Los africanos en Concepción del Uruguay

Antes de la construcción del edificio la Escuela Normal, en una zona baja se asenaba en barrio de los negros de la ciudad

El ser argentino se conforma con la mezcla del originario o amerindios, europeos y en muy poca cantidad africanos.

Los africanos traídos forzadamente a estas tierras, fueron dejando descendientes, muchos de los cuales eran el fruto de la unión con hispano-criollos, e indígenas. Así proliferaron los mulatos, zambos, mulatillos, pardos, que luego se mezclarían con los nuevos grupos de inmigrantes procedentes de Europa. Gran número de la gente que tenía una porción de sangre africana pasó a formar parte de los sectores marginales urbanos, del proletariado ocupado en diversas tareas, casi siempre las peores remuneradas o rechazadas por considerárselas subalternas.

Nuestra sociedad mantuvo, aunque sin admitirlo expresamente, la discriminación étnica o racial heredada de España y promovida en los escritos por los positivistas y evolucionistas sociales, y en los hechos por los modernizadores de la Argentina: Sarmiento, Alberdi, Mitre, Cané, Roca, etc. El resultado fue la negación del aporte africano a nuestra sangre y a nuestra identidad cultural, aunque esta herencia ha empezado a ser rescatada y valorada en las últimas décadas.

En nuestra provincia en particular, casi no se mencionan los africanos, pues siempre se ha escrito sobre grupos dirigentes, aquellos subordinados, indígenas, africanos y mestizos fueron dejados de lado por creer que  no habían sido protagonistas.

En los informes que Don Tomas de Rocamora enviara al Virrey Vértiz, menciono que vio unos cien ranchos habitados por naturales y mulatos en las localidades de Nogoyá, Gualeguay, Gualeguaychú y Arroyo de la China.

Los esclavos eran usados para tareas donde el propietario era el ganador. En el campo fueron usados como domadores, marcadores, capataces, peones,  hacheros, labradores. En la ciudad, de albañil, correo, aguateros. Y las mujeres, se dedicaban al servicio doméstico, cocineras, etc.

La vestimenta era parecida a la de los criollos humildes. La ropa se las daban sus amos.

En el Censo levantado por Ramírez en 1920, aparecen mencionados varios esclavos

El precio de los esclavos estaba dado por la edad, sexo y habilidades. Y las esclavas de 15 años que sabían cocinar, planchar, amasar, eran las más valiosas.

De que época estamos hablando? Si de los inicios de nuestra ciudad, en el censo ordenado por Ramírez en 1820, figuran registrados en nuestra ciudad 120 esclavos, el 54% de ellos nacidos en Guinea y 12 africanos en condición de “libres”, pero el esclavo seguía el destino de su amo. Hay documentos que hablan de esclavos hasta los años 1852/1855 por Ejemplo:

La esclava Lucia Palmero, fue llevada de Entre Ríos a Buenos Aires, en carácter de libre, pero esta debía servir a la Señora Carmen Espino por tres años, a cuyo término quedaría en libertad.

Otro ejemplo: Don Salvador Barceló, vecino de nuestra ciudad dejo asentado en su testamento que su esclavo Simón, se le otorgara la libertad después de su muerte. Esto demuestra que en nuestro país, no se cumplió inmediatamente la Constitución del 53, que disponía la abolición de la esclavitud. Recién para 1860, se cumple con la norma.

En los primeros años de nuestra Villa, se recuerdan algunos nombres de esclavos como:

Anastasio y Paulina Campana, padres de Timoteo (1788). José Justo Santos, hijo de la esclava Petrona Santos (1790). Los padres del Gral. Urquiza poseían varios esclavos, cuyos hijos, fueron bautizados con el apellido Urquiza.

Luis Aráoz, en sus memorias, escritas sobre su estadía en nuestra ciudad, entre los años 1857 y 1863, relata lo siguiente: “La manzana siguiente al Este sólo tenía, según recordamos, unos ranchos sobre la calle 9 de Julio, en el primer cuarto de manzana del Oeste, de propiedad de la familia de los morenos Ríos (se refiere a la delimitada por las hoy Artigas y Tibiletti). Allí se reunía mucha gente de color en los candombes de los días sábado. Los gritos al toque de tamboriles se oían claramente desde el Colegio”.

En otra parte de su obra, Aráoz nos cuenta que “Más hacia el Sur, (donde está hoy la Escuela Normal de Profesores), era mayor el rancherío. Los sábados no se oraba, por los gritos al son de grotescos tamboriles de los negros, que pasaban toda la noche bailando candombe. Había bastantes africanos viejos.

En Concepción del Uruguay algunos pocos vástagos de las familias originarias de África quedaron registrados en las crónicas o en la memoria colectiva. Entre otras, sobresale Irene Jurado, parda liberta, entrerriana, nacida alrededor de 1818, que formaba parte de la servidumbre de Mariano Jurado. Años más tarde pasó a prestar servicio en la casa de Carmen Uribe Britos y colaboró con ésta en el hospital de sangre que se improvisó en noviembre de 1852 cuando la ciudad fue atacada por las fuerzas de Juan Madariaga. Dicho hospital funcionó en la actual calle J .D. Perón n° 82-92 .26. Irene Jurado también era renombrada por sus dulces, a tal punto que el general Urquiza, en un agasajo que ofreció a diplomáticos norteamericanos, el 11 de marzo de 1859, en el Palacio san José, le encargo 6 dulceras con 9 libras.

Los antiguos alumnos del «Colegio del Uruguay» al hacer el repaso de su vida estudiantil, no podían omitir en sus evocaciones al personal del establecimiento como -entre otros- el portero de las primeras épocas, el negro Trifón Ríos “muy querido y considerado por su buen carácter y por su seriedad”. Éste había quedado manco como consecuencia de una herida recibida en la batalla de Caseros y, en compensación, se le había dado trabajo en el Colegio.

También en la zona rural quedaban algunos descendientes de africanos integrados con la población criolla y participando en sus labores cotidianas y reuniones festivas. Honorio Leguizamón evocaba la celebración de una boda en una estancia del Calá, por la década de 1860; entre los concurrentes a la fiesta, llamó la atención la llegada de tía Joaquina, “…una Venus hotentote, célebre bailarina de la danza de las caderas (candombe) y no menos célebre fabricante de pasteles para yerras y trillas“. El mismo autor, recuerda una visita que hizo a la casa de su abuela que vivía en Nogoyá, quien tenía unas “negritas libertas”, que se levantaban temprano para ordenar las vacas.

Entre las víctimas de la epidemia de fiebre amarilla que se desató en el departamento Uruguay entre agosto y diciembre de 1871, sobre un total de 421 decesos, se registró el de 10 africanos (cuatro mujeres y seis varones). Estas epidemias, sumadas a otros factores, como la mortalidad infantil y la disminución de los varones adultos obligados a participar en la guerra, provocaron una sensible merma de la población de origen africano, no sólo de esta ciudad, sino de toda la región.

Nos dice Harman:

“el desprecio, la marginación y el olvido fueron algunas de las consecuencias de un largo proceso de relaciones sociales asimétricas. Sera ahora el tiempo de reflexionar sobre la realidad heredada para que podamos construir – sin exclusiones – una realidad diferente y para que no haya más rostros  invisibles en nuestra historia”.

Edición: Civetta, Virginia y Ratto, Carlos. Textos extraídos de Harman, Ángel, “Los Rostros Invisibles de nuestra Tierra”, 2010; Miloslavich de Álvarez, María del Carmen “Hace un largo fondo de años. Genealogía Uruguayense”, 1988 y Mallea, Lorenza y Coty Calivari, “Las mallas del viaje”, ediciones El Mirador, 1982

 

 

C. del Uruguay vista por Luis Aráoz (1857-1863)

Reconstrucción del plano del centro de la ciudad en 1857 con la ubicación de las casas y edificios identificados por Luis Aráoz

Parte N° 1:

Relato de Luis Aráoz (1844-1925) en el libro “Del tiempo viejo”, dónde narra diferentes aspectos de su vida, básicamente su traslado desde Tucumán hasta Concepción del Uruguay en 1857, hasta su regreso en 1872. Este libro, lo comienza a escribir a los 78 años y en el mezcla los recuerdos de su estadía, que comienza en 1857 y los de sus últimos días.

Ya hemos publicado varios de sus relatos, sobre todo los referidos al Colegio del Uruguay, tanto la descripción que hace sobre la vida dentro del mismo, como a la configuración edilicia del mismo. Pero sin dudas una de las narraciones más importantes que hace por su detalle y porque no existen muchas de ellas, es la referida a cómo era la ciudad en esa época, quién y dónde vivía y cuáles eran las características más sobresaliente de una ciudad que alcanzaba, recién,  los 80 años de vida.

 

La Ciudad de Concepción del Uruguay

El colegio constituía el núcleo, el foco de luz, pero la combustión era el ambiente que lo rodeaba. Los jóvenes alumnos, niños aún, adolescentes venidos de los lejanos y desiertos ámbitos de la república; sentían mitigada la pena del hogar lejano y del suelo nativo abandonado y de las voces paternales, por la bondad cariñosa de las familias y de la noble villa de aquella época inolvidable, la modesta y culta ciudad del Uruguay.

Razón tenía el inolvidable alumno Dr. Sidney Tamayo, cuando decía en Salta, en la conferencia que diera sobre el Colegio y el pueblo del Uruguay: “Altar de nuestra inocencia y de nuestras ilusiones. Me acuerdo de ti como del cielo y para ti mi último pensamiento”  (Esto me repetía en la carta cuando me mandó el folleto de la conferencia).

Lo que era el caserío de la ciudad en 1857

Vista de la calle “Del Tonelero” en 1875, aún se pueden ver varios de los edificios identificados por Luis Aráoz

Empezaremos por la plaza. El costado oeste, una cuadra la ocupaba el edificio del colegio (sin altos) (1); la otra cuadra, la iglesia en construcción (2). Aún no tenía 1 metro de altura (N. del E.: Se consagro en 1859). El costado norte, al frente del colegio, el ángulo de las calles Galarza y Coronel Gonzalez, tenía del edificio, (club del Uruguay (3) entonces) hoy cinema Esmeralda, el mismo actual.

Enseguida hacia el este, 1ra. Cuadra del costado norte, todo palo a pique, sin vereda, menos el ángulo que hoy ocupa la Escuela Normal (N. del E.: Se refiere a la casa de Urquiza), en donde había un cuarto grande de mojinete y teja (4). La cuadra siguiente hacia el este del mismo costado norte, toda palo a pique.

Siguiendo hacia el sud, calle por medio, estaba en construcción el templo actual. En lo que da a la plaza, la edificación estaba en los zócalos de las columnas del peristilo, pero las paredes del fondo tenían como unos 2 m. de altura. La manzana que ocupa el templo era desierta. Donde es actualmente la casa Piñón, como 10 m. adentro, había tres palos sustentando arriba el tirante del cual estaban colgadas 2 o 3 campanas que servían a la iglesia que estaba en las piezas del colegio.

Calle por medio al sud del templo en el ángulo o vértice de la manzana siguiente, había un gran cuarto o esquina, techo de paja, que ocupaba la única botica habida en aquel año, de Don Victoriano Montes (5), después edificada y casa de Correos.

Siguiendo hacia el oeste, sobre la vereda de la misma manzana, después de un retazo vacio, empezaba, empezaba la casa de la familia Chilotegui (6), tal como se encuentra en la actualidad. Doblando hacia el sud, eran sitios, hasta dar con el vértice sud oeste, donde vivía, según recordamos, la familia de Cornú (7), en habitaciones de techo pajizo, con puerta al oeste en cercado de palo a pique. Continuando al este, sólo recordamos una o dos casas (siempre de techo pajizo), frente a lo que es hoy casa de los señores Cometta (8). En una de ellas estaba la relojería de un señor Casarini (9), única en aquel tiempo. Este relojero se trasladó después a Rosario, después a Salta, adonde ha dejado familia. Hará unos diez años figuraba un hijo de él en Orán.

En la esquina sud este de la misma manzana tenía un taller con frente al este (calle tres de febrero), un italiano (10)) hábil armero. A él le compró Don Jorge Clark la pistola con que se suicidó, después de haberse hecho enseñar por el armero cómo se cargaba, y se descargaba, y disparaba. Era de las de fulminante.

