“El Porteñito”, el comedor más antiguo de la ciudad

Año 1964, en la foto, al centro, puede verse a Benicio, María Dolores, su esposa y cocinera y a su hijo Roberto

Otro de los negocios con historia en Concepción del Uruguay es el restaurante “El Porteñito”, ubicado en la calle Perú N° 281, en la zona del “Puerto nuevo”, un lugar hoy, no habitual para estos emprendimientos, que arriba ya a los 64 años de vida.

Es sin dudas, uno de los pocos lugares familiares que van quedando en Concepción del Uruguay, que sigue siendo atendido por su dueño, hijo de los fundadores y, una de sus características más destacadas es que, si bien cuenta con una carta, Roberto Ramírez, actuando como un verdadero anfitrión, recibe a los clientes y les hace saber los platos existentes con sus propias palabras.
Tenemos ante nuestros ojos una lista de comedores de la ciudad publicado por el diario “Provincia” en el año 1971 y de los 26 restaurantes que figuran en esa lista, hoy solamente sigue funcionando “El Porteñito”.

Razón más que importante para que vayamos en busca de su historia.
Ni bien llegamos al lugar quisimos relacionar el nombre con la provincia de Buenos Aires, pensando que se le había puesto ese nombre por el lugar de donde provenían sus dueños.
¿Son de Buenos Aires, por eso el restaurante se llama “El Porteñito”?
La respuesta fue no. El nombre se debe a que fue negocio que se instaló en el barrio Puerto Nuevo. Esta confusión con el nombre es bastante generalizada, ya que muchos clientes hacen esta misma pregunta.

Benicio Ramírez, el fundador de “El Porteñito”

“El Porteñito”, nació primero como un bar, en el año 1956, en un período muy prospero en el trabajo de nuestro puerto. Además en las cercanías se ubicaban grandes empresas de ese momento de la historia Uruguayense, como por ejemplo la “Lusera”, ubicada a media cuadra del restaurante. Para esa época de auge del barrio, existían otros comedores que ya han desaparecido, como el “Navarrito”, ubicado en Posadas y Seguí o el bar “Mitre”, en Mitre entre Seguí y Antártida Argentina.
Este bar tenía todas las características de los bares de la época, es decir que además del clásico expendio de bebidas, tenía un billar y, además en las mesas se jugaba al truco, al poco tiempo se comenzó a servir alguna comida rápida a los parroquianos, ese sería el origen del restaurante.

¿Quiénes fueron sus fundadores? Don Benicio Ramírez y Doña María Dolores Elizabelar. Se habían casado en su tierra natal, Talita, en Colonia Perfección. Ambos procedían de una familia numerosa, con 16 hermanos cada uno de ellos.

Don Benicio fue un hombre de trabajo, de muy joven fue lechero, y se encargaba de repartir y vender leche en nuestra ciudad.
En 1950, con su familia, es decir con su esposa, ya que su hijo Roberto nacería cuatro años después, se traslada a Concepción del Uruguay, tenían su vivienda, en calle Dr. Scelzi, entre las calles 8 de junio y Posadas, a mano izquierda, ahí nacería su único hijo: Roberto. Muy cerca estaba la Comisaría de Suburbios, sobre calle Mitre (dónde hoy está la Comisaría del menor y la mujer) Sus vecinos eran la familia Delorenzi (enfrente), Garrido y Leuze ya en la esquina de Posadas y Scelzi vivía su madre, de apellido Isaurralde.
Aquí continuó con su oficio de lechero. Salía de la ciudad hasta el campo de sus padres, en la zona de Talita, pasando el puente Taborda, a las 2 horas de la madrugada y regresaba para vender la leche hasta las 14 o 15 horas, en que regresaba a su casa.

Año 1990, el la foto aparece Roberto y su esposa Liliana

Después de terminar su tarea diaria, ayudado por su pequeño hijo Roberto, quien montaba a la yegua, guardaba el carro, con el que repartía la leche, en un Corralón que estaba ubicado en calles Posadas y Bulevar Martínez (hoy Constituyentes), por dónde hoy está la panadería “El Progreso”. En sus mejores épocas repartía 850 litros por día, en su jardinera tirada por “La Pico” una yegua muy mansa.
Para 1956, vende al “Gordo” Garibaldi que era su primo hermano, dueño de la recordada panadería Garibaldi (Leguizamón y Posadas), el reparto de leche y compra un bar ubicado en Perú 281, cuyo propietario era el Sr. Curcho.

Es así, que acompañado por su esposa una muy buena cocinera y su pequeño hijo, que con 6 años oficiaba de mozo, dan nacimiento a este tradicional comedor. Así fue que los sándwiches que se servían al comienzo, fueron dejando lugar a comidas más elaboradas, se fueron instalando mesas y al poco tiempo, 2 o 3 años, el bar fue cerrado y se transformó en el comedor que todos conocemos hoy.

En esos años de tanto trabajo en nuestro puerto, rápidamente se hacen conocidos por su comida y su servicio. Eran visitados por los camioneros que nos visitaban trayendo la producción que salía del puerto de Concepción del Uruguay. También por los camioneros que venían a la fábrica La Lusera, empleados de Agua y Energía y de Molinos Concepción, del Ministerio. La Prefectura Naval Argentina, fue desde siempre, cliente de “El Porteñito”. Este, con el puerto trabajando a pleno fue, tal vez, su mejor momento, hasta que en la década de 1970, la actividad del puerto comenzó a decrecer y con ella todas las empresas vinculadas a él.

