La “Barraca Americana” (Hufnagel y Plottier S.A. Sucursal Concepción del Uruguay)

Edificio de la “Barraca Americana” 

Antecedentes e Instalación

La historia de las empresas ligadas al comercio en el litoral fluvial argentino, y por ende partícipes de las intensas y variadas actividades en la región de la Cuenca del Plata, registra numerosos antecedentes que hermana a las poblaciones asentadas en las costas de los grandes ríos, prescindiendo de las fronteras administrativas y creando una vasta red de intereses comunes cuya amplitud admite estudios de variado tenor. En tal sentido, el rescate de los ricos archivos empresariales se torna condición sine qua non para comprender en profundidad estas redes económicas, laborales, políticas y sociales creadas en torno a los ríos de la cuenca y su región de influencia. En esta oportunidad, nos detendremos en la historia de la Barraca Americana- perteneciente a la firma Hufnagel y Plottier, y a la sucursal que la misma instaló en el puerto de Concepción del Uruguay- la antigua capital de Entre Ríos.
El origen de esta reconocida empresa comercial, que aún mantiene su operatoria en la Banda Oriental , se remonta a la segunda mitad del Siglo XIX, y a las transacciones que el ex Presidente de la Confederación Argentina , Justo José de Urquiza, mantenía con ka firma A.B. Morton e Hijos, Baltimore, U.S.A., importadora y exportadora. Un hecho casual, el asesinato del por entonces Gobernador de Entre Ríos, determinó el comienzo de la casa comercial que ahora nos ocupa. En efecto, al momento de acaecer los trágicos sucesos del ’70, el Capitán Jhon G. Hufnagel comandaba un barco, el Alfred, que esperaba en el activo puerto de Concepción del Uruguay para comenzar la descarga de mercaderías. La confusión del momento y la necesidad de tomar urgentes decisiones motivaron una reunión en la capital oriental con el reconocedor belga Eugenio Plottier, residente en Paysandú y gran conocedor de la plaza comercial de ambas costas. Este aconseja a su amigo trasladarse hasta Paysandú y vender allí el cargamento que transportaba. El éxito obtenido en aquella primera operación los motivó, previo acuerdo con los hermanos Franklin y Dudley de Morton e Hijos, a fundar una empresa propia, la Barraca Americana, que inició sus operaciones primero en Paysandú a finales de 1870, en 33 Orientales y 8 de Octubre. Razones de orden práctico y de seguridad motivaron este primer movimiento de la firma, pero la decisión de expandirse a otros lugares ya estaba en los planes de los socios y aprovechando los rindes positivos de los ejercicios de las primeras décadas, principalmente basados en la venta de cueros y productos saladeriles, se instalarán en Concordia en 1892, Amberes en 1895. y en Baltimore, tras el cierre de la Casa Morton e Hijos, sucursal que posteriormente llevaron a Nueva York. Plottier era el encargado de las transacciones y arreglos entre exportadores y saladeristas. Su experiencia en el ramo, aquilatada por años de trabajo en empresas familiares en México, le dio a la sociedad importantes contactos y ganancias. En los Folletos Conmemorativos que la firma publicó en 1945 y 1970, éste último con el sugestivo título de Barraca Americana- Un Siglo Construyendo- se reconoce esta interesante labor del intermediario.

 La instalación de una sucursal en Concepción del Uruguay, uno de los anhelos de los socios, se produce recién cuando se remodelan las instalaciones del puerto, cuya operatoria era complicada por el bajo calado, un problema aún latente. Construida la nueva dársena sobre el Riacho Itapé, la zona ribereña adquiere una fuerte presencia comercial. La Sucursal Concordia de la Barraca Americana , hábilmente gerenciala por Héctor Baltar había incorporado a su operatoria materiales de construcción y era además agente comercial de Ford, sus ventas superaban a las de la casa matriz de Paysandú y esto termina por convencer a la firma de la necesidad de instalarse en el nuevo puerto de Concepción del Uruguay, que prometía iguales dividendos.

Las operaciones a través de éste utilizaban su importante enlace vial con el resto de las provincias mesopotámicas para abastecer a sus sucursales y expandir la proyección de la firma hasta lugares insospechados. A partir de 1907 sucesivos buques llevaron y trajeron toda clase de mercaderías a y desde este puerto siendo la madera uno de los rubros más requeridos. Entre marzo de 1907 y mayo del mismo año, Hufnagel y Plottier concretaron la instalación de su primer depósito en la zona portuaria, suceso del que los periódicos lugareños dieron amplia cobertura. El Agrimensor Juan Leo, quien intervino en la mayoría de las delimitaciones y trazas de colonias en la provincia, avaló dicha instalación, que tuvo un costo de inicial $ 12.000 ampliada a otra suma similar para facilitar el desmonte, la nivelación a una cota de 6,50 sobre el río y los accesos ferroviarios en doble extensión, el viaducto conductor y el guinche a vapor correspondiente. La firma tramitó directamente los permisos ante el Ministerio de Hacienda, los dos depósitos, de amplias dimensiones, (12 por 40) estaban unidos de 12 metros de ancho que daba a los cimientos del futuro aserradero. El estilo arquitectónico, inglés; utilizó gruesa mampostería, ladrillos importados y estructuras de entrepisos con perfiles metálicos de gran porte. En el interior de este verdadero complejo, tres vías Decauville iban y venían en un incesante movimiento comercial. (Arquitecto S. Giacomotti e Ing. Windmuller) Las construcciones no detuvieron la operatoria, que siguió a buen ritmo con el rubro maderas en primerísimo lugar, destinado en su mayor parte a la sucursal Concordia. Casi en seguida, se incorpora el combustible, con el que se abastecía a gran parte de la provincia.

La habilitación Municipal obtenida el 1º de agosto de 1910- el Decreto correspondiente es de fecha primero de septiembre del mismo año- le concedió permiso para almacenar los siguientes artículos: Maderas en general, Tierra romana, Baldosas para piso, Tierra Pórtland, Techos lisos y enlosados (azulejos), Yeso, Tejas de canaleta, Tiza, Alambre de toda clase, Aguarrás, Kerosene, Nafta, Carbonato de cal para la industria, Pez de resina, Sulfato e hidratos impuros (soda cáustica y común), Calcio en general y galvanizados, Tirantes de hierro macizos, Bujes, Carbón de piedra, Punta de Paris y estoperoles, Tornillos en general, Arandelas y bulones de hierro.

Los rubros autorizados fueron: ferretería, carpintería, construcción, derivados del petróleo y químicos. El circuito de fletes marítimos hacía que sus barcos nunca navegaran en lastre con lo que se aseguraba ganancias en cada operación. Importantes buques esperaban en rada su turno para la descarga dando una vibrante nota de color y movimiento al nuevo puerto. El 19 de septiembre de 1910 se inauguró oficialmente la Sucursal, que estaba a cargo de Emilio Santa Fe. Los Anales de la Barraca registran como un suceso de gran notoriedad la llegada del Vapor Heraldo, el 28 de diciembre de 1910, con máquinas alemanas que se instalaron en el aserradero a vapor, el cual tenía usina propia.

Expansión de la Sucursal

Promediando 1913 el movimiento comercial, intenso, se vio alterado por el inicio de la primera guerra mundial, debiendo soportar la firma además, las pérdidas causadas por un incendio de grandes proporciones en la entrada a puerto del navío Penobscot. Pero estos inconvenientes no arredraron a los directivos, muy por el contrario, sirvieron de acicate para emprender otra importante inversión en el lugar: la compra de cuatro manzanas aledañas por un valor de $ 60.000. Con posterioridad, entre 1916-17, habiendo obtenido la categoría de Agente Oficial Ford, se construye un amplio y elegante Salín de Exposición y Ventas inaugurado en julio de 1917 con la exhibición de 20 modelos de la afamada marca norteamericana. El salón exposición tenía dos amplios salones de depósito y reparaciones, ofreciendo de esta forma un completo servicio a la amplia cartera de clientes. Completando este incesante ritmo de progreso comercial, se adquieren otras fracciones con la intención de construir un depósito general frente al puerto con lo que la Barraca unificó si frente edilicio y se convirtió en la gran firma portuaria de la ciudad, cuyo radio de seis manzanas casi totalmente edificadas demostraba la proyección obtenida, que se complementaba con las representaciones en ciudades y pueblos de la región: Francisco Gavazzo y Reboratti- Gualeguaychú, (1911) Basavilbaso- Entre Ríos, Curuzú Cuatiá- Corrientes, (1918), Villaguay, (1918) . Este intenso movimiento de expansión quedó detenido hacia 1923, por causas internas y externas entre las cuales podemos mencionar las huelgas de trabajadores marítimos, que aunque no alcanzaron ribetes virulentos demostraron los cambios sociales y laborales operados en la sociedad. Frente a esta nueva contingencia, los gerentes y directivos demostraron su adaptación y buena voluntad- Un dato curioso lo es el hecho de que las instancias de mediación se hicieron en la sede de la Policía Provincial, con el comisario inspector como mediador. Otro aspecto a tener en cuenta fue que las sucursales, todas integradas, en gran parte dependían de los manejos que en cada una de ellas hacían sus directivos. La casa principal de Paysandú tuvo grandes pérdidas en la década del ’20. lo que derivó en una inteligente reestructuración de la firma, quedando las casas uruguayas agrupadas con sede en Montevideo y las de Argentina y ultramar con sede central en Buenos Aires. La sucursal Concepción del Uruguay era el engranaje que movilizaba al comercio del litoral y abastecía principalmente a la Sucursal Concordia.

