A lo largo del tiempo, en nuestra ciudad y región, han habido muchos negocios y productos que han quedado marcados en la memoria colectiva de la población, entre ellos se encuentran, como no, la “Lusera” y la “Marcela”, y también el motivo de nuestra nota del día de hoy, los recordados jugos “Erpen”.
Nos hemos reunido varias veces con descendientes de emprendedores de nuestra ciudad, que con mucha emoción nos han narrado la historia de sus antepasados y nosotros se las hemos transmitido a Uds., para que no se pierdan en la vorágine de la historia de Concepción del Uruguay.
Hoy nos entrevistamos con Arnaldo Erpen y juntos hemos recordado esa imagen que nos dejó nuestra infancia, de una mesa tendida para el almuerzo o la cena con nuestras familias reunida y esa botella de naranja con una etiqueta de un niño que nos llamaba la atención, y la duda era saber si de verdad era un bebé o simplemente un dibujo. Nuestras madres nos contaban que era de verdad un niño y que era el hijo del dueño de la fábrica de jugos Erpen. Era una época dónde se valoraban, mucho más que ahora, los productos locales y las bebidas de las grandes marcas se dejaban solo para acontecimientos especiales.
La fábrica de dulces y jugos Erpen, estaba ubicada en calle Seguí 72 de nuestra ciudad, funcionó por más de 45 años entre 1950 y 1996.
El impulsor de este emprendimiento fue Luis Arlando Erpen, si, Arlando, no es un error, así estaba anotado. Había nacido en 1920, en Líbaros, departamento Uruguay y era descendiente de inmigrantes del Cantón de Valais, con antepasados en Italia y Alemania.
Los padres de Luis Arlando fueron Valentín Erpen y Antonia Villanova. Este matrimonio, que vivió primeramente en Urdinarrain, se trasladó luego a Líbaros, dónde junto con un hermano fundan un establecimiento agropecuario denominado “Erpen Hnos.” que fue innovador en muchos sentidos, por ejemplo en ese campo se utilizaron los primeros tractores, que por ese entonces tenían grande ruedas de hierro, y supieron aterrizar los primeros aviones en la zona.
Valentín y Antonia tuvieron nueve hijos (cinco varones y cuatro mujeres). Luis, el menor de ellos, desde muy joven trabajó en tareas del campo. Pero su espíritu de progreso y curiosidad lo hacen investigar, ya desde pequeño, a través de revistas que compraba en Buenos Aires, sobre temas agropecuarios, sobre las abejas y sobre dulces y conservas. Estas revistas las compraba por correo y le llegaban a la semana por el ferrocarril a la entonces Estación de Libaros.
Hacia fines de cada año, Don Valentín reunía a todos sus hijos y distribuía entre ellos, proporcionalmente, las ganancias obtenidas durante ese período en la explotación agropecuaria. En el año 1947 en dicha ocasión, Luis le comunica a su padre su intención de dejar las tareas del campo y trasladarse a Concepción del Uruguay para dedicarse a la actividad Industrial que era su pasión. Al año siguiente, fallece repentinamente Valentín y se cierra una etapa en la vida de Luis.
Con 27 años de edad se traslada a Concepción del Uruguay, vive unos años en la casona familiar ubicada junto al Cine Texier,- existente en la actualidad- que su padre había comprado en los años 20, para tener donde alojarse cuando venía a Concepción del Uruguay y además que pudieran estudiar tres de sus hermanas -Virginia; Isabel y Lucía- que cursaron sus Estudios secundarios y Magisterio en Escuela Normal “Mariano Moreno” recibiéndose de Maestras y un hermano, Bernardo, que luego fue Escribano.
Ya afincado en la ciudad, en 1949, compra parte de lo que era el parque de la casa del Dr. Martín Reibel, en la zona del puerto nuevo, que para esa época era prácticamente un descampado. En este terreno construye primero los galpones de la fábrica y luego su casa familiar. En 1950, contrae enlace con Genoveva Kobilansky, también oriunda de Líbaros. Este matrimonio, tuvo dos hijos (Arnaldo y Gloria). La familia continúa viviendo en la casona de calle Rocamora hasta 1959, en que se trasladan a su nueva vivienda pegada a la fábrica.
La empresa comenzó con la fabricación de dulce de batata y dulce de leche los que se vendían en cajas de metal con el logotipo impreso en ellas.
La zona, para medidos del siglo XX, era muy descampada con muy pocas construcciones. Las batatas para la elaboración del dulce se almacenaban en una parte del terreno al aire libre, y nos cuenta Arnaldo Erpen, que en las cercanías- para la zona de los tanques- vivía un señor que era lechero y criaba vacas y estas se cruzaban hacia el predio de Erpen para comer las batatas, haciendo un verdadero desastre con estos vegetales, lo que era todo un inconveniente para este emprendedor que recién comenzaba. Finalmente Luis encontró la solución, alambrando su propiedad.
