Relato de Luis Aráoz (1844-1925) en el libro “Del tiempo viejo”, dónde narra diferentes aspectos de su vida, básicamente su traslado desde Tucumán hasta Concepción del Uruguay para estudiar en el histórico colegio, en 1857, hasta su regreso a casa en 1872. Hoy, un Bulevar de la ciudad lo recuerda
El edificio del Colegio
El General Urquiza al ausentarse del Paraná para la campaña de Vences, probablemente en 1847, había resuelto y dado las órdenes necesarias para que se erigiera el edificio del colegio en la ciudad del Paraná, donde funcionaba ya el “Colegio Entrerriano” fundado por él. A su regreso de la campaña encontró que nada se había hecho; que la comisión encargada estaba en desavenencias sobre la ubicación del edificio, a causa de las tendencias interesadas y opuestas de algunos propietarios del terreno.
Fue esta contrariedad que decidió al general Urquiza ordenar la traslación de todos los materiales de construcción que estaban acumulados y preparados, a la ciudad de Concepción del Uruguay. El transporte se verificó en una goleta de un Sr. Costa de Gualeguaychú.
Si en un año o un mes se diera comienzo a la obra del edificio, no lo sabemos, pero se terminó a fines del año 1852, o a principios de 1853. Uno de los ex – alumnos fundadores, el agrimensor de austeridad ejemplar, don Juan B. Martinez, me refirió que una de las balas de cañón arrojada desde el puerto por los buques del malón o invasión del general Juan Madariaga, el 21 de Noviembre de 1852, chocó con un montón de baldosas de techo acumuladas en la azotea, donde rebotó y destruyó un pedazo de la cornisa alta del mirador. Alcance a ver la cornisa destrozada en 1857 y hasta 1864, que la compusieron.
El terreno que está edificado, probablemente ha sido antes cementerio. Lo creímos porque vimos sacar varios restos humanos en la excavación del aljibe o pozo hecho en el ángulo noroeste del patio (1860 a 1861), destinado a desagüe o sangría de los escusados.
El arquitecto fue don Pedro Renón, y seguramente este mismo arquitecto fue el constructor de varios otros edificios, estando a juzgar por el parecido de las fachadas y el estilo de las construcciones, hechas en la misma época que las del colegio.
Se abriga esta sospecha al fijarse en el antiguo edificio de la Aduana, que actualmente ocupan las oficinas de las obras portuarias en la casa del Sr. Latorre, hay sucesión del Sel, en lo que fue el Club Uruguay, ocupado actualmente por el biógrafo. En las casas que fueron del general Urdinarrain (calle Rocamora) y en las que siguen hacía el Oeste en la misma vereda del frente que ocupaba la familia Victorica y después Bergada Basavilbaso; así también es la casa del general Galarza en la calle de su nombre, que tiene un mirador, y la de la familia Chilotegui de la calle San Martín vereda del Sud en la esquina que hace cruz con el edificio del Banco de la Nación.
Todas estas construcciones tienen el parecido de la altura, en los parapetos, cornisas y arquitrabes; en las aberturas, puertas y ventanas, todas del mismo tamaño e igual número de barrotes de fierro de las rejas, que las del Uruguay (del Colegio), y se nota la diferencia con las edificaciones posteriores a la época referida de la construcción del Colegio. Y en cuanto a solidez y buen material, superan a la moderna edificación de las casas del Uruguay.
Concretándonos ahora al edificio del Colegio, es indudable que fue construido con la decisión de hacerle otro piso de altos. Así le oímos opinar al profesor de matemáticas, Luis de Lavergni en una clase en que estaba explicando los órdenes de arquitectura, y el lavado de planos que se nos enseñaba. Para levantar el plano del colegio es más fácil hacerlo en la azotea, siguiendo los arranques de las paredes que seguramente han sido levantadas en el concepto de darle otro piso – nos decía – Efectivamente, esas bases de muros tenían 60 centímetros de altura y las aberturas para las puertas. A ras de la azotea, cada 20 centímetros, más o menos, estaban orificados para dar paso a las aguas de lluvia, pues el plano de la azotea era de muy escaso desnivel, lo cual ha sido causa de las constantes y abundantes goteras que tiene el edificio.
Debido a esto (en 1864 según creemos), fueron cambiados los techos, dándoles la inclinación conveniente, pero, para ello no fue necesario, que el empresario constructor se apropiase de todos los ricos tirantes de ñandubay sustituyéndolos por los de pinotea, tan inferiores en duración, pero así se hizo porque el intermediario gestor tiene influencia ante las autoridades del gobierno nacional.
Lamentable es que en la obra de compostura hayan incluido la supresión de los ángulos de la calle por las ochavas. La Municipalidad, seguramente, no hubiera rehusado la excepción a la ordenanza, que las obliga, para haber conservado intacto el aspecto exterior de esa reliquia.
También modificaron la puerta del centro del frente: era antes cuadrada y ahora es de arco. Estaba cerrada porque daba al dormitorio grande. Las ventanas tenían rejas iguales a las de los otros frentes, pero, arriba, eran de arco como hoy, y cubierto éste por un abanico de tres vidrios.
El parapeto de la azotea tenía las aberturas (puertas) señaladas pero tapiadas, indicando ser las bases o arranques para los altos proyectados. En la del centro, que es hoy el balcón con la puerta central de los altos estaba colocada una gran plancha de mármol con inscripciones relativas a la fundación del colegio y a su fundador. No recuerdo los términos. Otra placa, parecida, así como las que tenía el templo arriba del peristilo, fueron mandadas sacar por orden del gobierno del Doctor Leónidas Echague, durante su primer período, y su ministro Secundino Zamora. Se decía que por desavenencias o un reclamo de la familia Urquiza el gobierno lo consideraba injusto. Algo sobre contribuciones, pero que nada tenía que ver con las placas según creemos.
El ex-rector del Colegio, Dr. Honorio Leguizamón agotó las investigaciones durante mucho tiempo, en busca de la placa del Colegio, me dijo (en 1888), que no pudo encontrarla ni saber que se había hecho de ella. ¡Qué lástima! de todo es capaz la política pequeña y estrecha. (Texto: Aráoz Luis, “Del tiempo viejo”)