C. del Uruguay vista por Luis Aráoz (1857-1863)

Reconstrucción del plano del centro de la ciudad en 1857 con la ubicación de las casas y edificios identificados por Luis Aráoz

Parte N° 1:

Relato de Luis Aráoz (1844-1925) en el libro “Del tiempo viejo”, dónde narra diferentes aspectos de su vida, básicamente su traslado desde Tucumán hasta Concepción del Uruguay en 1857, hasta su regreso en 1872. Este libro, lo comienza a escribir a los 78 años y en el mezcla los recuerdos de su estadía, que comienza en 1857 y los de sus últimos días.

Ya hemos publicado varios de sus relatos, sobre todo los referidos al Colegio del Uruguay, tanto la descripción que hace sobre la vida dentro del mismo, como a la configuración edilicia del mismo. Pero sin dudas una de las narraciones más importantes que hace por su detalle y porque no existen muchas de ellas, es la referida a cómo era la ciudad en esa época, quién y dónde vivía y cuáles eran las características más sobresaliente de una ciudad que alcanzaba, recién,  los 80 años de vida.

 

La Ciudad de Concepción del Uruguay

El colegio constituía el núcleo, el foco de luz, pero la combustión era el ambiente que lo rodeaba. Los jóvenes alumnos, niños aún, adolescentes venidos de los lejanos y desiertos ámbitos de la república; sentían mitigada la pena del hogar lejano y del suelo nativo abandonado y de las voces paternales, por la bondad cariñosa de las familias y de la noble villa de aquella época inolvidable, la modesta y culta ciudad del Uruguay.

Razón tenía el inolvidable alumno Dr. Sidney Tamayo, cuando decía en Salta, en la conferencia que diera sobre el Colegio y el pueblo del Uruguay: “Altar de nuestra inocencia y de nuestras ilusiones. Me acuerdo de ti como del cielo y para ti mi último pensamiento”  (Esto me repetía en la carta cuando me mandó el folleto de la conferencia).

Lo que era el caserío de la ciudad en 1857

Vista de la calle “Del Tonelero” en 1875, aún se pueden ver varios de los edificios identificados por Luis Aráoz

Empezaremos por la plaza. El costado oeste, una cuadra la ocupaba el edificio del colegio (sin altos) (1); la otra cuadra, la iglesia en construcción (2). Aún no tenía 1 metro de altura (N. del E.: Se consagro en 1859). El costado norte, al frente del colegio, el ángulo de las calles Galarza y Coronel Gonzalez, tenía del edificio, (club del Uruguay (3) entonces) hoy cinema Esmeralda, el mismo actual.

Enseguida hacia el este, 1ra. Cuadra del costado norte, todo palo a pique, sin vereda, menos el ángulo que hoy ocupa la Escuela Normal (N. del E.: Se refiere a la casa de Urquiza), en donde había un cuarto grande de mojinete y teja (4). La cuadra siguiente hacia el este del mismo costado norte, toda palo a pique.

Siguiendo hacia el sud, calle por medio, estaba en construcción el templo actual. En lo que da a la plaza, la edificación estaba en los zócalos de las columnas del peristilo, pero las paredes del fondo tenían como unos 2 m. de altura. La manzana que ocupa el templo era desierta. Donde es actualmente la casa Piñón, como 10 m. adentro, había tres palos sustentando arriba el tirante del cual estaban colgadas 2 o 3 campanas que servían a la iglesia que estaba en las piezas del colegio.

Calle por medio al sud del templo en el ángulo o vértice de la manzana siguiente, había un gran cuarto o esquina, techo de paja, que ocupaba la única botica habida en aquel año, de Don Victoriano Montes (5), después edificada y casa de Correos.

Siguiendo hacia el oeste, sobre la vereda de la misma manzana, después de un retazo vacio, empezaba, empezaba la casa de la familia Chilotegui (6), tal como se encuentra en la actualidad. Doblando hacia el sud, eran sitios, hasta dar con el vértice sud oeste, donde vivía, según recordamos, la familia de Cornú (7), en habitaciones de techo pajizo, con puerta al oeste en cercado de palo a pique. Continuando al este, sólo recordamos una o dos casas (siempre de techo pajizo), frente a lo que es hoy casa de los señores Cometta (8). En una de ellas estaba la relojería de un señor Casarini (9), única en aquel tiempo. Este relojero se trasladó después a Rosario, después a Salta, adonde ha dejado familia. Hará unos diez años figuraba un hijo de él en Orán.

