Un 11 de noviembre de 1860, reunión de Derqui, Urquiza y Mitre

Palacio “San José”

Un  11 de noviembre de 1860

(Por el Lic. José Alejandro Vernaz)

Visitas ilustres en la capital entrerriana

Recordamos hoy, 160 años de aquella histórica visita a Concepción del Uruguay por parte del presidente de la república Santiago Derqui, y del entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, Bartolomé Mitre. Ambas personalidades arribaron a nuestra ciudad, capital de Entre Ríos por entonces, para conmemorar el primer aniversario del Pacto de San José de Flores, con el que se había puesto punto final a la secesión de la provincia de Buenos Aires, lográndose así la tan anhelada unidad nacional. El presidente Derqui había llegado a nuestro puerto local en el vapor de guerra “9 de julio” el 8 de noviembre de 1860, mientras que el gobernador de Buenos Aires lo hizo el 10 de noviembre de 1860 en el “Guardia Nacional”.

La estadía en la residencia del gobernador de Entre Ríos

Como sabemos, los ilustres visitantes se alojaron en el Palacio San José en medio de un gran marco festivo. Inolvidable fue el gesto y las palabras empleadas por Mitre ante Justo José de Urquiza: “Gracias a vuestra magnanimidad la provincia de Buenos Aires es parte integrante de la República; su gobernador no poseerá más este bastón que señala la época de la segregación. Os toca conservar esta prenda de seguridad como una conquista que habéis hecho.”

Como recuerdo de aquel grato acontecimiento, Justo José de Urquiza hizo distribuir las medallas grabadas por el artista Pablo  Cataldi.

El profético discurso de Mitre

Antes de despedirse, Justo José de Urquiza les hace conocer a Mitre y Derqui, las dos obras edilicias más grandes de Concepción del Uruguay. Primero visitaron la Basílica de la Inmaculada Concepción, y luego, se dirigen al Colegio del Uruguay. Al llegar al Colegio, Urquiza dirige la palabra al alumnado. Seguidamente hace lo propio Mitre, que como bien expresa el gran historiador local Oscar Fernando Urquiza Almandoz, se trató de todo un elocuente vaticinio: “De entre vosotros han de salir los ciudadanos ilustres y fuertes para quienes la patria tiene reservado el don de las futuras glorias, en el campo fecundo de la paz; los que tendrán a su cargo la honrosa tarea de dirigir los destinos de la Nación, los que redactarán y comentarán las leyes y los códigos; los que fijarán las líneas definitivas de la demarcación; los que navegarán nuestros grandes ríos inexplorados y fijarán sobre sus fértiles riberas los nuevos centros de población; los que trazarán en las ricas llanuras desiertas todavía, los contornos de las futuras colonias que labran la fortuna pública y privada.”

El precio de los intereses

Las cortesías a las importantes visitas, culminaron con un gran baile en el “Club Uruguay” en horas de la noche. Luego, el presidente de la república y el gobernador de Buenos Aires partieron a sus respectivos destinos.

Desgraciadamente, esas horas soñadas vividas en el Palacio San José, como ese clima de unidad que se respiraba en el ambiente y que parecía tener tanta solidez , en el trascurso de esa misma semana comenzó a derrumbarse con el magnicidio del 16 de noviembre en las lejanas tierras sanjuaninas. Asomaba un nuevo capítulo en la historia nacional.

¿Por qué todo duró tan poco? ¿Acuerdos de los miembros de una sociedad secreta que imponen las reglas de juego en el tablero político? ¿La soberbia y el orgullo de quien no se resigna ante un nuevo orden nacional? Lo que sí queda claro, es que el meridiano político como el económico no puede pasar fuera de Buenos Aires.

 

Texto: Lic. José Alejandro Vernaz. Fuente: “Historia de Concepción del Uruguay” Prof. Oscar F. Urquiza Almandoz. Tomo II.

 

El primer vuelo de Concepción del Uruguay

Avión Bleriot IX 1909 (Foto ilustrativa)

En este mes de noviembre, se habrán de cumplir 110 años de la interesante experiencia de ver volar por primera vez sobre nuestro cielo, a un aparato más pesado que el aire, un monoplano (de una sola ala) de los que acababan de llegar de Europa.

1910, fue el año de los inicios de la aviación en nuestro país. Con motivo de celebrarse el primer centenario de nuestra independencia, se organizaron en la capital Argentina, y como parte de los festejos celebratorios, los primeros
espectáculos aeronáuticos.

En ese sentido se contrató a un grupo de aviadores europeos, particularmente franceses, entre los que aparece Armand Prevost.

Paralelamente se introducen los primeros aviones. Prevost, fue presentado junto con sus compatriotas en los salones del Aero Club Argentino el 10 de febrero de 1910.
Venía este piloto con antecedentes destacados aunque empezó actuando como mecánico. Dice Antonio M. Biedma en su “crónica histórica” que ninguno de los pilotos llegados “era titular del clásico brevet cuya obligatoriedad establecía precisamente a fines de 1910, el Aero Club de Francia, como requisito indispensable para participar en actos de su patronazgo”.

Paralelamente a la llegada de estos aviadores la casa “Mestre et Blage” de París que tenía en 1910 una sucursal en Buenos Aires en la calle Lavalle al 1200 introduce el monoplano Bleriot modelo  XI, con motor Anzani, de 25 HP, una hélice tractora, rueda de alambre tipo bicicleta. Telas con las que se cubrían los planos: algodón, lino y ramis, con una o dos manos de barniz; cazoleta de
aluminio, cables, cintas y cuerdas de piano de acero. Maderas: pino americano, abeto, haya y fresno.

Este aparato fue llevado por el lado de Santa Fe sin mayor trascendencia. De regreso de esa gira el Bleriot fue comprado por Hernán Drabow que organizó una gira por Concepción del Uruguay, Paysandú, Salto Oriental y Concordia, con Prevost corno piloto. La gira terminó con un fracaso completo quedando el avión embargado por gastos de transporte y deudas.

Un estudioso uruguayo, Juan Bosco Oberti, publicó en “La Gaceta de la Aviación” de Montevideo, el 8 de mayo de 1989, la siguiente noticia “A un comerciante y empresario sanducero, el señor Fernando Borrell se le ocurrió traer algunos a su ciudad (se refiere a algunos de los aviadores franceses recientemente llegados a Buenos Aires) con el compromiso expreso de que debía ser cuanto antes para tener Paysandú el honor de ser la primera ciudad del país que viera volar un avión”.

Borrell se trasladó hasta nuestra ciudad tomando contacto con el nuevo empresario, con el aviador Prevost y con sus mecánicos. Leemos en el periódico “La Juventud” de fecha 16 de noviembre de 1910: Día de la Aviación: “Mañana se realizará la emocionante prueba de elevación de aeroplanos, entre nosotros. El espectáculo es nuevo, por aquí, y representa el primer vuelo por esta latitud del globo terrestre. La empresa arriesgada del aviador se efectuará mañana a las 4 p.m. en el hipódromo, siempre que el tiempo lo permita”.

El periódico “La Juventud” de ese día 16 de noviembre comenta que en los ensayos previos que realizó el aviador durante la mañana, el aeroplano se precipitó a tierra cuando evolucionaba a unos 40 metros de altura, resultando ileso el piloto, pero el avión con considerables deterioros, por lo que la anunciada experiencia, novedosa en nuestro medio, quedaba postergada. El avión Bleriot fue restaurado en los talleres del M.O.P.

Las expectativas por ver volar por primera vez a un avión sobre el ámbito entrerriano, quedaron latentes y se acrecentó a medida que pasaron los días.  La máquina fue reparada satisfactoriamente y Prevost se preparó para la interesante demostración el día 28 de noviembre.

Leemos en el aludido periódico: Ascensión de Prevost: “El anuncio de la ascensión de Prevost, llevó al hipódromo algunos centenares de personas. Pocos momentos después de la hora de la ascensión, Prevost inició la tentativa del vuelo, de sur a norte y poco después logró subir en dirección al este o sea hacia la ciudad” (recordemos que el viejo hipódromo se encontraba al oeste de la ciudad, en la sección quintas, próximo al actual Cristo de los Olivos, junto al camino que pasaba por el puente de fierro). Seguimos leyendo en “La Juventud”: “El aeroplano se elevó a más de 30 metros más o menos y desapareció de la vista del pueblo descendiendo como a unas diez cuadras en un viznagal”.

Luego se vio llegar al aviador a caballo, que solicitara en el lugar de su descenso. El valiente joven se munió de unas pinzas y volvió al punto de su máquina. No había ocurrido ningún percance de interés; solamente que el timón no gobernaba y el aviador optó por descender.”

“Una hora más tarde, desde el mismo lugar del descenso Prevost se elevó con su máquina, gobernándola con toda pericia; llegó frente a las tribunas del hipódromo, flanqueó hacia la izquierda dando una vuelta sobre la quinta de Nadal y volvió al punto de partida, descendió con fácil maniobra desde una altura de 80 metros, en la que se hallaba al regreso.

El aviador fue entusiastamente aplaudido y obsequiado con ramilletes de flores al descender después de su segundo feliz vuelo, del monoplano 49 Bleriot”.

En “La Juventud” del 29 de noviembre se anuncia un segundo día de aviación tras el cual Prevost y su avión se trasladarían en vuelo hasta Paysandú.

La nueva ascensión se realizaría en los terrenos vecinos a la Sociedad Rural, al noroeste de la ciudad, en las proximidades de los actuales barrios América y
Bartolomé Zapata.

El espectáculo se anunció para el día 2 de diciembre y se realizó con bastante mala fortuna ya que terminó llevándose por delante el brocal de un pozo abandonado rompiéndose el eje y quedando sin gobierno la máquina. No obstante que la decepción empezó a cundir entre la población concurrente, se destacaron algunos actos de reconocimiento para con el valiente aviador.

Dice La Juventud: “la señora de Torrá, obsequió ayer con una medalla religiosa pendiente de una cinta de seda, al aviador señor Prevost, que se muestra muy agradecido a tal atención, así como la amabilidad y cooperación del señor Presidente de la Sociedad Rural, jefe de la Comisión del Río Uruguay y de la Usina de Luz Eléctrica, etc.”.

El Dr. Lucilo B. López, obsequió anoche con champagne a los señores Drabow, Prevost y Pessina, “…participando de esta improvisada reunión los Sres. Lagier, Sanz y el director de esta hoja”.

Los comentarios del periódico “La Juventud” sobre la experiencia comentada terminan el día 6 de diciembre diciendo entre otras cosas: “…no puede admitirse en estas circunstancias que la Empresa de Aviación, haya traído a nosotros, un propósito especulativo, porque los resultados pecuniarios no han alcanzado ni para el pago de la “vianda diaria” del personal que responde necesariamente al objeto de la aviación de Prevost. Este, por último logró su vuelo en el hipódromo y dejó demostrado la suficiencia entonces del motor que guía su aparato y al que se atribuyen deficiencias que han impedido las intentonas posteriores”.

De los estudios realizados se deduce que C. del Uruguay fue la primera ciudad entrerriana que en los inicios del siglo XX viera sobrevolar a uno de aquellos “pájaros mecánicos” que marcarían  los inicios de una aeronáutica, desde entonces en permanente evolución.

Luego Armand Prevost se trasladó a Paysandú, dónde los días 7 y 8 de diciembre de 1910, en el hipódromo realiza lo que se considera el primer vuelo en la hermana república Oriental. El aparato que realizó esta auténtica gesta, está actualmente en exhibición en el Museo Nacional de Aviación (Morón, Argentina).  