En lo externo, cuando Ford Motors se dedica exclusivamente a la fabricación de maquinaria bélica pone a la firma en un aprieto por la gran cantidad de pedidos que canalizaba, los que fueron puestos en lista de espera hasta junio de 1919, cuando con gran suceso de público y prensa se realiza la exhibición del Tractor Fordson en un campo de la localidad de Caseros, promocionando su alto rendimiento, la avanzada tecnología y el bajo consumo de combustible.

Un problema recurrente en todas las empresas de la región, denunciado asimismo por las grandes cooperativas agrarias: Fondo Comunal- Lucienville- Lar, fue el de la sistemática falta de vagones ferroviarios para el transporte de la mercadería. La correspondencia entre los gerentes de la forma y el de la Entre Ríos Railway Company fue incesante, pero inútil, ya que los vagones solicitados no llegaban, o lo hacían en muy escaso número. Esta política de retaceo se mantuvo en las administraciones ferroviarias aún después de la nacionalización de los servicios, demostrando la influencia perdurable del rígido sistema implementado por los británicos.

Frente a éste y otros inconvenientes, los responsables de la Barraca aguzaron su ingenio y continuaron ofreciendo a su amplia clientela las últimas novedades del mercado, como los equipos radiotelefónicos, que trasmitían conciertos, noticias y radioteatros desde la sucursal, promocionando hábilmente este nuevo elemento de distracción. Durante varias décadas, hasta 1972, la firma siguió prestando sus servicios y manteniendo una fuerte presencia en la zona portuaria local, y en la región toda. A partir de este año, se inicia la venta de los espacios aledaños a las instalaciones principales, culminando en 1984 con la compra del edificio principal y sus instalaciones por la firma Ivoskevich, culminando de esta forma el ciclo de la firma en la ciudad. Las instalaciones en general, aún pueden observarse en el puerto, donde han sido aprovechadas con fines varios, como clubes, pubs, etc.

El Archivo de la Sucursal Concepción del Uruguay

El fichero rescatado, muy prolijo y detallado, abarca el período 1922-35, momento en que la firma realizó la primera de sus divisiones administrativas, (Montevideo-Buenos Aires). Está compuesto por 3562 fichas correspondientes a 1787 clientes y de acuerdo a su contenido se agruparon en Informes – Manifestación de bienes – solicitudes de crédito y Edictos Judiciales. De los Informes requeridos para acceder al crédito, surge una interesante distribución que arroja un 94,80% de clientes para la provincia de Entre Ríos, lo que equivale a un total de 1694 clientes, seguidos por las provincias de Buenos Aires y Corrientes, con 2,97 y 1,12% respectivamente, y porcentajes ínfimos en Misiones, Mendoza. Santa fe y Córdoba. Algunos de estos destinos demuestran que la visión de futuro u la expansión hacia otros rubros seguía presente, como se verá En el Alto Valle del Rio Negro, (Plottier).

La Sucursal en Concepción del Uruguay aglutinaba los rindes productivos de una vasta región agrícola, esencialmente de colonias pobladas por inmigrantes judíos, suizo-franceses, belgas y alemanes del Volga. Las fichas por Departamento muestran el liderazgo del Departamento madre- Uruguay, con 49,17 % de clientes, seguido por Colón, Villaguay, Gualeguaychú, Concordia y Tala en cifras mucho menores pero que se corresponden con los ligares donde se nombraron representantes o se abrieron agencia y sucursales.

Para conocer las actividades laborales de la clientela se han hecho clasificaciones pormenorizadas, que arrojan los siguientes resultados: Agricultores. 568- Comerciantes 601- Empleados 33, Profesionales Trabajadores 268, Varios 62 y Sin Datos un número importante: 265.
Los Informantes constituyen otro rubro de gran interés, eran los encargados de elevar a la firma los datos preciso del solicitante y en muchos casos, sobre todo tratándose de agricultores, esas fichas nos proporcionan una descripción completa de cantidad de hectáreas poseídas y cultivadas, (14.950-5959-) qué clase de cultivos se implementaban, útiles de labranza, animales, elementos de locomoción, cuadro de situación económica del jefe de familia, y concepto que del mismo tenían los bancos las intendencias o las cooperativas. En razón del enclave geográfico de la sucursal, la operatoria con las colonias judías de los departamentos Uruguay y Villaguay fue vital para el desarrollo agrícola-comercial de la zona. Benito Tieffenberg, vecino de Concepción del Uruguay y miembro de la comunidad, se constituyó en la pieza clave para estos Informes, que totalizan 140 intervenciones sobre un total de 137 clientes colonos de la J.C .A. La mayor cantidad se dio en Basavilbaso, 25, Villa Domínguez, 23, La Capilla 22, Las Moscas, 12, Villa Clara, 12, Pueblo Cazés, 10, La Clarita, 9, Ubajay, 5 y cifras menores en el resto de las colonias cercanas. Agrupados por Departamento, la clientela de la J.C .A. era liderada por Villaguay, 58, Uruguay, 45, Colón, 32 y Concordia 2. Nuevamente.

Todo armonizaba con el radio de influencia de las grandes cooperativas agrarias ya mencionadas, que poco a poco se convirtieron en los máximos informantes y llegaron a alquilar depósitos de la barraca en su etapa de grandes rindes cerealeros, así como promocionaron la maquinaria agrícola que vendía la firma en sus Boletines Cooperativos y en El Colono Cooperador, órgano de prensa de las entidades judías. Para ayudar a las operaciones mayores se trabajaba con el Banco Nación, el de Italia y Río de la Plata y con los Bancos Agrícolas Regionales,- 1920-1940 completando un ágil, efectivo y añorado circuito productivo cuyos datos son fundamentales a la hora de integrar estos aspectos. El trabajo de sistematización de este Archivo aclara con profusión de detalles además, las instancias judiciales por las que pasaron numerosos clientes, la organización del comercio y las pequeñas colonias de departamentos de honda tradición ganadera, como Gualeguaychú, y la amplitud de criterio y concepto comercial de avanzada con que se manejaron los destinos de esta importante sucursal de la firma sanducera.

Por: Celia Gladys López (Directora Instituto de Historia FHAyCS Sede Uruguay, UADER – IEHA – ACADEMICI – GECLA – ADHILAC ARGENTINA – EDULAC. Junta de Estudios Históricos de Entre Ríos). Artículo gentileza Museóloga Ana Trípoli

111 años de la Asociación de Ex-Alumnos del Colegio del Uruguay

Reunión llevada a cabo para constituir la Asociación en el salón de actos “Alejo Peyret” (Foto: Raquel Bonín)

El 29 de julio de 2018, la Asociación de Ex-Alumnos del Colegio del Uruguay “Justo José de Urquiza”, cumple 111 años de su creación.

Durante la primera década del siglo XX, plena etapa de la República Conservadora, era Rector del Colegio el doctor Dermidio Carreño, acompañado en la Vice Rectoría por el profesor Juan José Millán.

En el año 1907, llamativamente, los festejos del aniversario del Colegio fueron realizados con importantes actividades, aunque se trataba del cumpleaños número 58.