Siguiendo la  vereda hacia el norte un hábil hojalatero Loranz (francés), edificó la casita de altos que existe actualmente. Fue el esposo de Madame Loranz, bien conocida por sus rarezas, que ha fallecido hace poco, dejando valiosas propiedades.

Pasando ahora a la manzana de sobre la plaza hacia el este con frente al norte, la esquina (vértice noroeste), era un sitio. En seguida estaba la casa de la familia Magrabaña (11) (hoy Club Social) edificio típicamente de la fundación de la ciudad, de mampostería y azotea. Después de un hueco (que ocupa hoy la Policía) formaba la esquina una gran pieza, techo de teja en mojinete y paredes de piedra, con una sola puerta sobre la plaza, sin pavimento en el interior, bien aislada. Le decían “el cuarto de piedra“(12). Era la cárcel para presos de toda clase de delitos, donde estaban hacinados los forajidos y los de delitos de escasa gravedad. Frente a la puerta se mantenía firme e inmóvil la guardia de un soldado armado de fusil. El edificio actual que ha reemplazado al “cuarto de piedra” fue levantado cuando se capitalizó la ciudad del Uruguay. Allí funcionaba la Cámara de la Justicia. Siguiendo la manzana al sud (calle Moreno), era todo un hueco, llenado después con la cárcel de dos o tres pisos que han demolido hace poco.

Siguiendo la manzana al sud (calle Moreno), era todo un hueco, llenado después con la cárcel de dos o tres pisos que han demolido hace poco.

No recordamos la edificación de la vereda que mira hacia el sud de esta manzana; pero creemos poder decir que existía ya la del almacén del Sr. Nogueira (13) (vértice sudoeste), y en lo que sigue al norte hacia la plaza había una o dos casitas solamente.

En la manzana al sud, calle por medio, tenía una casita en la esquina calle Moreno, pero el año 1860 más o menos edificó la casa de altos contigua, hacia el oeste donde se instaló una familia francesa (creemos) Pividal (14).

La manzana que ocupa actualmente la Municipalidad, contenía el edificio de la Comandancia o Jefatura de Policía, tal como está actualmente, menos los altos agregados después. En el patio se elevaba un mástil donde se izaba la bandera en los días domingo, y los de otras fiestas (15).

Según el historiador Martínez esta casa la edificó el general Díaz Vélez, que fue el primer Intendente del Uruguay. Es sabido que en el salón de la izquierda del zaguán de entrada de sobre la plaza, redactó la proclama del pronunciamiento del 1° de Mayo el Dr. Juan Francisco Seguí, dictándosela al Dr. Juan Andrés Vázquez, que hacía de escribiente en 1851; y diez años después, a fines de 1861 o principios de 1862, el general Urquiza inauguró en el mismo salón las sesiones de la Legislatura, (o la reunieron ad hoc), en la que leyó y manifestó los sucesos que motivaron asumir su soberanía la provincia con motivo de la batalla de Pavón. Algo dejó también relativo a su actitud, según nuestros recuerdos, pues estuvimos allí en el auditorio. Curiosa casualidad de que esos dos hechos trascendentales, pero de opuestas consecuencias, tuvieran lugar en la misma localidad.

Siguiendo hacia el Este el frente y todo el sitio o un cuarto de manzana estaba cercado de palo a pique. Adentro, a bastante distancia, con frente al Norte, había una larga hilera de piezas, techo de paja, en donde había nacido el general Urdinarrain (16). Ignoro quién lo ocupara en 1857. Hoy pertenece a los señores Canavessi e hijos.

Del otro cuarto de manzana que le sigue al Sud, creo, eran baldíos, pero calle por medio, al Sud, estaba la casa de los señores Britos (17), la misma que existe actualmente, con su otro cuarto de manzana ocupada por una huerta de altos naranjos.

El otro cuarto de manzana que sigue al Sud de la Comandancia, tenía la vetusta casa de teja, primitiva tal vez desde la fundación de la ciudad, con la pulpería del viejo Freitas (18). Se conserva intacta hasta hoy.

El vértice de la manzana contigua, al Este, la ocupaba la casa de la familia Calvento (19), con frente a las dos calles. De edificación antigua, colonial fundadora, como lo fueron sus propietarios que también han acompañado las características del hogar sencillo y resistente como la de su conducta y nobleza inalterables. La esquina es actualmente propiedad de los señores Canavessi.

Siguiendo hacia el Sud, en la esquina, estaba la casa de la señora Carmen Uribe (20), donde vivía con sus sobrinos Mercedes y Benito C. Cook. Era aquella de techo pajizo, de esos recuerdos diré, iniciales de la edad adolescente para mí, pues fue la primera familia que conocí en el Uruguay, presentado por mi compañero de colegio, Benito C. Cook, mi compadre años después, y recibido por esa familia con bondades que me hacían extrañar porque mi inexperiencia me hacía ver que sólo eran peculiares en el afecto de los padres. ¡Qué impresiones tan inefables! Es que si en mí existía la inocencia de la edad, también tenía, esa misma adolescencia la sencilla y noble gente de aquellos tiempos, de la amabilidad especial, felizmente hasta hoy con esas características.

El cuarto de manzana al Este estaba baldío, y el otro contiguo al Norte contenía un aseado rancho en el vértice Noroeste.

Parte N° 2: Frente este de la Plaza

La primera manzana, entre las actuales calles “San Martín” y “9 de Julio”, el sitio de la esquina Sud (frente de Calvento), era también cercado de palo a pique, y algo adentro, habitaciones de techo de paja, con portón sobre la plaza. Vivía en ella un señor Ferreyra (21), natural de Córdoba. Muchos años después tuve el gusto de encontrarme con él en el teatro Politeama de Buenos Aires, y más después en una calle de Córdoba, adonde se había trasladado definitivamente. Allí falleció probablemente, pues era ya de edad muy avanzada.

El cuarto de manzana adyacente hacía el Este, lo ocupaba una añeja y ruinosa torre cilíndrica como de 10 metros de alto, que le decían “El Molino” (22). A él subían, años después, los cocheros para saber al momento de la llegada de los vapores de la carrera. El Dr. Juan Massoni nos ha mostrado una fotografía del Molino.

El otro cuarto de manzana sobre la plaza contenía la casa primitiva también con techos sin teja pero de tejuela revocada con frente a la plaza y a la actual calle “9 de Julio”, casa de la familia Asofra (o Azufra), de las fundadoras probablemente (23).

Allí se trasladó la Comandancia, cuando las oficinas del gobierno por la capitalización del Uruguay, tuvieron que ocupar lo que es actualmente la Municipalidad. Después se estableció allí una escuela del Estado.

El cuarto de manzana hacia el Este estaba vacío, como lo está actualmente, pero cercado de pared, y demolida la parte sobre la plaza y ocupada con la casa de la viuda del Dr. Anastasio Chiloteguy.

La manzana adyacente, calle por medio al Este, no tenía edificación fuera de un bonito cuarto con ventana, muy aseado, techo pajizo, que ocupaba el vértice Sud Este (calle San Martín). Creo que aún está esa casita con techos reformados.

La otra manzana con frente al Oeste de sobre la plaza, no tenía más edificación que la de un gran cuarto de azotea, aislado, sin ningún cerco, ubicado en el mismo lugar que ocupa actualmente el “Teatro 1° de Mayo”. Parecía un gran cajón con una pequeña puerta sobre la vereda de la plaza. Allí funcionaba la “Imprenta del Colegio“ (24), en la que se editaban algunos libros de estudios preparatorios. Las gramáticas de francés y latín escritas por el famoso profesor del colegio, Mr. Akerman, fueron impresas y encuadernadas en dicha imprenta, con tapas de pergamino. Conservo, como reliquia, entre mis libros, un ejemplar de cada una de ellas, que se repartían a los colegiales para su estudio.

Según el historiador Dr. Martiniano Leguizamón, fue la casa de propiedad o en la que vivió el general Francisco Ramirez, afirmación que considero indudable.

Todo el resto de la manzana era un yuyal sin cercado, como ya hemos dicho. Desde el colegio se distinguía a través de ella, la casa del señor Latorre (25), anciano, esposo de doña Teresa Urquiza, hermana del general. En esa casa se alojaba el general cuando venía de su palacio San José. Una tarde formó el batallón del colegio, conducido por el Dr. Larroque al frente de la casa. Mientras el Dr. Larroque pronunciaba su discurso de saludo a nombre del colegio, el general se paseaba en la sala de la izquierda del zaguán, deteniéndose frecuentemente frente de las ventanas, para atender el discurso y corresponder inclinando suavemente la cabeza.

Esto debió ser en el año 1859, seguramente porque también, por la noche, concurrió y dio retreta frente de la casa, la banda de Gualeguaychú, que fue llevada al Uruguay para la inauguración de la iglesia, suceso que tuvo lugar en dicho año de 1859 (marzo).

La casa de referencia se conserva igual hasta hoy, tan solo con el cambio de propietario, pues pertenece ahora a la sucesión del general. Era la única casa en ese frente de la manzana, y otra en el frente al Norte y esquina Noroeste, sin revoques, de grotesca arquitectura, pero modificada después tal como se la ve actualmente.

La manzana siguiente al Este sólo tenía, según recordamos, unos ranchos sobre la calle 9 de Julio, en el primer cuarto de manzana del Oeste, de propiedad de la familia de los morenos Ríos. Allí se reunía mucha gente de color en los candombes de los días sábado. Los gritos al toque de tamboriles se oían claramente desde el Colegio.

Volviendo a la manzana sobre la plaza, la casa de Ramirez, la hemos visto hasta el año 1863. No sé en que año la habrán demolido. Pero en 1868, en enero, la construcción del Teatro estaba muy adelantada ya para recibir los techos.  En el mes de Enero fuimos a ver la obra juntamente con los compañeros, Mariano Alisedo, Bartolomé Casco, Sidney y Tamayo, etc. En momentos que observábamos la obra (era un domingo), sentimos unos fuertes quejidos de un hombre tendido sobre los cascotes o escombros, en el cuarto bastante oscuro, destinado a la boletería, a la entrada de la platea. Era un soldado vestido con el uniforme de bayeta colorada, que se revolcaba con contorsiones desesperadamente. Era un moreno, Tamayo, como estudiante de medicina, fue a verlo; y nos dijo: “Se está muriendo atacado de un furioso cólera morbus “. El enfermo era uno de los soldados que en el día anterior, había regresado del Paraguay, perteneciente al destacamento o custodia, que había conducido un contingente de destinados para la remonta de los dos batallones (el 2 y el 3 de entrerrianos), que estaban en la guerra.

Con este caso y uno a otros que se sucedieron, de casos de cólera en menos de 24 horas, la población empezó a huir al campo para aislarse. Un día después, en la noche del 9 de Enero, nos pusimos en fuga a caballo como unos treinta, Mariano Alisedo y yo nos dirigimos a la estancia de Pedro Aramburu, sobre el arroyo “Ciudad“, donde permanecimos con Domingo, Isidoro y Juan Aramburu hasta fines de Febrero, cuando cesó la epidemia, que causó muchos estragos. Efectos de la campaña del Paraguay.

La primera Edificación en esta manzana me parece que fue un cuarto de azotea construido en el ángulo de la plaza sobre la calle 9 de Julio, donde estableció su escribanía Benito C. Cook (26), abogado después. Después del Teatro se hizo lo de la otra esquina (hoy centro comercial), destinado al Banco Entrerriano, después Banco Bottini, que anduvo mal.

Enseguida se empezó lo que le sigue al Este, para la Escuela Normal, que aún no estaba terminada cuando la muerte del general Urquiza en 1870.

La manzana que le sigue al Norte recordamos de una casa solamente, donde ha edificado la familia Lantelme, y actualmente Gadea.

Aquel reo Núñez, que fusilaron el 8 de Junio de 1857, que he mencionado ya, en el capítulo “Ingreso al Colegio“, fue porque había asesinado a un anciano que tenía una pulpería en el solar que ocupa el señor Gadea, según me refirió el Sr. Pascual Calvento. Y la manzana que sigue a ésta, al Este, tenía la casa fundadora seguramente, como lo eran sus dueños, la familia Céspedes  (27), casa que se conserva idéntica hasta hoy. Allí vivían (1857 y después), unas señoras muy ancianas y en el colegio había un alumno Céspedes, perteneciente a esta familia, según creemos.