Edición: Virginia Civetta y Carlos Ratto. Texto: Miguel A. Gregori, “Partió en avión y volvió a caballo”. Diario La Calle 7 de noviembre de 1993

 

Creación de Río Uruguay, Cooperativa de Seguros

Los que aparecen en la foto son (de izquierda a derecha): Jorge (Gringo) Bonvín, Rodolfo Oscar (Ciego) Negri, Arnoldo Domingo Ripoll, Beatríz Ahumada, Humberto Walser, Juan José (Nené) Pessi, Mario Camargo (atrás), Tomás Montañana, Raúl Godoy, Pedrito Bernardi, Raúl Soto (atrás), Roberto Benetuce, Luis Caliba, Jorge (Cunito) Andisco (más atrás), Nélida Scarbol, Manuel (Chicho) Arca (atrás), Graciela Rodriguez, Silvia Moussou, Miguel Eyeralde, Rita Pretto, Cipriano Marcó, Daniel Zalazar, Antonio Corazza, Hirschhorn, José Kohan, Nélida Maneyro, Lorenzo Gaggino, Francisco Hraste, Orlando (Chino) Corazza, Teodoro Marcó, Griselda Elizalde, Laura Bobbet, Marcela Marcó, Daniel Almada (atrás) Luis Pinilla (sentado), Isabel Rastelli, Fredy Treboux, Edgardo Morales, Guillermo Vázquez, Jorge Marcó, Jorge (Negro) Delmonte y Ciprianito Marcó. Foto: Rodolfo Negri. Año 1976

 

Creación de Río Uruguay, Cooperativa de Seguros

Si bien, oficialmente, se reconoce como fecha de su fundación la realización de la Asamblea Constitutiva realizada el 21 de diciembre de 1958, lo cierto es que la génesis de esta, hoy una importantísima compañía de nivel nacional, está en aquella reunión convocada por Salomón Liberman y el Ing. Cipriano Miguel Marcó que se realizara en SIBSAYA, el 27 de septiembre de 1958.

El escritor local, Rodolfo Negri, quien fuera parte de esta empresa durante gran parte de su desarrollo, nos ha permitido transcribir un fragmente de su libro, aún  inédito, titulado “Defender lo nuestro: historia de Río Uruguay Seguros”.

La idea y su maduración

El día 27 de setiembre de 1958 se movilizan habitantes de Concepción del Uruguay para promover la creación de una empresa de seguros. Movió a los iniciadores de este emprendimiento, como dice el acta respectiva, “las ventajas que reportaría a nuestra zona, económica y socialmente, la constitución de una sociedad de esta especie”. Se consideró la importancia de capitales que emigraban fuera de la zona y de la provincia en concepto de primas de seguros y las ventajas que importarían las inversiones que pudiesen hacer con esos capitales dentro de la zona de influencia de la futura sociedad. También se consideró fundamental un servicio mejor y un trato más equitativo y un abaratamiento de las primas para los asegurados de la zona. Por fin como también consta en dicha acta se resolvió promover la constitución de una cooperativa pensando que la mejor solución a los problemas antes citados era que los asegurados fueran sus propios aseguradores.

Aquella primera reunión del 27 de setiembre se hizo a invitación del señor Salomón Liberman y del Ing. Cipriano Miguel Marcó llevándose a cabo en SIBSAYA SA y donde participaron, además de los nombrados:

Efrain Ahumada, Salomón Baratz, Abraham Salzman, José Kohan, Jacobo Metzman, Jose G. Argachá, Saverio Angió, Manuel Abramovich, José Chiovetta, Francisco Hraste, José Alonso Rivero, Teodoro Marcó, Alfredo Ripio, Juan María López, José M. Pasadore, Aron Gamarnik, Manuel Blastein, José Bariffo y Malconlm Smith.

En la oportunidad se conforma una Comisión Provisoria que se encargaría de la ejecución de las primeras gestiones.

Decisiones fundamentales

Acta Nº 1. Gentileza Rodolfo Negri

En el comienzo de esos debates se hacía mención a si sería mejor constituir una Sociedad Anónima o una Entidad Cooperativa y después de discutir sobre el tema, se arribó a la conclusión, simple y sabia, que sería mejor que fuera esta última figura jurídica (la Cooperativa), la que amparara a la nueva empresa, porque de esa manera tendría mayor adhesión popular. Es decir, prefirieron hacer solidaridad y no lucro en función de pocas personas. Y esto es destacable porque precisamente todos estos pioneros tenían suficiente capacidad económica y aptitudes personales para haber constituido una empresa para su propio beneficio y sin embargo lo hicieron para el conjunto social, constituyendo una asociación basada en la Solidaridad y la Ayuda Mutua.

Los primeros pasos

La Comisión Provisoria convocó por todos los medios a su alcance, además de llevar a cabo invitaciones personales a todos los vecinos de nuestra ciudad y localidades aledañas a la Asamblea Constitutiva que se llevaría a cabo en el local del Centro Comercial y de Intereses Departamentales de Concepción del Uruguay el día 21 de diciembre de 1958.

En dicha ocasión se nombraron las autoridades de la Asamblea, confirmándose en sus cargos de presidente a Salomón Liberman y de secretario a Saverio Angió, se sometieron a consideración los estatutos, que elaborara el Dr. Teodoro Marcó, y se determinó la constitución de una sociedad cooperativa de seguros  denominada “Rio Uruguay” Cooperativa de Seguros Limitada y se suscribieron las primeras acciones. El primer presidente de su Consejo de Administración fue el señor Salomón Liberman.

No fueron fáciles los comienzos y los trámites correspondientes se tornaron engorrosos y llevaron tiempo; consiguiéndose -por fin- la aprobación de los estatutos el 13 de julio de 1961 y la personería jurídica con fecha 28 de marzo de 1961. La inscripción en la Dirección de Registro de la Dirección Nacional de Cooperativas registra la fecha del día 2 de agosto de 1961 y finalmente la burocrática tramitación concluyó con la incorporación en el Registro Público de comercio, el 14 de setiembre de 1961.

Pero la tarea no terminó allí, sino que, por el contrario, faltaba un tema fundamental: completar el capital mínimo exigido por la Superintendencia de Seguros de la Nación para obtener la autorización para operar, al comienzo, en una sola rama de la actividad, que en este caso era el poder trabajar cubriendo el riesgo de Incendio.

Transcurrido un tiempo en que a pesar del esfuerzo realizado no se pudo completar el capital exigido, los miembros del Consejo de Administración de ese momento, decidieron integrar aportando de sus propios bienes las acciones faltantes y con ello se pudo lograr por fin, el 18 de enero de 1963, la inscripción como entidad aseguradora.

Pero se aspiraba a más. Se quería crecer, contando con una entidad que pudiera abarcar otros ramos, amparar otras coberturas.

En el Acta del 21/9/1965 se decide realizar una reunión con la Asociación de Cooperativas del Departamento Uruguay para organizar un Seguro de Vida Mutual para empleados y asociados a Cooperativas.

El 8 de octubre de 1965 se hizo cargo de la presidencia del Consejo de Administración el Ing. Cipriano Miguel Marcó. Su personalidad –franca, abierta y con una bonhomía muy particular- marcaría toda una forma de ser que le darían un perfil propio a la naciente entidad a quien dirigiría por 27 años.

El 18 de abril de 1966 asumió la Gerencia General otra figura emblemática de la empresa: Manuel Alberto Arca, que todos conocían bajo el seudónimo de “Chicho”, quien se desempeñaría a lo largo de 22 años, pasando luego a formar parte del Consejo de Administración.

Por aquellos tiempos se volvió a incrementar el capital cooperativo hasta alcanzar el número exigido para operar en otra rama y el 3 de noviembre de 1966 se logra la autorización para trabajar en el ramo de los automotores.

El 10 de noviembre de 1966 se aprueba la compra de la propiedad de 9 de Julio y Congreso de Tucumán a Provet S.A. por $ 4.500.000 m/n. (lugar que ocupó – consecutivamente y a lo largo de los años- la primera administración de RUS, el primer Centro de Cómputos, la primera Agencia Concepción del Uruguay y luego compartieron los Procesos de Capital Humano y Desarrollo Territorial y Comercial).

Propiedad de “Rio Uruguay Cooperativa de Seguros Limitada”

A la izquierda de la foto, la casona de Pedro Busquets

El 27 de marzo de 1967, la antigua casona de la familia Busquets, es adquirida a la Sociedad Provet S.A.C.I.F.A por la pujante “Río Uruguay Cooperativa de Seguros Limitada” representa en el acto por su Escribano Lorenzo Gaggino, interviniendo en el acto notarial el Escribano Carlos Alberto Fraga.

Al edificio, se le efectúan importantes reparaciones y modificaciones para adaptarlo a las necesidades de la Cooperativa de Seguros, siendo inaugurado el 29 de septiembre de 1967, coincidente con la Asamblea General Ordinaria de socios, correspondiente a ése año.

En el año 1978, el edificio es sometido a nuevas modificaciones, acorde planos aprobados por la municipalidad local en el expediente Nº 339.844. A fines del año 2000, el ingreso al edificio, sobre calle Congreso de Tucumán, es remodelado, permitiendo un acceso independiente a la planta alta, sede de las autoridades de la cooperativa.

No obstante las refacciones efectuadas, la antigua casona sus paredes, han sido testigos de importantes hechos históricos de nuestra ciudad y aún del país.

Comienzo del armado técnico-administrativo

Almacén Murillo, hoy Río Uruguay Seguros

En noviembre de 1967: “El Señor Contador de la Cooperativa Oscar I. Meichtry eleva un informe al Consejo de Administración sobre sus gestiones realizadas en el INdeR” (se detallan puntualmente) … “Respecto de la marcha de la Cooperativa quiero hacerles llegar estas inquietudes: “…el aumento de la evolución hace necesario que el ambiente que actualmente ocupan: contaduría, gerencia y pólizas sea ocupado en lo sucesivo únicamente por Contaduría”. Más adelante dice “Es necesario aumentar el personal ya que hay que individualizar la caja en una sola persona…”.

Al analizar todas las inquietudes presentadas por el Contador el Consejo resolvió llamar a concurso para empleado “…dejando también expresa constancia de que es deseo del Consejo de Administración de que el personal administrativo rote en sus funciones a fin de mayor y mejor interiorización del movimiento de la Cooperativa…”.

Así comenzaba a crecer y a organizarse Río Uruguay Seguros. El 1 de setiembre de 1968, se toma la determinación de ampliar ramos apuntando a incorporar Vida Colectivo y Granizo.

En Noviembre de 1970, la Superintendencia de Seguros de la Nación autoriza a operar en el ramo de Responsabilidad Civil.

Estructura inicial

La parte institucional -como mencionamos- estuvo a cargo del Ing. Cipriano M. Marcó quien era acompañado (entre otros) por el Dr. Teodoro Marcó, el Escribano Lorenzo Gaggino, Octavio Paoli, José Kohan, Moisés Gilitchensky, Luis Lerner, Antonio Corazza, Eduardo Costa, Martín Hisrchon, etc.

En cuanto a la dotación que se encargaba del funcionamiento administrativo, se fue constituyendo muy de a poco, contando –al comienzo- con una estructura operativa inicial formada por un reducido número de empleados que comenzó a desempeñarse en el edificio de calle Congreso de Tucumán y 9 de Julio. Con el tiempo el espacio físico se ampliaría adquiriendo la propiedad de Congreso de Tucumán donde funcionaba lo que se conocía como el “Almacén de Murillo” que le permitiría utilizar la dirección histórica de la Cooperativa, de calle Congreso de Tucumán número 21. Años después se compraría parte de lo que fuera la ferretería Marcó, Bartét y Cía. y esta adquisición le posibilitaría incorporar un nuevo y espacioso lugar, además de tener una nueva salida por la calle 14 de Julio número 22.

Más acá en el tiempo la Compañía se fue diversificando y ampliando sus rubros y su alcance. Pero, eso, ya es otra historia.

Texto: Rodolfo Negri.

 

 

La Sociedad Española de Socorros Mutuos

 
Edificio de la Sociedad Española de Socorros Mutuos en 1978, foto extraída del libro del Prof. Gregori
 
Desde los orígenes de nuestro país y de nuestra ciudad, la población originaria de España fue muy numerosa y de mucha gravitación social y política, baste decir que los más grande caudillos locales, Ramírez, Zapata, López Jordán, Urquiza, etc. Fuero de ascendencia peninsular. No obstante ello, hasta pasada la mitad del siglo XIX, aún no había consolidado una agrupación que los represente y auxilie de ser necesario, lo que muchas veces era necesario.
 
Es así que en los primeros meses del año 1878, se comienzan a realizarse reuniones entre los ciudadanos españoles y sus descendientes, estas conversaciones llegan a un punto tal que los mismos se “autoconvocan”, con el fin de lograr una unión entre ellos, y, a tal fin conforman una “Comisión invitadora”.
La Comisión estuvo integrada por Claudio Ituarte, Victoriano C. Guzmán, Benigno Teijeriro Martínez, Manuel D. Naviera y Martín Gutiérrez y tuvo un gran éxito en su convocatoria, ya que el 19 de abril de 1878, ciento veintitrés personas de la colectividad se reúnen en la casa de Manuel Naveira para celebrar la “reunión preparatoria”.
 