En la esquina sud este de la misma manzana tenía un taller con frente al este (calle tres de febrero), un italiano (10)) hábil armero. A él le compró Don Jorge Clark la pistola con que se suicidó, después de haberse hecho enseñar por el armero cómo se cargaba, y se descargaba, y disparaba. Era de las de fulminante.

Siguiendo la  vereda hacia el norte un hábil hojalatero Loranz (francés), edificó la casita de altos que existe actualmente. Fue el esposo de Madame Loranz, bien conocida por sus rarezas, que ha fallecido hace poco, dejando valiosas propiedades.

Pasando ahora a la manzana de sobre la plaza hacia el este con frente al norte, la esquina (vértice noroeste), era un sitio. En seguida estaba la casa de la familia Magrabaña (11) (hoy Club Social) edificio típicamente de la fundación de la ciudad, de mampostería y azotea. Después de un hueco (que ocupa hoy la Policía) formaba la esquina una gran pieza, techo de teja en mojinete y paredes de piedra, con una sola puerta sobre la plaza, sin pavimento en el interior, bien aislada. Le decían “el cuarto de piedra“(12). Era la cárcel para presos de toda clase de delitos, donde estaban hacinados los forajidos y los de delitos de escasa gravedad. Frente a la puerta se mantenía firme e inmóvil la guardia de un soldado armado de fusil. El edificio actual que ha reemplazado al “cuarto de piedra” fue levantado cuando se capitalizó la ciudad del Uruguay. Allí funcionaba la Cámara de la Justicia. Siguiendo la manzana al sud (calle Moreno), era todo un hueco, llenado después con la cárcel de dos o tres pisos que han demolido hace poco.

Siguiendo la manzana al sud (calle Moreno), era todo un hueco, llenado después con la cárcel de dos o tres pisos que han demolido hace poco.

No recordamos la edificación de la vereda que mira hacia el sud de esta manzana; pero creemos poder decir que existía ya la del almacén del Sr. Nogueira (13) (vértice sudoeste), y en lo que sigue al norte hacia la plaza había una o dos casitas solamente.

En la manzana al sud, calle por medio, tenía una casita en la esquina calle Moreno, pero el año 1860 más o menos edificó la casa de altos contigua, hacia el oeste donde se instaló una familia francesa (creemos) Pividal (14).

La manzana que ocupa actualmente la Municipalidad, contenía el edificio de la Comandancia o Jefatura de Policía, tal como está actualmente, menos los altos agregados después. En el patio se elevaba un mástil donde se izaba la bandera en los días domingo, y los de otras fiestas (15).

Según el historiador Martínez esta casa la edificó el general Díaz Vélez, que fue el primer Intendente del Uruguay. Es sabido que en el salón de la izquierda del zaguán de entrada de sobre la plaza, redactó la proclama del pronunciamiento del 1° de Mayo el Dr. Juan Francisco Seguí, dictándosela al Dr. Juan Andrés Vázquez, que hacía de escribiente en 1851; y diez años después, a fines de 1861 o principios de 1862, el general Urquiza inauguró en el mismo salón las sesiones de la Legislatura, (o la reunieron ad hoc), en la que leyó y manifestó los sucesos que motivaron asumir su soberanía la provincia con motivo de la batalla de Pavón. Algo dejó también relativo a su actitud, según nuestros recuerdos, pues estuvimos allí en el auditorio. Curiosa casualidad de que esos dos hechos trascendentales, pero de opuestas consecuencias, tuvieran lugar en la misma localidad.

Siguiendo hacia el Este el frente y todo el sitio o un cuarto de manzana estaba cercado de palo a pique. Adentro, a bastante distancia, con frente al Norte, había una larga hilera de piezas, techo de paja, en donde había nacido el general Urdinarrain (16). Ignoro quién lo ocupara en 1857. Hoy pertenece a los señores Canavessi e hijos.

Del otro cuarto de manzana que le sigue al Sud, creo, eran baldíos, pero calle por medio, al Sud, estaba la casa de los señores Britos (17), la misma que existe actualmente, con su otro cuarto de manzana ocupada por una huerta de altos naranjos.

El otro cuarto de manzana que sigue al Sud de la Comandancia, tenía la vetusta casa de teja, primitiva tal vez desde la fundación de la ciudad, con la pulpería del viejo Freitas (18). Se conserva intacta hasta hoy.

El vértice de la manzana contigua, al Este, la ocupaba la casa de la familia Calvento (19), con frente a las dos calles. De edificación antigua, colonial fundadora, como lo fueron sus propietarios que también han acompañado las características del hogar sencillo y resistente como la de su conducta y nobleza inalterables. La esquina es actualmente propiedad de los señores Canavessi.