Costado Norte de la plaza con frente al Sud

En la manzana Este, puedo asegurarle, no había más edificación que la de la esquina Noroeste, de una o dos piezas con techo de paja (28). Estas habitaciones (en 1858 a 1859) estaban alquiladas por el colegial N. Videla, chileno, de familia pudiente de Valparaíso. Lo acompañaba otro colegial Napoleón Burgos, de San Juan.

En una hermosísima tarde de verano, nublada, rodeábamos el poste de la esquina conversando con Videla y Alisedo y otros colegiales. Se nos acercó un anciano de aspecto distinguido, que vivía con su familia en la esquina que hace cruz con la de Videla. Nos llamó mucho la atención que este señor usara con frecuencia en la conversación la palabra “belai”, tan general en las provincias del Norte. Apercibido de nuestra extrañeza nos dijo que el “belai” se usaba también en Entre Ríos algunos años atrás.

En la vereda con frente al Sud de la casa del señor referido, frente de la puerta de calle o portón del cerco de palo a pique, estaban dos señoritas, jóvenes, preciosas, de presencia distinguida. Eran hijas del anciano que nos conversaba. Una de ellas, después fue la esposa del Dr. Onésimo Leguizamón, y la otra del colegial Galán, de Paysandú.

La esquina del frente de la manzana Norte, también tenía una casa, techo de paja y cerco de palo a pique, sobre la calle divisoria (hoy Rocamora). Pertenecía a la viuda H. Taboada y Canelo (29), que casó después con Ambrosio Lantelme, muy amigo y compañero de Alisedo y mío, nos invitó y asistimos a los festejos y bautismo de su hija (única) Laura, celebrado en esa casa. La bautizada en aquella fiesta es la distinguida matrona esposa actual del señor Wenceslao Gadea.

¡Cómo pasa el tiempo!; ¡para qué decir el año! Creo que fue en 1859 o 1860 que se construyeron en esta manzana, sobre el frente de la plaza, las casas del coronel Teófilo Urquiza, en el ángulo Sud Oeste, que todavía está la misma, y en el otro ángulo Sud Este, la de altos, del coronel Santa Cruz, hijo del general aquel y yerno por enlace con Juanita Urquiza.

Por esos años fue al Uruguay procedente del Rosario, Cometta, que había construido muchas casas en esta ciudad. El hizo el mercado del Uruguay, el cual es una copia exacta del que había hecho en Rosario, demolido más tarde. Hizo la casa para el Dr. Larroque, frente al Colegio, calle Galarza, cuya fachada, aberturas y molduras son idénticas a varias casas de las que había construido en el Rosario, como tuvimos ocasión de fijarnos durante el año 1862 que vivimos en dicha ciudad. Se nos ha informado que fue dicho arquitecto Cometta quien construyó la casa para el coronel Santa Cruz, de arquitectura tan bien proporcionada y elegante. Fue de azotea con una galería al frente. Después le pusieron el techo de teja francesa. Los pisos de parquet y aún las hojas de las puertas y ventanas se decía fueron mandadas desde París donde residían parientes del coronel Santa Cruz.

Decimos todo esto con la lástima de que ese molde de arquitectura, en vez de habérselo conservado con las reparaciones necesarias, haya sido demolido para remplazarlo por una construcción sin ningún estilo, al gusto moderno, todo desproporcionado y en el que la misma luz entra durante escasos momentos.

Seguramente el mismo arquitecto construyó la casa del coronel Teófilo Urquiza, en la misma manzana que la de la familia Jorge sobre la esquina de la otra manzana al Oeste, calle Pedro Gonzalez (30).

Muchos años han vivido en la casa del Sr. Teófilo Urquiza, él, su familia, y algunas hijas del general, la familia del Sr. Montero, anciano que alcanzamos a conocer y a sus hijas, una de ellas, Matilde, que se casó con el comandante o coronel oriental Olave.

En lo de Jorge veíamos a un anciano de ese apellido, marino, decían, seguramente el jefe de la escuadrilla que mandó el general Urquiza en su última campaña a Corrientes, la de Vences. Vivían también en esa casa los doctores Juan y Aurelio Jorge, y una señorita del mismo apellido. Y creo también el bueno y afectuoso amigo mío Tomás, que falleció a temprana edad.

La otra esquina de la misma manzana sobre la plaza, que ocupa actualmente la Escuela Normal de Maestras, tenía un cuarto grande, techo de mojinete, de teja media caña que hacía pendant con el de la cárcel del frente Sud, de que ya hemos hablado.

En este cuarto fue alojada la banda de música de Gualeguay que vino para la inauguración del templo a principios de 1859. Era una banda completa en personal y competencia, dirigida por el notable maestro Cassarini. Ya hemos hablado detalladamente de este hombre.

La otra esquina de esta manzana siguiendo al Norte (calle 25 de Mayo) era una casa de propiedad del señor Paradelo y su familia (31).

El otro solar, esquina Noroeste, sobre la calle González, tenía un poco adentro del cerco palo a pique, dos largas habitaciones (techo pajizo). Allí vivía un colegial tucumano, Isaías Brown, hermano de José María, que casó con la Sra. Concepción Calvento, que vive aún en ésta (32).

Pasando la calle hacia el Norte, la esquina, (vértice Sud Oeste), de la manzana siguiente era baldía, pero en 1859 más o menos, edificó el Vice Rector del colegio, Dr. Domingo Ereñú, la casa con frente a las dos calles (Gonzalez y Rocamora) que se conserva igual hasta hoy (33).

En esa casa se alojó Monseñor Segura, 1er. Obispo de la diócesis del Paraná, en su viaje de paso a San José, de visita al general Urquiza. El secretario del Obispo era un tío nuestro, Miguel Moisés Aráoz, también nombrado Obispo en 1872.

¡Qué alegría nos produjo, a sus tres sobrinos ver a un tío después de tantos años, venido de tan apartada región!, pues Tucumán, del Uruguay, por falta de comunicaciones, estaba alejado como no lo está actualmente ninguna región del planeta, en relación al tiempo.

En la misma manzana, calle 25 de Mayo, el solar hasta el Noreste, hasta la esquina, tenía el mismo edificio que mantiene hasta hoy, perteneciente a la familia Panelo (34). Era una de las mejores casas de aquella época, y lo es todavía.

 

Parte N° 3:

Pasando ahora a la manzana sobre la calle Galarza, al Norte del colegio, sólo tenía edificado lo que era entonces “El Club Uruguay“ (3), que se conserva igual sin otro cambio que el de algunas aberturas, puertas. En lo que ocupan hoy el café y biógrafo “Esmeralda“. Pero se han modificado las partes sobre la calle Galarza. Lo que ocupa el salón del biógrafo, era en 1857 una casa con dos rejas y una puerta a la calle, con techo de paja, la ocupaba una confitería bien surtida donde los colegiales que contaban con unos pocos reales compraban masitas para compartirlas con sus compañeros.

Lo que seguía hasta la esquina del Oeste (calle Galarza), era cerco de palo a pique, un sitio con un bosque de arbustos, hasta que el Rector Dr. Larroque (35), edificó para habitarla la casa actual, que, como hemos dicho, la construyó el arquitecto Cometta del Rosario.

Cuando Larroque se trasladó a Buenos Aires en 1864, la ocupaba el gobernador Dominguez (1865). Esa manzana se completó con la edificación del mercado, hecha en el mismo año y que ocupa la mitad Norte de la media manzana (36).

La manzana que sigue al Norte calle por medio (Rocamora), tenía en el ángulo Sud Este (calle P. González) la antigua casa de construcción colonial, demolida hace poco, y en la que vivía (no estamos bien seguros) el Dr. Martín Ruiz Moreno con su familia (37).

El otro solar que le sigue al Norte (misma calle) fue edificado años después para la familia del Dr. Benjamín Victorica. Allí ha vivido hasta su emigración de Entre Ríos (38).

El solar contiguo al Oeste, estaba ocupado por la antiquísima y vieja casa de la familia López (39), casa fundadora de la ciudad seguramente. Tenía el principal frente o entrada por la calle de frente al actual Banco Agrícola (calle 8 de Junio).  Siempre hemos oído referir que era ésta la casa de Ramírez, lo cual atestigua la circunstancia de haber poseído de la familia López, descendiente de aquel. Pero, los estudios del Dr. Leguizamón y sus conocimientos irreprochables, han persuadido de que, como ya hemos anotado, que el gran guerrero vivía en la casa demolida para edificar el Teatro 1° de Mayo.

Del otro lado (Sud Oeste) de esta manzana, no tenemos recuerdo cierto. Creemos estaba baldío.

La manzana del Oeste de la del mercado y casa Larroque, continúa: la esquina que hace cruz con el ángulo Noroeste del Colegio (calle Galarza) un largo rancho o casa de paja con su frente principal hacia el Este (sobre la actual calle Leguizamón).

En la esquina tenía su taller el sastre del colegio, don Roberto Cremerer (40), que se fundió o lo fundieron los colegiales, como él me dijo en una ocasión que lo encontré en Buenos Aires.

En la pieza contigua al Norte sobre la misma calle, tenía el taller de carpintería, el carpintero del colegio, Este, ponía las cerraduras a los cajones de las mesas de estudio, hacía las camas de madera, los roperos, los bancos y mesas, etc., etc. es decir, toda la obra de carpintería para el colegio. Era un español muy trabajador.

El solar contiguo al Norte, estaba vacío, sin cerco. Desde el Colegio se veía la casa del general Urdinarrain (41), situada calle por medio al Norte, pues nada estorbaba la vista.

El solar Oeste, adyacente al precedente, tenía el edificio de que ya hemos hablado, que ocupaba en aquel año el Dr. Victorica (43). Se conserva hasta hoy el mismo.

Siguiendo al Oeste de la sastrería de don Roberto (calle Galarza), había un sitio, y en seguida la casa de familia y de negocio de don Juan Barañas, edificio colonial también, que llegaba hasta la esquina Oeste. Se conserva el mismo pero abandonado. Nada de la lujosa sala, aseo y comodidades en que vivía la distinguida familia del Sr. Barañas (44).

La manzana que sigue al Norte, calle por medio, era la mayor población, más compacta y de mejores casas. La casa del general Urdinarrain, media cuadra de frente a la calle mirando al Sud, tenía, un cercado de pared con las piezas interiores, y la huerta sobre la calle hacia el Este.

A la de Urdinarrain, seguía ocupando al otro lado al Oeste la casa de Sagastume (42), edificada en sus 2 frentes, como se conserva hasta hoy. En la esquina Sud Oeste había una gran tienda, y siguiendo la vereda hacia el Norte, en la última habitación, zaguán y patio, tenía su taller de pintura don Bernardo Victorica, y en sus dos piezas interiores, sobre el patio con naranjos y otras plantas, vivían Mariano Alisedo y Benjamín Basualdo. Yo los acompañé durante el tiempo de unas vacaciones que fui a pasar al Uruguay. Creo que fue en 1868, cuando la epidemia del cólera.

Siguiendo la misma vereda al Norte hasta la esquina estaba la casa de material, y la misma que se conserva hasta hoy, del anciano don Manuel López (45). En las primeras habitaciones con zaguán y patio vivía él completamente solo, pues era solterón. En la otra mitad de la finca hasta la esquina las piezas con huerta de durazneros y otras plantas, y con cerco sobre la otra calle que hace ángulo, las alquilaba el Sr. López. En 1864 vivían en el cuarto de la esquina Bartolomé Tasco y Mariano Alisedo. Yo pasé las vacaciones de dicho año con ellos en esa casa.

En la esquina del frente al Norte vivía en un rancho rodeado de higueras y durazneros, una vieja mala y sumamente insolente, Juana Herrera (46). Había conocido a la madre de Tasco, por lo cual se creía autorizada para hacer sus visitas bien de madrugada para pedimos yerba, azúcar y tabaco. Nos colmaba de improperios cuando no se la atendía. Su anuncio era con la palabra invariable al llamar la puerta: “Bartolomé, ¿sois vos?”, refiriéndose a Tasco para que la atendiera.

Hasta hoy, el Dr. Benjamín Basualdo, que presenciaba las impertinencias de la vieja Herrera, cuando encuentra alguno de los amigos enterados, los saluda con la frase “Bartolomé, ¿sois vos?”.