Los miembros de la “Comisión invitadora” expusieron antes los vecinos convocados que el objetivo de la misma era “…formar una sociedad de Socorros Mutuos, compuesta puramente por ciudadanos Españoles y sus hijos…”; además, presentaron ante la concurrencia dos Estatutos de Sociedades Españolas, uno de Buenos Aires y otro de Asunción del Paraguay, una vez que ambos fueron leídos, no hubo acuerdo sobre algunos puntos de los mismos, por lo que se procedió a nombrar una Comisión que redactara un nuevo estatuto para la Sociedad de Concepción del Uruguay, para integrarla fueron designados los Sres. Claudio Ituarte, Benigno Teijeriro Martínez y Martín Gutiérrez.
El Acta redactada luego de esta reunión y firmada por los ciento veintitrés asistentes, establece que “…quedó definitivamente instalada (…) bajo el nombre de “Sociedad Española de Socorros Mutuos de la Concepción del Uruguay””. Por lo cual se ha tomado esta como la fecha de fundación de la Sociedad de nuestra ciudad.
La primera Comisión Directiva estuvo conformada por: Presidente: Martín Gutiérrez; Vicepresidente: Claudio Ituarte; Secretario: Raimundo Naveira; Tesorero: José Elorza; Subtesorero: Manuel Naveira y como vocales: Victorino Guzmán, Benigno T. Martínez, Miguel Otamendi, Ramón Bergadá, Gumersindo Rodríguez, Manuel Bastarrica y Juan Alsina.
 
Las primeras reuniones, al no tener la sociedad una casa propia se realizaban en el domicilio del Secretario, Raimundo Naveira, ubicado en calle Londres Nº 65 (actual J. Perón), o más tarde en la casa de Antonio Rodríguez, quien lo sucedió en el cargo durante varios períodos. Las Asambleas, también se realizaban en diferentes lugares como ser el teatro “Primero de Mayo”, la “Sociedad Unión Uruguaya” o el salón del Concejo Deliberante de la municipalidad local.
Una de sus primeras medidas fue la de designar un “portero y cobrador”, cargo que recayó en Victoriano Naviera con un sueldo de veinte pesos bolivianos metálicos.
Finalmente, luego de numerosos trámites, la Sociedad recibe el decreto que le otorga la Personería Jurídica en agosto de 1897.
 
Los primeros servicios
Una vez organizada administrativamente, la Sociedad, procedió a designar al primer médico para atender a sus socios, esta tarea recayó en primer lugar en el Dr. Honorio Leguizamón, y luego en los médicos Del Castillo, Fustes, Quesada, Eyles y posteriormente en el Dr. Alberto Ugarteche, teniendo en cuenta la abnegada tarea de este último, a fines de 1879, la sociedad organiza una “…suscripción voluntaria para ayudarle a adquirir un carruaje que le facilite el desempeño de su profesión”
Asimismo, y para facilitar el acceso a los respectivos medicamentos, se firman convenios con tres “boticas” de la ciudad, la se Seekamp, la de Richardini y la de “Cigorraga y Cía.” Y también suscribe un acuerdo con el “Hospital Español” de Buenos aires para poder derivar allí a los pacientes que requieran un tratamiento más complejo.
Dentro de los aspectos sociales, vemos en abril de 1884 a la Sociedad participando en la formación de una compañía de bomberos voluntarios, solicitando fondos al municipio para ayudar al sostenimiento de la banda de música que se acababa de crear en su seno y disponiendo, en el año 1887 un aporte mensual permanente para el hospital de caridad de esta ciudad, además de ayudar a la madre patria en muchas de las catástrofes naturales o políticas que ahí se suscitaban.
 
En 1926 adhiere a los festejos del centenario de la erección en ciudad de la Villa de Concepción del Uruguay y contribuye en la compra de una imprenta para la Escuela argentina de Ciegos y en 1933 se asocia a los homenajes que le brinda la ciudad al Dr. Mariano López.
 
La sede propia
El 14 de julio de 1886, y como una forma de capitalizarse, la sociedad compra la propiedad de la esquina de las calles Galarza y Mendoza (Hoy Leguizamón), ubicada frente al colegio del Uruguay y que era conocida como el “Café de Atilio”. Esta compra movilizó a muchos socios que vieron la posibilidad de instalar ahí su sede propia, así que se le solicitó al Ingeniero Julio Henri la confección de los respectivos planos. La nueva sede se construiría derribando la construcción ya existente en el lugar
Esta decisión provocó no pocos reclamos, de modo que se nombró una comisión para estudiar la construcción de la Sede en un terreno baldío lindero al “Café de Atilio”, sobre calle Galarza, ahí ya surgió la idea de hacer de dos pisos y dejar la planta baja para alquiler. Finalmente, esta obra quedo solo en intenciones.
Transcurría el tiempo y la Sociedad seguía sin tener una sede propia, lo que provocaba muchos contratiempos administrativos, como por ejemplo la pérdida de documentación. Es así que en el año 1917 se analiza la conveniencia de “…alquilar un local para las reuniones de la Comisión Directiva, como para las asambleas y el archivo de la sociedad, evitándose así de andar solicitando locales cada vez que haya que realizar asambleas”. Aprobado esto, la Comisión alquiló el piso de alto del teatro “Primero de Mayo”, que hubo que adecuar para tal fin, desde el mobiliario hasta la instalación de luz. En el mismo se ubicó un mástil para izar la bandera española los días festivos y un escudo español, además de decorar el salón con un cuando de los reyes españoles y de algunos de los fundadores de la Sociedad.
 
Este salón continuó siendo la sede de la Sociedad hasta febrero del año 1928 en que la “Sociedad Promotora para el Progreso” debe vender el teatro.
Pero, la comodidad que le daba el poseer el magnífico salón que daba a la plaza Ramírez, no hizo que algunos de sus socios dejaran de pensar en tener una sede propia, así en una reunión llevada a cabo el 24 de julio de 1921, el señor Antonio Gondell, haciéndose eco de la opinión de varios asociados plantea la necesidad de contar con una sede propia.
 
Esta idea finalmente cuajó y ya a mediados de 1927, se entra en contacto con el señor Miguel Esteva Berga, propietario de un solar en calles Galarza y Ugarteche, pero las tratativas no llegaron a buen término. Es recién en una Asamblea Extraordinaria llevada a cabo el 28 de agosto de 1927 cuando se informa a los socios que una “comisión especial” integrada por Antonio Vallejos, Ángel Rodríguez y Pedro Martínez Piñón, habían celebrado un contrato de compra-venta con Manuel Aurelio Jorge por la compra de un terreno que posee en la esquina sureste de las calles Coronel González (hoy Urquiza) y Rocamora, de 487 metros cuadrados. La Asamblea aprobó lo actuado y solicitó a la Comisión directiva, que en ese lugar “haga construir un edificio moderno, el que a ser posible debiera contar con dos pisos…”.
El proyecto para la nueva sede fue elaborado por Bedogni Hnos. y Cía., quienes resultaron ganadores de un concurso llevado adelante a tal efecto.
 
Una vez desalojados del Teatro “1º de Mayo”, la Sociedad solicitó permiso pal Centro Comercial para funcionar provisoriamente allí hasta que estuviera finalizado su nueva y propia Sede Social.
El 12 de octubre de 1928 se puso la piedra fundamental den nuevo edificio. La tradición oral indica que la misma, conteniendo un pergamino fue colocada en el centro del solar, a poca distancia de una gran higuera que se encontraba en el terreno y que la piedra era de granito y tenía labrada una inscripción que decía “Sociedad Española de Socorros Mutuos. Año 1928. XII de octubre”. A quienes asistieron al trascendente acto se los obsequio con un lunch para 300 personas, lo que de alguna manera demuestra lo entusiasta de esta colectividad.
Fueron padrinos de esta ceremonia el señor Manuel Cepeda y la Sra. Manuela Martínez Urquiza de Tenreyro, la tradicional bendición estuvo a cargo del padre Andrés Zaninetti, para esa fecha era el presidente de la Sociedad Clemente Bescós y secretario Antonio Vallejos.
 
Realizado el correspondiente llamado a licitación, se adjudicó la construcción de la sede la firma de Manuel Barrera, con oficinas en calle Galarza 922. Los planos correspondieron al ingeniero César Trevino de Buenos Aires habiendo colaborado el arquitecto Ramón Poch. En junio de 1929 fueron designados como inspectores de obra los ingenieros Emilio Pereira y Hernán Cettour.
Con algunas dificultades económicas en el medio, ya que la Comisión había tenido que solicitar un crédito al Banco nación para poder afrontar los costos de la obra, finalmente la misma fue inaugurada un año después, el 12 de octubre de 1929, aunque aún no estaba totalmente terminada. Entre las diversas actividades que se realizaron para celebrar la tan ansiada “Sede propia”, se destacó un lunch, en el que se “sirvió oporto y manzanilla, además de masa fabricadas “de exprofeso”, y se usaron servilletas con inscripción y escudos dorados de Argentina y España, y la atención estuvo a cargo de cuatro mozos presentados de smoking”. Finalmente la celebración concluyó con un gran baile.
 

Vista actual de la Sociedad Española

 
El panteón social de la Sociedad Española
Ya en 1882 había aparecido la inquietud de levantar en el cementerio local un panteón social, cosa que en ese momento no se pudo concretar. La propuesta surgió de uno de los socios, Francisco Comesaña la propuesta fue aceptada y se nombra una Comisión que se encargue de la factibilidad de la Obra. Una de las acciones de esta Comisión fue dirigirse al presidente municipal Dr. Daría Del castillo, solicitando una terreno para tal fin, en efecto, en la memoria presentada en febrero de 1885 Castillo expresa “Por reclamo y necesidades inmediatas y en previsión de probables dificultades, hace comprado un terreno para ensanche del cementerio, el cual consta de treinta varas cuadradas. (…), su vendedor fue d. Juan Tibiletti. Con ese ensanche, podrá cederse a la Sociedad Española de Socorros Mutuos, el local que solicitaba para levantar un mausoleo”.
 
Tiempo después, en una Asamblea Extraordinaria llevada a cabo el 20 de marzo de 1927 y por una moción de Clemente Bescós, quien solicitó como algo necesario la “erección de un panteón social como acto humanitario para los socios pobres“, propuesta que fue aceptada por unanimidad designándose una Comisión para que se encargue del proyecto y de del costo de la obra. La Comisión estuvo integrada por los señores Ramón Piñol, Antonio Vallejos y Pedro M. Piñón.
 
La construcción de la nueva sede hizo que este proyecto se demorara en el tiempo y vuelve a ser tenido en cuenta en la asamblea del 23 de septiembre de 1934, volviéndose a nombrar una nueva comisión que se encargue de la factibilidad del proyecto, designándose en esta oportunidad a los señores Gregorio Amatriain y Pedro Cladera.
Nuevamente el proyecto quedaría relegado por las urgencias de la Sociedad y recién treinta años más tarde, en los años 1966 y 1967 se pudo contratar la tan anhelada obra. Para ello en 1965 se firmó un contrato de construcción entre Sebastián Parra, presidente de la Sociedad y Justo Alberto Clement, constructor, quien había ganado la correspondiente licitación. El costo de la obra fue de $ 860.000 m/n, y no incluía “la puerta forjada de hierro, el vitraux, la confección de planos ni el pago de impuestos su los hubiere”.
Sus dos primeros moradores fueron Belisario Blanco y Antonio Gondell, en reconocimiento a su impulso a la obra que esta próxima a habilitarse.
 
En el año 1973, se dictó la ordenanza Nº 2516 por la cual se donó a la Sociedad una nueva parcela que le permitió ampliar la capacidad del panteón original.
 
(Texto: Virginia Civetta y Carlos Ratto. Extraído de Gregori, Miguel Ángel (1978), “Cien años de vida de la Sociedad Española de Socorros Mutuos de C. del Uruguay”

El casamiento en el siglo XIX

Basílica de la Inmaculada Concepción hacia el 1900
 
Al referirse a la familia del Dr. Juan Bonifacio Redruello, la escritora Uruguayense María del C. M. de Álvarez, en su libro “Hace un largo fondo de años”, nos cuenta que éste era oriundo de Santa Fe, e hijo de Don Juan José Redruello, quién prestó importantes servicios en la conquista del Chaco y; de Doña María Josefa Marcos de Mendoza, que enviudó joven, llevando una honrada vida cristiana. Luego, se traslada a Concepción del Uruguay, residiendo en una casa que existía al lado de la Basílica, donde hoy está la “Casa parroquial”, criando a sus numerosos hijos entre ellos al padre Redruello de destacada participación en los hechos de 1810, en el cual resulta electo por el cabildo local para representar la villa en la nueva junta de gobierno surgida de la “Revolución de Mayo”.
 
