160 años de la creación de la Diócesis del Litoral

Oratorio de San José, fue consagrado en marzo de 1859 por el Nuncio Marino Marini
 
160 años de la creación de la Diócesis del Litoral (Colaboración: Lic. José Alejandro Vernaz)
 
Los orígenes de un nuevo Obispado
 
No caben dudas de que esta fue otra de las grandes realizaciones de Justo José de Urquiza por el bien común. Es consabido que el Organizador de la República jamás descuidó detalle alguno en favor de sus ciudadanos. Menos aún, en cuestiones ligadas a la fe de un pueblo tan profundamente cristiano, que lo era por herencia de sus padres y por auténticos principios federalistas. En carta del 12 de junio de 1858, Urquiza le escribe al cura y vicario de Santa Fe José María Gelabert, en estos términos:
 
“Usted debe estar persuadido que hallo un sentimiento muy dulce para mí en hacer todo cuanto de mí dependa por el mayor esplendor del culto de la religión de nuestros padres. Mientras presida el gobierno argentino he de dedicar a ello una preferente atención.
Siempre me será agradable que, en esta confianza, acuda a mí particularmente en las necesidades de esa iglesia.”
 
Compromiso que anticipó ni bien hubo asumido en el año 1854, cuando desde Paraná, en diciembre de aquel año, le escribe al presidente de Chile Manuel Montt:
 
“Desde que el voto de mis compatriotas me llamó a presidir los destinos de la Confederación Argentina, uno de mis primeros empeños ha sido el fomentar la religión de nuestros padres y el mejor esplendor del culto católico, ya como ley constitucional, ya como el primer elemento del poder público, ya finalmente como una expresión de mis sentimientos particulares.”
 
Justo José de Urquiza no quedaría de brazos cruzados ante las urgencias pastorales de la época, insinuadas en el intercambio epistolar entre el cura y vicario de Santa Fe. Los esfuerzos mancomunados del tal estadista y del entonces Papa Pío IX, harían posible la concreción de esta obra eclesiástica vital para la región. Por la bula Vel a primis del 13 de junio de 1859, el Vicario de Cristo creaba la Diócesis de Paraná o del Litoral, separándola territorialmente de la de Buenos Aires. Designando en la misma fecha como su primer Obispo al Pbro. Luis José Gabriel Segura y Cubas, quien tomaría posesión de la sede el 3 de junio de 1860. La nueva Diócesis comprendía, por entonces, los actuales territorios provinciales de Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe.
Cabe aclarar, que la Diócesis se proclamó solemnemente erigida el 18 de marzo de 1860.
 
Pbro. Luis José Gabriel Segura y Cubas, su primer Obispo
 
Justo José de Urquiza
El Padre Luis José Gabriel Segura y Cubas había nacido el 21 de agosto de 1803 en el Hospicio, distrito del departamento de Piedra Blanca, Catamarca. Allí cursaría sus primeras letras, siguiendo sus estudios en Córdoba. En Arequipa (Perú) se ordenaría sacerdote, para regresar a su provincia a ejercer el ministerio, desde donde tiempo más tarde se lo llamaría al episcopado. El Padre Luis fue un ferviente devoto de Nuestra Señora del Valle, un gran misionero, de grandes virtudes, laborioso y muy querido por la feligresía. Fue un gran admirador de Urquiza, al punto que en carta del 10 de septiembre de 1858, escribe estas sentidas palabras:
 
“Había emprendido mi marcha al Paraná con el doble objeto de visitar al Delegado Apostólico y conocer a Vuestra Excelencia: lo he conseguido, Señor, y ha sido tal la satisfacción de haber conocido al Héroe de la Confederación Argentina, que he bendecido las molestias del viaje.
Si deberes de conciencia no me hubieran llamado a mi curato, gustoso habría permanecido por más tiempo en el Paraná, sólo por lograr la dulce complacencia de ver a Vuestra Excelencia, aunque fuera de lejos, pues que mi corazón se regocijaba encontrando en la amabilidad de Vuestra Excelencia una simpatía encantadora…”
 
Durante su corta labor pastoral, suficiente hizo: convocó a los Jesuitas para iniciar una fecunda tarea misionera; se preocupó en tener un buen seminario donde se formaran debidamente los futuros sacerdotes; visitó parroquias de la provincia de Corrientes; articuló tareas pastorales con miembros de la orden de los mercedarios. Mientras tanto, le tocó hacer frente a un momento de difícil transición política. Transcurrían los tiempos posteriores a la batalla de Pavón y Entre Ríos lo sentiría desde todo punto de vista. En medio de este marco, con la autorización de Urquiza, en octubre de 1861, realiza una visita a su querida Catamarca para reencontrarse con sus familiares, mientras la Diócesis del Litoral quedaba a cargo del Pbro. José María Velasco. Finalmente, una vez sorteados los inconvenientes para el retorno, por las cuestiones políticas del momento, vuelve a Paraná el 8 de octubre de 1862. Para sorpresa de todos, a los pocos días falleció repentinamente, a las seis de la mañana del 13 de octubre de 1862. Tenía 59 años de edad. El Dr. Álvarez evidenció en la autopsia que “el corazón presentaba una dilatación considerable de la aurícula derecha y una hipertrofia concéntrica del ventrículo izquierdo”.
 
1859, un año significativo
 
Indudablemente, el interés de un funcionario de turno, como lo fue Justo José de Urquiza, quien consideraba que las cuestiones de fe eran cuestiones de Estado, hizo posible que toda una comunidad regional pudiera ver satisfechas sus demandas religiosas en grandes obras, que tuvieron como testigo al año de 1859. El 19 de marzo de aquel año se inauguraba, con la presencia de Monseñor Marino Marini, el Oratorio San José, el cual no sólo estaba al servicio de los moradores de la Estancia, sino de toda la comarca. Además, el 25 de marzo de ese mismo año, era solemnemente consagrada la Basílica de la Inmaculada Concepción, nuevamente con Monseñor Marino Marini como principal y destacada autoridad eclesiástica. Más aún, fue también en 1859, cuando se posibilitó la erección de la Diócesis “paranense” o del “Litoral” gracias a las gestiones realizadas por Urquiza, dada su inquietud al respecto. La ejecución estuvo a cargo del delegado apostólico Marino Marini. Fue el 23 de octubre de 1859, casualmente, en el día en que Urquiza derrotaba en los campos de Cepeda a Mitre, logrando la tan anhelada Unidad Nacional, que se consolidaría con el Pacto de San José de Flores el 11 de noviembre de aquel significativo año de 1859.

Las Diligencias

Diligencia, obra de Molina campos

Antes de construirse el ferrocarril que atraviesa la Provincia y liga varios pueblos; los viajes de un pueblo a otro, sobre todo para las familias, eran muy penosos y llenos de dificultades.

En los tiempos más remotos, los viajes se hacían a caballo o en galeras y hasta en carretas lo hacían las familias. Las carretas eran tiradas por bueyes, muy rústicas y con ejes de madera, que al rozar con la masa, producían un chirrido que se oía a largas distancias. Los carruajes o galeras eran muy escasos, y sólo los tenían la gente pudiente.

El año 1860, más o menos, se establecieron las diligencias que hacían viajes periódicos entre algunas ciudades y villas. Era para aquellos tiempos una obra de gran progreso, que facilitaba las comunicaciones y hacía más tolerables aquellos viajes.