El evento tuvo gran adhesión de los vecinos  y contó con la presencia de muchos ex alumnos que llegaron por barco a la ciudad. En esa oportunidad asistió el gobernador de la Provincia, Faustino Parera, y otras autoridades. Y también contaron con la adhesión mediante telegramas y notas de salutación de  Julio Argentino Roca, Victorino de la Plaza,  Benigno Ferreyra (Paraguay), Eduardo Vázquez (ministro de la República Oriental del Uruguay), etc.  Al año siguiente se realizó la publicación de un libro muy completo sobre estos festejos, el cual se conserva en la Biblioteca Alberto Larroque.

Ya en el mes de abril de ese año, y por iniciativa de, entre otras personalidad,  Luis Aráoz se reunieron los ex alumnos  con el objetivo de formar una Asociación.  De ese encuentro surgió una Comisión Provisoria encabezada por el doctor Benito G. Cook.

La creación explícita de la Asociación se realizó el 29 de julio de 1907 en el Salón de Actos “Alejo Peyret”, designándose mediante Asamblea, a la Comisión Ejecutiva  y la Comisión Consultiva de Ex alumnos del Colegio del Uruguay, aprobándose además los Estatutos de la institución que continúa rigiéndola hasta nuestros días.

La Comisión Ejecutiva quedó integrada por Benito G. Cook como Presidente; acompañado por Antonio Sagarna,  Rafael M. Paradelo, Máximo Álvarez, Juan José Millán y Dardo Corvalán Mendilaharsu.

Y la Comisión Consultiva formada por Juan B. Martínez, Cipriano D. Urquiza, José María Barreiro, Avelino González y Agustín Simonpietri.

Entre los  objetivos y lineamientos de este nuevo organismo podemos citar:

– Propender a la vinculación de los hijos intelectuales del Colegio y a la ayuda mutua en la forma que lo estableciere el Reglamento

– Procurar por todos los medios posibles al mayor prestigio y progreso del Colegio.

-Ambas juntas se renovarían cada tres años por votación.

-Tendría asiento en la ciudad de Concepción del Uruguay.

-Se formarían comisiones de propaganda en otras ciudades (Capital Federal, La Plata, Paraná, etc.). En referencia a este último punto, debemos hacer el esfuerzo de imaginar las comunicaciones en esa época.

Luego de 111 años de existencia,  la Comisión actual sigue convocando a todos aquellos que pasaron por las  aulas y se sienten parte de la gran familia colegial. Y los invita a sumarse como socios para continuar con los antiguos y nobles objetivos de sus fundadores. Pero fundamentalmente los convoca a acompañar el presente institucional con el cariño  y la gratitud de siempre.

Texto: Raquel Bonín, publicado en “El miércoles Digital”

Para mayor información sobre la Asociación y cómo unirse a ella ingresar a: https://www.facebook.com/exalumnoscolegio/

Remodelaciones y ampliaciones del Colegio del Uruguay

Vista del patio del colegio antes que se le agregara el piso de alto que da sobre calle Leguizamón, puede verse el aljibe en el centro del patio

El 28 de julio de 1849, se funda en Concepción del Uruguay, de manos del Gral. Urquiza, el Colegio del Uruguay. El 14 de octubre de 1849, se colocó la piedra fundamental y para el 1° de mayo de 1851, ya contaba el edificio con planta baja terminada. En 1880 se le agrega a la planta baja y mirador el primer piso frente a plaza Ramírez. Y en 1935 al 1942, se le sumo el primer piso de la parte posterior, siendo estas las más importantes remodelaciones y ampliaciones.

Primera remodelación y ampliación

Debido al asalto a sangre y fuego del Colegio realizado por las tropas de Ricardo López Jordán en 1870, el edificio sufrió una serie de importantes deterioros, a los que debían sumarse los producidos por el paso del tiempo.

El Rector Dr. Agustín Mariano Alió comenzó a gestionar ante la superioridad la remodelación y ampliación del mismo, resolviendo por decreto del Presidente Domingo Faustino Sarmiento, en el año 1873, llevar a cabo la obra.

Se autorizó la construcción de un primer piso como así también realizar las ochavas en las esquinas de la planta baja para llenar una disposición municipal reciente.

Cinco empresas se presentaron a la licitación y después de una serie de problemas con quien había presentado el presupuesto más bajo la obra fue adjudicada a José Fossati, firmándose el 28 de octubre de 1873 el contrato para la ejecución de la obra.

El proyecto del primer piso fue realizado por Don Pedro Melitón González, presidente del Departamento Topográfico de la Provincia siendo designado inspector de obra, labor que desarrollo con eficacia y esmero. Llamó nuestra atención la rapidez con que fue concluida, ya que el 30 de junio de 1874 el constructor hizo entrega del edificio terminado el cual fue aceptado por el inspector.

Segunda y la más importante reconstrucción y ampliación

El 10 de enero de 1934 escribió el Rector Dr. José Haedo a superior jerárquico una nota diciendo entre otras cosas que “…exageración puede afirmarse que en muchas aulas y dependencias el estado del edificio representa un verdadero peligro”.

Meses después volvió a describir el estado lamentable del Colegio afirmando que se “…notan grietas no solamente en los muros sino también en los cielorrasos de yeso, produciéndose desprendimientos (…) No sería del caso limitarse a simples reparaciones o retoques, pues se requieren obras de consolidación, reconstrucción y ampliaciones…” sugiriendo el desmantelamiento, pero conservando el tipo de arquitectura.

Finalmente en noviembre de 1934 el Ministerio de Obras Públicas de la Nación informó la necesidad del desalojo del edificio en los primeros días de enero de 1835, cosa que se realizó, pasando a funcionar en tumo de la tarde de la Escuela Normal.

Más que una reparación profunda fue una verdadera reconstrucción. La realización del proyecto llevó prácticamente dos años completos iniciándose en 1937 la demolición de tres de sus lados, quedando solamente frente y el Mirador, que fueron considerados de mayor valor histórico. El Arquitecto Canavessi nos dice al respecto: “En esa oportunidad se decidió dejar el frente del edificio tal cual era en la época de su fundación. Se estudió el color con que había estado pintada las paredes, se dejaron las puertas y ventanas con postigos y pasadores; quedaron los techos del zaguán y galería interior con sus viguetas de madera dura la vista; los faroles y bancos de los corredores, son originales. También en esta oportunidad se le agregó el primer piso de la planta baja posterior sobre calle Onésimo Leguizamón”.

Debemos decir que en los lados norte y sur fueron demolidas las aulas y dependencias que daban sobre el patio, quedando unas galerías cubiertas. Recordemos que en esta instancia estaba previsto demoler el mirador, lo que fue impedido gracias a la movilización de las fuerzas vivas de la ciudad.

El proyectista y director de obra de estos trabajos fue el arquitecto Pelayo Sainz y la empresa constructora fue Sincomaco (Sociedad de Ingeniería y Construcciones Malvicino y Cía).

Después de muchos inconvenientes y quejas sobre detalles de la obra, la misma fue entregada con fecha 29 de abril de 1942 y el 27 de mayo de mismo año se procedió a iniciar las clases en el edificio restaurado después de un periodo de más de 7 años» informaba el Ministerio del ramo.

Estas dos importantes refacciones no le han quitado al edificio su coherencia arquitectónica original presentándose actualmente como una verdadera joya del pasado entrerriano.

Texto extraido de: Argachá, Celomar José,  “Colegio del Uruguay “Justo Jose de Urquiza”, 2006

Estancia Villa Teresa, su historia

Casco de la estancia “Villa Teresa”

Hablar hoy de Villa Teresa, es remontarnos a la aparición de la familia Urquiza, en la provincia de Entre Ríos. Josef Narciso de Urquiza y Álzaga, nacido en Castro Urdiales, Vizcaya, en el año 1762, cuando contaba con doce años de edad partió de Portugalete, vía Coruña, al río de La Plata, donde quedo bajo la tutela de su tío Don Mateo Ramón de Álzaga y Sobrado.

Trabajó al lado de su tío, en donde aprendió el manejo comercial. A los 20 años se estableció por su cuenta con un comercio en Buenos Aires.

En 1784 se caso con una joven criolla Dña. María Cándida García y González, porteña, descendiente de Don Domingo Martínez de Irala. Tres hijos del matrimonio nacieron en Buenos Aires.

El matrimonio se radica en Entre Ríos, en el año 1789, trabajando Josef en la estancia “La Centella”, ubicada en el departamento Gualeguaychú, propiedad del señor García de Zúñiga, dedicándose a la explotación de madera y hacienda.

