Melchor Lavín, el chasqui de los realistas

Vista antigua de la ciudad, se puede ver la comandancia de una sola planta. Calle “Del Tonelero”, hoy San Martín

En un artículo anterior, relatamos la vida de Tomás Lavín, uno de los primeros pobladores de la Villa de Concepción del Uruguay, hoy nos ocuparemos de uno de sus hijos, Melchor.

Portada del libro de Daniel Balmaceda de dónde fue extraído en relato

Cuando Liniers fue atrapado por Pepe Urien, cuando intentaba generar un movimiento contra revolucionario luego del cabildo del año 1810 no estaba solo. Lo acompañaba Melchor José Lavín, su secretario de 18 años de edad. Melchor había nacido pocas horas antes del día de Reyes de 1792 en Concepción del Uruguay (actual provincia de Entre Ríos). Viajó a estudiar Derecho a Córdoba, donde se encontraba el ex virrey, quien había decidido retirarse a vivir en el buen clima mediterráneo.
Liniers conoció a Lavín porque era compañero de estudios y amigo de su hijo José. Esto permitió que mantuvieran una respetuosa relación de confianza, a pesar de la diferencia de edad: para 1810 el francés Liniers tenía 60 años.
El ex virrey tuvo noticias de que algo podría estar tramándose en contra del gobierno y le escribió a Baltasar Hidalgo de Cisneros el 19 de mayo. Este pormenor aclara por sí solo que la historia de la Revolución no es lineal, como pretende explicarse a través de la Semana de Mayo: el 14 un buque inglés llega a Buenos Aires con noticias sobre España, el 18 se reúnen los patriotas en la casa de Rodríguez Peña, el 20 le piden al Virrey que convoque una asamblea, el 21 se reparten las esquelas, el 22 sesiona el Cabildo Abierto, el 23 se realiza el escrutinio de la reunión de vecinos, el 24 asume una junta que es rechazada y, en la meta, llegamos al desapacible 25 de mayo, luego de una semana de acontecimientos vertiginosos. Si fuera así, ¿por qué Liniers le envió a Cisneros una carta de advertencia por intermedio de Lavín, fechada el 19 de mayo en Córdoba?
Lo cierto es que el encargado de transportar la nota del ex virrey al virrey en ejercicio fue nada menos que Melchor Lavín. De la respuesta también se hizo cargo. Partió de Buenos Aires el 25 de mayo y llegó a la ciudad de Córdoba el 30 con las novedades. Esta carta es la que derivó en la reunión donde Liniers y Gutiérrez de la Concha resolvieron resistir.
Lavín tomó partido por la contrarrevolución y a partir de allí se convirtió en el ayudante de Santiago de Liniers. Nunca quedó claro si escapó cuando Urien capturó al francés o si se le perdonó la vida (Liniers, como se sabe fue fusilado). En definitiva, el chasqui de los realistas galopó al Alto Perú para sumarse a las filas de los soldados del Rey que combatirían a los sediciosos de Buenos Aires.
Su valor y empeño fueron premiados. Ascendió jerarquías y en 1814, con 22 años, era teniente coronel. Murió en Salta el 11 de julio de ese año. O al menos, eso informó la Gaceta de Buenos Aires del 9 de agosto de 1814. La noticia era que, en Salta, el bravo Pedro Zavala y sus gauchos vencieron a los realistas y que “el motivo de haberse retirado tan presurosamente los enemigos fue porque sus Gauchos (los de Zavala) habían herido mortalmente al famoso Comandante Teniente Coronel Melchor Lavín, al cual llevaron cargado hasta la Ciudad, donde ha muerto”. No sería ni el primero ni el último muerto de la prensa que gozaba de buena salud.
En 1816 Lavín fue gobernador de Tarija, ciudad que pasó de manos realistas a patriotas en varias oportunidades, ya que se hallaba en medio del principal frente de guerra. Lavín venció a las fuerzas republicanas en agosto de ese año. Y su fama de cruel pudo confirmarse ahí mismo. Tomó prisioneros en el campo de batalla, fusiló a muchos y al resto lo llevó hasta Tarija. En la plaza del pueblo colocó a los derrotados y organizó un drástico remate. Convocó a vecinos que se sumaron a la penosa diversión. Hubo cerca de ochenta que no recibieron ofertas para ser comprados.
El coronel Lavín mandó reunir a todo el pueblo tarijeño, dispuso parar a los prisioneros que no fueron comprados contra el paredón de la iglesia y ordenó a un pelotón que disparara en forma discrecional hasta agotar las balas. El fusilamiento masivo recién llegó a su fin cuando cayó el último de los soldados patriotas.
Acto seguido, el chasqui de los realistas llevó a cabo una siniestra parodia. Hizo que los vecinos notables de la ciudad se pararan delante de los cadáveres. Cada uno debía apoyar su espada en el cráneo de un muerto y jurar fidelidad a la causa del Rey. Fue en estas circunstancias que se dio un hecho grotesco.
Uno de los fusilados se había tirado al piso haciéndose el muerto con la intención de pasar desapercibido en el montón de cuerpos y salvar su vida. Pero al realizarse la ceremonia del juramento con las espadas, se incorporó y gritó: “¡Yo también juro!”. Lavín ordenó su ejecución en ese mismo instante, según cuenta Tomás de Iriarte, testigo de los hechos.
Su imprudencia y crueldad fueron muy malas cartas de presentación cuando el general José de la Serna asumió la comandancia de su ejército. Dispuesto a cambiar el estilo violento, tan poco político en ciudades que tenían buenos porcentajes de población que apoyaba a los absolutistas, corrió de la escena a los oficiales más duros. Esto hizo que la estrella de Lavín, el secretario de Liniers, se apagara.
A partir de la batalla de Maipú que decidió la suerte de Chile se realizaron drásticos cambios en la organización de las armas del Rey. Lavín estaba a punto de ser promovido para esa fecha, pero fue una víctima indirecta de esa batalla, que se perdió en un frente tan alejado de su zona de influencia.
En 1820, Melchor Lavín se sumó a la Logia Lautaro y se pasó de bando mientras se hallaba en Arequipa. Había concebido el plan de sublevar el pueblo y la guarnición en cuanto San Martín arribara a tierras del Perú para libertarlas. Un delator llevó a oídos del intolerante general español José Carratalá la historia del tránsfuga. Carratalá lo detuvo y lo envió a Cuzco para ser juzgado. Mientras se encontraba en la milenaria ciudad peruana planeó una revolución. Sin embargo, los realistas se enteraron y resolvieron atraparlo con las manos en la masa. La noche del 22 de marzo de 1821, cuando Lavín y sus hombres tiraron abajo la puerta del fuerte e ingresaron a la carrera, fueron recibidos con artillería de todos los calibres. Lavín murió al instante. Esa noche, el chasqui de los realistas se convirtió en otro de los tantos mártires de las independencias sudamericanas. Su muerte fue anunciada -otra vez- en la Gaceta de Buenos Aires. Cuando se cumplió el quincuagésimo aniversario del fallecimiento de Lavín, en 1871, la legislatura del Perú le concedió una pensión a su hija, Mercedes Lavín de Solá.

Edición: Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Texto, transcripción textual de Balmaceda Daniel, “Historia de Corceles y de Acero, de 1810 a 1821”, Editorial Sudamericana, 2010.

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