¿Cuáles fueron las características físicas reales del Supremo Entrerriano?

Vista del medallón del Supremo Entrerriano en Plaza Ramírez (Foto: Mabel Gómez)

¿Cuáles fueron las características físicas reales del Supremo Entrerriano?

Vista del medallón esculpido por Juan Fosatti (Foto: Mabel Gómez)

Es por casi todos aceptada que la imagen de Francisco Ramírez es la que solemos ver en las publicaciones, generalmente hechas sobre la base del cuadro del pintor local Luis Gonzaga Cerrudo, que se encuentra en el Salón de Actos del Colegio del Uruguay, que a su vez tomo como fuente el medallón confeccionado por Juan Fosatti y que se halla en uno de los lados de la pirámide de la plaza Ramírez. Lo cierto es que no han llegado hasta hoy (ni hasta ese momento) ninguna imagen del caudillo y todo lo referente a si figura se ha creado en base a diferentes fuentes, en el caso de Fosatti se guió por las indicaciones de los generales Miguel Galarza y Antonio Urdinarrain, del coronel Warlet y de una hermana de Ramírez, quienes lo habían conocido personalmente, recordemos que cuando se elaboró este medallón ya hacía más de 25 años de la desaparición de Francisco Ramírez.

Si imagen, es, por lo tanto, un punto que ha suscitado controversias. En este artículo, mostraremos diferentes versiones que fueron recogidas por un trabajo de Martiniano Leguizamón, publicadas en la revista “Nosotros”  en junio de 1914 y que creemos oportuno transcribir.

“Tenemos el testimonio de alguno de sus compañeros que permiten dar una idea de ello. Entre estos es digno de mencionar, en primer término, la brief relation de Yates, un oficial irlandés que sirvió a las órdenes del general Miguel José Carrera en la guerra civil del litoral Argentino, publicada en Londres en el año 1824, como apéndice del diario de M.A. Graham y en la cual se encuentra la referencia siguiente: “Ramírez era de estatura baja,  tez muy oscura y aspecto desagradable, tenía una inteligencia fuerte y comprensiva y poseía talentos naturales, pero enteramente incultivado por la educación. Era inhábil político; pero las distinguidas calidades del guerrero estaban concentradas en él en alto grado; era abierto y franco incapaz del disimulo, leal a sus amigos y de una bravura personal no excedida por nadie”

Otra versión el Dr. López, con datos comunicados por el general Lucio Mansilla  -que había servido la bandera de Ramírez en la guerra contra Artigas, abandonándole en la última campaña después de pisar victorioso el territorio Santafesino- a trazado en la páginas de su obra este perfil: “De robusta constitución y de arrogante presencia, lucía en el rostro una abundante y sedosa barba que parecía un esmalte sobre lámina de bronce; tenía el ojo atrevido, la nariz aguileña, la  frente echada hacia atrás y la expresión despreciativa”.

De Mitre “Historia de Belgrano” N° III, página 563 –Por referencias del coronel Cáceres da este retrato: “Era de baja estatura, pero de una constitución hercúlea. Tenía una cabeza muy abultada, que imponía; ojos negros y penetrantes; manos gruesas, cortas y cuadradas como las garras de un león.

De Ruiz Moreno y Martínez

En cambio dos escritores regionales, Martín Ruiz Moreno y Benigno T. Martínez, por lo general bien documentados, lo retratan de manera diversa. Afirme el primero “Era un lindo hombre rubio y muy blanco, de una mirada viva, franca y picaresca” (Vida pública del general Ramírez., página 10)

Y, asegura el segundo: “En sus facciones se adivina los rasgos guaraníticos del padre, tenía la cabeza abultada, los ojos negros y chispeantes, velados por las pobladas cejas que le daban un aspecto duro y siniestro en la pelea” (El general Ramírez, página 4).

Ruiz Moreno se apoya en referencias de antiguos jefes  y en el conocimiento personal de los hermanos del general. “Alcancé, siendo estudiante en el colegio del Uruguay, a conocer a una de sus hermana –Una viejecita alta, muy blanca, de ojos celestes y mu pulcra”.

