El ser argentino se conforma con la mezcla del originario o amerindios, europeos y en muy poca cantidad africanos.
Los africanos traídos forzadamente a estas tierras, fueron dejando descendientes, muchos de los cuales eran el fruto de la unión con hispano-criollos, e indígenas. Así proliferaron los mulatos, zambos, mulatillos, pardos, que luego se mezclarían con los nuevos grupos de inmigrantes procedentes de Europa. Gran número de la gente que tenía una porción de sangre africana pasó a formar parte de los sectores marginales urbanos, del proletariado ocupado en diversas tareas, casi siempre las peores remuneradas o rechazadas por considerárselas subalternas.
Nuestra sociedad mantuvo, aunque sin admitirlo expresamente, la discriminación étnica o racial heredada de España y promovida en los escritos por los positivistas y evolucionistas sociales, y en los hechos por los modernizadores de la Argentina: Sarmiento, Alberdi, Mitre, Cané, Roca, etc. El resultado fue la negación del aporte africano a nuestra sangre y a nuestra identidad cultural, aunque esta herencia ha empezado a ser rescatada y valorada en las últimas décadas.
En nuestra provincia en particular, casi no se mencionan los africanos, pues siempre se ha escrito sobre grupos dirigentes, aquellos subordinados, indígenas, africanos y mestizos fueron dejados de lado por creer que no habían sido protagonistas.
En los informes que Don Tomas de Rocamora enviara al Virrey Vértiz, menciono que vio unos cien ranchos habitados por naturales y mulatos en las localidades de Nogoyá, Gualeguay, Gualeguaychú y Arroyo de la China.
Los esclavos eran usados para tareas donde el propietario era el ganador. En el campo fueron usados como domadores, marcadores, capataces, peones, hacheros, labradores. En la ciudad, de albañil, correo, aguateros. Y las mujeres, se dedicaban al servicio doméstico, cocineras, etc.
La vestimenta era parecida a la de los criollos humildes. La ropa se las daban sus amos.
El precio de los esclavos estaba dado por la edad, sexo y habilidades. Y las esclavas de 15 años que sabían cocinar, planchar, amasar, eran las más valiosas.
De que época estamos hablando? Si de los inicios de nuestra ciudad, en el censo ordenado por Ramírez en 1820, figuran registrados en nuestra ciudad 120 esclavos, el 54% de ellos nacidos en Guinea y 12 africanos en condición de “libres”, pero el esclavo seguía el destino de su amo. Hay documentos que hablan de esclavos hasta los años 1852/1855 por Ejemplo:
La esclava Lucia Palmero, fue llevada de Entre Ríos a Buenos Aires, en carácter de libre, pero esta debía servir a la Señora Carmen Espino por tres años, a cuyo término quedaría en libertad.
Otro ejemplo: Don Salvador Barceló, vecino de nuestra ciudad dejo asentado en su testamento que su esclavo Simón, se le otorgara la libertad después de su muerte. Esto demuestra que en nuestro país, no se cumplió inmediatamente la Constitución del 53, que disponía la abolición de la esclavitud. Recién para 1860, se cumple con la norma.
En los primeros años de nuestra Villa, se recuerdan algunos nombres de esclavos como:
Anastasio y Paulina Campana, padres de Timoteo (1788). José Justo Santos, hijo de la esclava Petrona Santos (1790). Los padres del Gral. Urquiza poseían varios esclavos, cuyos hijos, fueron bautizados con el apellido Urquiza.
Luis Aráoz, en sus memorias, escritas sobre su estadía en nuestra ciudad, entre los años 1857 y 1863, relata lo siguiente: “La manzana siguiente al Este sólo tenía, según recordamos, unos ranchos sobre la calle 9 de Julio, en el primer cuarto de manzana del Oeste, de propiedad de la familia de los morenos Ríos (se refiere a la delimitada por las hoy Artigas y Tibiletti). Allí se reunía mucha gente de color en los candombes de los días sábado. Los gritos al toque de tamboriles se oían claramente desde el Colegio”.
En otra parte de su obra, Aráoz nos cuenta que “Más hacia el Sur, (donde está hoy la Escuela Normal de Profesores), era mayor el rancherío. Los sábados no se oraba, por los gritos al son de grotescos tamboriles de los negros, que pasaban toda la noche bailando candombe. Había bastantes africanos viejos.
En Concepción del Uruguay algunos pocos vástagos de las familias originarias de África quedaron registrados en las crónicas o en la memoria colectiva. Entre otras, sobresale Irene Jurado, parda liberta, entrerriana, nacida alrededor de 1818, que formaba parte de la servidumbre de Mariano Jurado. Años más tarde pasó a prestar servicio en la casa de Carmen Uribe Britos y colaboró con ésta en el hospital de sangre que se improvisó en noviembre de 1852 cuando la ciudad fue atacada por las fuerzas de Juan Madariaga. Dicho hospital funcionó en la actual calle J .D. Perón n° 82-92 .26. Irene Jurado también era renombrada por sus dulces, a tal punto que el general Urquiza, en un agasajo que ofreció a diplomáticos norteamericanos, el 11 de marzo de 1859, en el Palacio san José, le encargo 6 dulceras con 9 libras.
Los antiguos alumnos del «Colegio del Uruguay» al hacer el repaso de su vida estudiantil, no podían omitir en sus evocaciones al personal del establecimiento como -entre otros- el portero de las primeras épocas, el negro Trifón Ríos “muy querido y considerado por su buen carácter y por su seriedad”. Éste había quedado manco como consecuencia de una herida recibida en la batalla de Caseros y, en compensación, se le había dado trabajo en el Colegio.
También en la zona rural quedaban algunos descendientes de africanos integrados con la población criolla y participando en sus labores cotidianas y reuniones festivas. Honorio Leguizamón evocaba la celebración de una boda en una estancia del Calá, por la década de 1860; entre los concurrentes a la fiesta, llamó la atención la llegada de tía Joaquina, “…una Venus hotentote, célebre bailarina de la danza de las caderas (candombe) y no menos célebre fabricante de pasteles para yerras y trillas“. El mismo autor, recuerda una visita que hizo a la casa de su abuela que vivía en Nogoyá, quien tenía unas “negritas libertas”, que se levantaban temprano para ordenar las vacas.
Entre las víctimas de la epidemia de fiebre amarilla que se desató en el departamento Uruguay entre agosto y diciembre de 1871, sobre un total de 421 decesos, se registró el de 10 africanos (cuatro mujeres y seis varones). Estas epidemias, sumadas a otros factores, como la mortalidad infantil y la disminución de los varones adultos obligados a participar en la guerra, provocaron una sensible merma de la población de origen africano, no sólo de esta ciudad, sino de toda la región.
Nos dice Harman:
“el desprecio, la marginación y el olvido fueron algunas de las consecuencias de un largo proceso de relaciones sociales asimétricas. Sera ahora el tiempo de reflexionar sobre la realidad heredada para que podamos construir – sin exclusiones – una realidad diferente y para que no haya más rostros invisibles en nuestra historia”.
Edición: Civetta, Virginia y Ratto, Carlos. Textos extraídos de Harman, Ángel, “Los Rostros Invisibles de nuestra Tierra”, 2010; Miloslavich de Álvarez, María del Carmen “Hace un largo fondo de años. Genealogía Uruguayense”, 1988 y Mallea, Lorenza y Coty Calivari, “Las mallas del viaje”, ediciones El Mirador, 1982