Otro cuento

Mariano Alisedo arrojó en la huerta, unos duraznos saturados de alcohol, que se habían podrido y que él utilizaba para postres. La innumerable cantidad de gallinas, patos, pavos y palomas, que mantenía el Sr. López, se pasaron a nuestra huerta y se comieron los duraznos. Un rato después era aquello un barullo infernal de gritos, cantos destemplados, atropellos y peleas, los patos parecía que lanzaban carcajadas. A la bulla salió de su cuarto (dormía siesta) don Manuel López, y por sobre el cercado divisorio de palo a pique, nos increpó con mucho enojo de lo que pasaba, sin querer persuadirse de que no hubo nada intencional en el barullo debido a la embriaguez que habían agarrado los animales con los duraznos alcoholizados, 2 o 3 patos murieron. Este Señor López, he sabido hace poco, que había sido, nada menos que hermano materno de Ramírez, y de padre y madre de R. López Jordán.

Guardaba muchos documentos de Ramírez, lo cual me ha referido varias veces Dámaso Salvatierra, pariente político de López. Desgraciadamente se ignora el destino de esos documentos. Actualmente, la casa de don Manuel López, pertenece a la familia López, parientes, que la ocupan.

La manzana que sigue al Norte, no recuerdo de su edificación sobre la calle, que hemos explicado, fuera de la que ocupaba la vieja Herrera, pero la parte Noroeste (hoy calle Leguizamón) tenía la misma casa que hoy, del Dr. Wenceslao López (47), padre del Dr. Mariano López su actual propietario. En la esquina había una tienda bien surtida, pues el Sr. López era uno de los comerciantes de más giro en aquel año. Al frente (manzana al Norte), había la casa de un Sr. Mas Ramón creo la misma que se conserva hasta hoy, y figuraba también en el comercio de aquellos años, y por esos barrios el bazar de un Sr. Podestá.

En la esquina Sud de la manzana de López, misma calle, tenía el taller de hojalatería N. Casas (48), era el que componía todo lo de su arte para el colegio, y también lo extraño a él, los instrumentos de cobre de la banda de música con soldaduras como para tachos. Gracias a esto que podía yo, como encargado de la sala de música tener el privilegio de algunos pequeños momentos de salida del colegio, llevándole los instrumentos rotos.

El mismo Casas fue el constructor de todos los faroles para el alumbrado público de la ciudad, cuando se estableció por primera vez, a vela o aceite (no se conocía el kerosene). Todavía hay unos soportes de fierro encajados en las paredes, de los que pertenecieron a dichos faroles, de forma de tronco de pirámide rectangular.

Volviendo a la manzana en cruz con el vértice Noroeste del colegio, y siguiendo la vereda norte de la calle Galarza, después de la casa de Barañas, calle por medio al Oeste, el primer solar era un sitio con una caballeriza o panadería, y el solar siguiente, toda la media cuadra, la ocupaban las piezas de techo de paja que decíamos, el hospital  (49), que estaba ocupado como dormitorio perteneciente al colegio, al cuidado de José Luis Churruarín.

En la manzana del Oeste, en el solar primero con el mojinete, hacia la calle, que gira de Sud a Norte, y en medio de una huerta de duraznos cerco de palo a pique, se trasladó el Dr. Larroque con su familia, cuando desocuparon las habitaciones del colegio (50).

De la edificación que seguirá al Oeste sobre la misma vereda Norte de esta calle (Galarza) no tengo recuerdos, pero creo poder afirmar que casi todos eran cercados de palo a pique.

En cuanto a la vereda Sud, frente del dormitorio denominado “el hospital”, que ya he mencionado, en la mitad de la cuadra, existía una casa de rejas y de azotea donde vivía la familia Bousquet (51), cuya casa se conserva igual hasta hoy. En seguida al Oeste, la esquina era de material, y al frente de ésta, calle por medio, la misma casa de material y azotea, con alguna modificación en las aberturas, que está actualmente ocupada, según creo, por la tienda del Sr. Cepeda (52). Casa que debería conservarse como reliquia, pues en ella funcionaba la escuela de don Lorenzo Jordana en 1849 que fue la base, se oficializó, y quedó constituido y fundado, según el decreto del gobierno, el Colegio del Uruguay. (Julio de 1849).

Los colegiales fundadores, sin discrepancia, entre ellos, Juan B. Martínez, he oído que en dicha casa funcionaba el Colegio cuando se estaba construyendo el edificio actual.

Sobre la misma vereda, cuadra siguiente Oeste, estaba igual que hoy la casa del general Galarza (53), con su destacado mirador. Del caserío hacia el Oeste de esta calle, sobre ambas veredas, recuerdo muy poco: casi todos eran cercados de palo a pique, y algunas esquinas con ranchos.

Volviendo a la manzana Oeste del colegio, estaba dividida en dos por un cerco de palos. La mitad Sud pertenecía al colegio, y sólo contenía bastantes árboles de naranjos, en mal estado.

En 1860 o 61, más o menos, se construyeron cuatro o cinco piezas con techo de mojinetes pajizos, en dirección Este-Oeste, con la cabecera Este al frente de la actual puerta de servicio del Colegio, sobre la calle que lo separa, y como a 10 m. del cerco. La primera y la segunda eran la enfermería, que cuidaba Pedro Balarino. A Bartolomé Casco y a mí nos cuidó con habilidad de una gripe con fiebre durante su duración de tres a cuatro días.

Las otras dos piezas que seguían contiguas hacia el Oeste, casi hasta llegar al fondo del terreno, eran dormitorios del Colegio. Un año me tocó estar en uno de ellos, con mis inseparables compañeros, Mariano Alisedo, B. Casco, y otros. Es imposible olvidar ni desimpresionarse de las hermosísimas mañanas de invierno, sin viento, con un sol brillante, y la atmósfera limpia y perfumada que pudimos admirar y aprovechar desde ese dormitorio-rancho, que recibía y dejaba pasar a su interior esos perfumes, esa luz y ese aire de bendición, que alegraban nuestros espíritus juveniles.

Como a la mitad del cercado de palo a pique divisorio de Este a Oeste, y como a cinco m. al Norte de las piezas descriptas, separado por el cerco, se extiende un gran galpón de paja que cubría los hornos en los que su dueño, el confitero bien conocido don Juan Carrav (54), horneaba las masitas. El cerco no le valía para salvarse de los robos de masitas que le hacían los colegiales traviesos.

Edición. Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Texto extraído de Aráoz, Luis, “Del tiempo viejo”, 2001

 

 

 

Tres personajes que no debemos olvidar (Teresa Ratto, Cecilia Grierson y José Zubiaur)

Teresa Ratto a los 28 años, en la chacra de su abuelo

Cuántas veces hemos imaginado a Francisco Ramírez visitando a Norberta en su casa, hoy Museo Panizza. Al Gral. Urquiza visitando la misma casa. A Justa de Urquiza en el balcón de su casa saludándose con el oficial Campos, quien se alojaba frente a su mansión.

Hoy, de la mano de Laura Erpen, vamos a tratar de revivir los momentos en que en nuestra ciudad, coinciden en el tiempo, Teresa Ratto, Cecilia Grierson y José Zubiaur.

Teresa Ratto

Teresa Ratto

Nacida en 1877, en el Puerto Viejo, un barrio tradicional de Concepción del Uruguay, mas precisamente en la esquina de las calles Washington  (hoy Calle Dra. Teresa Ratto) y Artigas.

Su padre Genovés, panadero, Don Ángel Ratto, de aquellos panaderos que hicieron historia con sus galletas famosas que fabricaba. Su madre fue Sabina Rebosio.

 Fueron los primeros inmigrantes italianos que llegan a la zona.

Teresa fue la segunda hija de quince hermanos. Es en este barrio donde nace la idea de ser médica. Su paso por la escuela Normal la marca muy hondo ya que tiene la suerte de estudiar de la mano de Clementina Conte de Alió (Directora), Mary Peabody y Harace Mans, maestras norteamericanas traídas por Sarmiento, Isabel King entre otras. Todas con ideas de avanzadas como el rector del Colegio, José Zubiaur (1893).

Se doctoró con la tesis Seudo Reumatismo Escarlatinoso. Fue publicada y es un deleite poder acceder a su lectura por la perfección. Muere muy joven en 1906, de peritonitis.

Cecilia Grierson

Cecilia Grierson

Si, la señora Grierson pasó parte de su vida en nuestra zona, vivió en la estancia “Los Ombúes”, en Villa Mantero. Descendiente de inmigrantes escoceses, fue la mayor de seis hermanos. Nació en 1859, en Buenos Aires. Sus padres se trasladan para administrar un campo a la República Oriental del Uruguay y luego llegan a Concepción del Uruguay. Dicen que su casa estaba ubicada en calles Washington entre Vicente H. Montero y Moreno.

Fue la primera médica argentina y fue también “el ángel tutelar” de nuestra primera médica entrerriana, Teresa Ratto.

Pasa su infancia en la estancia Los Ombúes y fue enviada a estudiar a Buenos Aires. La crisis de esos tiempos y la muerte de su padre hacen que regrese a Entre Ríos, con su madre. Con 13 años, trabaja como maestra junto a su madre, para mantener la gran familia que tenían.

Cuando se recibe de maestra, Sarmiento hace que la nombren en la escuela del barrio San Cristóbal y Escuela Normal Nª 1 en Barracas. Esta última escuela fue fundada por Emma de Caprile.

Estudio con profesores como Hipólito Yrigoyen y Otto Krause.

Se doctoro con su tesis sobre “Cáncer de útero”, enfermedad que la lleva unos años más tarde  a su muerte (1934).

Jose Benjamín Zubiaur

José Benjamín Zubiaur

Nació en Paraná en 1856, descendientes de vascos, ex alumno del Colegio y rector del mismo.

Se preocupó como Teresa y Cecilia por el prójimo, participo de la fundación de La Fraternidad. Fue un adelantado en materia de educación, permitió que la mujer ingrese al Colegio, haciéndolo mixto (la primer mujer en recibirse fue Teresa Ratto). Fue quien estipulo las clases de Educación Física. Había sido invitado y formo parte del Primer comité Olímpico de la Era Moderna. Los juegos fueron en Atenas. Luego de su experiencia en el viejo continente, hace que los alumnos del Colegio practiquen los Juegos Olímpicos que él había visto en Atenas. Al año ya se habían implementado en otros colegios de nuestro país. Otra innovación, fueron los viajes estudiantiles, que hasta nuestros días se llevan a cabo en todos los colegios del país.

Ambas Teresa y Cecilia debieron luchar mucho para lograr sus objetivos. Cecilia hizo su propia defensa y logro ser aceptada. Teresa tuvo un mecenas, José Zubiaur, quien la relacionó con Cecilia, la que guió en sus estudios.

Fueron pioneras en empoderarse, y hoy aún sigue la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres.

Edición: Civetta, Virginia y Ratto, Carlos. Texto extraído de: Erpen, Laura, “Tostadas dulces con mermeladas de duraznos y manteca”, 2011

 

 

El club Tomás de Rocamora en el año 1939

Desfile por los 200 años de C. del Uruguay, a la derecha puede verse la pileta del Club Rocamora. Foto Mario Soria, gentileza Mario Morasán.

El Club Tomás de Rocamora comenzó sus actividades en el año 1927 ubicando su sede en la plaza Rocamora, luego, a fines de la década de 1930, alquila el edificio y terreno (medio solar de manzana de aproximadamente 26 metros de frente sur sobre calle Galarza y 37 metros de fondo sobre calle 10 de Septiembre (actual Supremo Entrerriano a partir del año 1944)) que había sido adquirido por el Banco Hipotecario Nacional, para construir el edificio de la sucursal de Concepción del Uruguay., es alquilado al Club Tomás de Rocamora, que se había fundado el 16 de Julio de 1926, donde establece su sede social y construye su cancha de básquetbol. El club funciona en este predio hasta el 20 de Octubre de 1956, que debe mudarse con motivo de iniciarse la construcción del edificio del banco, ya a su ubicación actual.
La nota dice lo siguiente:

Club Tomás de Rocamora
Es la institución deportiva de más importancia en su género de Concepción del Uruguay y pocas ciudades de su categoría pueden jactarse de contar con una entidad de esa índole de tanta jerarquía y tan completa.
Los deportes fundamentales que concentran la actividad del Club, son el tenis y el básquet, pero dedica también su atención a la cultura física metodizada y la práctica general del deporte, aunque en menor escala.
El Club Tomás de Rocamora fue fundado en el año 1927 y su historia es una cadena de conquistas y triunfos deportivos. Su sede está ubicada en la Plaza Rocamora, en Bartolomé Mitre esquina Chacabuco; que fuera un baldío, otrora asiento del 1° de Infantería de la Provincia, en el que el dinamismo de la institución obró el milagro de transformarlo, en término de pocos años, en un pulmón florido por donde respira el barrio y en una palestra de muchas memorables justas del músculo.
Esa transformación no se ha operado sin relativamente considerables inversiones de fondos y es así que en instalaciones, mejoras y cuidado de su local, el Club lleva gastada la suma de $ 10.000, todo a base del trabajo constante de las sucesivas comisiones directivas y del apoyo entusiasta de sus asociados.

