La leyenda de “La Salamanca”

Vista de “La Salamanca” en 1979

En Concepción del Uruguay existe un paraje que lleva el nombre de Salamanca. Se halla ubicado al norte de la ciudad, junto a las altas barrancas pedregosas del límite entre el arroyo Molino y el riacho Itapé, sobre cuyas alturas se encuentran hoy los restos del paseo público llamado Parque “Costanera Norte”. Desde allí, antiguamente, se podía contemplar el riacho Itapé que corre a sus pies y, en frente, dentro de la costa vecina, cuando las aguas del río permanecen normales, se observa una extensa laguna que tiene una única salida al río. De esta abertura de la laguna y de la fama nefasta de las aguas que bordean las orillas de la Salamanca, donde desde tiempo inmemorial registra la memoria año a año un elevado número de personas que desaparecieron misteriosamente entre sus aguas, se refiere la leyenda creada en torno del “U-Porá” fantasma del agua llamado “Mheribé”.
Narra la tradición que por los días precolombinos en que los Minuanes poblaban sus orillas sus orillas, en la cueva que existe aún al borde de las barrancas, vivía solitaria una vieja india que en concubinato con “Añá”, el diablo, había engendrado una hija hermosísima, de radiante belleza, que despertaba la admiración en muchas leguas a la redonda. 
En las inmediaciones, moraba la toldería del Cacique Mheribé, joven y gallardo jefe de una tribu de Minuanes, el cual se enamoró perdidamente de la bella joven y esta correspondía a su pasión; pero la madre se opuso a los amores de su hija con el cacique, sin dar el motivo de sus designios.
Enardecido por la oposición materna, el cacique Mheribé propuso huir a su amada, y una noche cálida y serena, en la que la luna bañaba de luz fulgurante la soledad del monte, las aguas mansas del Itapé se agitaron al paso de la piragua que la mano de Mheribé se encaminó a la costa. La luminosidad selvática destacó pronto la silueta semi desnuda de la joven que se internó sin vacilar en la corriente, y cuando se disponía ya a trepar sobre la borda de la embarcación, cuando un grito paralizó sus movimientos. Con el rostro desencajado por la ira, desde lo alto de la barranca, la madre le ordenaba detenerse, en tanto que en la diestra agitaba una gran rama encendida, cuyas ramas violetas y rojas despedían espeso humo azufrado.
La joven permaneció inmovilizada por el terror, contemplando atónita a su madre que blandía sin cesar de un lado para otro la antorcha fatídica, mientras pronunciaba palabras ininteligibles. Mheribé se arrojó al agua y en pocas brazadas alcanzó los anegadizos de la isla de enfrente. Se Internó en la maleza y se ocultó entre los carrizales de la laguna que existía allí, bajo la penumbra de un sauce. Entonces la laguna no tenía comunicación con el río. Voló un ñacurutú (especie de búho) y se posó en una rama del sauce que protegía a Mheribé y un indio viejo que próximo a él pescaba anguilas observó horrorizado que una neblina o humo azulado envolvía el cuerpo del cacique dormido y que sus piernas se unían para formar una masa barcina y que los pies tomaban la forma de la cola de un pez. Los brazos, con los dedos de las manos pegados, se transformaron en aletas y los cabellos se convirtieron en escamas. Los párpados se plegaron ocultando sus ojos para siempre y el rostro deforme se alargó. Y aquel monstruo que no era hombre ni pez, se arrastró penosamente por el fango hasta el borde de la laguna y se hundió en sus aguas.
Agrega la leyenda que la bruja india castigó a Mheribé a desear perpetuamente a su hija y a vivir eternamente, dentro de una envoltura incorpórea, invisible a los ojos humanos, para que si alguna vez su hija se encontraba junto a él, ignorase su presencia. Y lo condenó también a permanecer encerrado en aquella laguna; pero Mheribé convertido en fantasma invisible, de tanto aletear sobre el fango en busca de una salida para acercarse a la vivienda de la joven, abrió un boquete que lo ensanchó hasta unirse con el río, tal como lo vemos ahora.
Desde entonces Mheribé, transformado en “U-Porá” (fantasma del agua), ciego, arrastra al fondo del río a los bañistas solitarios que halla a su paso con la esperanza vana de encontrar en alguno de ellos a su amada.
Y cuando en las noches apacibles, en las cercanías de la cueva, un aletazo sacude las aguas del río ye repercute en la quietud del boscaje, se dice que es Mheribé que vaga en busca de su perdido amor…
Tal es la leyenda de la Salamanca; que agrega una pincelada mística al encanto natural del paisaje agreste.

Edición: Civetta, marías Virginia y Ratto, Carlos Ignacio, Texto extraído de Boschetti, Luis (Recopilador), “La leyenda de la Salamanca”, Diario “La calle” 20 de enero de 1985

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