Fue fundador y empresario de estas diligencias, don Bartolomé Pezzano, italiano y vecino de Gualeguaychú. Empezó por establecer la diligencia de Gualeguaychú a Villaguay, y poco tiempo después a Rosario Tala y a Gualeguay; poniendo un coche de Tala a Calá (hoy Rocamora) para los pasajeros y correspondencia, en combinación con otro coche que venía del Uruguay y que regresaba en el día.

Este servicio duró hasta que se estableció la diligencia que hacia los viajes directos en esa línea. La diligencia entre Gualeguaychú a Uruguay se estableció en la misma época, por el “rengo” Pedro Fernández.

Las diligencias eran coches muy grandes, que podían llevar una docena de pasajeros adentro y dos o tres en el pescante; y eran tan reforzados que podían llevar una gran cantidad de equipajes sobre la capota. Estos grandes carromatos eran tirados comúnmente por ocho caballos, llegando hasta doce, cuando los caminos estaban barrosos

Se cambiaban cada tres o cuatro leguas, en postas que los esperaban con los caballos prontos para el- repuesto. Se marchaba al trote largo y a veces al galope, cuando los caminos estaban buenos. Entonces los caballos eran abundantes y baratos. Cada posta tenía un gran número de caballos nuevos y gordos, destinados sólo a estas tareas. Soberbios pingos, podría decirse; que al principio arrancaban con tanta furia que precisaba buenos puños del mayoral.

El cuartero era siempre un muchachón listo y buen jinete, pues ejercía un puesto peligroso; tenía a su cargo el manejo de tres o cuatro caballos delanteros, y en una rodada, corría el peligro de ser arrastrado por éstos y pisoteado por los de atrás.
Los viajes de Uruguay y de Gualeguaychú a Rosario Tala, se hacían en el día, cuando los caminos estaban buenos y el río Gualeguay estaba bajo. Cuando los caminos estaban barrosos y el río crecido, se hacían también en el día, pero había que salir de madrugada, y asimismo se llegaba de noche.

En los viajes a Paraná se dormía aquí, en Rosario Tala, marchando al día siguiente hasta Nogoyá, donde se pasaba la noche para seguir al otro día hasta Paraná.
Las casas de hospedaje eran completamente pobres; las camas eran muy pocas y malas y sólo tenían dos o tres piezas para ese fin. Ahí se acomodaban los pasajeros, cualquier número que fueran; ocupando una pieza, exclusivamente las familias, donde se avenían como era posible.

El pasaje del río Gualeguay, cuando estaba crecido, era peligroso y lleno de dificultades. Cuando el carruaje podía acercarse a la barranca del rio, se bajaban allí los pasajeros, que chapaleando barro llegaban hasta la balsa o la canoa que los conducía a la otra orilla; pasando en otro viaje de la balsa, la diligencia, y cuando esto no era posible, se conducían los pasajeros y los equipajes en un carro del italiano Ángel Piuma hasta el pueblo.

Ya podrán imaginarse lo penoso que seria, sobre todo para las familias con chicos; cuando este pasaje se verificaba en una noche de invierno fría y lluviosa. Entre estos accidentes molestos y peligrosos, se cuenta una caída de la diligencia al río, por haber fallado las amarras de la balsa; ahogándose tres o cuatro caballos que la tiraban y salvado el mayoral milagrosamente.

Entre los pasajeros venían: Acebal, Piaggio y Vignole, vecinos de Victoria, que no corrieron peligro por estar en tierra con los demás pasajeros.

En aquellos tiempos, los campos eran abiertos y los caminos más rectos y amplios; pudiendo desviarse a uno u otro lado cuantas veces se hacía necesario, lo mismo que en los pasos y fajinas de los arroyos, salvando los malos pasos y acortando las distancias.

Las diligencias llevaban dos asientos laterales de todo el largo de la caja, donde se sentaban los pasajeros frente a frente y formando dos hileras. Esto daba lugar a incidentes desagradables, cuando algún malcriado y atrevido se sentaba enfrente de alguna señora o señorita y la rozaba intencionalmente con sus piernas.

Las mujeres que conocían estos casos, se sentaban frente a los de su familia o de otra señora o chico. Todos iban provistos de fiambres u otros comestibles, que consumían en las paradas que hacían en las postas. Sin embargo, en el trayecto había siempre alguna especie de fondín donde se daba de comer.

En la línea del Uruguay a Tala, en la posta de Gená, estaba la casa de Baucero, donde se servía un ligero pero confortable almuerzo. Entre el Tala y Nogoyá, se hacía lo mismo en la posta de Medrano.

Y en la línea de Nogoyá a Paraná se comía en la posta del “Locro”, llamada así, porque nunca faltó este gran plato de nuestro menú criollo. El dueño de esta posta, que era un paisano simpaticón, de apellido Ferreyra; nos presentaba siempre una mesa muy sencilla pero limpia, y nos servía a más del locro, alguna otra “cosita”, como el decía cuando le preguntaban si había algo más.

En las diligencias iban a veces enfermos, que se lamentaban de aquel bárbaro zarandeo, o mujeres con niños de pecho o más grandecitos, que se cansaban de aquel encierro y nos brindaban un concierto de lloriqueos durante todo el viaje. Pues el pecho de las madres o las raciones de pan a los grandecitos; no eran bastante para acallar aquella música desconcertante y chillona.

Otras veces, entraba algún ebrio que le daba por echarlas de gracioso, lanzando cada grosería y palabrotas verdes; que obligaba a ladear la cara a las pobres mujeres, que les había tocado en suerte ir en aquella “hornada”.

He visto una vez a uno de estos alcoholizados, engullirse un tarro de sardinas y un trozo de salchichón, con una botella de vino carlón. Cuyas substancias heterogéneas; con el movimiento de la galera, se convulsionaron y obligaron al causante de aquel desorden, a lanzarlas por la ventanilla

Don Manuel Grimaux me cuenta, que siendo muy joven, hizo un viaje a Gualeguay en diligencia, llevando enfrente a don Juan Jenaro Maciel, que fue vecino y comerciante en este pueblo. y que en una las grandes sacudidas del coche, su cara chocó con la de aquél, tan bruscamente, que, si no le rompió la nariz, se la hizo sangrar copiosamente; y que éste se enfureció y lo amenazó con los puños cerrados, largándole cuanta injuria registra nuestra jerga criolla.

Muchos otros episodios y malos ratos, se han pasado en estos históricos viajes; particularmente a las señoras, a quienes el pundonor las retenía y obligaba a molestas abstenciones. Largo sería enumerar tan variados casos; y los voy a pasar por alto, para no alargar este relato y porque los lectores se darán buena cuenta de todas esas peripecias.

Los primeros mayorales de estas líneas fueron: Santiago Zunino, Juan Bonetti y Mattelín, italianos los tres. Este último estaba reputado como un Hércules; pues contaban que volteó un potro de una trompada, dejándolo pico menos que muerto.

Si entonces se hubiera conocido el gran deporte del boxeo; Mattelín habría ganado el campeonato mundial. En los últimos tiempos, fue mayoral de la diligencia de Uruguay a Rosario Tala, Berto Pegnasco, hombre honrado y puntual en el desempeño de sus deberes; nunca faltó a sus obligaciones; todo lo atendía y realizaba en seguida por difícil y peligroso que fuera.