Actuación deportiva
Con un excelente plantel de deportistas de grandes condiciones y elevada moral, la campaña deportiva del Tomás de Rocamora, desde su fundación hasta la fecha, es sumamente brillante, figurando en su historial muchas y honrosas victorias. De esos triunfos, son muchos los obtenidos en la Provincia, en tenis, y también en el extranjero, en la ciudad de Paysandú. En ese mismo deporte se ha anotado magníficas victorias sobre equipos de Concordia, Nogoyá, Colón, Basavilbaso, Villa San José, etc. Ha actuado también, con señalado éxito, en Paraná. En reiteradas oportunidades ha impuesto a los calificados tenistas de la ciudad uruguaya de Paysandú.
En básquet, deporte que la entidad practica, desde hace poco tiempo, ha tenido también grandes victorias, derrotando a fives de Gualeguay, Concordia, Urdinarrain, Paysandú, Nogoyá, etc., obteniendo además varios campeonatos relámpagos en la localidad.
En la actualidad cuenta con un equipo que puede ser considerado como uno de los más fuertes y disciplinados de la Provincia.
Apoyo oficial
La actividad cumplida por el Tomás de Rocamora, no podía pasar inadvertida a las autoridades que justicieramente y con el deseo de favorecer el progreso de una institución que hace honor al la ciudad, le han prestado su decidido apoyo en repetidas oportunidades, haciendo así más factible su evolución.
También la Municipalidad local ha colaborado en la prestación de ese apoyo, tan justo como necesario.
El Campo de Deportes
Como lo hemos dicho, cuenta el Club con un espléndido campo de deportes, instalado en la Plaza Rocamora. Posee allí dos hermosas canchas de tenis, de polvo de ladrillo y una cancha de básquet iluminada, también en polvo de ladrillo y otra cancha para entrenamientos.
Consta además el campo de un pequeño local y de hermosos jardines que adornan la plaza y la convierten, conjuntamente con su arbolado, en un sitio sumamente amable y pintoresco.
En numerosas oportunidades este campo ha sido utilizado por las escuelas públicas locales, como lugar de esparcimiento y recreo para los alumnos. 
Propósitos de futuro
La continuada marcha ascendente de la institución, lo lleva a encarar proyectos de magnitud para su realización en un futuro próximo. Tiene actualmente en e estudio, la Comisión Directiva, la construcción de una amplia sede que reuniría todas “las comodidades deseables y convertiría a la Plaza Rocamora un sitio ideal para la práctica de los deportes y para pasar horas de solaz en un lugar ameno y dotado de múltiples atractivos.
La actual (Comisión) Directiva
La actual Comisión Directiva, que por su tino y dinamismo ha continuado dignamente la tradición de las que la han precedido en la jefatura de los destinos del Club, está compuesta por los siguientes señores:
Presidente, Aníbal Díaz Abal; Vice Presidente, Nivardo Tenreiro Olivera; Secretario General, René J. Giqueaux; Secretario de Actas, Enrique Sorokín; Tesorero, Rolando P. Giqueaux; Vocales, Argentino Suárez, Florinda Díaz Abal; Revisores de Cuentas, Carlos Díaz y Gregorio Panizza.
El Gobierno de la Provincia, por decreto de fecha 30 de Noviembre próximo pasado, acordó a la institución su Personería Jurídica.
El número de asociados es de un centenar aproximadamente.

Edición: Civetta, maría Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Texto: Revista Panorama, “El Club Tomás de Rocamora”, 1939

Don Francisco Mortola, empresario y deportista

Primera Sede del Yatch Club. (Foto extraída del libro “Diario de Francisco Mortola)
 
Francisco Bartolomé Mortola, (12/03/1884 – 07/08/1978), fue un inmigrante italiano, nacido en Santa Margarita del Ligures. Su familia era de trabajo, pero cuando tenía doce años le pide permiso a su padre para venir a América, como se decía antes, “Hacer la América”. Sus padres consideran en ese momento, que era muy pequeño y debió esperar dos años más.
El 15 de noviembre del 1900, se embarca en el Piróscafo Sirio, viejo vapor que hacia la línea Génova – Buenos Aires.
Como casi todos nuestros antepasados al partir de su lugar de origen deja con mucha nostalgia familiares y el lugar donde crecieron, y al que prometen volver.
El viaje no fue de lujo, pero la juventud, todo lo soporta y está todo bien. Francisco, viajo a cargo de una familia, de apellido Vaccaro, formada por el matrimonio y cuatro hijos. La niña más pequeña, María, unos diez años más tardes se transformaría en su esposa. 
El día que llegan a Buenos Aires, con gran sorpresa, ve que en “La Boca”, donde se encontraba el puerto de Buenos Aires se hablaba italiano. Claro, si ahí se juntaban los inmigrantes italianos.
Rápidamente llega al encuentro del contacto que traía para trabajar .Por su corta edad y pocos estudios, le asignan la tarea de limpieza. Una vez terminado su trabajo, le asignaban otras tareas, terminando su día laboral a las 23 horas. Los días domingo, los usaba para recorrer la ciudad y conocerla. Le atraía el Riachuelo y el Tigre, los barcos y veleros.
Solo había venido a Argentina por seis meses, pero se fue quedando y superando en su trabajo por su capacidad y voluntad.

Francisco Mortola (Foto extraída del libro “Diario de Francisco Mortola)

Un día recibe noticias de su hermano que trabajaba en la provincia de Corrientes. Este debía viajar a Italia a cumplir con el servicio militar, que en aquel entonces era obligación para el mayor de la familia, si este no se presentaba, debía hacerlo el segundo de los hermanos. Este no era el problema, el problema era, que se dejaba el trabajo lo perdía. Es así que le solicita a su hermano Francisco que lo reemplace, guardándole el lugar. Este hablo con su jefe, quien entendió la situación y le permitió viajar para trabajar por su hermano, guardándole el trabajo.
El viaje a Bella Vista fue duro, al llegar le presentan su nuevo patrón y al otro día, cinco de la mañana ya estaba trabajando en un negocio de ramos generales. Fue muy bien recibido, ya que tenía la experiencia adquirida en Buenos Aires.
En 1903, regresa su hermano, quien recupera su puesto de trabajo. Pero el patrón, ofrece a Francisco, ser el encargado de una sucursal en un pueblo cercano, Caa-Cati. Y para ahí partió. Un pueblo chico, pobre, mucho calor, poca agua, la carne había que secarla para conservarla, se hablaba poco y necesario. Una vida dura.
En conjunto con su hermano habían ahorrado un poco de dinero, y deciden montar un negocio solo: Mortola Hnos. Este negocio fue creciendo día a día, con la ayuda de comerciantes amigos. Francisco, viajo a Buenos Aires, y trajo mercadería que hicieron crecer aún más el negocio. También se casa para entonces y con el nacimiento de su primer hijo, viaja a Italia, a visitar su familia y mostrar su esposa y primer hijo.
Pasan varios meses, disfrutando de la familia y viajando por Italia y Europa. En 1910, regresan a Argentina acompañados por su padre, quien regreso a Italia a los tres meses.
En 1921, regresa a Italia nuevamente, vivían cerca del mar y tenían dos botes, usados por los hijos para paseos. Así nació el amor al mar y las embarcaciones. Crearon el Yatch Club Golfo Tibullio, con aficionados al deporte a velas, en Santa Margarita.
Así transcurría la vida de trabajo y práctica del deporte a vela. Europa entraba en momentos políticos muy peligrosos, deciden regresar a Argentina, era el año 1930.

Vista del negocio de Mortola en nuestra ciudad. (Foto extraída del libro “Diario de Francisco Mortola)

Deciden afincarse en alguna ciudad del Uruguay, más precisamente Paysandú. Ahí desarrollan su negocio, acompañado por sus hijos y siguen su práctica del deporte favorito, la vela. Como la plaza de Paysandú no era muy importante, deciden trasladarse a Concepción del Uruguay, Entre Ríos, fundando el comercio al que llamaron “Francisco Mortola e Hijos”. En esta radicación tuvo mucha injerencia el Pbro. Zaninetti, a la sazón Cónsul de Italia, quien realizó importantes recomendaciones para que Francisco pudiera afincarse en nuestra ciudad. Con el tiempo este comercio se convirtió en uno de los grande mayoristas de la ciudad, incorporando, además una importante fábrica de fideos
Para 1950 Don Francisco retorna a Italia, dónde permanecerá hasta principios de la década de 1970, dónde vuelve con su señora a C. del Uruguay, dónde fallece el 7 de agosto de 1978 a la edad de 94 años.

Yacht Club Entrerriano y la primera regata
Se hacen socios del Club Regatas, que no practicaban navegación a vela, solo canotaje.
Los Mortola tenían un velero, el Delfhis (Fabricado en Paysandú), al que por supuesto llevaron al club. Este velero hizo que muchos se interesaran por el deporte, y los Mortola fueron haciéndose importantes en el club. Hasta don Francisco presidio la sub-comisión de canotaje y vela.
Fueron tomando importancia y relacionándose con gente de Prefectura. Tal es así, que proponen hacer una regata al principio de la temporada veraniega, que rindiera homenaje a todos los caídos en el mar. Llevándose a cabo todos los años.
Es así, que la primera, reunió varias embarcaciones, que precedidas por una de Prefectura, navegaron hasta Balneario Itapé. Al llegar al lugar se dispusieron en círculo, uno de los marinos dijo unas palabras conmemorando el Combate del Arroyo de La China y se tiro al agua una corona de laureles, con vivas a los caídos en dicho combate.

Primera Sede del Yatch Club. (Foto extraída del libro “Diario de Francisco Mortola)

Se regresó al puerto y se realizó la primera regata que fue dar tres vueltas a la isla. El primer premio fue para el velero, Delphis, tripulado por Antonio y Marcos Mortola (hijos de Francisco), segundo lugar, el Felicia, de Paysandú y tercero de Gualeguaychú, el Golondrina.
La sub-comisión de vela del club, siguió trabajando y creciendo, tan es así, que, Francisco Mortola propone formar un nuevo club náutico, dedicado fundamentalmente a los barcos a vela. Inmediatamente se pensó en un lugar contiguo al club para radicarse. La primera reunión se hace en el Centro Comercial, quedando formada la comisión de esta manera:
Comodoro: Francisco Mortola, Vice-comodoro: José Rivero, Capitán: Arturo Bernal, Secretario: Agustín Artusi y Tesoreros: Antonio Mortola y Enrique Toscani
Elijen el lugar en La Salamanca que era propiedad del ferrocarril y bautizaron el nuevo club náutico con el nombre Yatch Club Entrerriano. Al poco tiempo el ferrocarril responde afirmativamente cediendo un pedazo de terreno de 200 metros. Su primera sede fue una casita prefabricada de una sola pieza. A los cinco años de fundado el club Don Francisco debió trasladarse a Italia nuevamente, y, la Comisión Directiva nombro a José Alonso Rivero como nuevo Comodoro.
Dieron inicio a un lugar de reunión de familias y amantes del deporte a vela.
Hoy es un lugar muy importante, contando con innumerables embarcaciones, que surjan diariamente el Arroyo del Molino, Riacho Itapé y Río Uruguay.

Edición: Virginia Civetta/Carlos Ratto. Fuente: Bernal, Gabriela, “Diario de Francisco Mortola”, 2015

Las viñetas de “Tito” Bonus

Ex-calle 1 del Sur que desde ahora pasará a llamarse “Tito” Bonus (Foto diario “La Calle”

“Tito” Bonus, fue un importante periodista de nuestra ciudad que desarrolló su tarea en diferentes medios de Concepción del Uruguay. Incursiono en la radiofonía como relator y formo parte del equipo deportivo de la naciente “LT11”. Sus escritos fueron publicados en diferentes medios locales, entre ellas en La Calle, “LT11”, Provincia y en la ya desaparecida revista “El Hogar”, donde publicara sus recordadas viñetas.
Tito Bonus nació el 23 de octubre de 1909, falleció el 15 de noviembre de 1965, a los 56 años de edad. Su nombre era Justo José.