Pero, hoy no vamos a referirnos a la actuación de esta destacada y controversial figura sino que, nos detendremos en la transcripción que María del Carmen Miloslavich hace sobre el Acta de casamiento de los padres del futuro padre Redruello, Doña María Josefa Marcos de Mendoza y Don Juan José Redruello. Según la partida de casamiento existente en la Iglesia Catedral Metropolitana de Santa Fe, la cual dice ” El 24 de septiembre de 1759, el Dr. Antonio de Oroño, con mi licencia casó y veló en facie iglesis, a Doña María Josefa Marcos de Mendoza, y Don Juan José Redruello, ambos naturales de esta ciudad, corridas las tres amonestaciones y tomado su consentimiento. Fueron padrinos: Miguel de Quiroga y Doña Maria Xiomara de Numares. Don Miguel de Leiva.
 
Por otra parte, en el Libro 1° de matrimonios de la Parroquia de “San Sebastián” (Actual Inmaculada Concepción), se lee: “En veinte de agosto de mil setecientos ochenta y nueve, habiendo comparecido Don Lorenzo José Francisco López, (…), se publicaron en tres días festivos que fueron: dos, nueve y diez y seis de agosto del año mil setecientos ochenta y nueve al tiempo del ofertorio de la misa parroquial las tres conciliares proclamas sobre el matrimonio que libremente intentaban contraer Doña Tadea Jordán, viuda de Don Juan Gregorio Ramírez e hija legitima de don Antonio Jordán y Doña María López, natural de Buenos Aires y; Don Lorenzo José Francisco López y no habiendo impedimento alguno canónico y estando hábiles en la Doctrina Cristiana, yo, José Basilio López, Cura y Vicario de esta Parroquia, de la Concepción del Uruguay, desposé en ella de presente a los referidos Lorenzo José Francisco López y Tadea Florentina Jordán, habiendo antes advertido y entendido sus mutuos consentimientos que me fueron recíprocamente preguntados; no recibieron las solemnes bendiciones por estar anteriormente velada la esposa”. Tampoco, en esta oportunidad, hablaremos de Doña Tadea Jordán y de su heroica vida en los albores de la lucha por el federalismo, acompañando a su hijo Francisco y aún después de su trágica muerte.
 
Como todos sabemos en la administración colonial hubo áreas específicas de la sociedad que estaba bajo la órbita de la Iglesia Católica, entre ellas todo lo referido a la institución del “Matrimonio” y, más allá de los cambios políticos sucedidos algunos de los cuales fueron verdaderas revoluciones, como los hechos de mayo de 1810, la Declaración de la Independencia en 1816 y Caseros y la Constitución en 1852 y 1853, lo cierto es que muy poco cambió sobre esta institución hasta la sanción de la Ley de matrimonio civil en 1888.
Recordemos que recién para 1873 la nueva institución Municipal de Concepción del Uruguay, legisló sobre algunos aspectos administrativos de los casamientos, pero sin tocar lo que le correspondía a la iglesia desde su poder final.
 
Cuando leímos la transcripción del Acta de Matrimonio de Juan José Redruello y María Josefa Marcos, nos llamó la atención la aparición en la misma de los términos “Casó y veló” y “…corridas las tres amonestaciones…”, pero en ese momento, las consideramos como giros utilizados en los textos de ese momento.
 
En el acta de casamiento de Lorenzo López y Tadea Jordán, por su parte también aparecen términos que no conocemos, como por ejemplo “se publicaron en tres días festivos que fueron: dos, nueve y diez y seis de agosto del año mil setecientos ochenta y nueve al tiempo del ofertorio de la misa parroquial las tres conciliares proclamas sobre el matrimonio que libremente intentaban contraer” y “no recibieron las solemnes bendiciones por estar anteriormente velada la esposa (era viuda)”.
 
Existen más casos, por supuesto de Actas de casamiento con estas fórmulas y palabras que hoy nos resultan extrañas, pero que no lo eran en el pasado, entre los siglos XVII a XIX, más bien constituían algo normal en la vida de nuestros antepasados.
 
Portada del libro “Si, quiero. Historias y anécdotas …”

Hace un tiempo pudimos acceder al libro “Si, quiero. Historias y anécdotas del matrimonio en Argentina” de Arnoldo Canclini, que hace una reseña del matrimonio en el Río de la Plata desde la colonia hasta fines del siglo XIX, y en él encontramos datos muy curiosos sobre todo el proceso, bastante arduo por cierto que; luego de ser transcurrido, culminaba con el casamiento propiamente dicho, y aún podía extenderse más allá de esta ceremonia religiosa.

Basados, entonces en este texto, pasamos a contarles todos los pasos que involucraba poder formalizar el casamiento “por iglesia” a mediados del siglo XVII (Y hasta bien entrado en siglo XIX), y veremos que muchos actos o dichos se prolongaron en el tiempo, más allá de la vigencia de las leyes civiles como términos o como costumbres.
 
Había que dar (y pasar!) ¡siete! pasos previos antes de la confirmación de la boda, estos eran: Esponsales, “Soltura”; Amonestaciones; Sacramentalización; Dotación; Velación y Consumación
 
Esponsales y “Soltura”
Como dijimos, antes de la boda, eran imprescindibles otros pasos. El primero eran los esponsales, que se realizaban en cualquier momento del año, excepto entre el primer domingo de adviento y la epifanía, así como tampoco desde el miércoles de ceniza hasta la octava semana de Pascua, aunque sí se realizaban casamientos. “Podían ser sencillos y privados como con una promesa a solas, bajo un árbol a la luz de las estrellas, o públicos y solemnes. A veces, se los hacía por escrito ante un notario o ante un párroco que “tomaba los dichos”.
“También ocurría que fuera sólo el novio a ver al párroco que después visitaba a la pretendida para asegurarse de su consentimiento y el de los padres. Este paso era tomado tan en serio que, después de realizada la ceremonia, él era llamado “esposo” -o sea alguien que había cumplido los esponsales-, término que, junto con el de “esposa”, es de uso común todavía, aunque se lo aplica a quienes ya se han casado”.
Si aparecía oposición paterna, -recordemos que en ese tiempo era necesario que el padre diera su “bendición”, caso contrario podía llegarse hasta a un pleito para que la boda se concretase- la muchacha era llevada a una “casa honrada”, donde quedaba hasta que se aclaraba el entuerto. El novio tenía dos años para cumplir con su promesa y, si no lo hacía, podía sufrir penas muy serias, como un proceso criminal, la condena de dar una dote a la víctima, el casamiento o dos años de prisión. Pero el compromiso podía disolverse por mutuo acuerdo o por un acto de infidelidad probado.
“Para celebrar los esponsales, nos cuenta Arnoldo Canclini, era necesario hacer demostración de “soltura” o sea que el novio estaba libre de todo otro compromiso nupcial. El requisito era sólo para los varones”. Mentir sobre este tema, además de que era causa de nulidad de los votos, o del casamiento si este se hubiera realizado, además era causa de la excomunión y penas pecuniarias. “Era necesario probar los nombres de los padres, los viajes realizados, los cargos ejercidos y los medios de vida”. Como se puede ver, quienes decidían casarse en esa época deberían estar muy convencidos de ello!
En ciertas épocas, a los esponsales se les daba gran trascendencia social. En el siglo XVIII llegó a ser costumbre que los esposos comenzaran su vida conyugal luego de ellos, sin esperar el casamiento, aunque ello estaba específicamente prohibido.
 
Amonestaciones
Foto ilustrativa

El paso siguiente eran las amonestaciones. Éstas habían sido establecidas en 1215 y hechas obligatorias por el Concilio de Trento, lo que ponía la autoridad en la Iglesia de esta institución. Curiosamente, en la primera fecha tenía como razón limitar la consanguinidad, que era un problema en las pequeñas comunidades endogámicas, que eran bastantes comunes en Europa; se declaró la prohibición nada menos que hasta el séptimo grado, lo que producía muchas complicaciones y debió ser limitado hasta el cuarto grado.

Las Amonestaciones consistían en proclamas que se hacían desde el púlpito para que cualquiera que conociera un “impedimento” lo hiciera saber o “callara para siempre”. Debían ser tres, hechas en días no festivos, con la condición de que hubiera feligreses en el templo u otro lugar adecuado. Sin embargo, en algunos casos bastaba con la presencia de uno de los novios y dos testigos.
 
 
 
Los “Impedimentos”
Ése era el momento para que se hicieran conocer los impedimentos para el matrimonio, es decir causas que no lo hicieran posible. “Podían ser de tal especie que este fuera declarado nulo o si no, hacerlo ilícito y pasible de sanciones, aunque no de invalidarlo.
Los impedimentos se calificaban como “impedientes” (que se oponían a la justicia, licitud y honestidad, pero no a la validez) o “dirimentes” que podían ser con relación al sacramento, cuando había antes un voto solemne, un parentesco, un crimen, poligamia o diferencia de culto o bien con referencia a la legitimidad, cuando hubiera vicios en el consentimiento, errores, dolo, locura, violencia, rapto o minoría de edad; finalmente, lo relativo a la consumación, o sea la impotencia de una de las partes.
Casi todos los impedimentos se definen por sí mismos. En cuanto a los votos, se trataba del de castidad, el cual, si había sido hecho en forma solemne, era dirimente. Respecto de la diferencia de cultos, en general no hubo conflictos. Estos comenzaron a sucederse luego de las invasiones inglesas de 1806 y 1807, cuando luego quedaron en nuestras tierras voluntariamente o como prisioneros varios hombres de religión Protestante.
 
Sacramentalización o casamiento propiamente dicho
“Superadas todas esas vallas -que no eran pocas-, llegaba finalmente la hora de la Sacramentalización, o sea del acto mismo del casamiento, que entonces era generalmente muy sencillo. Los novios, los testigos, los padres y algunos allegados se presentaban ante el párroco, quien les tomaba los votos. Todos permanecían de pie, ya que no había bancos en las iglesias. En algunos casos de mucha alcurnia, se agregaban elementos que daban cierto relieve, como un conjunto de músicos que ejecutaban canciones alusivas que eran coreadas por el público”. Los festejos solían ser muy sencillos y sólo había tertulias o bailes en “algunos casamientos” porque los novios quería tener cerca a sus amigos o parientes cercanos.
 
Hubo otra forma de casamiento, sumamente peculiar, que destacaba la importancia de la bendición eclesiástica: el matrimonio oculto y secreto que no quedaba registrado en el libro correspondiente. Esto consistía en que la pareja se acercaba al altar donde se estaba realizando una boda, sin ir con sus padres, generalmente opuestos al hecho. En el momento que el oficiante pedía el mutuo consentimiento de la pareja que estaba ante el altar, en voz baja murmuraban ellos también el propio. Cuando desaparecía el impedimento, con el correr del tiempo, el sacerdote confirmaba y hacía público el secreto. Mientras tanto, cohabitaban conyugalmente sin mayores problemas y si nacían hijos se los consideraba legítimos.
 
Foto ilustrativa

Dotación

Un aspecto relacionado con el casamiento era la dotación, o sea la entrega de ciertos bienes por parte de los padres de la novia, la famosa “Dote”. En el Plata, tenía cierto fundamento en cuanto a que era muy difícil tener ocupación en la juventud y, por lo tanto, a menudo la boda se hacía imposible sin la ayuda paterna. “Aunque las variantes eran muchas, una base para el monto era el quinto de los bienes, dejando el resto como herencia para los hijos varones”.
 
 
Velaciones
Después del casamiento y como algo complementario, llegaba esta ceremonia, a veces años después, aunque lo normal era una semana. Pero se daba el caso de que alguna pareja la concretara ya con varios hijos en su haber familiar. Implicaban una bendición solemne de parte de la iglesia, así como una re consagración del vínculo por los contrayentes. No tenía valor legal, sino espiritual y por eso se lo podía obviar.
“La ceremonia consistía en cubrir la cabeza de la esposa y los hombros del esposo con una banda o cinta, como señal de la unión matrimonial, bajo la imagen del yugo que une”.
 