Entonces las diligencias eran un medio para el transporte de dinero y otros caudales. Yo fui receptor de rentas en este Departamento, en los años 1876 a 1881; y  muchas veces confié a Berto la conducción a la Contaduría, de los dineros recaudados, sin que faltara un solo centavo. Era moneda metálica: plata y oro, que algunas veces guardaba Berto, en un formidable culero que tenía; con unos bolsillos muy grandes.

Tal era la locomoción en aquellos tiernpos: lerda, rústica e incómoda. ¡Qué diferencia con los medios de transporte que hoy tenemos!
Antes, sólo teníamos una que otra galera, monumental por lo grande y pesada, y carretas, que marchaban al paso del buey. Hoy nos incitan a viajar los ferrocarriles y los automóviles, que no hay estanciero ni colono que no los tengan. Los aeroplanos que se centuplican diariamente, también volarán pronto con pasajeros; rompiendo las nubes y tragando por minuto las grandes distancias.

Edición: Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Texto extraído de: Monzón, Julián, “Recuerdos del pasado. Vida y costumbres de Entre Ríos en los tiempos viejos”, 1929

 

Urquiza Almandoz, el ciudadano ilustre de Concepción

Prof. Oscar Urquiza Almandoz (Foto: El Miércoles Digital)

(Colaboración: Lic. José Vernaz). Oscar Fernando Urquiza Almandoz, nació el martes 2 de febrero de 1932, en la ciudad de Concepción del Uruguay, en el día de Nuestra Señora de la Candelaria. Sus padres lo llamaron Oscar, teniendo en cuenta que en el santoral católico, al día siguiente se celebra la fiesta de este santo. El nombre de Fernando, fue elegido en honor a su padre. El sábado 12 de marzo de 1932 fue bautizado en el templo de la Inmaculada Concepción por el Padre Ignacio Jacob. Sus padrinos fueron Salustiano Urquiza y Vicenta Almandoz de Fernández. Por entonces, el párroco era el Padre Andrés Zaninetti.

Oscar Fernando Urquiza Almandoz es descendiente de Cipriano José de Urquiza, hermano del Organizador de la República. Fue hijo único de María Raimunda Almandoz y de Fernando Urquiza. Su mamá fue maestra de grado en la escuela Avellaneda y su papá director de comunicaciones del correo. Cuando Oscar tenía 6 años de edad, su padre falleció de cáncer. Al enviudar, su madre va a vivir a lo de su abuela materna junto a su tío, soltero, que era farmacéutico de la farmacia “Almandoz y Peano” (negocio que desarrollaba sus actividades desde el año 1888, en la esquina de calles San Martín y Alem.)

Cursó el 1º grado inferior en la Escuela Nº 93 “Santiago del Estero”,  más conocida como Escuela Bezzi. Posteriormente, hizo el 1º grado superior en la Escuela Normal “Mariano Moreno”. Allí continuó el resto de la primaria y todo el secundario, graduándose de Bachiller y Maestro Normal. Su carrera terciaria transcurrió en la ciudad de Buenos Aires, en el Instituto de Profesorado “Mariano Acosta”. Se recibió de Profesor en Letras cuando contaba solamente 21 años de edad.

Caricatura de Urquiza Almandoz, realizada por Juan Carlos Sito, en El Miércoles, 2001.

Con 27 años recién cumplidos, el 17 de febrero de 1959, recibió el sacramento del matrimonio junto a Mary Beatriz Esquivo, en el templo “María Auxiliadora” de nuestra ciudad. Presidió la ceremonia el Padre Alberto Metz, primer cura párroco de dicha comunidad. Ambos tuvieron la bendición de un hijo, quien junto a su esposa, prolongaría la dicha en nietos.

En el ámbito futbolístico, era simpatizante de Independiente de Avellaneda, en lo nacional. Mientras que en el plano local,  alentaba a Gimnasia y Esgrima de Concepción del Uruguay. Solía frecuentar el estadio “Manuel y Ramón Núñez”, pues gustaba de asistir a los partidos de fútbol en los que “El Lobo”  jugaba en su cancha.

Desempeñó su carrera docente por espacio de cuarenta años, en ámbitos como: el Histórico Colegio del Uruguay “Justo José de Urquiza”; en el Profesorado de Concepción del Uruguay “Mariano Moreno”, más tarde en el IES (Instituto de Enseñanza Superior) “Victoria Ocampo”; en la UCU (Universidad de Concepción del Uruguay); y en la UTN (Universidad Tecnológica Nacional) Facultad Regional Concepción del Uruguay. Se jubilaría de su labor profesional en el año 1993.

Célebre historiador, vinculado a diversas organizaciones académicas. Especialmente, se destaca su participación en la Academia Nacional de la Historia al haber sido elegido académico en 1968, con tan sólo 36 años de edad, convirtiéndose en el miembro más joven del país.

Primera edición de la “Historia de Concepción del Uruguay”

Escribió obras vinculadas a la historia nacional y provincial. Entre ellas, merece citarse con especial predilección a la Historia de Concepción del Uruguay. Es una obra desarrollada en tres tomos. Fue editada en ocasión del bicentenario de la fundación de la ciudad de Concepción del Uruguay en 1983,  reeditada en el año 2002 y editada por tercera vez en 2019 con el apoyo del gobierno municipal. La misma es el resultado de un gran esfuerzo personal y familiar, ya que, sacrificaba fines de semanas, feriados, posibilidades de vacaciones, resignando así tiempo para compartir con su esposa e hijo. Tan magnífica obra fue elaborada a lo largo de unos veinticinco años, dado que, simultáneamente desarrollaba clases y escribía otras publicaciones. Esta investigación lo llevó a recorrer archivos locales, como el de la Municipalidad de Concepción del Uruguay, el del Museo “Delio Panizza”, el del Palacio San José y el de la Basílica de la Inmaculada Concepción. También, visitó otros archivos fuera de la ciudad, tales como los de Buenos Aires, Gualeguaychú, Paraná, Santa Fe y Corrientes, entre otros. Él mismo fue quien se abocó a la tarea de pasar en limpio la obra en su casa; proceso que le insumió los dos últimos años previos a su conclusión.

Sería difícil enumerar en pocos renglones sus galardones y reconocimientos a nivel nacional e internacional, o bien, detallar la inmensa cantidad de realizaciones en favor de la cultura y la educación, tanto en el campo histórico como en el de la lengua y la literatura.

La cultura de Buenos Aires a través de su prensa periodística, Historia económica y social de Entre Ríos y La cuestión capital, son algunas de sus tantas y variadas publicaciones. Desgraciadamente, no pudo concluir el último de sus proyectos: Vida y obra de Manuel Urdinarrain. Sus problemas de salud le impidieron concretar este anhelo.

Urquiza Almandoz ha afirmado que el estudio de la historia debe hacerse desde la contextualización de los acontecimientos, para no pecar de anacrónicos. Y que un buen historiador debe de evitar las filias y las fobias si quiere transmitir una historia objetiva y equilibrada.

En el lustro final de su vida, su salud se tornaba cada vez más frágil. Y, se resintió severamente tras el fallecimiento de su compañera inseparable, sostén y fortaleza de todas sus horas,  aquel  29 de noviembre de 2017.