A modo de homenaje y para que no se olvide una de sus facetas, a continuación, trascribimos una serie de sus recordadas viñetas “Divagaciones de un loco suelto”: La Tienda, 

1. La Tienda
La tienda, es el cese de las novedades, las novedades, son esos artículos que hace dos meses están en las vidrieras, la vidriera es precisamente donde nos entusiasmamos con esa compra que después nos resulta un clavo, el clavo, es móvil de la rebaja, la rebaja es un recurso para vendernos caro convenciéndonos de una pichincha, pichincha es la excuse de una compra innecesaria.
La tienda es la debilidad de la mujer, la mujer admira le extravagancia, extravagancia es la ostentación en ridículo, ridículo es confundir el maniquí con un dependiente y el dependiente es la amabilidad a sueldo.
La tienda, es el negocio por metros, el metro es el arma del tendero y consiste en una medida que a lo sumo tendrá noventa centímetros, la medida es la falla del traje de confección, el traje de confección es una prenda hecha de pálpito, el pálpito, es le tentación del lance, lance es lo que se tira el tendero con la oferta reclama cuando quiere salir de un clavo… 
La tienda es donde la mujer satisface su curiosidad, la curiosidad le hace revolver todo el negocio pare elegir ese género que una vez en.la casa ya no le gusta, el género enuncia la cuenta de la costurera, le costurera es una mujer llena de hilachas, la hilacha es la viruta de la costura y la costura es por donde revienta el vestido cuando la mujer engorda.-
Liquidación de retazos, es una venta de sobras, sobras son esos recortes de géneros que idearon el primer vestido combinado, el vestido combinado es una redoblona de colores, redoblona es lo que se le dio a ese vestido que por quedar chico pasó e le hermanita menor y así, se recorrió toda le familia. 
La tiende es el lugar donde le mujer hace turismo, turismo, se le llama el viajar sin necesidad, la necesidad es un pretexto para el pechazo y el pechazo es un requisito que cumple le mujer antes de salir para las tiendas-
El precio fijo, es una prevención contra el regateo, el regateo es le última vuelta de la clienta, vueltas son las que dan para encontrar el modelo, el modelo es lo que se elije porque le queda bien al maniquí, el maniquí es un estorbo de las tiendas, estorbos resultan esos paquetes con que la mujer viaje en colectivo, el colectivo es lo que nos hace llegar tarde e una citas….
Cuando las tiendas liquidan es porque las polillas comenzaron e comerse le mercadería a pesar de la naftalina, naftalina es el perfume de las tiendas…

Tito Bonus

Sucesos del barrio de “Las latas”

Nuevo edificio de la Escuela Normal, habilitado en 1914. Puede verse lo despoblado del lugar.

Después de construida la Escuela Norma! el barrio cambió. De a poco, pero cambió. Las ranchadas se corrieron por lo menos hasta la calle Ereño; antes esa calle fue San Luis y antes no sé.

Como las casas pobres se remiendan con lo que se tiene a mano, el lugar tomó el nombre de Barrio de las Latas. Entre él y la cárcel había un gran naranjal.

A principios de este siglo, más o menos por donde la actual calle Lucilo B. López se juntaba con el naranjal, había un almacén. Primeramente fue de adobe. Luego de ladrillos. Después lo revocaron y le pusieron rejas. Era grande. Bien surtido en bebidas y comestibles. Hacía buen negocio el dueño, pues estaba a un paso del Barrio de las Latas y en el final de la ronda del naranjal, que hacían los agentes de la cárcel noche a noche.

Es sabido que donde el menudeo es más menudo, los precios son mejores para el vendedor, el capital rinde más. Así fue, en ese naranjal, en tiempos de Don Pedro Benítez como alcaide de la cárcel, allá por 1912 o 1913, donde se decía aparecía el lobizón, que sin duda sería Don Giácomo, vecino del barrio y séptimo hijo varón de la familia. Los convecinos estaban asustados y no salían sin buena luz natural.

El almacenero estaba alarmado por la merma de las ventas. Pidió ayuda a Don Benítez, quien, por supuesto no creía en aparecidos, pero los agentes sí.

Don Pedro decidió tranquilizar a todos mandando un hombre a pasearse por el exacto lugar donde el animal surgía. Nadie quería ir, pero las órdenes del jefe son irrechazables.

El señalado fue Facundo Tape, de aspecto fiero debido a un machetazo que le partió la nariz a lo largo. Con desgano, al paso de una tortuga observadora y tranquila, se encaminó al naranjal. Un poco porque le gustaba y un poco para darse coraje, tomó varias copas en el nombrado negocio, conversó, salió a dar una vueltita “para reconocer el lugar”, dijo y entró a tornar otra vez.

Cuando la hora fatal se acercaba no tuvo más remedio que cumplir, pues las expectativas generales se centraban en su persona.

Ya se sabe que las noticias vuelan solas y, aunque cuando entró por la primera caña no había otro parroquiano, los curiosos fueron llegando. Para el tiempo de su segunda entrada, el saloncito estaba lleno. Todos querían conocer al valiente futuro salvador del lugar.

Salió, esta vez con paso más largo pero vacilante. El machete dejaba una marca al ser arrastrado, porque así se acostumbraba. Se llevaba flojo y bajo y era larguísimo.

Desapareció el agente Tape en la oscuridad del naranjal ante el respeto de los presentes. Pasó una hora, algunos se impacientaron y comenzaron a decir que el lobizón no aparecería debido a la presencia del guardián del orden. Pero otros decían que el lobizonismo era una fatalidad y fatalmente sucede aunque estén presentes los jefes y la plana mayor.

Vista de la “Nueva” cárcel de la ciudad, habilitada en 1910

¿Cómo no iba a aparecer si solamente sería testigo un agente? Finalmente algunos razonaron que, dando por seguro los jefes saben más que el resto, y el jefe había mandado un hombre valiente y de confianza, era porque seguro estaba su presencia no sería impedimento para la repetición del hecho que a todos alarmaba. El problema no estribaba en si aparecería o no, sino en cual sería la suerte de ese corajudo.

Mientras, Facundo Tape, con miedo y con interna compañía alcohólica, se recostó a un árbol con ramas bajas, que ni encargado de medida para su estatura, y el sueño lo venció. Cuando juntando sus temores decidieron salir a ayudar en lo que pudieran, un poco empujados por el más joven y osado y otro poco por la confianza que la claridad del alba les infundía, encontraron al agente recién despertado por la cálida humedad que le regaló un perrazo amigo de ese árbol y a quién los recién llegados alcanzaron a verle la cola. A él se dirigía el agente diciéndole: ¡No se me acerque Don Giácomo porque lo quemo!

Y a los asustados testigos: “Allá va el lobizón, manso como un cordero”. Todos se persignaron. ¡No, si no hay fantasma que resista la ley! Terminó orgulloso y fue a dar su “misión cumplida”.

Bueno, de lo que sucedió en ese almacén, que también hacía las veces de alojamiento en épocas anteriores, es que quiero contarle.

Allí solía parar, un porteño algo rebuscado en el vestir, para el gusto del patrón. Pero ya sabemos que los habitantes de las grandes ciudades parecen más cuidadosos y detallistas con sus personas, sobre todo si se trasladan y desean causar buena impresión en los visitados; en cambio los de las poblaciones pequeñas, son más espontáneos y no piensan o no pensaban que la ropa o el perfume o el brillo en los zapatos, pudiera jugar a favor del usuario si de lo que se trataba era de colocar mercaderías. Estoy hablando de cuando los tratos se cerraban con un apretón de manos solamente.

Este porteño venía con aires seguros, paso firme y voz sonora a vender lo suyo a comercios de aquí y de los alrededores, representando a una casa fuerte en la Capital y que buscaba extenderse a las provincias en sus transacciones comerciales.

Pero su seguridad era fachada para impresionar. La verdad era que no lo seducían los incómodos viajes de ese tiempo a estas zonas y menos todavía los alojamientos que debía utilizar debido a su escasez de recursos. Pero la necesidad obligaba y él no era dado a esperar ayuda milagrosa. Se le había presentado ese trabajo y lo aceptaba.

Comía en el almacén del naranjal y dormía en una piecita trasera que el patrón le alquilaba por dos o tres noches cada tres o cuatro meses.

Eso de la vestimenta también le caía mal a un parroquiano asiduo que lo había tomado entre ojos, sin que el porteño le diera otro motivo.

– Yo, a éste lo voy a hacer hocicar. – Se había prometido.

El viajante captaba lo poco simpático que caía en ese ambiente y la declarada antipatía que el mencionado cliente del almacén le profesaba, pero simulando no darse cuenta saludaba, entraba, salía, siempre con su falsa seguridad.

Cuando la madre supo que debía viajar a Entre Ríos, zona famosa por sus innumerables arroyos, sus montes cerrados y llenos de alimañas, los forajidos que se guarecían en sus espesuras y las exageraciones de toda índole que hacían circular quienes nunca visitaron esta hermosa provincia, quiso que desistiera. Pero él se hizo una cuestión de honor hacer frente a lo que se presentara. ¿Cómo iba a retroceder un porteño ante las mentas de un paisaje exuberante y casi virgen, sin sentirse menoscabado?

¿Cómo la superioridad capitalina podría mantenerse con convicción si en cuanto se hablaba de las provincias retrocedían?

Todos sus argumentos y terquedades dieron como resultado el asentimiento maternal y una recomendación final: “cuidate, no te metas con quienes no conoces, sé prudente, quédate cada vez, lo estrictamente necesario”.

Asintió. Partió. Cumplió siempre. Pero su buena conducta nada valía para el parroquiano asiduo a la reja del almacén del naranjal. Hablando del naranjal, (permítaseme apartarme un tanto del tema central), asocio con otros naranjales, porque aquí hubo muchos.

Estaba el naranjal del norte, pasando el Bulevar Yrigoyen, que fue parte de la quinta “de unos llamados Vascos”. A ése lo conocimos usted y yo. Sobre todo era famoso por la predilección que le tenían las tribus de gitanos importantes. Acampaban bajo su olorosa sombra redonda y fresca, se veían allí más pintorescos y vivaces, más con su alegría de vivir que en otros sitios. Varios casamientos zíngaros se realizaron en ese naranjal, con los tres días de fiestas reglamentarias, fiestas extensivas a todos los que se acercaran.

Eso me recordaba los cuentos de mi niñez; cuando el hijo o la hija del rey se casaban la fiesta duraba tres días y todo el pueblo participaba. Todavía hoy, un casamiento gitano es algo, para mí, como escapado de un cuento infantil.

Había otro naranjal y mandarinal hacia el oeste, entre el camino al Puente de Hierro, el Arroyo de la China y la prolongación de la calle 9 de Julio. Pertenecía a la quinta de Haedo. Ese también desapareció en sucesivos loteos y de él quedan las anécdotas de corridas a rebencazos o perdigonadas, de cuantos muchachos o no tanto y hasta señoritas, se aventuraban tras el alambrado tentados más por la hazaña en sí que por los dorados frutos y la economía resultante en los gastos de la semana.

Sigamos con el cuento del porteño. Una noche al llegar al almacén encontró a su no buscado enemigo, quien, cuando taconeando se acercó al mostrador para pedir al dueño unos chorizos secos y un pan, que ésa sería su cena, lo hizo a un lado enérgicamente con el hombro izquierdo (la correspondiente mano metida en un bolsillo, la derecha apoyada en el arma que llevaba en la cintura) y le ordenó, más que decirle: – ¡Primero estoy yo ¡Dame otro vino! – Esto al patrón, por su puesto.

El porteño se achicó en silencio, prudentemente, el almacenero atendió al provocador. Luego dio lo suyo al viajante que fue a consumirlo a su pieza, mientras oía las voces insultantes del pendenciero.

Se veía que el almacenero desconfiaba del mal genio demostrado por su cliente, pues en ningún momento trató de calmarlo o directamente de echarlo para que no molestara.

A la noche siguiente, tal vez para darse coraje, el porteño entró al almacén taconeando más fuerte que la vez anterior. El otro lo vio llegar y dijo al patrón de manera que ambos lo escucharan: – Se me hace que este viaje será el último de algunos muñecos forasteros.

El aludido lo miró de reojo y vio que acariciaba el cuchillo. Pidió lo suyo y se retiró temblando, como contó después, porque desde la pieza oía los gritos del otro, las palabrotas, las risotadas y las promesas de acabar con él.