Siguiendo hacia el Sud, en la esquina, estaba la casa de la señora Carmen Uribe (20), donde vivía con sus sobrinos Mercedes y Benito C. Cook. Era aquella de techo pajizo, de esos recuerdos diré, iniciales de la edad adolescente para mí, pues fue la primera familia que conocí en el Uruguay, presentado por mi compañero de colegio, Benito C. Cook, mi compadre años después, y recibido por esa familia con bondades que me hacían extrañar porque mi inexperiencia me hacía ver que sólo eran peculiares en el afecto de los padres. ¡Qué impresiones tan inefables! Es que si en mí existía la inocencia de la edad, también tenía, esa misma adolescencia la sencilla y noble gente de aquellos tiempos, de la amabilidad especial, felizmente hasta hoy con esas características.

El cuarto de manzana al Este estaba baldío, y el otro contiguo al Norte contenía un aseado rancho en el vértice Noroeste.

Parte N° 2: Frente este de la Plaza

La primera manzana, entre las actuales calles “San Martín” y “9 de Julio”, el sitio de la esquina Sud (frente de Calvento), era también cercado de palo a pique, y algo adentro, habitaciones de techo de paja, con portón sobre la plaza. Vivía en ella un señor Ferreyra (21), natural de Córdoba. Muchos años después tuve el gusto de encontrarme con él en el teatro Politeama de Buenos Aires, y más después en una calle de Córdoba, adonde se había trasladado definitivamente. Allí falleció probablemente, pues era ya de edad muy avanzada.

El cuarto de manzana adyacente hacía el Este, lo ocupaba una añeja y ruinosa torre cilíndrica como de 10 metros de alto, que le decían “El Molino” (22). A él subían, años después, los cocheros para saber al momento de la llegada de los vapores de la carrera. El Dr. Juan Massoni nos ha mostrado una fotografía del Molino.

El otro cuarto de manzana sobre la plaza contenía la casa primitiva también con techos sin teja pero de tejuela revocada con frente a la plaza y a la actual calle “9 de Julio”, casa de la familia Asofra (o Azufra), de las fundadoras probablemente (23).

Allí se trasladó la Comandancia, cuando las oficinas del gobierno por la capitalización del Uruguay, tuvieron que ocupar lo que es actualmente la Municipalidad. Después se estableció allí una escuela del Estado.

El cuarto de manzana hacia el Este estaba vacío, como lo está actualmente, pero cercado de pared, y demolida la parte sobre la plaza y ocupada con la casa de la viuda del Dr. Anastasio Chiloteguy.

La manzana adyacente, calle por medio al Este, no tenía edificación fuera de un bonito cuarto con ventana, muy aseado, techo pajizo, que ocupaba el vértice Sud Este (calle San Martín). Creo que aún está esa casita con techos reformados.

La otra manzana con frente al Oeste de sobre la plaza, no tenía más edificación que la de un gran cuarto de azotea, aislado, sin ningún cerco, ubicado en el mismo lugar que ocupa actualmente el “Teatro 1° de Mayo”. Parecía un gran cajón con una pequeña puerta sobre la vereda de la plaza. Allí funcionaba la “Imprenta del Colegio“ (24), en la que se editaban algunos libros de estudios preparatorios. Las gramáticas de francés y latín escritas por el famoso profesor del colegio, Mr. Akerman, fueron impresas y encuadernadas en dicha imprenta, con tapas de pergamino. Conservo, como reliquia, entre mis libros, un ejemplar de cada una de ellas, que se repartían a los colegiales para su estudio.

Según el historiador Dr. Martiniano Leguizamón, fue la casa de propiedad o en la que vivió el general Francisco Ramirez, afirmación que considero indudable.

Todo el resto de la manzana era un yuyal sin cercado, como ya hemos dicho. Desde el colegio se distinguía a través de ella, la casa del señor Latorre (25), anciano, esposo de doña Teresa Urquiza, hermana del general. En esa casa se alojaba el general cuando venía de su palacio San José. Una tarde formó el batallón del colegio, conducido por el Dr. Larroque al frente de la casa. Mientras el Dr. Larroque pronunciaba su discurso de saludo a nombre del colegio, el general se paseaba en la sala de la izquierda del zaguán, deteniéndose frecuentemente frente de las ventanas, para atender el discurso y corresponder inclinando suavemente la cabeza.

Esto debió ser en el año 1859, seguramente porque también, por la noche, concurrió y dio retreta frente de la casa, la banda de Gualeguaychú, que fue llevada al Uruguay para la inauguración de la iglesia, suceso que tuvo lugar en dicho año de 1859 (marzo).