En las primeras horas del miércoles 12 de junio de 2019, Concepción del Uruguay se conmovía al saber que aquel ciudadano ilustre, el gran historiador, ya no estaría más entre nosotros. El día 13 de junio, mientras el féretro se retiraba de la casa fúnebre, se descolgó una intensa y copiosa lluvia. Parecía como si la ciudad sobre la que él escribiera la mejor de sus historias, lo despedía emocionada y agradecida. El cortejo fue recorriendo calles cuyos nombres habían salido en repetidas ocasiones de sus labios en sus magistrales clases: Artigas, Ereño, San Lorenzo, San Martín, hasta llegar al campo santo. Lugar erigido en octubre de 1856, por aquel hombre que cautivó su vida, aquella personalidad cuya labor tantas veces se encargara de pregonar, el Gral. Justo José de Urquiza.

Quienes gustamos de la investigación, le continuaremos mostrando nuestra admiración en tanto y en cuanto sigamos indagando y explorando apasionadamente pero con el compromiso de ser responsables y minuciosos en este trabajo. A todos, nos compete rendirle un perpetuo homenaje divulgando sus obras, la mayor parte de las cuales han tenido como eje la gran labor del Gral. Urquiza, personaje a quien tanto admiró y a quien – para los que tenemos la certeza de la fe cristiana – ya conoce personalmente en la eternidad.

Acompañamos el hondo pesar de quienes lo despiden con dolor, pero con la esperanza cierta del reencuentro. A toda su familia, llegue nuestra sincera gratitud por haberlo compartido con toda una ciudadanía que se ha visto beneficiada por sus invalorables aportes.

Permitámonos llorar la partida de nuestro eminente profesor y elevemos una confiada oración por su descanso eterno luego de tan fecunda labor.

Lic. Prof. José Alejandro Vernaz (Centro Cultural “Justo José de Urquiza”)

Nicolita (Conrado Rodríguez)

Nicolita (Foto: Revista Juntos)

Creemos que no había mejor día para morir, que un 21 de setiembre, Día de la Primavera, para quien vivió libre como un pájaro.
Si, Nicolita, que recorrió las calles de Concepción del Uruguay, casi por cincuenta años y siempre con su andar lento, dicen porque no tenía apuro, ya que nadie lo esperaba.
Hijo de don Nicolás Rodríguez, (de ahí su apodo Nicolita) y Petrona Da Silva. Tuvo dos hermanos mellizos y una hermana llamada Irene. Era una familia uruguaya, el nació en Paysandú.
Su padre cuidaba los yates de Hufnagel Plotier y Cía., dueños de la Barraca Americana.
Nicolita, trabajaba en la Shell, muy buen trabajador y muy honesto. Su trabajo consistía en arreglar los surtidores y también manejaba el camión que repartía en combustible en el departamento Uruguay.

Nicolita (Foto: Revista Juntos)

Un día hubo un reajuste en la empresa y a Nicolita le ofrecen el traslado a otra ciudad o indemnización.
José Yessi, un vecino y amigo de Nicolita dijo: “Nicolita recibió un mal consejo de un compañero que se quería quedar con su puesto y acepto la indemnización. Con el tiempo se le termino la plata”.
El monto que recibió fue de $1000, para tener en cuenta cuanto valía ese dinero, dicen que un terreno costaba entre 200 a 300 pesos entonces, era mucho dinero.
Al quedarse sin dinero comienza su caminar por la ciudad. Nadie sabe porque, mucho se ha dicho, entre esos dichos con tradición, tenemos:
“Todo fue producto de un amor imposible, llamado Susana”
“Al verse sin trabajo y sin dinero se largó a caminar por vergüenza”
“Todo comenzó cuando murió su madre”
“No pudo superar el suicidio de su padre”
“Es vivo y así lo pasa bien”
“Una noche le pegaron una paliza y se golpeó la cabeza, así perdió la razón”
No sabremos que le paso realmente. Todas las tardes se acercaba al muelle que tiene Arenera Don Antonio. Por relato de un marinero que hacia guardia, conto una vez, que iba a ese lugar todos los días, tiraba al agua, ropa o comida que le daban y alguna vez una flor. Ese lugar fue el elegido por su padre para suicidarse y él decía: “Mi padre también se tiene que vestir y comer”.
¿Dónde dormía?, Donde lo agarraba la noche, en la plaza, en La Salamanca, en alguna cueva. Dormía en la policía y muchas veces fue llevado al hospital.
Fue un personaje inolvidable, pero también fue un hombre muy honesto en toda su vida. Cuando trabajaba en la Shell, dicen que le entregaban un viatico para recorrer el departamento, a su regreso devolvía lo que le sobraba. Decía: “uso lo que gasto lo otro no es mío”.
Cuando ya se había transformado en linyera, pasaba por la agencia de Fraga y Marco, quienes le daban una bolsa con yerba. El agradecía y solo llevaba para una o dos cebaduras. “Con este poquito me alcanza”.

Tumba de Nicolita en el cementerio municipal

En sus años de recorridas por la ciudad, solo cosecho cariño y afecto, y quién sabe, tal vez la envidia y admiración de más de uno que lo veía libre, pobre, pero feliz.
Es así que a los 78 años un 21 de setiembre de 1992, muere en Concepción del Uruguay. Su tumba se encuentra en el cementerio municipal de nuestra ciudad
Este personaje debe haber conocido seguramente lo que dijera Jean Paul Sartre: “Los Dioses compartimos un secreto, los hombres son libres y no lo saben”.

Texto: Civetta, Virginia y Ratto, Carlos. Fuente: Puchulu, Luis Juan, “Nicolita: mariposa gris de la ciudad”, Revista Juntos.

Don Josef de Urquiza

Festejos realizados en 1901 con motivo del centenario del nacimientos de Justo José de Urquiza en su lugar de nacimiento

Manuel Antonio de Urquiza y Acha, fue el primer Urquiza nativo de la Villa de Castro Urdiales y bautizado en la iglesia, Parroquial de Santa María de la Anunciación,  el 19 de noviembre de 1736. Tomó estado allí mismo el 19 de noviembre de 1755 con Doña María Francisca de Alzaga, nacida en Castro Urdiales el 19 de Abril de 1737, hija legítima de Don Pedro Pablo de Alzaga, castreño, regidor de la Villa, y de su esposa Doña Francisca de Sobrado. Siendo Don Manuel Antonio, hijo de Don Juan de Urquiza y de María Cruz de Acha, Hijos de Manuel Antonio y de María Francisca Fueron: Cosme Miguel, nacido el 27 de septiembre de 1756; Ángela Francisca, el 8 de enero de 1758; María  Isabel Fermina, el 7 de julio de 1760; José Narciso, en el año 1762; Teresa, nacida en el año 1764; Ramona Teresa Lucía, el 4 de julio de 1768; Manuel Fernando, el 31 de mayo de 1769; Rosalía en julio de 1772 y Nicolás Luis, en marzo de 1776.

El cuarto hijo del matrimonio, José Narciso, nació y fue bautizado en Castro Urdiales, el 29 de octubre de 1762 (no se sabe la fecha exacta de su nacimiento).

La copia de la partida dice a la letra: “En veintinueve de octubre de mil setecientos y sesenta y dos, Yo don. Franco Allende. Hoz, Cura Beneficiado de la parroquia Santa María de Castro Urdiales del Señorío de Vizcaya Prior actual de su cabildo eclesiástico bauticé solemnemente y puse los Santos Oleos a un niño que nació el día (…). (…) Las (…) entre cuatro y cinco de ella púsele por (…) nombre José hijo legítimo de Manuel de U (…) mujer. Abuelos paternos (…) su legítima mujer y los (…)”.