Consumación
Era la última etapa para alcanzar la plena validez del matrimonio y no vamos aquí a entrar en detalles de ésta, y, claro esta decir que hubo a lo largo del tiempo muchos pedidos de nulidad por la incapacidad de consumar el acto sexual por parte de alguno de los dos esposos. Recordemos que más allá del goce de la pareja, el fin del acto sexual era, para la iglesia católica, tener descendencia.
 
En una apretada síntesis de este interesante libro sobre una institución tan significativa en la vida social, hemos contado todo el proceso, a veces engorroso y complicado que involucraba el casamiento de nuestros antepasados allá por los siglos pasados. Algo que hoy nos parece un tanto rebuscado, y hasta risueño si se quiere, pero que, sin dudas, marcó la vida de muchas personas que por diferentes razones no pudieron concretar su casamiento por alguna de estas amonestaciones e impedimentos.
 
Texto: Virginia Civetta y Carlos Ratto. Bibliografía: María del C. Miloslavich, “Hace un largo fondo de años” y Arnoldo Canclini, “Si quiero. Historia y anécdotas del matrimonio en Argentina”
 
 
 
 
 
 

La “Calera Lecumberry”

 

 

Edificio de la ex “Calera Lecumberry” en 1999, foto: Andrés Rousseaux
 
Cuando uno transita por calle Posadas con rumbo a la zona portuaria de la ciudad, a tan solo una cuadra de la Av. Paysandú, nos encontramos con un gran edificio de piedra que llama la atención por sus características, casi diríamos, únicas en Concepción del Uruguay.
Es el viejo edificio de la “Calera Lecumberry”, esta fábrica de cal estaba ubicada en la esquina de las calles Posadas y Zubiaur (ex 4 del este), en la zona del puerto nuevo de Concepción del Uruguay.
 
Desde principios del siglo XIX, una de las más importantes actividades industriales de la provincia de Entre Ríos fue la explotación de canteras de piedras calizas y la elaboración de cal para la construcción de viviendas y otros usos, destacándose en esta actividad la costa del Rio Paraná, en lo que hoy son los departamentos de Diamante, Victoria y Parana.
 
Sobre el Río Uruguay, la primera calera se instaló en la zona del Palmar de Colón y fue conocida como “Calera de Barquín” en alusión a su dueño y donde posteriormente funcionara una cantera y embarcadero de canto rodado de la firma Salvia SRL. Restos de estas instalaciones hoy se pueden observar dentro del parque Nacional de El Palmar. Posteriormente, alrededor de 1870, se instaló otra calera, en la desembocadura del arroyo Perucho Vernaz, en inmediaciones de Fábrica Colon, que se conociera con el nombre de “Calera Colombo”, existiendo otras de menor importancia en la zona del Arroyo Urquiza.
 
Esta actividad industrial, no fue ajena al desarrollo edilicio de nuestra ciudad, existiendo alrededor de 1875, una conocida con el nombre de “Calera de los Vascos”, ubicada en el sector norte-este de la ciudad (aproximadamente Bulevar Yrigoyen entre Seguí y Máximo Álvarez actuales). Esta calera, se abastecía de piedra caliza de la zona y parte se traía en buques del Arroyo Queguay en la República Oriental del Uruguay, que se desembarcaba en la zona hoy ocupada por la playa del Club Regatas y muelle de las «Balandras o Fruteros», que recibía como consecuencia de esta actividad, la denominación de “Puerto de la Calera” o “Puerto de las Carretas” por utilizarse este medio para el transporte del material desde los buques.
 
La calera de Lecumberry (Calera La Vascongada)
 
En los terrenos, que habían pertenecido primeramente al Dr. Torcuato Gilbert y en 1888 adquiridos por la Sociedad Anónima “La Territorial de Entre Ríos”, la que al liquidarse los vende al Sr Eugenio Calvo el 11 de mayo de 1896; siendo posteriormente adquirido el 4 de septiembre de 1900 por su hermano Jacinto Calvo, ubicado en la zona del hoy Puerto Nuevo, en ese entonces “Puerto de las Piedras” y dentro de una fracción mayor de terreno, se encontraba el solar ubicado en la esquina de las calles Posadas y Zubiaur, que en el año 1906 el progresista vecino Martín Lecumberry, de origen vasco, adquiere a la sucesión Calvo para a construir en el lugar hornos para la “quema de cal”.
 
Encomendó la elaboración de los planos, al reconocido Ingeniero de las “Obras Públicas” (refiriéndose al Ministerio) D. Enrique Windmuller, teniendo previsto una producción inicial de 16 toneladas diarias, con un altura de 9,20 m. con tiraje forzado, contando con los últimos adelantos técnicos de la época, utilizando como combustible para los hornos, leña de los montes de la zona e islas del río, siendo la principal característica del edificio, sus paredes levantadas en piedra labrada, como aún se puede observar.
Los trabajos de excavación de los cimientos y “bases de los hornos” se comienza en el mes de agosto del mismo año, teniéndose previsto la utilización de “piedra caliza” del departamento Victoria (ER), a donde se trasladó su propietario, para celebrar los contratos de compra con los productores de la zona.
 
A fines del mes de septiembre, el horno se encontraba prácticamente terminado, iniciándose el día 25 de septiembre a cargarlo para su “quemada”, con el primer cargamento de piedra caliza recibida por ferrocarril desde Victoria, comenzándose los trabajos para la construcción de un segundo horno.
El 10 de octubre de 1906, se inaugura oficialmente el primer horno de la Calera de Don Martin Lecumberry, a la que bautizó como no podía ser de otra manera con el de “La Vascongada”, asistiendo al acto autoridades e invitados especiales, los que fueron agasajados con un asado con cuero.
El 26 de noviembre del mismo año, se pone en servicio el segundo horno lo que le permite aumentarla producción de la calera a 60 toneladas diarias, trabajando 20 operarios, construyéndose en el lugar un amplio galpón de 17 x 25 m. para servir de depósito de la cal elaborada, que hoy todavía se encuentra en pié. Para fines del año 1906, la producción, de la “Calera la Vascongada”, alcanza niveles óptimos, siendo considerada por la calidad de su producto, una de las mejores del país.
 
Puerto en 1910, puede verse la zona dónde estaba ubicada la Calera. A la izquierda, la Barraca Americana

En mayo de 1907, Martín Lecumberry firma un contrato con la empresa “Fabrica Colón” la que se encuentra construyendo su planta frigorífica, para el abastecimiento exclusivo de cal, la que se transporta, mediante buques desde el puerto de Concepción del Uruguay, debiendo adquirir 3000 toneladas de piedra caliza del Departamento Paraná para poder cumplir con el contrato, estimado en cientos de toneladas.

A los efectos de poder cubrir la demanda de cal, que recibe la firma, motiva que se disponga aumentar la altura de los hornos en un metro y medio, a los efectos de darles mayor capacidad, instalándose vías Decauville, para trasladar la piedra caliza hasta la boca de los hornos.
El 31 de agosto de 1908, se techa la casa habitación anexa que manda a construir su dueño para residencia familiar y como es tradicional, agasaja a los albañiles e invitados con un asado de cordero.
El abastecimiento de cal se seguía haciendo principalmente de la zona de Victoria y Parana y, ocasionalmente, se importaba piedra caliza de la zona del Queguay (ROU).
 
Al instalarse en Concepción del Uruguay, la empresa telefónica Lagiard, instala el primer teléfono en la “Calera la Vascongada”, de Don Martín Lecumberry, realizándose la “comunicación de prueba” el día 15 de octubre de 1909 con resultado satisfactorio.
 
En 1925, en la esquina de las calles Mitre y Zubiaur, en un solar lindante con la “Calera Lecumberry” o “La Vascongada”, Juan Fioroni manda a construir una casa habitación con salón de comercio en la esquina, para instalar el bar y restaurante que denominó “Puerto Nuevo” y que años después, adquiriera el conocido comerciante uruguayense Samuel Maskavizan.
 
Puerto en 1915, puede verse la zona dónde estaba ubicada la Calera. A la izquierda, la Barraca Americana

La “Calera Lecumberry” tuvo en su larga actividad comercial, con altibajos, lo que motiva que el17 de julio de 1927 se procediera a su remate, por parte del martillero local Antonio E. Bacciadone.

La propiedad y calera es adquirida por la sociedad Fabani Hnos y Cía. que a su vez el 17 de mayo de 1929 la venden al Sr. Juan Argentino Colombo, reiniciando la explotación de los hornos de cal14 a partir del mes de diciembre de ese año, con la denominación de “Calera Nueva Pompeya”.
Simultáneamente, en diciembre de 1929, inicia sus actividades comerciales en nuestra ciudad, la “Calera de los Señores Neyra, Zampronio y Larenze” ubicada en calle 3 del Este (hoy Máximo Álvarez entre Belgrano e Ituzaingó).
Esta calera, en marzo de 1930, queda en propiedad de Neyra y Larenze, al retirarse de la firma el Sr. Zampronio comenzando a girar bajo el nombre de “Calera Uruguay”.
Volviendo a la «Calera Nueva Pompeya›› en el año 1931 fallece el Juan Argentino Colombo, procediendo sus sucesores a venderla en remate público a cargo del martillero Nivardo Tenreyro Olivera siendo adquirida por los hermanos Juan Vicente y Luis Fagiano.
 
No se tiene información que los hermanos Fagiano hayan continuando con la explotación de los hornos de cal, industria que había decaído en nuestra provincia, al establecer el gobierno nacional medidas proteccionista, a la cal procedente de la provincia de Córdoba, lo que llevó a la ruina a las caleras locales y aún de la provincia. Al fallecer los hermanos Fagiano, la propiedad pasa a sus sucesores Rosa María Celestina Pons de Fagiano, Juana Luisa Fagiano y Amalia Fagiano en el año 1946.
 
El 23 de abril de 1965, la sucesión Fagiano venden la propiedad a los Señores Mauricio G. Gradizuela, Abel Impini y Ceferino Impini.
 
Vista del edificio en la actualidad (2020). Foto: Carlos Ratto

El 5 de diciembre de 1967, eI terreno y edificación que nos ocupa, es vendido a la firma Drag Sociedad de Responsabilidad Limitada para destinarla a talleres y depósitos de materiales, firma que introduce algunas modificaciones en el galpón existente y casa habitación lindera acorde autorización de la municipalidad local (Expte. 251.805/1969).

 
Esta empresa naviera, vende la propiedad el 13 de febrero de 1976 a la Señora María Ana Juana Lambrechts, y luego, el 23 de marzo de 1987, este histórico lugar de la ciudad, es adquirido por los hermanos Gustavo y Ricardo Alberto Maskavizan, quienes lo destinan a depósito de mercaderías en general.
 
En la actualidad, y como puede verse en la foto que acompañan a este artículo, sobre las viejas paredes de piedra se está construyendo un moderno edificio de departamentos.
 
Edición: Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Texto: Rousseaux, Andrés, “Concepción del Uruguay, edificios con historia”, Tomo II

Juan Bautista Rey y los primeros intendentes de Concepción del Uruguay

La Comandancia, foto de 1875, fue la primera sede del estado que ocupara la Municipalidad local.

La Sección 10 de la Constitución provincial aprobada en 1860 estableció la constitución de municipalidades en todos los departamentos de Entre Ríos y, aunque el Art. 6° establecía un plazo de 3 años para esto, diversas causas pospusieron el cumplimiento de este punto. Recién en 1872 se dicto la Ley orgánica de los municipios compuesta de 7 capítulos y 92 artículos, que entre otras cosas, establecía que en los municipios de las ciudades estarían conformados por once miembros titulares e igual número de suplentes, renovándose la mitad cada dos años.

Promulgada esta Ley, en Concepción del Uruguay, el 1° de octubre de 1872 se abrió el registro de vecinos a efectos de confeccionar el padrón correspondiente. La junta inscriptora fue presidida por el Juez de Paz y compuesta por dos vecinos propietarios, designados por el Jefe Político. Cualquier cuestión que se suscitara sobre falta de inscripción o inscripción indebida en los registros, sería resuelta por un “iuris” integrado por el coronel Pedro M. González Y los señores José Barreiro Bavio y Patricio Roca, todos vecinos de Concepción del Uruguay.
Confeccionados los padrones correspondientes, el gobierno entrerriano convocó a elecciones para municipales en todo el territorio provincial, menos en Paraná donde ya existía Municipio, las que se llevaron a cabo el 1° de diciembre de 1872.

