Pablo Lorentz nació en Sajonia, el 30 de agosto de 1835, su esposa fue Juana Herminia Franz, oriunda de Pirna (Sajonia).
Fue profesor de la Universidad de Múnich dónde su nombre cobró dimensión universal. Fue contratado en 1859 por la academia de Ciencias de Córdoba, pero por razones circunstanciales no pudo hacerse cargo de su cátedra y se instaló en Concepción del Uruguay como profesor titular del Colegio del Uruguay.
El 20 de enero de 1875, fue designado profesor del Colegio del Uruguay Justo José de Urquiza, por Decreto firmado por el entonces presidente argentino Nicolás Avellaneda y el Ministro de Educación Onésimo Leguizamón.
Las obligaciones de eran, entre otras, la de desempeñarse como profesor de la materia Historia Natural y, con los objetos que recogiera en sus excursiones y con los que adquiera en el extranjero, las colecciones que iban de constituir el Museo de Historia Natural en el expresado establecimiento.
Una vez instalado en Concepción del Uruguay, Pablo C. Lorentz decidió formar en terreno perteneciente al Colegio un Jardín Botánico, para ello se dirigió al Rector Dr. Clodomiro Quiroga (1875/1880) y éste al Ministro, Dr. Onésimo Leguizamón, pidiendo autorización para ocupar con aquel fin, el patio del instituto.
Leguizamón, como ex-alumno del Histórico establecimiento y condiscípulo de Clodomiro Quiroga allá por 1858, le escribió al Rector lo siguiente: “Por el conocimiento personal que tengo del edificio pienso que el jardín que el Dr. Lorentz se propone formar no quedaría en buenas condiciones, tanto por lo reducido, cuanto porque ese terreno presta actualmente servicio indispensable al Colegio” (…) “Por esta razón, juzgo conveniente buscar otro lugar que no ofrezca las dificultades indicadas”.
“Frente al Colegio y hacia un lado de la Iglesia, existe un fundo inculto que, quizás su propietario lo cediese por cierto tiempo para establecer en él, el Jardín Botánico..”.
“Recomiendo (…) al Sr. Rector haga diligencias en ese sentido..”
Surgen de inmediato algunas dificultades, por cuanto el dueño ofrece en venta el citado terreno y Leguizamón le pidió al Rector que solicite al Gobierno de la provincia de Entre Ríos la cesión de uno, por cuanto, agregó “…no será difícil conseguir esto, por cuanto (…) los trabajos que se tiene en vista son por su naturaleza de una utilidad real para esa ciudad”.
Esto demuestra que el Ministro de Instrucción Pública de la Nación tenía cabal conocimiento del pueblo donde había pasado sus años juveniles. Además, en aquella época, en 1875, eran numerosos los, terrenos baldíos en el mismo centro de la ciudad, pertenecientes en su mayoría al fisco.
Interesado el Gobierno entrerriano del asunto de referencia, de inmediato ofreció uno a la superioridad y Leguizamón en carta a Quiroga le dice: “Sírvase Ud. proceder de acuerdo con el Sr. Gobernador de esa Provincia y el Profesor Dr. Lorentz, a la elección del terreno destinado al Jardín Botánico, pidiendo se efectúe la cesión (…) en favor de ese Colegio”. A los pocos días, el 11 de junio de 1875, elevó el Rector al Ministro, el plano del terreno elegido de común acuerdo con el Dr. Lorentz.
El 15 de julio del mismo año Leguizamón agradeció la información, afirmando que el Gobernador entrerriano ya le había comunicado la noticia, ordenando “…proceder a tomar posesión del referido terreno, dando cuenta a este Ministerio”.
Solucionado el problema de espacio, le tocó a Pablo Lorentz organizar el Jardín Botánico y además, establecer el Museo de Historia Natural que el Decreto de designación mandaba.
Ante el reclamo del Rector Quiroga por la demora en su implementación, el docente alemán le escribió una larga carta al directivo explicando y definiendo las tareas y pasos a realizar.