El deterioro de la partida, como puede apreciarse, no deja ver casi ningún nombre, pero al margen se lee claramente: Josef Narciso de Urquiza y Alzaga.

Siendo un niño, tenía doce años, parte de Portugal al Río de la Plata, en donde residía su tío materno Don Mateo Ramón de Alzaga en esa época, Alcalde de Buenos Aires, quien ya había amasado una buena fortuna en estas tierras. José Narciso quedó en la gran aldea bajo la tutela de su pariente.

Varios años más tarde se radicó  en  la  provincia de Entre Ríos. Había casado en Buenos Aires el 22 de abril de  1784 en la Iglesia de San Ignacio, con Maria Cándida García, porteña. Fueron los padres de Doña María Cándida, Don Juan Antonio Ramón García, natural de Sevilla, egresado de la Universidad de mareantes del Real Colegio de San Telmo, en Sevilla; venía al Río de la Plata como tripulante del navío El Panteón, en diciembre de 1756; y su legítima esposa, Doña María Gervasia  González, nacida en Buenos Aires. Sus abuelos paternos fueron: Don Salvador García y Doña Dorotea de Abrego; los maternos, Don juan Pascual González y Doña Catalina Monzón.

Josef Narciso de Urquiza y Cándida García.

 Fueron los fundadores de la familia que lleva el apellido Urquiza en la Argentina.

La madre de Don Josef de Urquiza solía escribir a su hermano Don Mateo  Ramón, dándole cuenta de los acontecimientos familiares, como ser los nacimientos de sus hijos, los fallecimientos, etc. Informaba en una de sus cartas sobre la ordenación de sus hijos al sacerdocio y  una de sus hijas que había profesado de monja.

La vida de la familia Urquiza en Castro Urdiales, vida muy sencilla y modesta, de trabajo, ,se deja traslucir a través de las cartas de María Francisca Alzaga de Urquiza, cartas llenas de ternura, donde menciona hasta los más simples acontecimientos familiares, cartas llenas de recomendaciones para el hijo que tan lejos de su patria venía a buscar un porvenir que no le brindaba su país. (Estas cartas se encuentran en el Archivo del Palacio San José, Museo Urquiza).

El español, en pocos años logró formar un establecimiento ganadero llamado: San José, donde tenía su casa y su Capilla.

Muerto el “Supremo” de Entre Ríos, como consecuencia de una traición del Coronel Don Lucio Mansilla, y llegado éste al Gobierno, comienza a perseguir a los hombres que habían seguido los ideales de Ramírez.

Mansilla se vengó de éstos, saqueando sus campos y propiedades. En el domicilio de Don Josef de Urquiza, se practicaron registros, y como éste se negó en varias oportunidades a franquearle el paso, se los mandó prender. Cansado y algo enfermo, decidió radicarse en Buenos Aires.

En Concepción del Uruguay, Josef de Urquiza, actuó desde el año 1801, como Alcalde, Teniente Coronel  de Milicias y Comandante Militar de los Partidos de Entre Ríos, cargo que fuera conferido por el Virrey Marqués de Avilés desde 1801 hasta 1811, fecha en que, fiel a sus sentimientos monárquicos, abandona el país, siendo reemplazado en su cargo por el Dr. José Miguel Díaz Vélez.

Signatario del acta del Cabildo Abierto celebrado en Concepción del Uruguay, reconociendo a la Junta de Buenos Aires, firmante también del acta en la que se resuelve enviar un diputado ante la junta.

Don Josef de Urquiza, por los años 1820, ocupaba una casa que había hecho construir su hijo Don –Cipriano José, casa que se ha podido ubicar por una vieja escritura que data del 1819 y que figura en este trabajo cuando se trata de Cipriano de Urquiza, frente a la Plaza Ramírez, esquina 3 de Febrero.

Don Josef de Urquiza fallece en Buenos Aires, el 10 de marzo de 1829, luego de recibir los Sacramentos de la Santa Iglesia, sepultándosele en el Cementerio de la Recoleta, según asiento en la Parroquia de San Ignacio. Más tarde, el 2 de mayo de 1860, sus restos son llevados a la Iglesia de la Inmaculada Concepción del Uruguay, junto a su esposa, Doña Cándida, que fallece también en Buenos Aires, el 13 de octubre de 1844.

Desde el 7 de mayo de 1967, fecha en que se inauguró el mausoleo del General Urquiza en la Iglesia de Concepción del Uruguay, los restos del matrimonio Urquiza-García, descansan en el interior del túmulo de mármol de Carrara, sobre el cual se halla el féretro del General Urquiza.

Los hijos de Don Josef de Urquiza fueron numerosos:  Faustino Francisco José, en Buenos Aires, el 15 de febrero  de 1735; José Antonio Anastasio, el 19 de Mayo de 1786; Juan José, en Buenos Aires, el 7 de enero de 1788; cuando nacieron los otros hijos, ya el matrimonio se hallaba radicado en Entre Ríos. Cipriano José, nació en la estancia “La Centella”, propiedad del  Presbítero

Dr. Pedro García de Zúñiga, próximo a la Villa de Gualeguaychú, el 25 de septiembre de 1789; Pedro José Mariano, nacido el 31 de mayo de 1791; Matilde Micaela, nacida el 21 de mayo de 1793; José Isidro, nacido en la estancia “San José”, (próxima a Concepción del Uruguay), el 15 de mayo de 1795; Teresa, el 15 de octubre de 1796; José Cayetano, el 6 de agosto de 1798; María

Ciriaca, el 16 de junio de 1800; José Justo, el 18 de octubre de 1801; Ana Josefa, el 27 de julio de 1803.

Damos a conocer los hijos casados de Don Josef de Urquiza y Doña Cándida García y sus respectivos cónyuges: Cipriano José contrae matrimonio con Teresa López Jordán; y en segundas nupcias con Isidora Mirón; Matilde Micaela casó con Vicente Montero, viudo de su hermana Ana Josefa de Urquiza; Teresa, casó con Pedro José María de Elía y en segundas nupcias con Francisco Latorre; María Ciriaca, casó con Manuel Soneyra; Justo  José, casó con Dolores Costa.

Edición: Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Fuente: Miloslavich de Álvarez, María del Carmen; “Hace un largo fondo de años, genealogía Uruguayense”,  1988.

Festejos patrios en tiempos de Urquiza: Carrera de Sortija

Carrera de sortija

Una de las diversiones en que más descollaba la indumentaria y la apostura de los hijos de esta tierra, era la Corrida de la Sortija. Esta fiesta tenía lugar en los aniversarios patrios: como el 9 de julio, 25 de Mayo y el 3 de Febrero.

En vida del Capitán General don Justo José de Urquiza, o sea antes del año 1870, en que aquél fue asesinado; el 3 de Febrero, aniversario de la batalla de Caseros, gran victoria de la libertad, hecho notable, en que se distinguió el pueblo entrerriano bajo la dirección de aquel ilustre Jefe; se solemnizaba con todo entusiasmo y con el mayor sentimiento patrio.
Desde la víspera se hacía sentir el regocijo de tan gran festival, con la afluencia a la Villa de los vecinos de la campaña; sobre todo, de los que podían lucir la riqueza del apero de sus cabalgaduras.