La casa de referencia se conserva igual hasta hoy, tan solo con el cambio de propietario, pues pertenece ahora a la sucesión del general. Era la única casa en ese frente de la manzana, y otra en el frente al Norte y esquina Noroeste, sin revoques, de grotesca arquitectura, pero modificada después tal como se la ve actualmente.

La manzana siguiente al Este sólo tenía, según recordamos, unos ranchos sobre la calle 9 de Julio, en el primer cuarto de manzana del Oeste, de propiedad de la familia de los morenos Ríos. Allí se reunía mucha gente de color en los candombes de los días sábado. Los gritos al toque de tamboriles se oían claramente desde el Colegio.

Volviendo a la manzana sobre la plaza, la casa de Ramirez, la hemos visto hasta el año 1863. No sé en que año la habrán demolido. Pero en 1868, en enero, la construcción del Teatro estaba muy adelantada ya para recibir los techos.  En el mes de Enero fuimos a ver la obra juntamente con los compañeros, Mariano Alisedo, Bartolomé Casco, Sidney y Tamayo, etc. En momentos que observábamos la obra (era un domingo), sentimos unos fuertes quejidos de un hombre tendido sobre los cascotes o escombros, en el cuarto bastante oscuro, destinado a la boletería, a la entrada de la platea. Era un soldado vestido con el uniforme de bayeta colorada, que se revolcaba con contorsiones desesperadamente. Era un moreno, Tamayo, como estudiante de medicina, fue a verlo; y nos dijo: “Se está muriendo atacado de un furioso cólera morbus “. El enfermo era uno de los soldados que en el día anterior, había regresado del Paraguay, perteneciente al destacamento o custodia, que había conducido un contingente de destinados para la remonta de los dos batallones (el 2 y el 3 de entrerrianos), que estaban en la guerra.

Con este caso y uno a otros que se sucedieron, de casos de cólera en menos de 24 horas, la población empezó a huir al campo para aislarse. Un día después, en la noche del 9 de Enero, nos pusimos en fuga a caballo como unos treinta, Mariano Alisedo y yo nos dirigimos a la estancia de Pedro Aramburu, sobre el arroyo “Ciudad“, donde permanecimos con Domingo, Isidoro y Juan Aramburu hasta fines de Febrero, cuando cesó la epidemia, que causó muchos estragos. Efectos de la campaña del Paraguay.

La primera Edificación en esta manzana me parece que fue un cuarto de azotea construido en el ángulo de la plaza sobre la calle 9 de Julio, donde estableció su escribanía Benito C. Cook (26), abogado después. Después del Teatro se hizo lo de la otra esquina (hoy centro comercial), destinado al Banco Entrerriano, después Banco Bottini, que anduvo mal.

Enseguida se empezó lo que le sigue al Este, para la Escuela Normal, que aún no estaba terminada cuando la muerte del general Urquiza en 1870.

La manzana que le sigue al Norte recordamos de una casa solamente, donde ha edificado la familia Lantelme, y actualmente Gadea.

Aquel reo Núñez, que fusilaron el 8 de Junio de 1857, que he mencionado ya, en el capítulo “Ingreso al Colegio“, fue porque había asesinado a un anciano que tenía una pulpería en el solar que ocupa el señor Gadea, según me refirió el Sr. Pascual Calvento. Y la manzana que sigue a ésta, al Este, tenía la casa fundadora seguramente, como lo eran sus dueños, la familia Céspedes  (27), casa que se conserva idéntica hasta hoy. Allí vivían (1857 y después), unas señoras muy ancianas y en el colegio había un alumno Céspedes, perteneciente a esta familia, según creemos.

Costado Norte de la plaza con frente al Sud

En la manzana Este, puedo asegurarle, no había más edificación que la de la esquina Noroeste, de una o dos piezas con techo de paja (28). Estas habitaciones (en 1858 a 1859) estaban alquiladas por el colegial N. Videla, chileno, de familia pudiente de Valparaíso. Lo acompañaba otro colegial Napoleón Burgos, de San Juan.

En una hermosísima tarde de verano, nublada, rodeábamos el poste de la esquina conversando con Videla y Alisedo y otros colegiales. Se nos acercó un anciano de aspecto distinguido, que vivía con su familia en la esquina que hace cruz con la de Videla. Nos llamó mucho la atención que este señor usara con frecuencia en la conversación la palabra “belai”, tan general en las provincias del Norte. Apercibido de nuestra extrañeza nos dijo que el “belai” se usaba también en Entre Ríos algunos años atrás.