Se encerró. Apagó la lámpara. No pudo comer. Se acostó vestido, solamente sin zapatos. Se echó encima una cobija mora y escuchó atentamente.

Procuraba calmarse pensando sería como otras noches, puro ruido. Pero algo le decía que esa vez era distinta. Consideró la posibilidad de huir, pero no podía hacerlo bajo ningún punto de vista: No había terminado sus ventas, no tenía excusas ni lugar al que llegar antes de tres días. Decidió esperar. Pensó en su madre intensamente y se puso a rezar.

A veces lo dominaba el fervor, a veces el temor y por momentos sólo percibía la voz del matón. Para cambiar de posición en el catre movió la espalda algo endurecida, no sabía si de miedo o de frio y sacó un pie de sobre el otro, pues también lo sentía helado.

Al hacerlo algo se movió con él. Algo suave, húmedo y más frío que el pie. ¡Ese fue el chispazo que lo alertó! No era el pie que estaba frio, sino algo frío sobre el pie. Quedó tenso. Toda su atención pasó de las voces del almacén a lo que sucedía en el extremo del catre.

No cabía duda. Algo se movía. Algo vivo se deslizaba ahí, se acomodaba, lo rozaba, se enroscaba junto a su petrificada extremidad inferior y, con cada vuelta, la certeza y el espanto se clavaban más hondo, más hondo, hasta paralizarlo entero. Pero algo había que hacer.

Con un supremo esfuerzo de voluntad y temor se sentó moviendo solamente la articulación fémurocoxal y apoyándose en los codos y el talón del pie que no participaba del horror. Recordó que a los animales los asusta el fuego y buscó sin apuro, al tanteo en el bolsillo del pantalón, la cajita de cerillas conque de vez en cuando encendía un cigarro a un cliente importante, o la lámpara de esa misma habitación cada noche. Tomó una y la raspó contra la pared que corría a lo largo del catre separada de éste por pocos centí metros.

En esa misma pared y más cercana a los pies que a la cabecera, había una pequeña ventana que se abría a un patio. La otra pared paralela era común con el almacén. La de la cabecera seguía la línea del mismo por la parte que daba al oeste, y la cuarta pared de esa piecita que parecía iba seria última que habitara, daba al este, hacia donde se abría su única puerta, también sobre el mismo patio.

La lucecita en la mano temblorosa apenas le permitía ver el bulto de los pies y la frazada. La acercó cuanto pudo y con gran sigilo tiró apenas la cobija hacia arriba para descubrir el misterio. Se le quemaron los dedos y debió encender otra, oro con el corazón saltando de miedo a moverse y precipitar la reacción del adivinado reptil, ora paralizado de terror por lo insólito de su situación. Esta vez, más seguro del punto que debía mirar, la luz le pareció más brillante, pero un elemento extraño a ese cuadro y ya remotamente olvidado, estalló a sus oídos.

Asomándose por la ventanita, el parroquiano pendenciero le gritó:

– ¡A ver si sabés defenderte, porteño de mierda! Aquí voy con mi cuchillo para hacerte saltar las tripas de un tajo. ¡Fanfarrón!

El porteño lo escuchó sin más miedo que el que ya sentía. Hoy era su última noche. Ese era su último momento. Se encomendó a Dios. Si no moría de una manera sería de otra, pero de ahí, estaba seguro, no saldría con vida.

Fascinado por la espiral que junto a sus pies elevaba una cabecita triangular de ojos hipnóticos y expresión inteligente, no reparó en que esta cerilla también se consumía y recién la largó cuando sintió arder sus dedos. Simultáneamente se abrió la puerta a manos del provocador, con un golpe seco.

– ¡Ya veo dónde estás! Le gritó. – ¡Jodido! ¡De miedo no has dejado ni el catre! ¡ Aprontate porque soy peor que los gatos para moverme en la oscuridad! ¡No me podrás esquivar!

Y empuñando el cuchillo se precipitó hacia donde el pobre viajante esperaba, ya casi muerto, el puntazo de gracia.

– ¡Ay! ¡Traición! ¿Qué ha sido? Vociferó el matón.

El otro sintió el veloz desenvolverse de ese hielo vivo y sobrecogedor que fue a clavar sus colmillos emponzoñados en el muslo del asesino que pasaba justo al borde del catre. Se paró de un salto y corrió al otro extremo de la pieza.

Por la puerta abierta entraron la luz de una lámpara sostenida por el almacenero y tres menos cobardes que él, decididos a intervenir impidiendo, si podían, la muerte de un inocente.

La escena, por insospechada, los sorprendió grandemente. Junto  al catre, caído con el cuchillo aún en la mano, quejándose lastimeramente y desgarrándose la ropa para ver como se le hinchaba la pierna, el, hasta un segundo antes, terror del lugar; deslizándose sin ruido a su agujero en el piso de tierra, la parte final de ese látigo que generalmente no se ve, pero que es con el que castiga una justicia superior, según reza el refrán.

Enfrente, dando gracias a Dios, asombrado por no estar muerto, el porteño se miraba una media agujereada mientras los demás lo miraban con admiración.

Edición: Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Fuente: Mallea, Lorenza y Calivari, Coty, “Las Mallas del Viaje”, Ediciones “El Mirador”, 1982

Barrio del Cerrito

Vista aérea de la ciudad

Es posible que cuando Don Tomás de Rocamora llegara a estas regiones como fundador de pueblos ya se encontraran afincados en los lugares llamados San Felipe y El Cerrito, cercanos al arroyo de La China, los indios que componían una tribu conocida como por “la toldería”, que subsistió hasta mediados del siglo XIX, más o menos 1858, según tradiciones familiares.

Una de las primeras familias afincadas en el lugar fue la de Don Antonio Ruiz y Doña Francisca Zerpa, naturales de España, que levantaron la quinta San Antonio en 1833, conocida luego como “quinta de los Ruices”.

Ya en el siglo XX, el Ejército Argentino adquirió los terrenos y en la casa funcionó la Escuela Nº 50 anexa a las fuerzas armadas. También en esos terrenos funcionan la panadería del Batallón de Ingenieros de Combate 121 y la Capilla de San Ignacio de Loyola.

En esa misma casa había nacido la Señorita Angélica Miró, descendiente del fundador, que dedicó su vida a la enseñanza de primeras letras y religiosas, instalando en la mencionada la primera escuelita llamada del Cerrito. Esa inquietud espiritual de volcarse al prójimo era herencia de familia; ya su bisabuelo, Don Antonio Ruiz, desde que se instaló tuvo buenas relaciones con los indios a quienes instruyó en las letras y la fe y a quienes para las procesiones de ciertas festividades de la Iglesia prestaba la imagen de su santo (que aún conserva la Señora Asunción Mancione de Castagné, descendiente de Don Antonio Ruiz) y tres Cristos de bronce (que se han perdido) para que fueran encabezándola.

Cuando los indios se trasladaron a otra zona se instaló allí el Saladero San Felipe, que dio su nombre al lugar, y más tarde el conocido saladero de López. Todo esto a fines del siglo XIX. El almacén que surtía a la barriada pertenecía a Don Felipe Ghiorzo, italiano que hospedó a Giuseppe Garibaldi después del combate de La Paz.

Hasta hace pocos años la familia conservaba el reloj de oro y el chaleco de pana verde que dejara, no sabían si olvidado o en agradecimiento, el héroe. A fines del siglo pasado Don Felipe Ghiorzo trasladó su almacén al otro extremo del barrio, al conocido hasta hoy como El Cerrito, pues desde la instalación del saladero la costa se llamó San Felipe. Los Ghiorzo se instalaron en un rancho que todavía se conserva en perfectas condiciones y que se hizo famoso en la barriada porque en 1906 el Doctor Blanchet, llamado para atender una parturienta que se moría realizó una cesárea y la salvó. La mujer tuvo, después, ocho hijos más. Cuando esto ya los Ghiorzo habitaban una casa de material que fue la primera del barrio, en la esquina sureste de Montoneras y Almafuerte.

Talabartería “Telechea” (Foto: Natacha Matzkin)

En las primeras décadas de este siglo, el barrio del Cerrito (llamado así porque la cuchilla más grande de la zona estaba allí) se componía de un conjunto de quintas (de los Presas, Joray, Goñi, Poggio), algunas pocas casas de adobe, el almacén y la comisaría en la parte más alta, con paredes de ladrillos sin cocer, techo de paja, cerco de tunas, un pozo de agua, un ombú y dos aguaribay. En esta humilde casa funcionó la primera escuelita cerrera oficial. Más acá, dando el frente al actual Bulevar Montoneras, que en ese tiempo no existía y era una calle angosta llamada Bulevar Interior del Oeste y más tarde calle 4 del Oeste al sur, se establecieron tres industrias que daban medios de vida a los habitantes del lugar: una curtiembre, de Simón Telechea, en la vereda que mira al este entre Almafuerte y Sarmiento, una jabonería, de Francisco Telechea, en la intersección del Bulevar y Ereño, miraba al noreste y la casa del encargado, pintada de amarillo se veía desde muchísimos puntos de la ciudad; esa casa fue demolida para que la calle Ereño pudiera continuar; la jabonería pasó a ser después propiedad de Suilar y se llamó La Concepción; Don Antonio Telechea trabajaba los cueros que curtía su hermano en la talabartería situada cerca de la actual casa comercial de ese nombre. Otra cosa digna de mencionar es que en San Felipe los Goñi tenían un barco que acarreaba sal para los saladeros allí instalados. El barco encalló y tuvo su fin en la costa opuesta. Como se ve era barrio de gente emprendedora.

Edición: Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Texto extraído de: Mallea, Lorenza y Calivari, Coty, “Las Mallas del Viaje”, 1982

Melchor Lavín, el chasqui de los realistas

Vista antigua de la ciudad, se puede ver la comandancia de una sola planta. Calle “Del Tonelero”, hoy San Martín

En un artículo anterior, relatamos la vida de Tomás Lavín, uno de los primeros pobladores de la Villa de Concepción del Uruguay, hoy nos ocuparemos de uno de sus hijos, Melchor.