Más tarde regentean un establecimiento ubicado a cuatro leguas al norte de Concepción del Uruguay, propiedad de Don Pedro Duval. Llegando a comprar estas tierras en 1808, sitio donde construyen la Estancia San José. Precisamente en este lugar, nació el 18 de octubre de 1801, Justo Jose de Urquiza.

Este paraje prospera rápidamente, obteniendo en la provincia un lugar privilegiado, ya sea por su actividad ganadera y explotación de la piedra caliza, pasando a ser denominado por la población como “Rincón de Urquiza”.

En la segunda década del siglo XIX, Josef de Urquiza, deja Entre Ríos, perseguido por problemas políticos del momento (era partidario de la monarquía al ocurrir la Revolución de Mayo) y se radica en Buenos Aires, donde Falleció el 10 de marzo de 1829.

En el año 1825, estas tierras son regenteadas por Juan Jorge y luego por Cipriano de Urquiza.

Con fecha, 7 de abril de 1864, bajo la firma del Escribano de Gobierno Jose Maria Castro, se redacta un Decreto del Gobernador López Jordán, donde declara que estas tierras “son de la propiedad particular del Exmo. Gral. Urquiza”. La actividad principal de la estancia era la cría de ovino.

El 11 de abril de 1870, Justo Jose de Urquiza, fue asesinado en su casa, Palacio San Jose, su viuda y sus hijos siguen con la administración de los campos y en especial de este. Donde surgen sociedades por cuenta mitad, entre Dolores Costa y los ingleses Antonio Grieve, James Patterson y Jorge Holmes. Exportando a Europa en 1872 “dos mil vellones libres de suciedad” también por estos años se realizaban marcas de animales, de acuerdo al reglamento del año 1872.

La mantención de los edificios que componían la estancia también fue tema de preocupación de Dolores Costa, quien a pesar de la difícil situación económica por la que pasaba, hizo importantes gastos en estos y alambrados. Transformando al lugar en importante y con gran prestigio.

Ya en el año 1879, ante las ventajosas condiciones impuestas por el gobierno, la familia Urquiza, funda colonias en sus propiedades, ahorrándose los gastos de mensura de tantos campos. En campos de la estancia Rincón de Urquiza se funda la colonia “1° de Mayo”. Pero a pesar del fraccionamiento de estos campos la estancia San José en Rincón de Urquiza no perdió importancia, ya que reunía 13.684 ovejas y 8.046 corderos para el año 1888, prueba de esto es la fluida correspondencia que se encuentra en Placio San Jose, entre los puestos: Pantanoso, Rincón, Costa Crucecita, Cañada Grande, Santa Maria, Santa Ana, Santa Teresa y otros.

Si bien había mucha ganancia con estas tierras gran parte de las mismas se gastó en el prolongado juicio que realizaron los descendientes de Urquiza para demostrar la legitimidad de los títulos de la propiedad, frente a descendientes de Cipriano de Urquiza.

La mensura definitiva fue realizada en 1893 por el Agrimensor Juan Leo, pero con anterioridad Dolores Costa sintiéndose enferma había dispuesto la distribución de los campos y ganados, correspondiendo a Teresa, una de sus hijas menores, el casco llamado Santa Teresa, del que hoy nos ocuparemos.

Teresa Urquiza de Sáenz Valiente

Teresa Urquiza (1864-1945) se casa con el Vicealmirante Juan Pablo Sáenz Valiente, quien a fines del siglo XIX y principios del XX, transformaron este puesto en villa veraniega. Hasta 1986 perteneció a la familia (Sáenz Valiente), residiendo un nieto de Urquiza, Marcelo “Tito” Sáenz Valiente. Al morir este, regentean la misma los hermanos Carlos y Marcos Chaix, hasta que, en el año 1989, pasa a ser administrada por el contador Jorge Ródenas. Quien la recupera y pone en valor para el turismo. Hoy pertenece a una empresa y se usa como vivienda, estando limitada su visita.

Las comodidades de puestos de estancias, en el siglo XIX, fueron: Una casa de material, techo de paja, de 14 x 16, dividida en dos piezas y corredores, teniendo dos piecitas dentro del corredor. Un cuarto para baño. Un galpón techo de paja con paredes de zinc y tablas de 17 x 10 mts. con cocina al lado oeste. Un corral palo a pique de 20 x 20 mts. Un cuadro de alfalfa de 100 x   100 mts. Una quinta de árboles de 40 x 40 mts. Una chacra alambrada de 3 cuadras. Un galpón techo de paja de 11 x 8 mts., para esquilar, con un chiquero correspondiente. Un arado, una carretilla de mano, 29 caballos, una yegua madrina, 2597 ovejas de la Sociedad con Felipe Sheridan.

El puesto Santa Teresa, llamado así desde el año 1876, antiguamente denominado Rincón de Urquiza, ubicado, sobre el Arroyo El Cordobés en su confluencia con el arroyo Las Achiras, poseía estos elementos y características, basados en una construcción anterior con características de una arquitectura típica de estancias en el litoral, durante la primera mitad del siglo XIX.

Texto: Bourband, Néstor Ruben y Civetta, Tec. Virginia

Bibliografía: Archivo de Palacio San Jose: Sucesión testamentaria del Gral. Urquiza. Bosch, Beatriz, “Urquiza y su tiempo” y Domínguez Soler, Susana “Genealogía del Gral. Urquiza” (capitulo 24).

 

 

 

 

 

El lugar de nacimiento del general Urquiza

Monumento que recuerda el nacimiento del Gral. Urquiza, en la zona conocida como “El Talar”, este monumento fue inaugurado en 1937.

Todos los pueblos exhiben con orgullo el hecho de ser la cuna de personalidades destacadas. Así Yapeyú se anuncia como la patria chica del libertador San Martín, San Juan muestra los vestigios de los primero pasos de Sarmiento; Caracas atesora la casa donde nació Simón Bolívar, y así podríamos seguir.

En Entre Ríos, una de las figuras más reconocidas de su historia, el general Justo José de Urquiza, que llegó a ser presidente de la Confederación Argentina, no tiene una ciudad o pueblo que refugie su memoria natal. No se trata de Concepción del Uruguay donde descansan sus restos mortales. El sitio donde se escuchó su primer llanto es un lugar no precisado del interior del departamento Uruguay, en el casco de una antigua estancia que perteneció a su padre, José o Josef de Urquiza.

Una investigación inédita, llevada a cabo por los Profesores Rubén Bourlot y Omar Gallay nos acerca ciertas certezas sobre el sitio.

“De acuerdo a la mayoría de los historiadores, el Gral. Justo José de Urquiza nació en la Estancia San José, ubicada en El Talar del Arroyo Largo (hoy Urquiza) el 18 de octubre de 1801.

“Fue bautizado el 21 de octubre por el capellán fray Juan Claramonte, quien estaba a cargo del oratorio mandado construir en la estancia por su padre.

“En verdad este templo fue proyectado por Dn. Pedro Duval, anterior propietario, y del cual Dn. Josef  de Urquiza fuera administrador.

 “En oportunidad de la visita pastoral que hiciera al lugar el Obispo Benito Lué y Riega el 24 de mayo de 1804, recibió los oleos bautismales.”

Entre el Talar y los Corrales

El antiguo casco de la estancia San José desapareció con el tiempo, pero aún se conservan algunos indicios en la zona que comprende los límites de las colonias Las Achiras y Quinto Ensanche de Mayo. “A unos quinientos metros al sur del actual casco de la Estancia Villa Teresa, cruzando el arroyo Las Achiras, que a los pocos metros confluye en el arroyo Urquiza, junto con su similar El Cordobés que corre desde el norte, se encontraban unos corrales de un metro de alto hechos con piedras (areniscas) abundantes en la zona, muy cercanos al antiguo oratorio, la casa familiar y de la población (personal de la estancia) que Dn. Josef hiciera edificar.

“Existen dos versiones sobre el lugar preciso donde el Organizador de la Nación dio sus primeros berridos. La tradición histórica lo ubica el en el paraje denominado ‘El Talar’ que comprendería una zona que otrora habría estado dominada por estos árboles, al oeste del actual puente sobre el arroyo Urquiza en la Autovía General Artigas (ex Ruta 14).

“La otra referencia, menos conocida pero con fuerte arraigo en la tradición lugareña, determina como lugar de nacimiento la casa paterna que se situaba en cercanías de los ‘corrales de piedra’.