El dato es interesante pues coincide con la aseveración de Ruíz Moreno. Martínez, no menciona las fuentes de que se sirvió para su esbozo, pero sospechamos que se ha guiado por  los antecedentes de la familia del caudillo (El padre era paraguayo y la madre porteña) y por las líneas del medallón de Fosatti en la pirámide del Uruguay.

Dado el origen de su familia y las referencias de Yates y Mansilla, como por los perfiles trazados por López, Mitre, Ruiz Moreno y Martínez, no puede inferirse que fuera un “mulato” como afirmo Vicuña Mackenna, (El ostracismo de los Carrera, Página 318), citando la relación de Yates que, como se ha visto, solo dice: “Tenía la tez muy oscura”; es decir la tenía tostada por el sol, porque es sabido que hizo vida campestre en su juventud y que desde 1810 hasta el día de su muerte vivió en los campamentos por espacio de 11 años.

Era vecino y amigo de mis padres en el Uruguay (se refiere a nuestra ciudad) el general Miguel Gerónimo Galarza, que acompañó a Ramírez en todas sus campañas hasta verlo caer tras el postrer combate en la frontera santiagueña, de los labios del mismo recogí muchas de la prolijas referencias con que he pintado en “Montaraz” la enconada lucha entre Ramírez y Artigas; y con ellas ensayé la evocación de su figura marcial, cuando después del desastre de Guachas se irguió bravío jurando morir o libertar de enemigos el suelo natal.

He aquí estas páginas: “Tenía 34 años. De estatura elevada y robusta musculatura, ancho de pecho, de fuerte armazón huesuda y el busto erguido con esa altivez del gesto dominador. El rostro era hermoso, blanco, pálido, sombreado por una pátina que imprimen la intemperie y los rigores de la vida campestre. La nariz aguileña, de correcto perfil,  se alzaba sobre los labios imperativos; la cabeza algo abultada, llena de fuerza y energía, estaba cubierta por una espesa cabellera que echaba hacia atrás en largos rulos, renegridas como las cejas y las patillas que usaba a la pernil. El resto de la barba  y el bigote lo llevaba completamente rasurado. Pero lo que atraía principalmente la atención, eran los ojos, ardientes, imperiosos e irresistibles, que brillaban con reflejos acerados bajo el arco sombrío de las cejas, acusando la decisión y la bravura de la entraña.

“Vestía con sencillez gruesa casaca militar, pantalón angosto con vivos rojos y un sombrero bajo de anchas alas que volcaba con altanería hacia la nuca para dejar descubierta su frente abultada de revoltoso. Un pocho de paño punzó abierto en forma de capa caía en sueltos pliegues sobre su espalda hasta cubrir el anca del fogoso caballo. Ancha espada de recia empuñadura prendía de la cintura y apoyada en el estribo sostenía con la diestra una flexible lanza de doble medialuna y grandes pasadores cincelados, desde el cuento hasta la aguda moharra. Fuertes botas de cuero calzadas con pesadas espuelas de plata, completaban el sencillo traje que, a pesar de su elevada jerarquía militar poco se diferenciaba del usado por los ricos ganaderos de la época”.

Resumiendo se advierte a través de estos diversos perfiles literarios –que documentan testimonios respetables- un rasgo físico común que se impone: los ojos y la mirada del caudillo.

Tenía el ojo atrevido, dice López; Ojos negros y penetrantes, agrega Mitre; los ojos negros y chispeantes le daban un aspecto duro en la pelea, cuanta Martínez; Lo que atraía principalmente eran los ojos ardientes, imperiosos, irresistibles…

El otro, el que guarda la tradición de la ciudad, su bravura personal, aquella que le hizo exclamar cuando rodeado de fuerzas tres veces superiores arengó a sus valientes soldados: “A morir, que aquí nos hay retirada”.  Y en esa batalla, junto a las costas del Paraná, el triunfo fue suyo.

Edición del texto: Civetta, María Virginia y Ratto, Carlos Ignacio, sobre el artículo  “Ojos negros, penetrantes, bravura indomeñable” (Sin autor) diario “La calle”, Suplemento especial “Francisco Ramírez”, 10 de julio de 1971

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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