Ese día, en Concepción del Uruguay, participaron en los comicios los ciudadanos mayores de dieciocho años y los extranjeros mayores de veintidós; “que ejercieran algún arte o profesión, o que pagasen contribución directa o de aduana, o de patente que no bajara de diez pesos, o que supieran leer y escribir y que estuvieran domiciliados en el Municipio desde un año antes de la elección y que se hallasen inscriptos en el registro municipal”.

El 1 de diciembre, a las siete de la tarde se clausuró el acto comicial. Efectuado el escrutinio, cuyo resultado fue aprobado por el Poder Ejecutivo veinte días después, resultaron electos para integrar la primera Municipalidad de Concepción del Uruguay, las siguientes personas: Titulares: José M. Zapiola, Luis Scappatura, Jose Antonio de Urquiza, Federico Guido; Enrique González, Francisco Ratto, Antonio L. Piñón, José Aguirre, Francisco Deschamps, Juan Guimaraens y Lorenzo Barceló. Suplentes: Roberto Cremen, Ciriaco Allende, José Ubach, Domingo Rondoni, Porfirio G. Tenreyro, Pedro D. López, Plácido Guerrico, Antonio Panicera, Andrés Paulsen, Francisco Calot y José Ballestrín.
De acuerdo con lo dispuesto por la ley Orgánica de Municipalidades; en la primera sesión que se efectuara debía procederse al nombramiento de un presidente y vicepresidente que durarían un año en el cargo, aunque podían ser reelectos por un período más.

A fines de diciembre el gobierno dispuso que la instalación de la Municipalidad de Concepción del Uruguay se efectuara el 1° de enero de 1373. El secretario de la Jefatura Política, en representación del gobierno, presidió el acto.
La primera sesión de la Corporación Municipal de Concepción del Uruguay como tal, se llevó a cabo el día 2 de enero de 1873 por la tarde. Se realizó un sorteo donde se eligen los miembros titulares y suplentes.
Como Presidente Municipal se eligió al Antonio López Piñón y como secretario el José Antonio de Urquiza. En aquella época el Intendente cumplía su función “ad honoren”.

El día 1 de febrero de 1874, se llevan a cabo elecciones populares para elegir nuevas autoridades segundas desde la instalación de la Municipalidad. El resultado fue: presidente: Julio V. Díaz y secretario: Ricardo Torino.
El 1 de agosto de 1874, renuncia Julio Díaz, siendo reemplazado por el José Navarro (presidente) y secretario Teodoro Berón.

El 1 de enero de 1875, fue electo Juan Caminos, como presidente manteniéndose como secretario Teodoro Berón.

El 3 de enero de 1876, asume como presidente Domingo Vico continuando como secretario Teodoro Berón.

El día 10 de abril de 1876, el titular Sr. Vico, tiene un altercado con su secretario, a quien lo remite detenido y designa al Nicanor Calvo en su lugar.
El 18 de abril renuncia Vico, siendo reemplazado interinamente por Mariano Jaime, quien repone al Sr. Berón en su puesto de secretario. Jaime renuncia el 27 de octubre y es reemplazado por Juan Bautista Rey, de manera interina. Antes de Rey ocuparon transitoriamente el cargo Juan Leo y Eugenio Guridi.
Su elección se dio por cinco votos a favor y uno en contra. Aquel día los encargados de elegir al presidente de nuestra comuna fueron los señores: Panicera, Velar, Valonterio, Salvatierra y Sobrero (votan en positivo), y Donatti (voto negativo).

El Sr. Rey es elegido por unanimidad el 31 de diciembre de 1876, para seguir guiando los destinos de nuestro municipio, por dos años más. Francisco Ratto fue designado como presidente, conservando el cargo de secretario Teodoro Berón
Es decir terminaba el cuarto periodo, y quedaba para el quinto y sexto, años 1877 y 1878.

Al ser elegido, Juan Rey toma la palabra agradeciendo “la deferencia de que por parte de ellos había sido objeto, prometiendo a la Corporación, dedicar todos sus esfuerzos al bien de ella, no omitiendo sacrificio ninguno a fin de llegar a un feliz resultado”.

Palabras que fueron cumplidas con su acción en los meses que transcurrió su gobierno. Lamentablemente el día 17 de octubre de 1878, a las tres y media de la tarde, fallece repentinamente.
Ese mismo día, se reúne la Corporación, decidiendo las honras a seguir, que fueron: Los miembros y empleados de la Municipalidad asistirán en cuerpo a las honras fúnebres que se llevarían al otro día. Por nota se invita al Poder Ejecutivo y demás autoridades al sepelio. Igual invitación se cursa a la población. Los gastos que demande el cumplimiento de este acuerdo, se cargara a la partida de eventuales. Pasar nota de pésame a la Señora viuda del extinto Intendente.
El Gobernador de la Provincia, no asiste por encontrarse con una pasajera indisposición.

El 22 de octubre de 1878, se elige al Señor Francisco Ratto, como intendente, y como vice a Antonio Hiriart. Por decreto provincial el 5 de noviembre de 1878, el Gobernador Ramón Fevre, nombra a Martín Ruiz Moreno, como Intendente hasta nuevas elecciones, desconociéndose que pasó con el presidente electo, Francisco Ratto.

Durante su período de gobierno, Juan Bautista Rey debió afrontar una penosa situación económica de la Corporación Municipal, producto de los desfasajes del presupuesto acumulado año tras año, ya en 1874, la Provincia había solicitado al municipio local un recorte en los “gastos e inversiones”. Uno de sus proyectos más importantes y que no pudo concretar, fue la de levantar un edificio propio para la Corporación Municipal.

En ese tiempo lo que se recaudaba en concepto de impuestos municipales era bastante reducido para atender las necesidades y realizar las mejoras que la ciudad demandaba. Ello determinó que para 1877 se establecieran dos nuevos impuestos, uno sobre las canteras y otro sobre las casas de tolerancia.
El estado poco satisfactorio de las finanzas municipales se debía principalmente a la morosidad de los contribuyentes. De poco valdría, pues, que se crearan nuevos impuestos, si no se procuraban los medios idóneos para regularizar la percepción de las rentas.

Para subsanar esta circunstancia, se planteaba una reforma de la Ley Orgánica, la que sería propuesta a la Legislatura, cambiando el régimen de enajenación de las tierras municipales.

En vista de esta situación, la municipalidad debió apelar a diversas acciones, una de ellas fue al arrendamiento del terreno que ocupaba la “Tablada vieja”. En cuanto al galpón que se encontraba en ese lugar que se hallaba bastante deteriorado en razón de su abandono, fue vendido en remate público. El importe obtenido fue destinado a satisfacer deudas de ejercicios atrasados y al arreglo de algunas calles y de la plaza principal.

Luego de su fallecimiento, la Municipalidad le dona a la esposa de Juan B. Rey, un terreno en nuestro Cementerio Municipal, “de los destinados para panteones”. Su tumba, hoy bastante deteriorada, se encuentra en el casco histórico, sobre la Avenida Principal.

Texto: Civetta, María Virginia/Ratto, Carlos Ignacio. Fuentes: Urquiza Almandoz, Oscar, “Historia de Concepción del Uruguay (Tomo III) y Abescat, Francisco, “Nuestra Sra. de la Concepción del Uruguay”.

El aula militar de Colegio “Justo José de Urquiza”

Colegio del Uruguay “Justo José de Urquiza”

En el año 1854, asume la dirección del histórico Colegio del Uruguay Justo José de Urquiza, el  Dr.  Alberto Larroque, cargo para el cuál fuera designado con fecha 18 de mayo de ése año, iniciando uno de los mejores periódicos de la historia de nuestro colegio, conocida como la “época de oro” la que se extendió hasta el año 1863.

En este brillante periodo, entre otros importantes logros, sin descuidar la enseñanza en todos sus aspectos, fue la creación del “aula militar“ o “sección militar” dentro de los programas de actividades del alumnado, cuya concurrencia sería voluntaria y tendría una duración de dos años.

El objetivo del Dr. Larroque de crear esta carrera, están perfectamente reflejadas en la nota de fecha 29 de enero de 1857, cuando le propone su creación al Brigadier General Justo José de Urquiza, expresando: “La carrera de las armas que tiene por objeto esencial el mantenimiento del orden y la paz así como la integridad e independencia nacional, es tal vez la carrera que requiere estudios más sólidos y prolijos. Sin embargo es la que ha sufrido mayores atrasos. Es tiempo ya de afianzar seriamente el porvenir del país y de dar a la ciencia la parte honrosa que le pertenece en la carrera militar. Importa sobretodo difundir en la juventud que se dedica a esa noble profesión, principios de orden, de obediencia y moralidad…”

La carrera militar es encomendada al Capitán de Puerto del Uruguay (Concepción del) Teniente Coronel de Infantería  Nicolás  Martínez  Fontes (h), la que es habilitada en el mes de abril de 1857 y constituye uno de los antecedentes más importantes del actual Colegio Militar de la Nación, que fuera creado por el Presidente Domingo Faustino Sarmiento en el año 1869.

¿Quién fue el  Teniente Coronel Nicolás  Martínez Fontes (h)?  En una apretada síntesis para conocer sus antecedentes personales y profesionales, diremos que nació en la ciudad de Buenos Aires en el año 1816, siendo hijo del Coronel Nicolás Martínez Fontes, oriundo del Paraguay, guerrero de la independencia y de Doña Pascuala Gadea.

Dr. Alberto Larroque

Inicia  su carrera militar en el año 1832, ingresando como subteniente en el batallón “Río de la Plata”, siendo Teniente de la 1º Compañía para posteriormente pasar como jefe de la 2da Compañía. En diciembre de 1833 es promovido al grado de “Ayudante Mayor” pasando el 17 de abril de 1834 a prestar servicios en la “Brigada de Artillería de Mar”, y luego en la Compañía  de “Cazadores”. Se lo involucra -sin confirmar-, como delatores, juntamente con su padre, en la “conspiración del Doctor Maza” contra el Brigadier Juan Manuel de Rosas, por lo que habrían recibido una recompensa de $ 15.000 por su acto.

Forma parte de la Infantería de Marina hasta marzo de 1840, con el grado de Sargento Mayor. En marzo del año siguiente es designado 2do Jefe del Batallón “Libres de Buenos Aires”, incorporándose al ejército en operaciones al mando del General Oribe, participando en la batalla de “Arroyo Grande” y el “Sitio de Montevideo”, hasta su levantamiento en el año 1851.

Después de la batalla de Caseros (3-2-1852) se traslada a la provincia de Entre Ríos, juntamente con su padre, poniéndose a órdenes del Gral. Urquiza, siendo incorporados ambos al ejército de la Confederación Argentina.

Es designado “Capitán de Puerto del Uruguay (Concepción del) por decreto de la Confederación de fecha 27 de enero de 1855, con retroactividad al 10 del mismo mes, en que había asumido el cargo.

Al frente de la capitanía, despliega una intensa actividad en todos los aspectos, interviniendo en la redacción del decreto que “Reglamenta la Navegación en las Costas e Islas del Uruguay” el que es aprobado por decreto de fecha 2 de noviembre de 1855.

Al proponer el Dr. Alberto Larroque, la “creación del aula militar”, en el Colegio del Uruguay, en su condición de rector del mismo, por nota de fecha 1º de febrero de 1857 recomienda como jefe de la misma al Teniente Coronel  Nicolás Martínez Fontes (h) expresando: “El Teniente Coronel D. Nicolás Martínez Fontes (h), hombre muy estudioso y muy aventajado en sus conocimientos profesionales, me parece a propósito para encargarse la dirección del aula, la elección ha sido aprobada por S.E (se refiere al Gral. Urquiza). El Sr. Fontes se desempeña en esta ciudad en la Capitanía de Puerto hasta las doce del día, gozando el “sueldo íntegro de su graduación. Podría ocuparse de la enseñanza militar por la tarde. Si el Exmo. Gobierno aceptara la idea podrá señalar el sueldo que corresponde a ése empleo”.

Aprobado el proyecto del Dr. Larroque, el ministro del ramo se dirige a él por nota de fecha 17 de marzo de 1857, ordenándole que “proceda a instalar la sección militar del colegio.”