“Refrenda esta última presunción, los recuerdos de una de las hijas del General, Dña. Flora del Carmen de Urquiza de Soler, que residiendo en Buenos Aires al momento de la inauguración de un monumento recordatorio a la vera de la ruta 14, en 1937, dice en un pasaje de la misiva que envió en adhesión al acto:

‘Mi intención al escribirle es relatarles un hecho que acudiendo a mi memoria, despierta dudas sobre si el Gral. Urquiza nació en el llamado “Talar” o en  “Los Corrales”. Era más o menos alrededor de 1860 y yo, niña aún, volvía de con mi padre de un viaje a la Colonia San José por él fundada. Habíamos concurrido a una fiesta de aniversario, habíamos estado en la casa de Peyret, habíamos visitado las granjas y recibidos grandes agasajos. Volvíamos a la ciudad del Uruguay en la volanta usual en esos años y al pasar por Los Corrales, hoy Villa Teresa, y donde existe de pie un antiguo corral de piedra, mi padre, señalándome la casa, me dijo, más o menos: ‘Ves, hija, ahí he nacido yo’. Esta referencia de mi propio padre, que recuerdo muy bien, me ha hecho dudar siempre sobre el sitio que la tradición a señalado como lugar de su nacimiento, “El Talar”, y he querido ponerla en su conocimiento, no para menguar el calor del homenaje, sino para aportar un antecedente que pueda abrir un camino nuevo a las investigaciones históricas del hecho’.

“En el mismo sentido, Dn. Marcelo Tito Sáenz Valiente, nieto del General Urquiza y que viviera hasta su muerte en Villa Teresa -propiedad heredada de su madre Teresa de Urquiza de Sáez Valiente, la cual la hubo comprado oportunamente a su hermano Cipriano de Urquiza quien la recibiera en sucesión-, explicaba a los visitantes que la casa de Dn. Josef se encontraba al sur de los corrales de piedra y que allí había sido el lugar de nacimiento de su abuelo. Por consiguiente, renegaba del emplazamiento que oportunamente se había hecho de un monumento recordatorio en la ruta 14, el cual llamaba a una falsa interpretación al rezar en su inscripción ‘sitio del nacimiento’”.

Los homenajes a Urquiza

En 1901, con motivo del centenario del nacimiento del Organizador, entre el 17 y el 20 de octubre se llevaron a cabo diversos actos de homenaje en Concepción del Uruguay, el Palacio San José, en la capital provincial y en el sitio probable de su nacimiento.

“El acto central se realizó en arroyo Urquiza, en la ya derruida casa que perteneciera a los padres del General.

“Treinta carruajes y tílburis (Carro de dos ruedas y dos asientos, con capota, tirado por un solo caballo) partieron con ese destino bien temprano a la mañana. De igual manera lo hicieron jinetes y carretones que condujeron a señoritas, caballeros y niños.

“A pesar que las maestras estaban sufriendo una demora de seis meses en percibir sus sueldos, también se adhirieron al acontecimiento, dado que junto a sus alumnos de escuelas y colegios dedicaron y descubrieron la placa alusiva, la que fue acompañada por un ‘lacónico discurso’ por parte del alumno Parodié, de la Escuela Mixta.

“Se sirvió un almuerzo del cual participaron unos 300 comensales, entre autoridades y público en general.

“A las 5 de la tarde estuvo de regreso en Concepción del Uruguay la caravana integrada por  treinta y un carruajes y cincuenta jinetes.”

Artículo  de Bourlot, Rubén y Gallay, Omar, publicado en www.lasolapaentrerriana.blogspot.com/2016/02/la-cuna-de-urquiza.html

 

 

Santiago Giacomotti (Proyectista)

Placa identificatoria en el frente del cementerio de la ciudad

A lo largo de la historia local muchas empresas , constructores y arquitectos han dejado su huella a través del diseño y  la construcción de diferentes monumentos y edificios, los más conocidos serán tal vez por la magnificencia de sus obras, Juan y Pedro Fosatti (Palacio San José, Basílica de la Inmaculada Concepción, Pirámide de la plaza Ramírez), Pedro Renón (Colegio del Uruguay, ex Capitanía de Puerto) o Bernardo Rígoli (Escuela Avellaneda; Policía de Entre Ríos), en las épocas de gloria de la ciudad, o más cercanos en el tiempo Santiago Giacomotti (Escuela Viamonte, nuevo frente del cementerio municipal, la barraca Americana) o Bruno Nichele (edificio del Centro Comercial, Mausoleo al general Urquiza, Monumento a la República de Italia). En esta oportunidad consideramos importante recordar y destacar  a quien promovió a través de su trabajo el adelanto de nuestra ciudad.

Del libro “El asunto de la Luz” del Prof. Omar Gallay extraemos una reseña de Dn. Santiago N. Giacomotti, de nacionalidad italiana, fue un destacado convecino, proyectista, constructor y director de obras, que dejó su impronta en varios edificios, como en la remodelación del frontispicio del Cementerio Municipal (1900), la construcción de la «Barraca Americana» (1910) – ambos de gran representatividad histórica y de la escuela N° 2 «Juan José Viamonte» (1910).

Hombre inquieto, tenaz y recto en sus procedimientos, supo granjearse el respeto de la comunidad Uruguayense al participar en diversas e importantes actividades alentadoras de progreso.

Falleció el 4 de febrero de 1944, poco antes del medio día, a la edad de 70 años. A pesar que se encontraba enfermo, su muerte tomó de improviso a familiares y allegados. Gran cantidad de convecinos despidieron sus restos, que entonces fueron inhumados en el cementerio local pero que hoy se encuentran en el cementerio privado «Jardín de Paz» (donde fueron trasladados en 1999).

Al acontecer su deceso, la Municipalidad decretó la adhesión al duelo, habida cuenta de que Santiago Giacomotti oportunamente se había desempeñado en el cargo de Concejal.

Al cumplirse el primer aniversario de su fallecimiento se celebró un funeral en la Parroquia «Inmaculada Concepción», oportunidad en que se renovó el pesar por su ausencia, muy cara a quienes conocieron su hombría de bien.

En la calle 8 de Junio 435 (esquina con Dr. Alberto Larroque) Don Santiago Giacomotti poseía un corralón de venta de materiales para la construcción, herramientas rurales y artículos de ferretería. Luego de su deceso y entrados sus bienes en sucesión, este comercio fue liquidado mediante la venta de su mercadería en oferta pública.

Su importante actividad comercial lo llevó, en 1913, a ser integrante de la primera Comisión Directiva del «Centro Comercial, Industrial y de la Producción» de Concepción del Uruguay.

Don Santiago Giacomotti estaba casado con Doña Maria Bevilacqua y uno de sus hijos, el Dr. Bartolomé Giacomotti, tuvo destacada actuación como profesional y ejecutivo del Hospital «Justo J. de Urquiza». Por esta razón el Centro de Salud que se encuentra en uno de los edificios que pertenecieran a la estructura del «viejo Hospital» lleva el nombre de Dr. Bartolomé Giacomotti.

Su restos descansaban en el cementerio municipal hasta el año 1999, en que fueron trasladados al nuevo cementerio  ”Jardín de Paz”.

Fuente: Gallay, Omar, “La cuestión de la luz”

 

El Colegio del Uruguay en la segunda mitad del siglo XIX (Por Luis Aráoz)

Colegio del Uruguay “Justo José de Urquiza”, imagen coloreada.

Relato de Luis Aráoz (1844-1925) en el libro “Del tiempo viejo”, dónde narra diferentes aspectos de su vida, básicamente su traslado desde Tucumán hasta Concepción del Uruguay para estudiar en el histórico colegio, en 1857, hasta su regreso a casa en 1872. Hoy, un Bulevar de la ciudad lo recuerda

El edificio del Colegio

El General Urquiza al ausentarse del Paraná para la campaña de Vences, probablemente en 1847, había resuelto y dado las órdenes necesarias para que se erigiera el edificio del colegio en la ciudad del Paraná, donde funcionaba ya el “Colegio Entrerriano” fundado por él. A su regreso de la campaña encontró que nada se había hecho; que la comisión encargada estaba en desavenencias sobre la ubicación del edificio, a causa de las tendencias interesadas y opuestas de algunos propietarios del terreno.

Fue esta contrariedad que decidió al general Urquiza ordenar la traslación de todos los materiales de construcción que estaban acumulados y preparados, a la ciudad de Concepción del Uruguay. El transporte se verificó en una goleta de un Sr. Costa de Gualeguaychú.