Con respecto al Jardín Botánico afirmó que si bien el Gobierno provincial cedió un terreno de dos cuadras y media, alcanzaba con una sola cuadra, por cuanto la enseñanza a impartirse no iba a ser de tipo universitaria sino elemental, por tratarse de un colegio secundario.
Además sostenía que una media cuadra era totalmente baja y anegadiza, pero que podía emplearse “…parte de este terreno (…) para objeto del Colegio (…) para colocar la basura, para cultivar algunas legumbres…”.
Podemos apreciar en estas palabras el espíritu utilitario de los alemanes, tratando de no desaprovechar el regalo ofrecido.
Agregaba luego que “…no siendo el Jardín (…) un paseo público, lo podemos hacer (…) de una manera llana, no decorativa (…) con menos gasto…”, con “…una muralla alta y buena alrededor, no (…) un cerco simple”.
Su preocupación fue la designación de un buen jardinero, “…el que debe ser hombre bastante inteligente…”, porque allí no sólo se cultivan especies ordinarias, “…las cuales tienen diferentes condiciones de existencia”.
A renglón seguido dice que “…el jardinero (…) contrataría peones y haría los trabajos de primera necesidad”.
Sabedor Lorentz de la crisis económica que periódicamente padecía nuestro país, afirmó: «Estando (…) muy limitados los recursos del Exmo. Gobierno Nacional nos podíamos contentar con esto por el primer año; en el año siguiente se podría hacer una habitación para el jardinero con un cuarto de semillas y un cuarto de herbario (…), con una biblioteca chica y además poner en el bajo (zona anegadiza) una máquina de vapor para alzar el agua de riego y de los acuarios (…) y al fin hacer (…) una vidriera (¿invernadero’?) para plantas exóticas”.
“Hecha estas cosas podría entonces entregar el Jardín a mi sucesor y volver a Córdoba “.
Termina su nota, como podemos apreciar, de una manera inusual para su formación germana. Lo vemos eufórico, lleno de ricas iniciativas, alguna de tecnología de punta como lo llamaríamos hoy, al solicitar una máquina a vapor para elevar el agua a un tanque para facilitar el regado del Jardín Botánico.
Dificultades
Si bien Lorentz hizo hincapié en que eran muy pocas las cosas que solicitaba para iniciar el Jardín Botánico, por cuanto eran escasos los recursos que poseía el Ministerio ante la crisis económica, no sabía que a partir de 1876 entró nuestro país en una virtual cesación de pagos que obligó a Nicolás Avellaneda a hacer severos recortes en el presupuesto para evitar un verdadero caos en la administración.
Al carecer de partidas mínimas para ir instrumentando el jardín, la idea se fue abandonando, sin embargo, Lorentz volvió a insistir a lo largo de todo aquel año sin éxito.
Finalmente, por Resolución de Ministerio de Instrucción Pública de la Nación de fecha 24 de enero de 1877 se le informó al Rector que el Gobierno Nacional “…ha resuelto devolver al Gobierno de Entre Ríos el terreno (…) por no poder por ahora proceder a su creación…”
Ante la demora en reintegrar el inmueble, a fines de 1877 la Superioridad le ordenó al Rector el 19 de diciembre lo siguiente: “Habiéndose pedido el terreno de que se trata, para la formación de un Jardín Botánico, verificándose la donación en este concepto expreso según consta en el expediente y no pudiendo en justicia ni equidad retenerse el mencionado terreno, cuando el PE. ha desistido por ahora, del pensamiento enunciado, por la necesidad de reducir en lo posible los gastos públicos, devuélvase con los títulos adjuntos y avísese en respuesta al Gobernador de Entre Ríos, oficiándose al Rector (…) para que de posesión de ellos a quien corresponda”.
Así se frustró una creadora iniciativa, la falta de dinero por parte del Ministerio de Instrucción Pública de la Nación no permitió que una ciudad del Interior tuviese un Jardín Botánico, dirigido por un sabio y que hubiera dado lugar a la formación de jardineros y horticultores que a nuestro país tanto le hacía y le hace falta.
Edición: Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Texto extraído de: Argachá, Celomar, “Tiempo de desbordes y bochinches. El Colegio después del Jordanismo”, Ediciones “El Mirador”, 1998