panorama (1939) y Galotto, Roque, “Los 93 años del Club Social”, Diario la Calle 17 de mayo de 1996