Si en un año o un mes se diera comienzo a la obra del edificio, no lo sabemos, pero se terminó a fines del año 1852, o a principios de 1853. Uno de los ex – alumnos fundadores, el agrimensor de austeridad ejemplar, don Juan B. Martinez, me refirió que una de las balas de cañón arrojada desde el puerto por los buques del malón o invasión del general Juan Madariaga, el 21 de Noviembre de 1852, chocó con un montón de baldosas de techo acumuladas en la azotea, donde rebotó y destruyó un pedazo de la cornisa alta del mirador. Alcance a ver la cornisa destrozada en 1857 y hasta 1864, que la compusieron.

El terreno que está edificado, probablemente ha sido antes cementerio. Lo creímos porque vimos sacar varios restos humanos en la excavación del aljibe o pozo hecho en el ángulo noroeste del patio (1860 a 1861), destinado a desagüe o sangría de los escusados.

El arquitecto fue don Pedro Renón, y seguramente este mismo arquitecto fue el constructor de varios otros edificios, estando a juzgar por el parecido de las fachadas y el estilo de las construcciones, hechas en la misma época que las del colegio.

Se abriga esta sospecha al fijarse en el antiguo edificio de la Aduana, que actualmente ocupan las oficinas de las obras portuarias en la casa del Sr. Latorre, hay sucesión del Sel, en lo que fue el Club Uruguay, ocupado actualmente por el biógrafo. En las casas que fueron del general Urdinarrain (calle Rocamora) y en las que siguen hacía el Oeste en la misma vereda del frente que ocupaba la familia Victorica y después Bergada Basavilbaso; así también es la casa del general Galarza en la calle de su nombre, que tiene un mirador, y la de la familia Chilotegui de la calle San Martín vereda del Sud en la esquina que hace cruz con el edificio del Banco de la Nación.

Todas estas construcciones tienen el parecido de la altura, en los parapetos, cornisas y arquitrabes; en las aberturas, puertas y ventanas, todas del mismo tamaño e igual número de barrotes de fierro de las rejas, que las del Uruguay (del Colegio), y se nota la diferencia con las edificaciones posteriores a la época referida de la construcción del Colegio. Y en cuanto a solidez y buen material, superan a la moderna edificación de las casas del Uruguay.

Concretándonos ahora al edificio del Colegio, es indudable que fue construido con la decisión de hacerle otro piso de altos. Así le oímos opinar al profesor de matemáticas, Luis de Lavergni en una clase en que estaba explicando los órdenes de arquitectura, y el lavado de planos que se nos enseñaba. Para levantar el plano del colegio es más fácil hacerlo en la azotea, siguiendo los arranques de las paredes que seguramente han sido levantadas en el concepto de darle otro piso – nos decía – Efectivamente, esas bases de muros tenían 60 centímetros de altura y las aberturas para las puertas. A ras de la azotea, cada 20 centímetros, más o menos, estaban orificados para dar paso a las aguas de lluvia, pues el plano de la azotea era de muy escaso desnivel, lo cual ha sido causa de las constantes y abundantes goteras que tiene el edificio.

Debido a esto (en 1864 según creemos), fueron cambiados los techos, dándoles la inclinación conveniente, pero, para ello no fue necesario, que el empresario constructor se apropiase de todos los ricos tirantes de ñandubay sustituyéndolos por los de pinotea, tan inferiores en duración, pero así se hizo porque el intermediario gestor tiene influencia ante las autoridades del gobierno nacional.

Lamentable es que en la obra de compostura hayan incluido la supresión de los ángulos de la calle por las ochavas. La Municipalidad, seguramente, no hubiera rehusado la excepción a la ordenanza, que las obliga, para haber conservado intacto el aspecto exterior de esa reliquia.

También modificaron la puerta del centro del frente: era antes cuadrada y ahora es de arco. Estaba cerrada porque daba al dormitorio grande. Las ventanas tenían rejas iguales a las de los otros frentes, pero, arriba, eran de arco como hoy, y cubierto éste por un abanico de tres vidrios.

El parapeto de la azotea tenía las aberturas (puertas) señaladas pero tapiadas, indicando ser las bases o arranques para los altos proyectados. En la del centro, que es hoy el balcón con la puerta central de los altos estaba colocada una gran plancha de mármol con inscripciones relativas a la fundación del colegio y a su fundador. No recuerdo los términos. Otra placa, parecida, así como las que tenía el templo arriba del peristilo, fueron mandadas sacar por orden del gobierno del Doctor Leónidas Echague, durante su primer período, y su ministro Secundino Zamora. Se decía que por desavenencias o un reclamo de la familia Urquiza el gobierno lo consideraba injusto. Algo sobre contribuciones, pero que nada tenía que ver con las placas según creemos.

El ex-rector del Colegio, Dr. Honorio Leguizamón agotó las investigaciones durante mucho tiempo, en busca de la placa del Colegio, me dijo (en 1888), que no pudo encontrarla ni saber que se había hecho de ella. ¡Qué lástima! de todo es capaz la política pequeña y estrecha. (Texto: Aráoz Luis, “Del tiempo viejo”)

La Salamanca a principios del siglo XX

Vista de las barrancas de La Salamanca a principios del siglo XX

Cuando se escribe sobre el pasado de Concepción del Uruguay, se evoca casi siempre a ese pintoresco tramo de costa del arroyo Itapé (N del E: en realidad, “Molino” o “Del Molino”, por el antiguo Molino Arlettaz), que todos conocemos con el nombre de Salamanca. Es un retazo de paisaje agreste y pintoresco como los que a menudo nos ofrecen las costas del río Uruguay.

Saliendo del centro de la ciudad hacia el norte, pasando las vías del ferrocarril Urquiza, que nacen en el puerto, se comienza  bajar por una ancha calle que nos conduce  tan querido rincón. Al llegar al arroyo y hacia la izquierda, se presenta una hermosa playa arenosa moteada por parches de un verde encantador: es el puerto Calvento. Allí desemboca un pequeño arroyuelo que tiene su nacimiento en la calle Ugarteche, a la altura de Rocamora, en tiempo normal soto es un zanjón que se insinúa cada vez más profundo a. partir de la calle Bartolomé Mitre. Ha sido necesario construir una alcantarilla donde lo cruzan las vías del citado ferrocarril. Sigue su curso a través de las canteras (N del E: hoy barrio “Cantera 25”) para desembocar, como hemos dicho a la izquierda del citado puerto, a los fondos de la pintoresca chacra de Delor. Aunque este arroyuelo esta marcado en el plano del viejo Uruguay, no se le asigna allí nombre alguno. Una parda descendiente de doña Luciana Vargas, antigua Vecina de ese barrio (su solar estaba situado en Bartolomé Mitre y Supremo Entrerriano) me informo “que los antiguos” le solían llamar el arroyo “Chico” (N del E: Hoy conocido como arroyo “El Gato”, ese último tramo hoy está en proceso de entubamiento por las obras de la Defensa Norte).

El puerto Calvento ha sido y es el preferido por los bañistas. Desde allí se domina el hermoso paisaje que brinda la isla que está al frente y la vista abarca centenares de metros hacia el norte, por el arroyo Molino. Al atardecer este sencillo cuadro, costa, río, isla y, perspectiva, es maravilloso. En verano, al fresco de los atardeceres uruguayenses, provocado por la brisa, se suma el continuo navegar de canoas, botes veleros, lanchas y algún yate que bajan hacia el Puerto Nuevo o suben, para recorrer las tranquilas aguas del Molino o del Curro, bordeados ambos de costas arboladas con paisajes encantadores.

A medida que se avanza desde el puerto Calvento hacia el este, la costa se vuelve más angosta y las barrancas que la respaldan van cobrando altura presentando varias oquedades más o menos pronunciadas que nosotros llamarnos “cuevas”, siguiendo la tradición. La más grande y famosa de estas concavidades  la  se conoce con el nombre de “cueva de don Dionisio”. Es profunda y de unos 5 o 6 metros de extensión. En  un tiempo, cuando la habitaba el viejo solitario era un verdadero refugio y amparo en invierno y un lugar fresco y agradable en verano. Don Dionisio plantaba ahí enredaderas silvestres  que casi cubrían su frente. La natural morada era prolijamente atendida por aquel. A un lado el catre, al otro el fogón ¿Para qué  más confort? ¿No es suficiente contemplar los amaneceres y los crepúsculos en contacto directo con la belleza incomparable de aquella costa., con una isla frente, con todos los matices del verde, respirar el aire purísimo de las madrugadas, contemplan as barracas con añosos talas y espinillos.  Además para el que no está poseído del temor de la noche y más bien se extasía con sus misterios, ¡qué emoción en el cielo estrellado;  en los ruidos inexplicables, en el grito de las aves nocturnas que pasan navegando en la oscuridad, en el chasquido que producen los peces grandes al asestar el certero coletazo sobre sus pequeñas víctimas, en los chirridos intermitentes de los grillos, como latidos en el inmenso corazón de la noche

 

Hace muchos años, en la época que evoco, la Salamanca era más primitiva, más montaraz. Los árboles se han ido secando o los han cortado, tanto los próximos a la costa, como los que moteaban las barrancas. Entonces, al atardecer, se oía el canto de los zorzales, de las calandrias, cardenales y  susurro de las palomas monteras. Durante mis vacaciones anuales en Concepción, dedico dos o tres mañanas o tardes a visitar el querido rincón, para avivar gratos redes de  vida de estudiante.