En la vereda con frente al Sud de la casa del señor referido, frente de la puerta de calle o portón del cerco de palo a pique, estaban dos señoritas, jóvenes, preciosas, de presencia distinguida. Eran hijas del anciano que nos conversaba. Una de ellas, después fue la esposa del Dr. Onésimo Leguizamón, y la otra del colegial Galán, de Paysandú.

La esquina del frente de la manzana Norte, también tenía una casa, techo de paja y cerco de palo a pique, sobre la calle divisoria (hoy Rocamora). Pertenecía a la viuda H. Taboada y Canelo (29), que casó después con Ambrosio Lantelme, muy amigo y compañero de Alisedo y mío, nos invitó y asistimos a los festejos y bautismo de su hija (única) Laura, celebrado en esa casa. La bautizada en aquella fiesta es la distinguida matrona esposa actual del señor Wenceslao Gadea.

¡Cómo pasa el tiempo!; ¡para qué decir el año! Creo que fue en 1859 o 1860 que se construyeron en esta manzana, sobre el frente de la plaza, las casas del coronel Teófilo Urquiza, en el ángulo Sud Oeste, que todavía está la misma, y en el otro ángulo Sud Este, la de altos, del coronel Santa Cruz, hijo del general aquel y yerno por enlace con Juanita Urquiza.

Por esos años fue al Uruguay procedente del Rosario, Cometta, que había construido muchas casas en esta ciudad. El hizo el mercado del Uruguay, el cual es una copia exacta del que había hecho en Rosario, demolido más tarde. Hizo la casa para el Dr. Larroque, frente al Colegio, calle Galarza, cuya fachada, aberturas y molduras son idénticas a varias casas de las que había construido en el Rosario, como tuvimos ocasión de fijarnos durante el año 1862 que vivimos en dicha ciudad. Se nos ha informado que fue dicho arquitecto Cometta quien construyó la casa para el coronel Santa Cruz, de arquitectura tan bien proporcionada y elegante. Fue de azotea con una galería al frente. Después le pusieron el techo de teja francesa. Los pisos de parquet y aún las hojas de las puertas y ventanas se decía fueron mandadas desde París donde residían parientes del coronel Santa Cruz.

Decimos todo esto con la lástima de que ese molde de arquitectura, en vez de habérselo conservado con las reparaciones necesarias, haya sido demolido para remplazarlo por una construcción sin ningún estilo, al gusto moderno, todo desproporcionado y en el que la misma luz entra durante escasos momentos.

Seguramente el mismo arquitecto construyó la casa del coronel Teófilo Urquiza, en la misma manzana que la de la familia Jorge sobre la esquina de la otra manzana al Oeste, calle Pedro Gonzalez (30).

Muchos años han vivido en la casa del Sr. Teófilo Urquiza, él, su familia, y algunas hijas del general, la familia del Sr. Montero, anciano que alcanzamos a conocer y a sus hijas, una de ellas, Matilde, que se casó con el comandante o coronel oriental Olave.

En lo de Jorge veíamos a un anciano de ese apellido, marino, decían, seguramente el jefe de la escuadrilla que mandó el general Urquiza en su última campaña a Corrientes, la de Vences. Vivían también en esa casa los doctores Juan y Aurelio Jorge, y una señorita del mismo apellido. Y creo también el bueno y afectuoso amigo mío Tomás, que falleció a temprana edad.

La otra esquina de la misma manzana sobre la plaza, que ocupa actualmente la Escuela Normal de Maestras, tenía un cuarto grande, techo de mojinete, de teja media caña que hacía pendant con el de la cárcel del frente Sud, de que ya hemos hablado.

En este cuarto fue alojada la banda de música de Gualeguay que vino para la inauguración del templo a principios de 1859. Era una banda completa en personal y competencia, dirigida por el notable maestro Cassarini. Ya hemos hablado detalladamente de este hombre.

La otra esquina de esta manzana siguiendo al Norte (calle 25 de Mayo) era una casa de propiedad del señor Paradelo y su familia (31).

El otro solar, esquina Noroeste, sobre la calle González, tenía un poco adentro del cerco palo a pique, dos largas habitaciones (techo pajizo). Allí vivía un colegial tucumano, Isaías Brown, hermano de José María, que casó con la Sra. Concepción Calvento, que vive aún en ésta (32).

Pasando la calle hacia el Norte, la esquina, (vértice Sud Oeste), de la manzana siguiente era baldía, pero en 1859 más o menos, edificó el Vice Rector del colegio, Dr. Domingo Ereñú, la casa con frente a las dos calles (Gonzalez y Rocamora) que se conserva igual hasta hoy (33).