Inmediatamente de recibida esta nota, el Dr. Larroque comunica al Teniente Coronel Martínez Fontes diciéndole: “Tengo el honor de transmitir a Ud. las órdenes que he recibido del Superior Gobierno para la instalación de la sección militar en el Colegio Nacional del Uruguay. Al comunicar a Ud. esta superior resolución para los fines consiguientes, me es satisfactorio felicitar a Ud. por la ilimitada confianza que sus conocimientos profesionales y su reputación militar, han inspirado al gobierno de la Confederación…

El Teniente Coronel D Nicolás Martínez Fontes (h) contesta al Rector Larroque expresando: “Me ha llenado de satisfacción, al ver que el Exmo. Gobierno me haya juzgado capaz de desempeñar ésta ligera instrucción, y al poner en servicios mis trabajos, puedo asegurar a Ud. que lo haré con todo el interés y  contracción, que me inspira el honor que se me ha dispensado. Agradezco altamente al doctor, las benévolas palabras con que Ud. me honra y me congratulo de pertenecer a ese grandioso establecimiento de luces”.

La creación de la “sección militar” en el Colegio Nacional del Uruguay, se legaliza por decreto de fecha 30 de abril de 1857, refrendado por el Presidente de la Confederación Argentina, enviándosele copia legalizada al Sr Ministro de Justicia e Instrucción Pública.

El Teniente Coronel  Nicolás Martínez  Fontes (h) realiza una intensa labor para organizar la sección militar del colegio, redactando de su puño y letra los respectivos programas que iban a desarrollar los alumnos de infantería y caballería, los que son puestos a consideración de las autoridades superiores.

Los programas comprendía “una clase de infantería”, que comprendía una primera parte de instrucción del recluta, otra de instrucción de la compañía y una tercera de instrucción del batallón y otra de “caballería”  que abarca desde el paso hasta la posición del caballo “en fila y la hilera”, pasando por el alineamiento, la posición. Además el programa contemplaba el “manejo de la carabina, el asalto, principios de “el ataque”, la marcha y la contramarcha y finalmente la “formación de batalla.

Su cargo frente al aula militar del colegio, no se puede precisar hasta cuando la ejerció, como lo consigna el profesor Celomar José Argachá en su exhaustivo trabajo sobre el tema, continuando como Capitán de Puerto hasta el año 1861. Desde este puesto, interviene en diversos hechos históricos que se producen en la ciudad, como el “segundo pronunciamiento” llevado a cabo el 31 de marzo de 1859.

Participa activamente en la campaña militar que desembocará en la batalla de Cepeda el 23 de octubre de 1859, dejando interinamente al frente de la Capitanía de Puerto hasta su regreso, quién lo seguía en antigüedad, el Coronel de la Guardia Nacional de Entre Ríos Felipe H. Quiroga

En reconocimiento a sus servicios militares y al cargo que desempeñaba, con fecha 30 de abril de 1860, el gobierno de la Confederación  le confiere el despacho de “Coronel Efectivo de Infantería”.

Colegio del Uruguay en 1857

Su espíritu  inquieto y participativo lo lleva a actuar en otras actividades públicas, independientes de sus funciones de Capitán de Puerto, es así que al crearse el 1º de octubre de 1860 el  Consejo de Instrucción Pública de la Provincia de Entre Ríos, con el fin de fiscalizar y reglamentar la educación en general, se constituye el “primer Consejo de Instrucción Pública” en la capital de la provincia (Concepción del Uruguay en ésas circunstancias) integrado por el  General Manuel Antonio Urdinarrain, Dr. Salvador María del Carril, Dr. Benjamín Victorica, Presbítero Domingo Ereño, Dr. Ventura Pondal, Dr. Vicente Peralta, Dr. Alberto Larroque, Dr. Vicente H Montero, Dr. Martín Ruíz Moreno, Coronel D Teófilo de Urquiza, Coronel Simón Santa Cruz, Coronel Nicolás Martínez Fontes (h), Romualdo Baltore, Emilio Duportal, Juan A Vázquez, Jorge Clark y Luis Grimaux, actuando como secretario Onésimo Leguizamón.

El 1º de marzo de 1861, el Coronel Nicolás Martínez Fontes (h) es designado Jefe del Estado Mayor de la Plaza de Santa Fe razón por la cual entrega la jefatura de la Capitanía de Puerto del Uruguay (Concepción del) a quién lo seguía en el mando, Coronel de Guardia Nacionales Felipe  H. Quiroga.

Se le encomienda la organización de la Guardia Nacional de la ciudad de Rosario, participando al mando de una brigada en la batalla de Pavón  (17-9-1861)

Afectado de una grave dolencia, se retira del ejército, trasladándose a la ciudad de Montevideo para su asistencia médica falleciendo el 8 de enero de 1862, a causa de un cáncer en la mandíbula inferior.

El Coronel Martínez Fontes (h) había contraído enlace en la ciudad de Buenos Aires el 24 de diciembre de 1836 con Doña Dominga Amores a quién por resolución de fecha 19 de septiembre de 1862 se le concedió la pensión militar que le correspondía.

Muchos fueron los méritos acumulados por el Coronel de Infantería D. Nicolás Martínez Fontes (h) en su brillante carrera militar y pública,  pero entiendo que su mayor balsón fue haber sido, junto con el Dr. Alberto Larroque, el mentor de la “sección militar” del Histórico Colegio del Uruguay, circunstancias que los une para siempre, a la centenaria historia del colegio. Siendo el primer antecedente del actual Colegio Militar de la Nación.

Edición del artículo: Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Texto: Urquiza Almandoz, Oscar

 

“El Porteñito”, el comedor más antiguo de la ciudad

Año 1964, en la foto, al centro, puede verse a Benicio, María Dolores, su esposa y cocinera y a su hijo Roberto

Otro de los negocios con historia en Concepción del Uruguay es el restaurante “El Porteñito”, ubicado en la calle Perú N° 281, en la zona del “Puerto nuevo”, un lugar hoy, no habitual para estos emprendimientos, que arriba ya a los 64 años de vida.

Es sin dudas, uno de los pocos lugares familiares que van quedando en Concepción del Uruguay, que sigue siendo atendido por su dueño, hijo de los fundadores y, una de sus características más destacadas es que, si bien cuenta con una carta, Roberto Ramírez, actuando como un verdadero anfitrión, recibe a los clientes y les hace saber los platos existentes con sus propias palabras.
Tenemos ante nuestros ojos una lista de comedores de la ciudad publicado por el diario “Provincia” en el año 1971 y de los 26 restaurantes que figuran en esa lista, hoy solamente sigue funcionando “El Porteñito”.

Razón más que importante para que vayamos en busca de su historia.
Ni bien llegamos al lugar quisimos relacionar el nombre con la provincia de Buenos Aires, pensando que se le había puesto ese nombre por el lugar de donde provenían sus dueños.
¿Son de Buenos Aires, por eso el restaurante se llama “El Porteñito”?
La respuesta fue no. El nombre se debe a que fue negocio que se instaló en el barrio Puerto Nuevo. Esta confusión con el nombre es bastante generalizada, ya que muchos clientes hacen esta misma pregunta.

Benicio Ramírez, el fundador de “El Porteñito”

“El Porteñito”, nació primero como un bar, en el año 1956, en un período muy prospero en el trabajo de nuestro puerto. Además en las cercanías se ubicaban grandes empresas de ese momento de la historia Uruguayense, como por ejemplo la “Lusera”, ubicada a media cuadra del restaurante. Para esa época de auge del barrio, existían otros comedores que ya han desaparecido, como el “Navarrito”, ubicado en Posadas y Seguí o el bar “Mitre”, en Mitre entre Seguí y Antártida Argentina.
Este bar tenía todas las características de los bares de la época, es decir que además del clásico expendio de bebidas, tenía un billar y, además en las mesas se jugaba al truco, al poco tiempo se comenzó a servir alguna comida rápida a los parroquianos, ese sería el origen del restaurante.

¿Quiénes fueron sus fundadores? Don Benicio Ramírez y Doña María Dolores Elizabelar. Se habían casado en su tierra natal, Talita, en Colonia Perfección. Ambos procedían de una familia numerosa, con 16 hermanos cada uno de ellos.

Don Benicio fue un hombre de trabajo, de muy joven fue lechero, y se encargaba de repartir y vender leche en nuestra ciudad.
En 1950, con su familia, es decir con su esposa, ya que su hijo Roberto nacería cuatro años después, se traslada a Concepción del Uruguay, tenían su vivienda, en calle Dr. Scelzi, entre las calles 8 de junio y Posadas, a mano izquierda, ahí nacería su único hijo: Roberto. Muy cerca estaba la Comisaría de Suburbios, sobre calle Mitre (dónde hoy está la Comisaría del menor y la mujer) Sus vecinos eran la familia Delorenzi (enfrente), Garrido y Leuze ya en la esquina de Posadas y Scelzi vivía su madre, de apellido Isaurralde.
Aquí continuó con su oficio de lechero. Salía de la ciudad hasta el campo de sus padres, en la zona de Talita, pasando el puente Taborda, a las 2 horas de la madrugada y regresaba para vender la leche hasta las 14 o 15 horas, en que regresaba a su casa.

Año 1990, el la foto aparece Roberto y su esposa Liliana

Después de terminar su tarea diaria, ayudado por su pequeño hijo Roberto, quien montaba a la yegua, guardaba el carro, con el que repartía la leche, en un Corralón que estaba ubicado en calles Posadas y Bulevar Martínez (hoy Constituyentes), por dónde hoy está la panadería “El Progreso”. En sus mejores épocas repartía 850 litros por día, en su jardinera tirada por “La Pico” una yegua muy mansa.
Para 1956, vende al “Gordo” Garibaldi que era su primo hermano, dueño de la recordada panadería Garibaldi (Leguizamón y Posadas), el reparto de leche y compra un bar ubicado en Perú 281, cuyo propietario era el Sr. Curcho.

Es así, que acompañado por su esposa una muy buena cocinera y su pequeño hijo, que con 6 años oficiaba de mozo, dan nacimiento a este tradicional comedor. Así fue que los sándwiches que se servían al comienzo, fueron dejando lugar a comidas más elaboradas, se fueron instalando mesas y al poco tiempo, 2 o 3 años, el bar fue cerrado y se transformó en el comedor que todos conocemos hoy.

En esos años de tanto trabajo en nuestro puerto, rápidamente se hacen conocidos por su comida y su servicio. Eran visitados por los camioneros que nos visitaban trayendo la producción que salía del puerto de Concepción del Uruguay. También por los camioneros que venían a la fábrica La Lusera, empleados de Agua y Energía y de Molinos Concepción, del Ministerio. La Prefectura Naval Argentina, fue desde siempre, cliente de “El Porteñito”. Este, con el puerto trabajando a pleno fue, tal vez, su mejor momento, hasta que en la década de 1970, la actividad del puerto comenzó a decrecer y con ella todas las empresas vinculadas a él.

Roberto y dos de sus hijos. Pablo y Luciana, a principios de la década de 1980, en el frente del restaurante.

A principios de los años 60 “El Porteñito” comenzó a brindar, además, el servicio de vianda a domicilio, eran más de ciento cincuenta viandas que eran repartidas, al principio en bicicleta o motoneta y luego en un auto, un “Rambler rojo con techo blanco”.
El negocio fue creciendo y se vio su clientela aumentar. Es así, que ya no solo venían los del puerto, comenzaron a visitarlos los del banco, policía, y de prefectura. Como daban pensión también, aquellos que venían a la ciudad y debían quedarse, se alojaban en este lugar.
Rápidamente se hicieron conocidos y los clientes no dejaron de disfrutar la cocina casera que estaba a cargo de María Dolores Elizabelar.

A fines de la década de 1950, en 1958, Benicio, había comprado una casa vieja, contigua al antiguo bar, que perteneció al Sr. Domínguez, que prácticamente tirada abajo para construir un nuevo espacio. Armaron un gran salón, donde se podía almorzar o cenar, tenían comida a la carta. Por la gran cantidad de comensales, se había hecho un menú fijo, que constaba de una mesa de fiambres surtidos, que cada uno se servía (matambre arrollado, lengua a la vinagreta, etc.), un plato principal (a la carta) y postre (flan casero o ensalada de frutas), con un precio único. En ese momento, Roberto tenía 6 o 7 años y ya trabajaba de mozo y podía atender las mesas y cobrar, ya que el precio era único, “4 pesos por persona”, recuerda.

Tanto a Roberto, como a su padre, Benicio, le gustaba la caza, es así que en los años 60 y 70 era habitual que los clientes pudieran pedir un menú “especial”, elaborado con las piezas de caza, entre ellos se destacaban el guiso de martineta con arroz o el escabeche de perdiz. Además, y producto de la mano de María Dolores, era habitual en esos tiempos la inclusión en el menú de comidas “criollas”, tales como locro, buseca y el “guiso carrero”.