En efecto, la Salamanca está ligada a la vida estudiantil de mi ciudad, como la docta ciudad homónima española lo está a la fama notoria de su universidad. Pero no es por haber sido y ser todavía el lugar preferido por el estudiantado que ha recibido tal nombre. Las “salamancas” se encuentran por decenas en nuestro territorio. Su significado es “brujería, ciencia diabólica”.

La imaginación popular le ha dado valor de cueva o lugar donde residen genios ribereños, huraños y vengativos con quienes usurpan su residencia. Por eso la leyenda explica, a su manera, que tantos jóvenes estudiantes hayan perecido ahogados en ese sitio. Es raro el verano que la Salamanca no deje un saldo doloroso de victimas arrebatando brusca e inexplicablemente a jóvenes bañistas y estrechándolos contra las tocas de su lecho. Los genios se vengan del despojo, dice el pueblo. Los estudios hidrográficos dan los cabales motivos de tanta trágica muerte; más al pueblo le gusta soñar, le agrada apegarse a estas ciencias que parecen tener “prima facie” todo el viso de lo verosímil: posee el sencillo afán de los niños, siempre golosos de consejos.

Texto: Troncoso Roselli, Gregorio, “Evocaciones a la distancia (Recuerdos de Concepción del Uruguay), 1957  

La casona de los Calvento (Hoy Museo casa de Delio Panizza)

Casa de Narciso Calvento, hoy Museo “Casa de Delio Panizza”, la casa más antigua de la ciudad en pié.

Por lo menos una vez a la semana, íbamos con mi madre y hermanitos, acompañados de Polonia, a la casona de los Calvento. Allí vivía, entonces, el escribano Fulgencio López y su esposa, doña Manuela Céspedes, parientes de mi padre, Allí vivía también misia Rosita Céspedes de López, madre de don Fulgencio y del doctor Mariano E. Lopez, ilustre entrerriano.

En  ocasiones, cuando llegábamos a la tarde o a la noche, luego de cenar, ya estaban de visita mis tías Etelvina y Dolores. La tertulia se hacía más interesante. Cierro los ojos y veo, con exactitud la disposición de las habitaciones, patios y terraza del histórico caserón. Su aspecto exterior recordaba la casa de la independencia; en Tucumán. Tenía como columnas Salomónicas a ambos lados del zaguán. Entrando por éste, luego de franquear la cancela de hierro que más tarde fue quitada, estaba el primer patio al que daban todas las habitaciones de la familia y la amplia cocina. En un ángulo, a la izquierda, una escalera de azulejos, conducía a la azotea con piso de baldosas rojas. En la pared del este, libre de habitaciones, había una puerta que daba paso al segundo patio. Salvando la cancela, a la izquierda, un viejo jazminero retorcido llegaba, casi, a la altura del techo. Primitivamente, el primer patio tenía, alrededor; galería con arcadas a manera de claustro, el tiempo terminó con ella y no se rehízo jamás. En el centro se encontraba el aljibe cuyo brocal estaba revestido de azulejos, que como los de la escalera, habían sido importados de Sevilla. Refecciones ulteriores imprescindibles cambiaron un tanto, la fisonomía exterior, sin perder, empero, su aspecto colonial. La puerta de la derecha, entrando por el zaguán, comunicaba con la sala.

Cuando la conocí conservaba aún el piso de lajas de mármol blanco y negro, a manera de tablero de ajedrez; adosada al la pared de sud había una consola sostenida por dos columnas de mármol blanco. Sobre la misma se conservaba un viejo candelabro de tres velas y dos floreros de cerámica que habían pertenecido a don Narciso. Casi contra la pared del este, un viejo escritorio, con una hermosa escribanía rallada en bronce con dos tinteros. Según referencias, ella estaba en poder del doctor Mariano G. Calvento, diputado que fue por Entre Ríos. En la misma pared dos cuadros al óleo pintados por Victorica, el  de don Mariano Calvento, hijo de don Narciso, y el de Wenceslao López, hermano de don Fulgencio.

De la antigua sala colonial sólo quedaba la consola y algunas sillas y sofás tapizados con brocato rojo, una alfombra también roja raída ya, cubría casi todo el centro del piso. El viejo piano fue llevado a la casa de Pascual Calvento sita en la calle San Martín, junto a la antigua casa Comercial de los Canavesi. Muchos de los valiosos adornos que lucía aquella vieja casona fueron llevados, quizás como recuerdo, por algún descendiente de la familia.

La puerta de la izquierda del zaguán daba a la habitación opuesta y similar a la sala. Allí se levantaba el altar hogareño, frente a la puerta. Era de madera tallada y adosado a la pared del norte. El centro lo ocupaba San Dionisio, vieja escultura de madera adquirida en la entonces capital del Virreinato, traída a su vez, seguramente en Cádiz o en Sevilla. Don Narciso había encargado a Buenos Aires un San Narciso de Gerona; pero quizá por no haber ninguna imagen de este santo le remitieron el citado San Dionisio, de casi un metro y medio de altura. Durante muchísimos años, me refería tía Manuela, había sido venerado equivocadamente. Un Sacerdote,  don Gregorio Céspedes, nieto de don Narciso hizo notar la equivocación, pero su abuelo ya había fallecido. A los costados, dos hermosas tallas completaban el altar: el Sagrado Corazón de Jesús y la Virgen del Pilar. Sobre la parte izquierda había “un nacimiento”; el niño Jesús, preciosa, miniatura que ostentaba un topacio sobre el pecho y anillos de oro con brillantes en ambos bracitos a modo de pulseras. La Virgen y san José lo completaban. Este nacimiento lo tuvo muchos años tía Dolores, quien se lo regaló al cura párroco de Concepción del Uruguay, padre Zolezzi.

Sobre la pared oeste pendía el cuadro al oleo de padre Céspedes, pintado también por Victorica sacado de una pequeña fotografía, uno de cuyos originales conservo. Dicho cuadro se encuentra hoy en la sacristía de nuestra Parroquia. Fue retocado por un profano que le ha quitado el valor que tenía este óleo de este todavía no bien apreciado retratista.

Ei aposento que sigue a la sala sobre la calle Galarza era el de doña Norberta, la novia de Ramirez, que terminó sus días con el doble drama de su pura y rectada vida. Anteriormente había sido la habitación de huéspedes, los que en la casona fueron muchos e ilustres y que figuran en primer piano en la historia nacional. Tales fueron Díaz Vélez, el general Martín Rodríguez, don Manuel Belgrano, de regreso de la campaña del Paraguay, el general Juan Lavalle, don juan Ramón Balcarce, ilustre federal, gobernador de la provincia de Buenos Aires, alternando sus estadas con viajes a la metrópolis. Otras de las glorias de esta ilustre casona es la de haberse discutido, allí, en privado, vale decir en tertulia de vecinos, la difícil y comprometedora actitud de reconocer a la Primera junta como gobierno de la nueva y gloriosa Nación. No habrá sido fácil, ni falta de fervor patriótico el abordamiento de aquella cuestión que oficialmente se aprobó el 8 de junio de 1810.

Digamos, para gloria de nuestra ciudad, que ella fue la primera del interior que reconoció al gobierno patrio surgido de la Revolución del 25 de Mayo.

Don Narciso era español, natural de Córdoba, aunque él se consideraba criollo, como eran españoles los más representativos vecinos de nuestra sociedad.