En esa casa se alojó Monseñor Segura, 1er. Obispo de la diócesis del Paraná, en su viaje de paso a San José, de visita al general Urquiza. El secretario del Obispo era un tío nuestro, Miguel Moisés Aráoz, también nombrado Obispo en 1872.

¡Qué alegría nos produjo, a sus tres sobrinos ver a un tío después de tantos años, venido de tan apartada región!, pues Tucumán, del Uruguay, por falta de comunicaciones, estaba alejado como no lo está actualmente ninguna región del planeta, en relación al tiempo.

En la misma manzana, calle 25 de Mayo, el solar hasta el Noreste, hasta la esquina, tenía el mismo edificio que mantiene hasta hoy, perteneciente a la familia Panelo (34). Era una de las mejores casas de aquella época, y lo es todavía.

 

Parte N° 3:

Pasando ahora a la manzana sobre la calle Galarza, al Norte del colegio, sólo tenía edificado lo que era entonces “El Club Uruguay“ (3), que se conserva igual sin otro cambio que el de algunas aberturas, puertas. En lo que ocupan hoy el café y biógrafo “Esmeralda“. Pero se han modificado las partes sobre la calle Galarza. Lo que ocupa el salón del biógrafo, era en 1857 una casa con dos rejas y una puerta a la calle, con techo de paja, la ocupaba una confitería bien surtida donde los colegiales que contaban con unos pocos reales compraban masitas para compartirlas con sus compañeros.

Lo que seguía hasta la esquina del Oeste (calle Galarza), era cerco de palo a pique, un sitio con un bosque de arbustos, hasta que el Rector Dr. Larroque (35), edificó para habitarla la casa actual, que, como hemos dicho, la construyó el arquitecto Cometta del Rosario.

Cuando Larroque se trasladó a Buenos Aires en 1864, la ocupaba el gobernador Dominguez (1865). Esa manzana se completó con la edificación del mercado, hecha en el mismo año y que ocupa la mitad Norte de la media manzana (36).

La manzana que sigue al Norte calle por medio (Rocamora), tenía en el ángulo Sud Este (calle P. González) la antigua casa de construcción colonial, demolida hace poco, y en la que vivía (no estamos bien seguros) el Dr. Martín Ruiz Moreno con su familia (37).

El otro solar que le sigue al Norte (misma calle) fue edificado años después para la familia del Dr. Benjamín Victorica. Allí ha vivido hasta su emigración de Entre Ríos (38).

El solar contiguo al Oeste, estaba ocupado por la antiquísima y vieja casa de la familia López (39), casa fundadora de la ciudad seguramente. Tenía el principal frente o entrada por la calle de frente al actual Banco Agrícola (calle 8 de Junio).  Siempre hemos oído referir que era ésta la casa de Ramírez, lo cual atestigua la circunstancia de haber poseído de la familia López, descendiente de aquel. Pero, los estudios del Dr. Leguizamón y sus conocimientos irreprochables, han persuadido de que, como ya hemos anotado, que el gran guerrero vivía en la casa demolida para edificar el Teatro 1° de Mayo.

Del otro lado (Sud Oeste) de esta manzana, no tenemos recuerdo cierto. Creemos estaba baldío.

La manzana del Oeste de la del mercado y casa Larroque, continúa: la esquina que hace cruz con el ángulo Noroeste del Colegio (calle Galarza) un largo rancho o casa de paja con su frente principal hacia el Este (sobre la actual calle Leguizamón).

En la esquina tenía su taller el sastre del colegio, don Roberto Cremerer (40), que se fundió o lo fundieron los colegiales, como él me dijo en una ocasión que lo encontré en Buenos Aires.

En la pieza contigua al Norte sobre la misma calle, tenía el taller de carpintería, el carpintero del colegio, Este, ponía las cerraduras a los cajones de las mesas de estudio, hacía las camas de madera, los roperos, los bancos y mesas, etc., etc. es decir, toda la obra de carpintería para el colegio. Era un español muy trabajador.

El solar contiguo al Norte, estaba vacío, sin cerco. Desde el Colegio se veía la casa del general Urdinarrain (41), situada calle por medio al Norte, pues nada estorbaba la vista.

El solar Oeste, adyacente al precedente, tenía el edificio de que ya hemos hablado, que ocupaba en aquel año el Dr. Victorica (43). Se conserva hasta hoy el mismo.