El dulce de leche, se hacía con leche que se traía en tarros lecheros con el nombre “Luis Erpen” impresos en ellos, por tren, desde la ciudad de Crespo, centro lechero entrerriano. Estos dulces se llamaron primero “Naldo” y más tarde “Erpen”, ya con la tradicional imagen del bebé. Al tiempo, los dulces se dejaron de elaborar y la fábrica se dedicó solo a la elaboración de jugos
Promediando la década de 1950, entre 1954 y 1955 incorpora la fabricación de jugo de naranja que al poco tiempo se convertiría en el caballito de batalla de la empresa. La materia prima, se traía de la ciudad de Concordia y de Monte Caseros. Jugos concentrados de Pindapoy y Malleret.
La pujanza de Luis y la necesidad de incrementar su rentabilidad, hizo que emprendiera otros aspectos del negocio, incursionado en la producción de soda (aunque por poco tiempo), y para ellos se reunía con soderos de la época de nuestra ciudad. Estas reuniones se llevaban a cabo en la “Quilmes” y participaban otros soderos recordados como Joray o Salvarezza, e incluso, aunque por poco tiempo, elaboró jugo de naranja con gas en botellitas de vidrio. Para esto había comprado una maquina dosificadora.
Así fueron trabajando, primeramente con envases de vidrio, retornables, hasta usaron damajuanas (a fines de la década de 1970) y luego, ya a principios de la década de 1980 con envases plásticos no retornables de litro y medio. Para ese momento, los jugos “Erpen” eran infaltables en todas las mesas y fiestas Uruguayenses.
Los envases retornables hacían la producción muy complicada. Se tenían que lavar para volver a usarlos, al comienzo todo se hacía a mano. Tenían tres piletones donde se dejaban las botellas y damajuanas toda la noche en soda cáustica. Al otro día se lavaban con cepillos, trabajo que se hacía a mano y se abonaba a los empleados por cajón limpio. Luego, este proceso se mecanizó lo que permitió mejorar el rendimiento de la planta.
La dificultad más importante estaba en que no siempre se recuperaba la misma cantidad de envases que salían de la fábrica, porque algunos almaceneros no eran muy rigurosos con el cambio de envases. Este problema se agudizaba en períodos de alto consumo, como la temporada de verano.
Para 1974 se incorporan otros sabores, como el de mandarina y limón. Luego viene la época de envases no retornables y hasta de plástico. Ya para entonces se habían incorporado otros sabores: lima-limón y pomelo. Y hasta se llegó a fabricar jugos en sachet, delicia de los más chicos.
La distribución se hacía en toda nuestra provincia, Buenos Aires y hasta el sur de nuestro país. Fue una época de apogeo, entre los años 1970 y 1980.
Esta fábrica, en su mejor momento, tenía 4 empleados fijos, que lo reforzaban con 15 a 20 empleados en época estival, donde se producía mucho más, llegándose a duplicar los turnos de trabajo.
Don Luis un hombre siempre activo, fue tomando otros compromisos en empresas donde tuvo acciones, por ejemplo en frigoríficos avícolas. Finalmente deja la fábrica, luego de una enfermedad que lo tuvo internado en Buenos Aire, a mediados de la década de 1970, aunque nunca perdió totalmente el contacto con la fábrica. Al principio la dirección de la empresa queda en manos de un cuñado de Luis, Pedro Kobilansky, alias el gringo, que estuvo en la fábrica desde su adolescencia, traído por Arlando de Libaros de dónde era oriundo, acompañado con su hijo Arnaldo y luego de su yerno, Carlos Gondell.
Luis Erpen, el fundador, fallece en 1992, de manera repentina y encontrándose en plena actividad como Director de otras Empresas.
A lo largo de todo este tiempo, el mercado fue cambiando, aparecieron nuevas marcas y la competencia fue incrementándose, sumado a esto las continuas crisis por las que atravesó nuestro país y los cambios de valor del dólar, moneda de referencia para muchos insumos de fabricación (envases, jugos, transporte, maquinarias, etc.), todo esto hizo que no dieran los costos de producción por el constante proceso de desvalorización de nuestra moneda, que hizo que la empresa diera más pérdidas que ganancias, de tal manera que una vez que se hubieran jubilado los empleados más antiguos, se tomó la triste decisión de cerrar la fábrica. Uno de ellos era Miguel Ángel Squivo que trabajo desde adolescente en la fábrica.
Así que un 30 de noviembre de 1996, jugos “Erpen” cerró para siempre y se instaló en la memoria colectiva de los habitantes de Concepción del Uruguay, que lo recuerdan hasta el día de hoy.
Texto: Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio. Fuente: Charla con Arnaldo Erpen (07/12/2021)