El día de tan glorioso aniversario, al salir el sol, se le saludaba con salvas, con un cañón viejo que había en el Cuartel, con fusiles de chispa y tercerola; tomando parte los vecinos con escopetas, pistolas o trabucos. Este fogueo general, transportaba a un campo de batalla el espíritu de aquellos vecinos, sencillos, pero muy patriotas, que habían pasado la mayor parte de su vida guerreando por la libertad.
Luego venía el Tedéurn, donde siempre había gran concurrencia; figurando las autoridades y lo más distinguido del pueblo, encabezado por el Comandante, y oyendo con toda reverencia el acto religioso, como también, a veces, algún panegírico mal hilvanado por el cura.

De allí se pasaba a la Comandancia, formando una columna precedida por el Comandante y el cura, donde se servían licores y se daba expansión al buen humor entre charlas y risas; sin faltar algún aficionado a la oratoria, que reviviera con desconcertados y pálidos colores, las glorias del día, como algún burdo epigramático que contribuyera a la algarabía con sus chistes, algunos muy crudos, pero también muy sabrosos.

Una vez se empeño la concurrencia en que hablara el cura, que era un vasco de pocos alcances, llamado José María Zuluaga; el cual cediendo a las exigencias de sus enardecidos feligreses, se puso de pie y echando una compasiva mirada sobre aquellos, y levantando la mano, dijo: Señores, ya que me pedís con tanto empeño que hable, voy a decir algunas palabras, aunque no sé por dónde darles, ¡Dele por el culo padre! le gritó don Benedicto Mendieta, viejo famoso por sus travesuras y ocurrencias. Aquel exabrupto fue recibido con grandes aplausos y ruidosa hilaridad, y dio lugar para que el pobre párroco se escabullera de aquel diabólico berenjenal.

Después del recibo oficial en la Comandancia, donde se hiciera desborde de agudas genialidades, propias del criollaje de aquél tiempo; como a las tres de la tarde tenía lugar la corrida de la sortija.

Se realizaba esta interesante fiesta en una de las calles que rodeaban la plaza del pueblo. Se levantaba en el centro de la calle un arco revestido de telas de colores patrios, en cuya cima ondulaban banderas, sobre todo la entrerriana. A cierta altura se atravesaba una piola, de la que pendía una argolla sujetarla con una cinta, la que pasaba por un canuto de caña de castilla y estaba asegurada con un nudo corredizo. Las principales familias y las autoridades, que generalmente dirigían la corrida, se situaban enfrente del arco. Los corredores ocupaban los dos extremos del trayecto marcado; divididos en dos bandos que se alternaban en la corrida

Era realmente una exposición de grandeza ecuestre. Los caballos eran lo mejor de las grandes tropillas de los establecimientos, por sus formas y su pelo, como por su ligereza, nerviosidad y lindo andar,

Había algunas cabalgaduras que lucían valiosas prendas: como grandes pretales, que cubrían el pecho del caballo; artísticas cabezadas, pontezuelas y grandes copas en el freno; fiadores en el pescuezo del caballo; grandes estribos con sus pasadores; riendas de cadenas o enchapadas con bombitas y vistosas chapas en las cabezadas del basto. Todas estas prendas eran de plata pura y maciza; algunas llevaban incrustaciones de ingeniosos dijes de oro.

Los jinetes se presentaban vestidos con la elegancia de aquellos tiempos. Algunos llevaban pantalón, chaqueta y bota fuerte, otros iban con chiripá, generalmente de paño, ponchillo y bota de potro, hechas con toda prolijidad. Los más emprendados, llevaban grandes espuelas de plata y los demás espuelas de fierro.

El rebenque era de uso común, habiendo algunos con el cabo de plata maciza y otros con virolas simplemente. También era común el uso del tirador o culero; habiendo algunos muy lujosos, cubiertos de botones de plata y prendidos con un juego de patacones, con una chapa de una onza de oro en el centro.

El pueblo en general, ocupaba las aceras de la pista, y cuando todo estaba pronto se empezaba la corrida. El Trompa de órdenes que estaba con el que dirigía la fiesta, tocaba atención y el director daba la señal para la partida a uno de los bandos; rompiendo el N° 1 a todo escape y estirando el brazo hacia la argolla, para ensartarla con un puntero adornado de cintas, que llevaba.

Al partir el corredor, el trompa tocaba a la carga, hasta pasar el arco. Cuando el corredor llegaba al extremo opuesto sin ensartar la argolla; salía el N° 1 del otro bando, acompañado con el mismo toque de corneta. En ese orden seguía la corrida, hasta que algún corredor tenía la suerte de ensartar la argolla; en cuyo caso el corneta tocaba diana, hasta que el afortunado llegaba donde estaba la Comisión y recibía el anillo de oro de manos de una niña, encargada de esa tarea. Cuando el afortunado poseedor del anillo tenía novia a .quien regalarlo, marchaba adonde ésta estaba, acompañado por numerosos corredores y a toda carrera; haciendo rayar los pingos frente al sitial de aquélla, echando pie a tierra y ofreciéndole el regalo, entre aplausos y bajo el rubor y emociones de la favorecida.

Cumplido este acto simpático y caballeresco; se reanudaba la corrida en el mismo orden.

Raros eran los accidentes lamentables; los paisanos eran como nacidos en el lomo del caballo y preveían los tropiezos, evitándolos con tiempo. Los caballos que, de suyo eran briosos; en aquel gran movimiento y continuo correr, se embravecían y querían escaparse de entre las piernas de los jinetes; con lo que sólo daban ocasión para que aquéllos de mostraran su habilidad y el pleno dominio que ejercían sobre ellos.

El paisano se sentaba con toda desenvoltura en el caballo: el cuerpo derecho, la cabeza erguida, las piernas tendidas y apoyadas en los estribos, y los brazos sueltos y en acción. Era ésta una posición elegante y que ponía al jinete en condiciones de atender con oportunidad a cualquier emergencia, por más difícil y peligrosa que fuera.

Este torneo, exclusivamente nuestro, duraba hasta la entrada del sol. Al terminar, no faltaba algún, entusiasta, que arrancando una bandera del arco, se lanzara por las calles, perseguido, para quitársela por los demás; con toda la ligereza de sus caballos y atropellando todo lo que les impedía el paso.

Era este episodio el terror de las familias, que huían metiéndose en las casas o cercados, para escapar ellas y sus chicos de aquel infernal torbellino. Este final peligrosísimo en, el poblado, fue prohibido en los últimos tiempos.

Con estas expansiones de alegría y con algunos bailes en la noche y los infaltables fuegos artificiales; poníase término a las fiestas con que se solemnizaban nuestras glorias patrias.

Edición: Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Texto extraído de: Monzón, Julián, “Recuerdos del pasado. Vida y costumbres de Entre Ríos en los tiempos viejos”, 1929

Campanas significativas de nuestra ciudad (Basílica y Colegio)

Sobre el muro de la izquierda pueden verse las campanas de la basílica

Campanas de la Basílica de la Inmaculada Concepción

Es muy difícil determinar cuántas campanas hay en nuestra ciudad, pero tenemos tanto en Basílica de la Inmaculada Concepción, como en el Colegio del Uruguay, Justo José de Urquiza, campanas con historia.