Siguiendo al Oeste de la sastrería de don Roberto (calle Galarza), había un sitio, y en seguida la casa de familia y de negocio de don Juan Barañas, edificio colonial también, que llegaba hasta la esquina Oeste. Se conserva el mismo pero abandonado. Nada de la lujosa sala, aseo y comodidades en que vivía la distinguida familia del Sr. Barañas (44).

La manzana que sigue al Norte, calle por medio, era la mayor población, más compacta y de mejores casas. La casa del general Urdinarrain, media cuadra de frente a la calle mirando al Sud, tenía, un cercado de pared con las piezas interiores, y la huerta sobre la calle hacia el Este.

A la de Urdinarrain, seguía ocupando al otro lado al Oeste la casa de Sagastume (42), edificada en sus 2 frentes, como se conserva hasta hoy. En la esquina Sud Oeste había una gran tienda, y siguiendo la vereda hacia el Norte, en la última habitación, zaguán y patio, tenía su taller de pintura don Bernardo Victorica, y en sus dos piezas interiores, sobre el patio con naranjos y otras plantas, vivían Mariano Alisedo y Benjamín Basualdo. Yo los acompañé durante el tiempo de unas vacaciones que fui a pasar al Uruguay. Creo que fue en 1868, cuando la epidemia del cólera.

Siguiendo la misma vereda al Norte hasta la esquina estaba la casa de material, y la misma que se conserva hasta hoy, del anciano don Manuel López (45). En las primeras habitaciones con zaguán y patio vivía él completamente solo, pues era solterón. En la otra mitad de la finca hasta la esquina las piezas con huerta de durazneros y otras plantas, y con cerco sobre la otra calle que hace ángulo, las alquilaba el Sr. López. En 1864 vivían en el cuarto de la esquina Bartolomé Tasco y Mariano Alisedo. Yo pasé las vacaciones de dicho año con ellos en esa casa.

En la esquina del frente al Norte vivía en un rancho rodeado de higueras y durazneros, una vieja mala y sumamente insolente, Juana Herrera (46). Había conocido a la madre de Tasco, por lo cual se creía autorizada para hacer sus visitas bien de madrugada para pedimos yerba, azúcar y tabaco. Nos colmaba de improperios cuando no se la atendía. Su anuncio era con la palabra invariable al llamar la puerta: “Bartolomé, ¿sois vos?”, refiriéndose a Tasco para que la atendiera.

Hasta hoy, el Dr. Benjamín Basualdo, que presenciaba las impertinencias de la vieja Herrera, cuando encuentra alguno de los amigos enterados, los saluda con la frase “Bartolomé, ¿sois vos?”.

Otro cuento

Mariano Alisedo arrojó en la huerta, unos duraznos saturados de alcohol, que se habían podrido y que él utilizaba para postres. La innumerable cantidad de gallinas, patos, pavos y palomas, que mantenía el Sr. López, se pasaron a nuestra huerta y se comieron los duraznos. Un rato después era aquello un barullo infernal de gritos, cantos destemplados, atropellos y peleas, los patos parecía que lanzaban carcajadas. A la bulla salió de su cuarto (dormía siesta) don Manuel López, y por sobre el cercado divisorio de palo a pique, nos increpó con mucho enojo de lo que pasaba, sin querer persuadirse de que no hubo nada intencional en el barullo debido a la embriaguez que habían agarrado los animales con los duraznos alcoholizados, 2 o 3 patos murieron. Este Señor López, he sabido hace poco, que había sido, nada menos que hermano materno de Ramírez, y de padre y madre de R. López Jordán.

Guardaba muchos documentos de Ramírez, lo cual me ha referido varias veces Dámaso Salvatierra, pariente político de López. Desgraciadamente se ignora el destino de esos documentos. Actualmente, la casa de don Manuel López, pertenece a la familia López, parientes, que la ocupan.

La manzana que sigue al Norte, no recuerdo de su edificación sobre la calle, que hemos explicado, fuera de la que ocupaba la vieja Herrera, pero la parte Noroeste (hoy calle Leguizamón) tenía la misma casa que hoy, del Dr. Wenceslao López (47), padre del Dr. Mariano López su actual propietario. En la esquina había una tienda bien surtida, pues el Sr. López era uno de los comerciantes de más giro en aquel año. Al frente (manzana al Norte), había la casa de un Sr. Mas Ramón creo la misma que se conserva hasta hoy, y figuraba también en el comercio de aquellos años, y por esos barrios el bazar de un Sr. Podestá.