Desde el comienzo, salvo cuando por unas diez años en la década de 1990, cuando se incluyo la parrilla, el menú fue el mismo, todo casero, “Vacío y peceto mechado al horno, milanesa sola o a la napolitana, pastas elaboradas por María Dolores, ñoquis, ravioles, canelones, etc. “Es lo que le gusta a la gente”.

Roberto acompañando a una de las tantas mesas de clientes.

La fama fue creciendo, haciéndose conocer en toda la ciudad, camioneros, estibadores, trabajadores de empresas, profesores, hombres de las fuerzas y familias en general, se fueron dando sitas en el lugar por varias generaciones.

Nuestro interlocutor, Roberto Benicio Ramírez, único hijo de este matrimonio de trabajo, es el que continúa con el negocio, y está al frente del mismo desde el año 1980, cuando su padre, Benicio, se retiro. Los años, las crisis vidas en la economía de nuestro país han hecho que el lugar se vea reducido, pero sigue siendo tan acogedor como siempre.

Con los ojos llenos de lágrimas, Roberto recuerda la época de oro de su negocio, cuando se hacían viandas y las repartían con su papa en un Rambler rojo de techo blanco. Cuando hacían servicios para diferentes eventos sociales de Concepción del Uruguay, por ejemplo; el gran festejo que se hace en el comedor cuando el club Racing sale campeón en 1966, y la gran cena de festejo de los 50 años de la empresa Mársico Hnos., que se realizó en Club Lanús.

Hoy acompañado de su esposa Liliana, son los encargados del lugar. Sus hijos ya grandes han estudiados ayudando en el lugar. Hoy son profesionales, Pablo, arquitecto, Luciana, Profesora de Educación Física y Matías, Contador y vive en Suecia, todos ellos, cuando estudiaban trabajaron en el comedor para ayudarse en sus estudios.

Restaurante “El Porteñito” en la actualidad

Así, entre los recuerdos, de las reuniones del Auto Club de Concepción del Uruguay, de fútbol, de atletismo, la comida llevada a los niños de la colonia de vacaciones del Centro de Educación Física “La Nasa”, las comidas a los alumnos de la Escuela de Aprendices. Las fiestas donde realizaban el servicio, como los que se hacían en el Club Rivadavia, para 700 personas, fuimos recorriendo la historia de estos 64 años de este comedor que hoy lo podemos seguir disfrutando, atendido por Ricardo y Liliana, a quien acompaña desde hace treinta años, la cocinera, Doña Maruca, cuya especialidad son, las carnes al horno y por supuesto, las pastas.

A lo largo de todo este tiempo, muchas familias de la ciudad han concurrido a “El Porteñito” por, a veces, más de tres generación, una de ellas, de las tantas, entre las que seguramente estará la tuya, lector, es la familia Marcó.

Desde hace unos años, se achicó el salón principal y se atiende solo al mediodía, para dar un buen servicio, el mismo de siempre a la vieja y nueva clientela de “El Porteñito”, que seguramente seguirá por muchos años más, brindando esa comida casera, que ya no se consigue en C. del Uruguay.

Texto. Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Charla con Roberto Ramírez

La segunda médica del país fue egresada de nuestra Escuela Normal

Primer edificio de la Escuela Normal de Preceptoras de Concepción del Uruguay

                                                                                                Por el prof. Celomar José Argachá

Nuestra vieja Escuela Normal, llamada originalmente de “Preceptoras”, fue la primera que funcionó en el país dedicada a la formación de Maestras, sembrando sus egresadas abecedarios en nuestra provincia, en la nación y en países vecinos a partir de 1873.

Hasta Concepción del Uruguay llegaron jóvenes en busca de hacer realidad su deseo de convertirse en docentes y dedicarse por entero a la tan apreciada profesión de educar al soberano que pretendía Domingo F. Sarmiento.

Una de esas adolescentes fue Petrona Eyle, nacida en la provincia de Buenos Aires, en la localidad de Baradero, el 18 de enero de 1866. Es hija de inmigrantes suizos, que conformaron oportunamente una colonia con ciudadanos de origen alemán y francés, recibiendo de las autoridades locales de la pequeña población, fracciones de tierras que la dedicaron la mayoría a tareas agropecuarias.

Dra. Petrona Eyle

Su padre fue Gustavo Eyle, cirujano del Ejército. Aparece mencionado su nombre en el año 1867 como Concejal de Baradero durante una grave epidemia de cólera. Sus progenitores la enviaron a Petrona a Concepción del Uruguay por cuanto aquí funcionaba desde 1873 la primera Escuela Normal de mujeres del país, ingresando en dicho establecimiento en el año 1882, pero de acuerdo a los registros y publicaciones de nuestra vieja institución, se recibió como maestra en 1879, de manera que se incorporó en primer año entre 1877 y 1878, con once o doce años de edad.

El Profesor Miguel Ángel Gregori en su obra “Cien años de la Sociedad Española de Socorros Mutuos de C. del Uruguay” sostiene en la página 19, que entre los primeros servicios contratados en el año su fundación (1878), estaba el de la atención médica y que uno de ellos fue de apellido Eyles, (con una “s” al final y sin figurar su nombre), precisamente cuando Petrona era alumna de nuestra Escuela. Seguramente su padre la haya acompañado, siendo contratado sus servicios por aquella institución. Recordemos que por ese entonces nuestra ciudad era Capital de la provincia y sede de autoridades ejecutivas, legislativas y judiciales. Su importancia era relevante y mucho más desde el punto de vista educativo con el Colegio del Uruguay y la Escuela Normal de mujeres.

Son escasas las referencias sobre la actividad desplegada posteriormente por la joven maestra Petrona Eyle. Suponemos que regresó a Baradero y posiblemente decidió obtener el título de Bachiller, una exigencia de la época en nuestro sistema educativo para ingresar a la Universidad, pero quizás no era un requisito exigido en Europa o pudo ocurrir que le hayan tomado allí un examen de ingreso. Por ahora no lo sabemos.

Lo cierto es que en 1887 es enviada por sus padres a Suiza, donde vivían familiares, para realizar estudios de Medicina en la Universidad de Zúrich, finalizando los mismos en 1891, a la edad de 25 años, presentando una tesis sobre “Anomalías de las orejas de los delincuentes”, un estudio de los pabellones auditivos, escrita en alemán e inglés y defendida la investigación ante el jurado, haciéndolo en el primer idioma mencionado.

Petrona Eyle se había insertado en una corriente científica muy en boga en la época y que el tiempo demostró equivocada. Había sido desarrollada por César Lombroso y que supuestamente indicaba que estudiando detenidamente ciertas anomalías del pabellón auricular se podía conocer a los delincuentes. Petrona Eyle, para realizar sus estudios de la tesis, utilizó material del Instituto de Ontología de Zurich y del penal de dicha ciudad. Sin embargo, con el correr de los años, esta teoría cayó en desuso ya que los propios resultados contradijeron la idea de Lombroso y de otros grandes teóricos e investigadores de la época.

Regresó Petrona a la Argentina en 1892 y revalidó su título como segunda médica de la Nación en la Universidad Nacional de Buenos Aires. Desarrolló en un principio tareas en hospitales públicos, del cual no conocemos detalles de su actividad en ese campo. Sólo sabemos que integró la Asociación Médica Argentina, ingresando a la misma avalada por la prestigiosa doctora Cecilia Grierson, primera médica argentina.

Dra. Cecilia Grierson

Paralelamente inició su militancia feminista, luchando por mejorar la situación de la mujer. La labor desarrollada en ese campo fue extraordinaria, debiendo sortear serios escollos en una sociedad “machista”, dominada su profesión por hombres, siendo la tarea que desarrollaba poco bien vista, incluso por las propias mujeres. Sin embargo jamás desistió en su intento de lograr la igualdad de géneros.

En 1900 organizó el “Consejo Argentino de Mujeres” junto con Cecilia Grierson y Julieta Lanteri y posteriormente la “Asociación Universitarias Argentinas” figurando entre otras, Elvira Rawson de Dellepiane (tercera médica del país), institución que presentó al Congreso Nacional varias iniciativas, como por ejemplo: “Protección a la Maternidad” en 1901; “Sanidad y asistencia Social” en 1906; “Jubilación del Magisterio” en 1907; “Igualdad de Derechos Civiles para la Mujer” en 1919, etc.

Precisamente en 1906  se creó el “Centro Feminista del Congreso Internacional del Libre Pensamiento” y allí vemos nuevamente el nombre de Petrona Eyle junto a Julia Magdalena Ángela Lanteri, más conocida como “Julieta” Lanteri; Elvira Rawson de Dellepiane, Sara Justo, Cecilia Grierson, y Adela Di Caprio.

En 1910, con motivo del Centenario de la Revolución de Mayo, fue Petrona la persona encargada de presidir el Comité organizador del “Primer Congreso Feminista Internacional”, realizado con señalado éxito, con la presencia de numerosas delegaciones de mujeres de Chile, Paraguay, Perú, Uruguay, etc. y también de varios países europeos. El mismo fue presidido en sus deliberaciones por la doctora Cecilia Grierson y Eyle integró las subcomisiones de Ciencia y de Derecho de reunión.

Fue la primera Directora de la revista “Nuestra Causa” (1918) donde bregó tenazmente en favor del movimiento feminista, defendiendo el derecho de la mujer al voto, a la participación activa en la política y la posibilidad de ocupar cargos públicos electivos. Fue la citada publicación una expresión de la corriente que ella integró en forma decisiva.

Años después Petrona Eyle fundó la “Liga Contra la Trata de Blancas” (1924). Ello se originó como consecuencia de la denuncia realizada por la Sociedad de Naciones (antecedente de la ONU), a través del Comité Internacional contra la Trata de Blancas, que había denunciado a la Argentina como un gran mercado del tráfico de mujeres para destinarlas a la prostitución.

Fue amiga de las grandes personalidades de la época y estimamos que muy cerca del socialismo, ya que fue muy amiga de Alicia Moreau de Justo y Alfredo Palacios, a través del cual presentó algunos proyectos en el Parlamento Argentino.

Lentamente se fue apagando su activismo, sabiéndose poco de ella, a excepción de integrar en 1937 la comisión de homenaje a Cecilia Grierson, la primera médica argentina, siguiéndola en orden cronológico, Petrona Eyle, Elvira Rawson de Dellepiane y Teresa Ratto, siendo las dos última egresadas de la Escuela Normal de Concepción del Uruguay y la última la primera nacida en Entre Ríos.

No sabemos si dejó alguna obra escrita (más allá de su tesis), sin embargo la ciencia nacional la considera una de las figuras pioneras en el enaltecimiento de la mujer en la cultura argentina. Además su lucha en favor de la igualdad de géneros ubica su nombre entre las pioneras de nuestra nación.

Sin duda el reconocimiento a su insistente esfuerzo le llegó dos años después de su muerte, ocurrida en 1945, por cuanto en 1947 las mujeres obtuvieron el derecho al voto por el cual tanto había bregado Petrona Eyle desde el inicio del siglo XX.

Este pequeño artículo es un homenaje a la segunda Médica Argentina, egresada como maestra de nuestra Escuela Normal, reconocimiento que no recuerdo haberlo visto mencionado en sus páginas históricas, pero nunca es tarde hacerlo y deseo que en el futuro nuestros estudiosos del pasado profundicen sus investigaciones sobre esta mujer y revaloricen a una auténtica batalladora de los derechos femeninos.

Creo que un aula merecería llevar su nombre, colocando allí una fotografía de esta luchadora para recordarla siempre y que sirva a la vez de memoria histórica y ejemplo para sus actuales estudiantes. Además, nunca fue nombrada dentro de la historia educacional entrerriana, ya que es una egresada de la primera escuela normal de mujeres del país, habiéndose graduado luego como médica, siendo, como dijimos, la segunda en hacerlo y una gran luchadora en favor de los derechos de igualdad de sexo.   

Creemos que Clementina Comte de Alió, francesa, Directora de la Escuela Normal por muchos años, debió servir a sus egresadas de espejo donde pudieran reflejarse e imitarla,  no solo como docente, sino que además le permitió a todo el sexo femenino la posibilidad de desarrollar otras actividades dentro del quehacer nacional. Petrona Eyle y las hermanas Speratti son una representación de lo que venimos diciendo.

Edición del artículo: Virginia Civetta y Carlos Ratto