Cuenta la tradición que el 8 de diciembre de 1858, a la hora de la Misa Mayor, se escucharon por primera vez las campanas en el templo mayor, una llamada “La Misioneras”, que tiene inscripta la fecha “Año 1729” y la otra donada por Dolores Costa, llamada “La Justa”.

Seis años más tarde el Gobernador de la Provincia de Entre Ríos, Don Justo José de Urquiza, hace elevar una nueva campana, a la que llamaron “La Campana del General” y lleva inscripto su  nombre.

Estas campanas han anunciado los actos litúrgicos, vibraron los días patrios, acompañaron las horas de duelo, llamaron a las plegarias, marcaron el “Toque de Oración”, cuando los hombres se descubrían y las mujeres se inclinaban y en sus labios florecía el “Acción de Gracias”. Sonaban cuando era 25 de mayo y se izaba el pabellón patrio. Sonaron con su cantar triste en las horas luctuosas del 13 de abril de 1870, cuando se traslada el féretro del Gral. Urquiza, desde la casa de su hija Ana Urquiza de Victorica hasta la Inmaculada Concepción.

Estas campanas a través, de los años fueron recibiendo lluvia, frío, viento, sol, granizo, y un día callaron.

La Basílica ya con sus torres-campanario y campanas

Cuando se construyó la iglesia, esta no tenía las torres campanario, de modo que las campanas estaban ubicadas sobre el muro norte del mismo. Esto fue hasta que fueron agregados al templo original las dos torres campanario, en los trabajos realizados entre 1920 y 1930 y, en una de ellas, la ubicada al norte de la Basílica se ubicaron las tres campanas originales. 

En el año 1948, se envían al Ministerio de la Nación para ser reparadas. En octubre de 1949, el Cura Párroco Zoilo Bel, informa de la llegada de las mismas en óptimas condiciones. En ese momento, se solicita la colaboración de dos campanarios mecánicos, para suprimir el uso de las cuerdas, pero no se  hizo lugar por razones de economía.

Estas campanas nos han acompañado hasta el año 2013, en que se compran tres nuevas campanas, en San Carlos Centro, Santa Fe.

Las antiguas campanas no fueron sacadas del Campanario Norte, si no que permanecerán ahí, siguiendo los hechos históricos que pasan en nuestra ciudad.

Las nuevas campanas fueron izadas, al Campanario Sur, que hasta entonces permanecía vacío, y también tienen nombres:

La campana mayor se llama: “Don Tomas de Rocamora”, fundador de la ciudad. La campana de la derecha, “Don León Almirón”, lugareño de la Villa, quien en 1778 solicita autorización para levantar una capilla en el asentamiento, dando origen  de esta manera a la incipiente villa de Concepción del Uruguay,  y la campana de la izquierda “Fray Pedro Goytia”, primer sacerdote a cargo de la capilla, designado por la Catedral de Buenos Aires.

La campana del Colegio del Uruguay

Campana original del Colegio

Pero estas no son las únicas campanas, en el Colegio del Uruguay, Justo José de Urquiza, también las hay. La actual campana no es la de la primera hora del establecimiento, es la tercera. Pero intentemos relatar la historia de estas campanas.

En el año 2003, el rector del Colegio Profesor Eduardo Giqueaux, recibe un llamado de la provincia de Tucumán, era una descendiente del Dr. Luis Aráoz, ex alumno, quien vivió los primeros años de este claustro educativo.

Luis Aráoz había escrito su historia en el Colegio del Uruguay y su paso por el internado, esta señora cuyo nombre era, Carmen del Valle Aráoz de Ezcurra, ponía a consideración del Rector, estos escritos.

Evaluado el contenido, el Profesor Giqueaux, aconseja la impresión de un libro, que por suerte se llevó a cabo y se llama “Del Tiempo Viejo”.

Este material tiene muchos datos de cómo era la ciudad y el Colegio en esos años, algunos de los cuales ya hemos ido publicando en este sitio.

Es ahí donde se lee, que la primitiva campana, que los llamaba para la hora de la comida, ubicada en la que sería hoy la galería del oeste, un día se rompe.

El entonces Rector del Colegio, el Dr. Honorio Leguizamón, le solicita al entonces presidente de nuestro país, General Julio Argentino Roca, la reposición de la misma.

Este accede enviando una campana nueva, pero solicito, a cambio, la campana que tantos recuerdos guardaba para él. Cosa que así ocurrió, Leguizamón le regala la sentida pieza. El General Roca, llevo la campana a su estancia “La Larga” en la provincia de La Pampa.

Con estos datos se abocaron a la búsqueda de la campana, que en definitiva es de nuestro colegio.

Se realizaron diversas llamadas telefónicas, y el Gobernador de la provincia de La Pampa a través de su secretario informa que la estancia no estaba en La Pampa, sino en Daireaux, provincia de Buenos Aires.

Se ponen en contacto con el Intendente de este lugar, quien hace el comentario que la vieja campana existente en la estancia, había sido donada al museo de la ciudad. Sugiere hacer una nota y solicitar la tenencia de la misma al menos por un año. Es así que se viaja y traen la tan ansiada campana. Que llega a nuestra ciudad el 15 de octubre de 2003, siendo recibida a la media noche por muchas personas que la esperaban en el Monumento al Gral. Urquiza, quienes acompañaron a la campana en caravana y tocando bocinas, hasta le dieron una vuelta a la plaza Francisco Ramírez, antes de guardarla en el Colegio. Fue presentada a la población el día 18 de octubre del mismo año.

Hermosa historia de la campana que supo de la compañía de Olegario Andrada, Onésimo  y Honorio Leguizamón, Martín Ruiz Moreno, Secundino Zamora, Julio A. Roca, Eduardo Wilde, Luis Aráoz y tantos otros alumnos.

En el año 2010, se cambia la campana que dono Gral. Roca por una nueva. Esta segunda campana también se encuentra en el Museo Histórico de la casa.

Texto: Virginia Civetta/Carlos Ratto. Fuentes: Abescat, Francisco, “La Ciudad de Nuestra Señora de la Concepción del Uruguay” y Giqueaux, Eduardo “Historias de Medio Tiempo”

Almacén Bariffo – Banco Mesopotámico – Anses

Calles España y San Martín. Foto c. 1938

Se encontraba ubicado en la intersección de las calles San Martín y España, esquina suroeste.

Con anterioridad al año 1868, el predio del que nos ocupamos pertenecía al Sr. Pedro Zabalsagaray, quién al fallecer se lo deja en herencia a su hijo Victorio; Este último vende la casa en el año 1868 al Sr. Domingo Aranguren, quién en el año 1875, lo enajena con pacto de retroventa por un año al Sr. Doroteo Larrauri, casado con la Sra. Catalina  Berinduaqui, dejando al fallecer como herederos a sus hijos: Casto Julio, Secundino Teodoro, Gregorio Gerardo, José León Américo, María Nicolasa Estela, Igini Arca Lucía, Vicente Emilio Héctor y Conrado Néstor.

En el año 1917 se constituye la sociedad de hecho Bariffo Hnos., integrada por Luís, José y Pedro Bariffo, para la explotación de un almacén al por mayor y menor, el que abre sus puertas ese mismo año. En el año 1926 se constituye la sociedad en comandita Bariffo Hnos., integrada por los antes nombrados. Con miras a expandirse, en el año 1928, adquieren a los hermanos Larrauri la propiedad de calles San Martín y España, con todo lo edificado y plantado, siendo el terreno de 34 m de frente por 18 m de fondo.