En la esquina Sud de la manzana de López, misma calle, tenía el taller de hojalatería N. Casas (48), era el que componía todo lo de su arte para el colegio, y también lo extraño a él, los instrumentos de cobre de la banda de música con soldaduras como para tachos. Gracias a esto que podía yo, como encargado de la sala de música tener el privilegio de algunos pequeños momentos de salida del colegio, llevándole los instrumentos rotos.

El mismo Casas fue el constructor de todos los faroles para el alumbrado público de la ciudad, cuando se estableció por primera vez, a vela o aceite (no se conocía el kerosene). Todavía hay unos soportes de fierro encajados en las paredes, de los que pertenecieron a dichos faroles, de forma de tronco de pirámide rectangular.

Volviendo a la manzana en cruz con el vértice Noroeste del colegio, y siguiendo la vereda norte de la calle Galarza, después de la casa de Barañas, calle por medio al Oeste, el primer solar era un sitio con una caballeriza o panadería, y el solar siguiente, toda la media cuadra, la ocupaban las piezas de techo de paja que decíamos, el hospital  (49), que estaba ocupado como dormitorio perteneciente al colegio, al cuidado de José Luis Churruarín.

En la manzana del Oeste, en el solar primero con el mojinete, hacia la calle, que gira de Sud a Norte, y en medio de una huerta de duraznos cerco de palo a pique, se trasladó el Dr. Larroque con su familia, cuando desocuparon las habitaciones del colegio (50).

De la edificación que seguirá al Oeste sobre la misma vereda Norte de esta calle (Galarza) no tengo recuerdos, pero creo poder afirmar que casi todos eran cercados de palo a pique.

En cuanto a la vereda Sud, frente del dormitorio denominado “el hospital”, que ya he mencionado, en la mitad de la cuadra, existía una casa de rejas y de azotea donde vivía la familia Bousquet (51), cuya casa se conserva igual hasta hoy. En seguida al Oeste, la esquina era de material, y al frente de ésta, calle por medio, la misma casa de material y azotea, con alguna modificación en las aberturas, que está actualmente ocupada, según creo, por la tienda del Sr. Cepeda (52). Casa que debería conservarse como reliquia, pues en ella funcionaba la escuela de don Lorenzo Jordana en 1849 que fue la base, se oficializó, y quedó constituido y fundado, según el decreto del gobierno, el Colegio del Uruguay. (Julio de 1849).

Los colegiales fundadores, sin discrepancia, entre ellos, Juan B. Martínez, he oído que en dicha casa funcionaba el Colegio cuando se estaba construyendo el edificio actual.

Sobre la misma vereda, cuadra siguiente Oeste, estaba igual que hoy la casa del general Galarza (53), con su destacado mirador. Del caserío hacia el Oeste de esta calle, sobre ambas veredas, recuerdo muy poco: casi todos eran cercados de palo a pique, y algunas esquinas con ranchos.

Volviendo a la manzana Oeste del colegio, estaba dividida en dos por un cerco de palos. La mitad Sud pertenecía al colegio, y sólo contenía bastantes árboles de naranjos, en mal estado.

En 1860 o 61, más o menos, se construyeron cuatro o cinco piezas con techo de mojinetes pajizos, en dirección Este-Oeste, con la cabecera Este al frente de la actual puerta de servicio del Colegio, sobre la calle que lo separa, y como a 10 m. del cerco. La primera y la segunda eran la enfermería, que cuidaba Pedro Balarino. A Bartolomé Casco y a mí nos cuidó con habilidad de una gripe con fiebre durante su duración de tres a cuatro días.

Las otras dos piezas que seguían contiguas hacia el Oeste, casi hasta llegar al fondo del terreno, eran dormitorios del Colegio. Un año me tocó estar en uno de ellos, con mis inseparables compañeros, Mariano Alisedo, B. Casco, y otros. Es imposible olvidar ni desimpresionarse de las hermosísimas mañanas de invierno, sin viento, con un sol brillante, y la atmósfera limpia y perfumada que pudimos admirar y aprovechar desde ese dormitorio-rancho, que recibía y dejaba pasar a su interior esos perfumes, esa luz y ese aire de bendición, que alegraban nuestros espíritus juveniles.

Como a la mitad del cercado de palo a pique divisorio de Este a Oeste, y como a cinco m. al Norte de las piezas descriptas, separado por el cerco, se extiende un gran galpón de paja que cubría los hornos en los que su dueño, el confitero bien conocido don Juan Carrav (54), horneaba las masitas. El cerco no le valía para salvarse de los robos de masitas que le hacían los colegiales traviesos.

Edición. Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Texto extraído de Aráoz, Luis, “Del tiempo viejo”, 2001

 

 

 

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