La actual calle San Martín debía llamarse, pues, 8 de Junio o bien la que pasa por la casona de marras. A esta se la ha denominado Supremo Entrerriano sin ningún asidero histórico, pues la casa de los Calvento nada tiene de relación con el ilustre general Ramírez. El solar de los Ramírez estaba situado frente a nuestra plaza principal, donde estuvo el teatro “Primero de Mayo”. Un aseveramiento infundado, ha dado en llamar a la casa de don Narciso Calvento estreno en el año 1806,  “el solar de los Ramírez” y hasta han colocado el busto del ilustre prócer a su mismo frente. Se honra a la verdad, y a la historia que no ha de desfigurarse, la media manzana oeste comprendida entre las calles hoy Supremo Entrerriano, Galarza y Rocamora fue comprada por don Narciso Calvento en los comienzos de la vida de nuestra ciudad. En esa esquina levantó su primera casita que era de adobe. Más tarde, cuando sus medios se lo permitieron (se dedicó a la ganadería y le fueron adjudicados campos apropiados para ello sobre la costa del río Uruguay) hizo construir la casa que hasta hace poco existía en pie, en la esquina de Rocamora y Supremo Entrerriano. Recién en 1806, se terminó de construir la histórica casona. Esto se lo ha oído muchas veces de labios de tía Dolores, como he dicho de prodigiosa memoria, y de la que fue su última dueña doña Manuela Céspedes de López. Esta señora, que creció con las tías abuelas hijas de Don Narciso, sabía todos los pormenores de su historia; ella fue la que ayudó a bien morir a doña Norberta y la vistió para el último viaje con los hábitos de la Virgen del Carmen y no con el traje de novia como se ha dicho, aunque esto último sea más poético y romántico.

Don Benigno Teijeiro Martínez dice en su historia de Entre Ríos que la casa más antigua del Uruguay, de las que se conservan en pie “es la de los López”, Esta cita  dicho historiador y la asignación  antes dicha está basada en que allí vivió muchísimos años don Fulgencio López, casado con tía Rosa Céspedes, y padre de don Fulgencio y del doctor Mariano. Tía Manuela, heredera de la casa y vivió allí con aquel. De ahí que muchos que no conocían su verdadera historia la llamaran “la casa de los Lopez”.

Volviendo a mi sencilla descripción, la demás habitaciones del primer patio esteban destinadas a dormitorios, comedor y despensa. Al fondo y a La izquierda se encontraba la cocina, en cuyo horno de repostería se hacían exquisitas roscas, palmeritas, alfajores y pastelitos de hojaldre. Los postres que allí se preparaban tenían fama en la ciudad, pero los huevos quimbos o chimbos eran los que más renombre daban a las manos hábiles de las Calvento y aún de tía Manuela.

Contaban mis tías que cada uno de ellos guardaba sus ahorros, no en el banco sino en “entierros” y “escondites” manteniendo estricta reserva sobre el particular. Cuando a más de un siglo, cambiaron los tirantes de palma de la casona, sobre éstos se encontraron infinidad de monedas de oro y de plata, escondidas precipitadamente, bien seguro en vísperas de Caseros o el 21 de noviembre de 1852. Se cuenta que la noche del asesinato del general Urquiza, mucha gente, temerosa  que las milicias de López Jordán se entregaran al saqueo de la ciudad, enterraron dinero y alhajas debajo del piso o en el fondo de sus casas. Así lo hicieron mi abuela Gregoria Nieto y mi tía Etelvina Céspedes, pues sus respectivos maridos, teniente coronel Troncoso y coronel don Pedro M. González, eran acérrimos urquicistas. Los Calvento por viejos resentimientos de familia, no lo habían sido nunca.

En enero de 1829, en un documento que poseo detalla la votación nominal de los vecinos más caracterizados de la ciudad, en la que don Mariano Calvento, hijo de don Narciso, aventajó en votos al propio general Urquiza. La elección fue para electores al H. Congreso y el resultado fue el siguiente: Mariano Calvento, 100 votos; José Joaquín Sagastume, 81; Juan José Irigoyen, 48; Justo José de Urquiza, 45; siguen, entre otros, don Ricardo López Jordán, con 21 votos.

Una de las Calvento, doña Domitila, había enterrado sus monedas y onzas en una caja de latón, al pie de un naranjo; sólo cuando sintió llegado el supremo trance reveló el secreto. Don Marcelino,’ el último de los hijos de don Narciso, que vivió hasta fines del siglo pasado (Siglo XIX), jamás quiso manifestar el lugar preciso donde había escondido su pequeña fortuna. Él había heredado todos los bienes de sus hermanos solteros; Hizo promesa de heredar a tía Manuela y así lo hizo. En sus últimos momentos quiso hablar sobre el particular, pero no pudo; su mano ya sin fuerzas, señalaba insistentemente hacia la pared del norte. Seguramente se refería al entierro de su efectivo debajo de algún árbol frutal. Inútilmente fue removida la tierra junto a varios naranjos y linderos.

Famosas fueron las tertulias en la sala o en el patio de la casona. En tiempo de la colonia se reunía allí lo más distinguido de la sociedad de la villa. No es necesario tener detalles de aquellas reuniones  para darse cuenta cabal de las mismas, pocas debieron diferenciarse de las que conocemos por crónicas y estampas de la Buenos Aires Colonial. Los atavíos de las damas, como el acicalado de los jóvenes o el sobrio de los hombres maduros, eran los mismos que se estilaban en la cabeza del Virreinato. Las comunicaciones con esta eran frecuentes. Los veleros arribaban a los puertos del litoral  a dejar mercadería, encargadas muchas veces a la misma España y a cargar los productos de estas regiones cueros, maderas y lana. No puede explicarse de otra manera la celeridad con que se supieron en nuestra ciudad los hechos acaecidos durante la Revolución de mayo y el nombramiento de la Junta. Aquí cabe preguntarse ¿un velero inglés fue el portador del oficio de aquella al H. Cabildo de nuestra Villa, pidiendo su reconocimiento? ¿Fue acaso un marinero criollo que trajo subrepticiamente el documento? ¿Llegó por medio de un chasqui que pasó por Bajada Grande, atravesando la provincia?

Tía Dolores me describía, con detalles, el traje azul con botones de plata que había usado don Narciso, su abuelo, así como los zapatos con hebillas del mismo metal que estilaban los cabildantes. No sé cuál fue el final de estas y otras reliquias y objetos de arte que la familia había atesorado. Conocí los candelabros del altar hogareño, donde los cirios ardieron constantemente, consumiendo la cera en holocausto de aquellas veneradas imágenes, devoción de la familia Calvento, piadosa y caritativa.

Texto extraído de: Troncoso Roselli, Gregorio “Evocaciones  a la Distancia (Recuerdos de Concepción del Uruguay)”

 

El “Simulcop”

En la imagen el Simulcop para 6° grado.

Cuando éramos niños, allá por la década de 1970, lejos de las computadoras y de Internet que pone a nuestro alcance mucho material para ilustrar nuestros trabajos de la escuela primaria, las “figuritas” y los recortes de Anteojito o Billiken eran un muy buen aporte para obtener un “Felicitado” de la maestra, pero, existía otra herramienta que nos permitía hacer “nuestros propios” dibujos e ilustraciones, era el “Simulcop”, este pequeño librito anillado (debe haber sido uno de los precursores de este sisma de encuadernación), ayudaba a dibujar al niño, e ilustrar la carpeta o cuaderno. Es un libro de finas hojas de calcar con diferentes dibujos, que permitía pasar un lápiz sobre el contorno de la figura y se trasladaba a la hoja de papel en forma fiel y perfecta, por eso en las imágenes se de las figuras y textos “invertidos”. Los había por materias y por grado. Tenía diferentes secciones, de acuerdo al grado a que estaba dedicado, historia, geografía, economía, biología, higiene, etc.

Nosotros lo comprábamos en la librería Edmis, sobre calle Urquiza, media cuadra al norte de la plaza San Martín

Fue ideado por Jacobo Varsky, en setiembre de 1959, como plantilla de dibujo.

Primeramente, fue comercializada por Luis Laserre y Cía. y luego por Ediciones América.

El objetivo fue dar seguridad en hacer bien los dibujos, y esto significaba reproducir la realidad de la manera más representativa.

Se usó en las décadas de 1960 y de 1970, donde se lograban los “muy Bien” de la Señorita. Claro que este elemento no estaba al alcance de todos, no tenía un precio accesible. ¿lo recuerdan?

Como producto argentino no se tiene certeza de la patente fuese concretada, pero si, persiste en nuestro recuerdo y en la nostalgia de muchos.