Se encomiendan los planos y la construcción al constructor José Alessio, estando concluida la obra para mediados de 1931, abriendo sus puertas al público el Almacén por mayor y menor Bariffo Hnos. En el año 1949 deja de operar como almacén al por menor para pasar a ser solo mayoristas, modalidad que mantuvo hasta su cierre.

En el año 1952 se disuelve la sociedad quedando en manos de José Bariffo y su esposa, en el año 1980, José Bariffo vende su parte a Aurelia Josefa Bariffo, y en el año 1981 cierra definitivamente el almacén.

En el año 1981, la sucesión Bariffo vende la propiedad el Banco Mesopotámico Cooperativo Limitado, iniciando una remodelación del edificio a fin de adaptarlo a sus necesidades, bajo la dirección del ingeniero Pérez Tibiletti, quedando inaugurado el nuevo edificio en el año 1983.

Las actividades del Banco se desarrollan hasta el año 1986 en que queda cesante. En el año 1989 el edificio es vendido al Banco Almafuerte Cooperativo Limitado, siendo la intención de sus nuevos propietarios abrir una sucursal que nunca llegó a instalarse.

En diciembre de 1990 el edificio pasa a manos del ANSES, instalando allí sus oficinas. 

Edición: Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Texto extraído de: Rousseaux, Andrés, “Almacés barifo – Banco Mesopotámico – Anses” del libro “Concepción del Uruguay, edificios con historia”, Tomo I

 

  

 

 

Teteque (Pirulo)

Teteque y su motoneta

Su nombre era  Germán José Navarro, de nuestra ciudad y había nacido el 8 de julio de 1933. Vivía en calle Suipacha, entre las calles España y 21 de noviembre. De profesión vendedor ambulante. Con sus ventas mantenía su familia e hizo estudiar a sus hijas.

Recorría varios barrios y en la década de 1970, anexo a su recorrido nuestro Balneario Camping Banco Pelay que comenzaba a tener su época de gloria.

También estuvo a cargo del bufete del  Colegio del Uruguay, Justo José de Urquiza y en los horarios de clases repartía su mercadería en Oficinas del centro y Bancos.

Le encantaba el fútbol, por un accidente que sufrió no fue jugador. Dicen que era muy bueno en este deporte.

Cuando salía a vender, primeramente tuvo una moto con un carrito, después una camioneta, un viejo Citröen. Su salida era toda una ceremonia, lo hacia los fines de semana. El día viernes, limpiaba a fondo su vehículo, para dejarlo listo para el sábado y domingo.

Vestía de sombrero, al que lo adornaba con flores plásticas. Primeramente lo llamaban Teteque, y después Pirulo, seguramente porque gritaba, para vender “Señora llego Pirulo”.

Teteque y su viejo Citröen

Entre las anécdotas que aun hacen que lo recordemos podemos contar:

* En su Citroën iba hasta paso de los libres para comprar mercadería para el kiosco en Brasil, en una oportunidad las autoridades del colegio le piden que traiga (por ser más barato) la tela del telón de boca del salón de actos, y así lo hizo, lo simpático es que al no entrar la tela más la mercadería en el Citroën, a la esposa que lo había acompañado la mandó de vuelta en ómnibus para cumplir con el pedido (Omar León).

* Le gustaban los niños, tal es así, que cuando recorría El Balneario Camping Banco Pelay, se hizo amigo de una familia. Cuando el matrimonio tenía que hacer algún mandado o salir, él se quedaba en la carpa cuidando los chicos.Era muy amiguero, cierto día se hizo amigo de un matrimonio que se había trasladado a nuestra ciudad, para vivir y él les vendía sus facturas todos los fines de semana. Un día fallece el hombre.

* Esa amistad iniciada, siguió con la señora, a quien invita a pasar Navidad con su familia, en su casa. Gran sorpresa se lleva la esposa de Teteque cuando lo ve llegar con una mujer, a la que no conocían. Aclarado el porqué, fue bienvenida en la mesa familiar, y muy amiga de toda la familia.

Era así Teteque, a quien recordaremos vociferando “Señora llego Pirulo, con las bolas calentitas”.

Omar León y Juan Izaguirre, le dedicaron una canción, que interpretan Los Concepcioneros y se llama “Señora llego Teteque”.

Edición: Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Texto y fotos extraído de: Proyecto “Entre Mates y Chocolate”, Asociación Civil “Caminos de Esperanza”, https://www.youtube.com/watch?v=fmCYDQh9vk0  

 

El asesinato de una hija del general Urquiza

El chalet de Medarda de Urquiza dónde fue asesinada (Foto Caras y Caretas)

El 6 de abril de 1910 en horas de la noche, es asesinada en su estancia de San Joaquín de Miraflores, Distrito Molino, Doña Dorotea Medarda de Urquiza viuda de Sagastume, hija reconocida del Gral. Justo José de Urquiza, en su relación con Cándida Cardozo Pérez.

Medarda Urquiza viuda de Sagastume (Foto Caras y Caretas)

Al llegar las autoridades, la señora Medarda (como habitualmente se la conocía), se encontraba en su cama, presentando una herida de bala en la cabeza, con entrada por detrás de una de las orejas y salida por la frente.

Desde un primer momento se sospechó que el autor o autores del hecho era del entono cercano a la víctima, por lo que fueron detenidos quienes integraban el personal de la casa: Valentina Fernández, Antonia Muñiz, Ana López, Rosario Almada, Luis Benítez, Juan Balbi, Máximo Segovia y Juan Pereyra.

El cuerpo de Medarda fue trasladado a Concepción del Uruguay y velado en la capilla ardiente montada en la casa de su hija Sara Sagastume de Chiloteguy.
El sepelio se realizó en el panteón familiar del Cementerio Municipal. Una gran cantidad de personas acompañaron a pie a la carroza fúnebre que trasladó sus restos.

Finalmente, la menor detenida de 15 años de la servidumbre de la señora Medarda, Antonia Muñiz, se confesó autora del crimen, al cual lo había premeditado. 
Para tal fin, utilizó el revólver Bull Dog, calibre 10 mm, niquelado, propiedad de la señora y que esta guardaba en un mueble de su dormitorio. 

Antonia Muñiz, la joven asesina (Foto Cara y Caretas)

Muñiz ocupaba una habitación contigua. Siendo aproximadamente las 10 de la noche y al comprobar que su patrona se encontraba profundamente dormida, se acercó con el arma martillada y le efectuó un disparo.
Inmediatamente, luego de colocar el arma en el cajón de la mesa de luz, tomó las llaves con las que abrió la puerta y dio aviso al resto del personal que se encontraba durmiendo.

La joven habría tomado esta determinación por el resentimiento generado por una actitud violenta que la señora Medarda había tenido un tiempo antes con ella. Enterada que un pretendiente suyo había entrado a la casa en horas de la noche “sin pedir permiso”, haciendo alarde de su carácter fuerte, echó a rebencazos al joven y la reprendió duramente a ella.
Medarda había nacido en Gualeguay, el 8 de junio de 1847 y era viuda del Dr. José Joaquín Sagastume.

Texto: Omar Gallay. Fuentes: Trisemanario La Juventud (Concepción del Uruguay), Revista Caras y Caretas (Buenos Aires) y Balmaceda, D. (2011) “Biografía no autorizada de 1910”. Buenos Aires. Ed. Sudamericana.