Roberto y dos de sus hijos. Pablo y Luciana, a principios de la década de 1980, en el frente del restaurante.

A principios de los años 60 “El Porteñito” comenzó a brindar, además, el servicio de vianda a domicilio, eran más de ciento cincuenta viandas que eran repartidas, al principio en bicicleta o motoneta y luego en un auto, un “Rambler rojo con techo blanco”.
El negocio fue creciendo y se vio su clientela aumentar. Es así, que ya no solo venían los del puerto, comenzaron a visitarlos los del banco, policía, y de prefectura. Como daban pensión también, aquellos que venían a la ciudad y debían quedarse, se alojaban en este lugar.
Rápidamente se hicieron conocidos y los clientes no dejaron de disfrutar la cocina casera que estaba a cargo de María Dolores Elizabelar.

A fines de la década de 1950, en 1958, Benicio, había comprado una casa vieja, contigua al antiguo bar, que perteneció al Sr. Domínguez, que prácticamente tirada abajo para construir un nuevo espacio. Armaron un gran salón, donde se podía almorzar o cenar, tenían comida a la carta. Por la gran cantidad de comensales, se había hecho un menú fijo, que constaba de una mesa de fiambres surtidos, que cada uno se servía (matambre arrollado, lengua a la vinagreta, etc.), un plato principal (a la carta) y postre (flan casero o ensalada de frutas), con un precio único. En ese momento, Roberto tenía 6 o 7 años y ya trabajaba de mozo y podía atender las mesas y cobrar, ya que el precio era único, “4 pesos por persona”, recuerda.

Tanto a Roberto, como a su padre, Benicio, le gustaba la caza, es así que en los años 60 y 70 era habitual que los clientes pudieran pedir un menú “especial”, elaborado con las piezas de caza, entre ellos se destacaban el guiso de martineta con arroz o el escabeche de perdiz. Además, y producto de la mano de María Dolores, era habitual en esos tiempos la inclusión en el menú de comidas “criollas”, tales como locro, buseca y el “guiso carrero”.

Desde el comienzo, salvo cuando por unas diez años en la década de 1990, cuando se incluyo la parrilla, el menú fue el mismo, todo casero, “Vacío y peceto mechado al horno, milanesa sola o a la napolitana, pastas elaboradas por María Dolores, ñoquis, ravioles, canelones, etc. “Es lo que le gusta a la gente”.

Roberto acompañando a una de las tantas mesas de clientes.

La fama fue creciendo, haciéndose conocer en toda la ciudad, camioneros, estibadores, trabajadores de empresas, profesores, hombres de las fuerzas y familias en general, se fueron dando sitas en el lugar por varias generaciones.

Nuestro interlocutor, Roberto Benicio Ramírez, único hijo de este matrimonio de trabajo, es el que continúa con el negocio, y está al frente del mismo desde el año 1980, cuando su padre, Benicio, se retiro. Los años, las crisis vidas en la economía de nuestro país han hecho que el lugar se vea reducido, pero sigue siendo tan acogedor como siempre.

Con los ojos llenos de lágrimas, Roberto recuerda la época de oro de su negocio, cuando se hacían viandas y las repartían con su papa en un Rambler rojo de techo blanco. Cuando hacían servicios para diferentes eventos sociales de Concepción del Uruguay, por ejemplo; el gran festejo que se hace en el comedor cuando el club Racing sale campeón en 1966, y la gran cena de festejo de los 50 años de la empresa Mársico Hnos., que se realizó en Club Lanús.

Hoy acompañado de su esposa Liliana, son los encargados del lugar. Sus hijos ya grandes han estudiados ayudando en el lugar. Hoy son profesionales, Pablo, arquitecto, Luciana, Profesora de Educación Física y Matías, Contador y vive en Suecia, todos ellos, cuando estudiaban trabajaron en el comedor para ayudarse en sus estudios.

Restaurante “El Porteñito” en la actualidad

Así, entre los recuerdos, de las reuniones del Auto Club de Concepción del Uruguay, de fútbol, de atletismo, la comida llevada a los niños de la colonia de vacaciones del Centro de Educación Física “La Nasa”, las comidas a los alumnos de la Escuela de Aprendices. Las fiestas donde realizaban el servicio, como los que se hacían en el Club Rivadavia, para 700 personas, fuimos recorriendo la historia de estos 64 años de este comedor que hoy lo podemos seguir disfrutando, atendido por Ricardo y Liliana, a quien acompaña desde hace treinta años, la cocinera, Doña Maruca, cuya especialidad son, las carnes al horno y por supuesto, las pastas.

A lo largo de todo este tiempo, muchas familias de la ciudad han concurrido a “El Porteñito” por, a veces, más de tres generación, una de ellas, de las tantas, entre las que seguramente estará la tuya, lector, es la familia Marcó.

Desde hace unos años, se achicó el salón principal y se atiende solo al mediodía, para dar un buen servicio, el mismo de siempre a la vieja y nueva clientela de “El Porteñito”, que seguramente seguirá por muchos años más, brindando esa comida casera, que ya no se consigue en C. del Uruguay.

Texto. Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Charla con Roberto Ramírez

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