Portada del libro de Daniel Balmaceda de dónde fue extraído en relato

Cuando Liniers fue atrapado por Pepe Urien, cuando intentaba generar un movimiento contra revolucionario luego del cabildo del año 1810 no estaba solo. Lo acompañaba Melchor José Lavín, su secretario de 18 años de edad. Melchor había nacido pocas horas antes del día de Reyes de 1792 en Concepción del Uruguay (actual provincia de Entre Ríos). Viajó a estudiar Derecho a Córdoba, donde se encontraba el ex virrey, quien había decidido retirarse a vivir en el buen clima mediterráneo.
Liniers conoció a Lavín porque era compañero de estudios y amigo de su hijo José. Esto permitió que mantuvieran una respetuosa relación de confianza, a pesar de la diferencia de edad: para 1810 el francés Liniers tenía 60 años.
El ex virrey tuvo noticias de que algo podría estar tramándose en contra del gobierno y le escribió a Baltasar Hidalgo de Cisneros el 19 de mayo. Este pormenor aclara por sí solo que la historia de la Revolución no es lineal, como pretende explicarse a través de la Semana de Mayo: el 14 un buque inglés llega a Buenos Aires con noticias sobre España, el 18 se reúnen los patriotas en la casa de Rodríguez Peña, el 20 le piden al Virrey que convoque una asamblea, el 21 se reparten las esquelas, el 22 sesiona el Cabildo Abierto, el 23 se realiza el escrutinio de la reunión de vecinos, el 24 asume una junta que es rechazada y, en la meta, llegamos al desapacible 25 de mayo, luego de una semana de acontecimientos vertiginosos. Si fuera así, ¿por qué Liniers le envió a Cisneros una carta de advertencia por intermedio de Lavín, fechada el 19 de mayo en Córdoba?
Lo cierto es que el encargado de transportar la nota del ex virrey al virrey en ejercicio fue nada menos que Melchor Lavín. De la respuesta también se hizo cargo. Partió de Buenos Aires el 25 de mayo y llegó a la ciudad de Córdoba el 30 con las novedades. Esta carta es la que derivó en la reunión donde Liniers y Gutiérrez de la Concha resolvieron resistir.
Lavín tomó partido por la contrarrevolución y a partir de allí se convirtió en el ayudante de Santiago de Liniers. Nunca quedó claro si escapó cuando Urien capturó al francés o si se le perdonó la vida (Liniers, como se sabe fue fusilado). En definitiva, el chasqui de los realistas galopó al Alto Perú para sumarse a las filas de los soldados del Rey que combatirían a los sediciosos de Buenos Aires.
Su valor y empeño fueron premiados. Ascendió jerarquías y en 1814, con 22 años, era teniente coronel. Murió en Salta el 11 de julio de ese año. O al menos, eso informó la Gaceta de Buenos Aires del 9 de agosto de 1814. La noticia era que, en Salta, el bravo Pedro Zavala y sus gauchos vencieron a los realistas y que “el motivo de haberse retirado tan presurosamente los enemigos fue porque sus Gauchos (los de Zavala) habían herido mortalmente al famoso Comandante Teniente Coronel Melchor Lavín, al cual llevaron cargado hasta la Ciudad, donde ha muerto”. No sería ni el primero ni el último muerto de la prensa que gozaba de buena salud.
En 1816 Lavín fue gobernador de Tarija, ciudad que pasó de manos realistas a patriotas en varias oportunidades, ya que se hallaba en medio del principal frente de guerra. Lavín venció a las fuerzas republicanas en agosto de ese año. Y su fama de cruel pudo confirmarse ahí mismo. Tomó prisioneros en el campo de batalla, fusiló a muchos y al resto lo llevó hasta Tarija. En la plaza del pueblo colocó a los derrotados y organizó un drástico remate. Convocó a vecinos que se sumaron a la penosa diversión. Hubo cerca de ochenta que no recibieron ofertas para ser comprados.
El coronel Lavín mandó reunir a todo el pueblo tarijeño, dispuso parar a los prisioneros que no fueron comprados contra el paredón de la iglesia y ordenó a un pelotón que disparara en forma discrecional hasta agotar las balas. El fusilamiento masivo recién llegó a su fin cuando cayó el último de los soldados patriotas.
Acto seguido, el chasqui de los realistas llevó a cabo una siniestra parodia. Hizo que los vecinos notables de la ciudad se pararan delante de los cadáveres. Cada uno debía apoyar su espada en el cráneo de un muerto y jurar fidelidad a la causa del Rey. Fue en estas circunstancias que se dio un hecho grotesco.
Uno de los fusilados se había tirado al piso haciéndose el muerto con la intención de pasar desapercibido en el montón de cuerpos y salvar su vida. Pero al realizarse la ceremonia del juramento con las espadas, se incorporó y gritó: “¡Yo también juro!”. Lavín ordenó su ejecución en ese mismo instante, según cuenta Tomás de Iriarte, testigo de los hechos.
Su imprudencia y crueldad fueron muy malas cartas de presentación cuando el general José de la Serna asumió la comandancia de su ejército. Dispuesto a cambiar el estilo violento, tan poco político en ciudades que tenían buenos porcentajes de población que apoyaba a los absolutistas, corrió de la escena a los oficiales más duros. Esto hizo que la estrella de Lavín, el secretario de Liniers, se apagara.
A partir de la batalla de Maipú que decidió la suerte de Chile se realizaron drásticos cambios en la organización de las armas del Rey. Lavín estaba a punto de ser promovido para esa fecha, pero fue una víctima indirecta de esa batalla, que se perdió en un frente tan alejado de su zona de influencia.
En 1820, Melchor Lavín se sumó a la Logia Lautaro y se pasó de bando mientras se hallaba en Arequipa. Había concebido el plan de sublevar el pueblo y la guarnición en cuanto San Martín arribara a tierras del Perú para libertarlas. Un delator llevó a oídos del intolerante general español José Carratalá la historia del tránsfuga. Carratalá lo detuvo y lo envió a Cuzco para ser juzgado. Mientras se encontraba en la milenaria ciudad peruana planeó una revolución. Sin embargo, los realistas se enteraron y resolvieron atraparlo con las manos en la masa. La noche del 22 de marzo de 1821, cuando Lavín y sus hombres tiraron abajo la puerta del fuerte e ingresaron a la carrera, fueron recibidos con artillería de todos los calibres. Lavín murió al instante. Esa noche, el chasqui de los realistas se convirtió en otro de los tantos mártires de las independencias sudamericanas. Su muerte fue anunciada -otra vez- en la Gaceta de Buenos Aires. Cuando se cumplió el quincuagésimo aniversario del fallecimiento de Lavín, en 1871, la legislatura del Perú le concedió una pensión a su hija, Mercedes Lavín de Solá.

Edición: Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Texto, transcripción textual de Balmaceda Daniel, “Historia de Corceles y de Acero, de 1810 a 1821”, Editorial Sudamericana, 2010.

Primeros pobladores: Tomás Lavín

Capilla La Concepción, ubicada en el lugar del primer asentamiento de la futura Villa de Concepción del Uruguay, actos por el bicentenarios de la fundación. (Foto: Mario Soria)

En el año 1988, la historiadora local María del Carmen Miloslavich de Álvarez, publica el libro “Hace un largo fondo de años, genealogía Uruguayense”, en este interesante trabajo narra las historias de los primeros pobladores de la Villa de Concepción del Uruguay, tomando como base el censo mandado a levantar en 1820 por Francisco Ramírez. Esta obra se cuenta el origen y los descendientes de 44 familias “fundadoras” de la villa,  algunos desconocidos para la mayoría, como José Albizu, Blas Cristaldo, Agustín Larrachau o Ventura López y de otros mucho más conocidos, en varios de estos casos nos hemos ocupado en este grupo, tal el caso de José Miguel Díaz Vélez, Tadea F. Jordán, José Bonifacio Redruello, Agustín Urdinarrain o Josef de Urquiza entre otros.

En este artículo, nos ocuparemos primero del fundador de la familia, Tomás Antonio Lavín.

Don Tomas Antonio Lavín, habría llegado desde su lejana Patria (era nacido en Matienzo, España), por el año 1780; aquí formó su hogar teniendo varios hijos.

Comerciante, hacendado y destacado edil de nuestra Villa, ocupó en diversos años distintos cargos en el Cabildo; Alcalde, en 1788; Regidor, en 1797; Alcalde Ordinario, en 1805; (época del famoso informe caratulado: “Representación a su Majestad”) y Síndico, en 1806.

Fue un hombre de gran visión al que se le deben importantes iniciativas para el progreso de la recién fundada Villa de la Concepción del Uruguay. A su iniciativa siendo Alcalde en 1805, se inoculó en esta Villa por primera vez, la vacuna contra la viruela. Ese mismo año dirige al Rey una petición a favor de los pueblos de Entre Ríos, fundados por Rocamora, petitorio que consta de 96 páginas y es un interesante alegato en favor de estas Villas, las cuales, después de la fundación quedaron prácticamente abandonadas por la autoridad virreinal. El original de este documento ha vuelto a su lugar de origen, gracias a la gestión del entonces intendente de Concepción del  Uruguay, Profesor Miguel Ángel Gregori, que en 1979, lo recuperó en la Casa Pardo de Buenos  Aires. El valioso documento pertenecía a la colección Carlos Correa Luna, del cual fue adquirido y actualmente se halla en custodia en la Biblioteca del Colegio “Justo José de Urquiza”.

Siendo Capitán de Milicias, en octubre de 1806, en ausencia del Comandante Josef de Urquiza, convocó a las milicias de Gualeguay, Gualeguaychú y Concepción de Uruguay, para acudir en defensa de Montevideo a solicitud del Virrey Sobremonte.

Su matrimonio consagrado en nuestra entonces Parroquia de “San Sebastián” (porque así figura en la carátula del primer Libro de matrimonios) reza así: “En 13 de agosto de 1788, habiendo pedido justificación de libertad Don Tomás Lavín, natural de Matienzo, en el valle de Nuezca, hijo legítimo de josé Lavín y Manuela Ascona, naturales del expresado lugar, se publicaron en tres días festivos que fueron: el 13,20 y 27 de julio del expresado año del 88, al tiempo del ofertorio de la misa Parroquial, las tres conciliares proclamas sobre el matrimonio que libremente intentaban contraer Don Tomás Antonio Lavín, con Doña Josefa Chávez, natural de la baxada de Santa Fé, hija legítima de Don Pedro Chávez y Doña Ignacia Vega, de la ciudad de Corrientes y no resultando impedimento alguno canónico y estando hábiles en la Doctrina Cristiana, Yo, josé Basilio López, Cura Vicario de esta Parroquia de la Concepción del Uruguay, desposé en ella por palabras de presente, según forma de nuestra Madre la Santa Iglesia a los referidos Don

Tomas Lavín y Doña Josefa Chávez, habiendo antes advertido y entendido sus mutuos consentimientos de que por mí fueron recíprocamente preguntados; asimismo, el día 16 del mismo mes y año recibieron las solemnes bendiciones los referidos desposados con la misa nupcial en la que comulgaron, siendo testigos de uno y otro caso. Don Francisco González y Doña Isabel del Mármol (hija del primer Alcalde de Concepción del Uruguay, nombrado por Tomás de Rocamora). Lo que certifico José Basilio López.

Los Lavín estaban emparentados con los Telechea, otro importante comerciante de esta Villa. Don Francisco Telechea, era casado con una hermana de la esposa de  Lavín.

Doña Josefa de la Cruz Chávez, nació en 1767 y casó con Don Tomás Lavín, a los 21 años.

En el Registro de la Propiedad de esta ciudad de Concepción del Uruguay, se a hallado una escritura mediante la cual ubicamos el lugar en que se hallaba la propiedad en que residía la familia Lavín, corroborando también porque en ese mismo lugar aparece viviendo en el Censo de 1820.

La escritura pertenece al escribano José María Castro y se halla en el protocolo del año 1859. Dice así: “Don José García Sobral, de la ciudad de Gualeguaychú, en representación de las señoras Juana y Antonia Lavín, hijas legítimas de Tomás Antonio Lavín, y únicas herederas, escrituran la casa que está situada en esta ciudad (Concepción el Uruguay) calle por medio con la Plaza General Ramírez y sobre las calles Ciencias (Hoy Galarza), por el sur; Libertad (hoy 25 de Mayo), por el este y tiene por linderos: al norte, Rafael Paradelo y Doña Irene Espino; por el este, calle por medio, con Doña ,Matilde Urquiza de Montero y por el oeste, Juan Jorge.

Esta venta se hace a Don Justo José de Urquiza, el 30 de Noviembre de 1860 (José María Castro; folio 330).

Por esta escritura se puede saber fehacientemente que el lugar donde se encuentra el Correo, es decir, la casa que edificó Urquiza, fue el solar de la familia Lavín. Presumiblemente este solar había sido cedido por el Cabildo a Don Tomás Antonio Lavín.

Sus hijos por orden de edad eran: Juana Josefa, nacida el 24 de febrero de 1789; sus padrinos: José Barquín y Manuela Araujo (Libro I; Folio: 15); Melchor, 10 de enero de 1792; padrinos: Pedro Prellezo e Isidora Montiel (Libro I; Folio: 94); Roque Eusebio, el 6 de marzo de 1795; padrinos: Roque Martínez y Micaela Torregrosa (Libro I; folio: 173); María Antonia, el 24 de diciembre de 1796; padrinos: Francisco García Petisco (Alcalde de Gualeguaychú) y Micaela Torregrosa (Libro I; folio: 205); Tomás, el 24 de febrero de 1801; padrinos: Capitán de Blandengues, Pedro Pacheco (personaje de destacada actuación, en cuyo nombre y como apoderado tuvo en sus brazos y presentó a pila su hermano Melchor Lavín (Libro I; folio:290), María Manuela, el 5 de diciembre de 1804; padrinos: Francisco Cortinas y Andrea Telechea (Libro 2; folio:93); Francisco Antonio, el 15 de febrero de 1807; padrinos: Francisco García Petisco y Juana Lavín (Libro 2; folio: 315); Manuel Antonio, el 15 de febrero de 1808; padrinos: José Antonio Pose de Leys y Andrea Telechea (Libro 2; folio:347).

Uno de los hijos mayores de Don Antonio Lavín, Melchor, teniente del ejército español (su padre era un ferviente realista), incorporado a la causa realista lleva en tres días el parte de la Revolución de Mayo a Córdoba, al ex-Virrey Santiago de Liniers y Bremond (Conde de Buenos Aires). Más tarde, Melchor Lavín, siendo Coronel del Ejército Argentino, muere en la toma del Callao.

Edición: Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio