“Poncho Verde” y el “Árbol de la Cruz”

Vista actual del lugar dónde cayera muerto “Poncho Verde” y más tarde se erigiera una cruz en su memoria, hoy desaparecida (Foto: Mabel Gómez”)

Otra de las historias (mitad historia, mitad leyenda) que oí repetidas veces, es la del “Poncho Verde”. Se ha incorporado al acervo tradicional de nuestra ciudad, pero completamente desfigurada. La han hecho coincidir con un acontecimiento histórico completamente ajeno a este episodio particular y aislado, de carácter puramente policial. La he oído después de labios del tío Dolores, de prodigiosa memoria y de tía Manuela Céspedes de López que creció junto a sus tías abuelas en la casona de los Calvento y también de labios de mi padre.

Pocas familias como éstas que entroncaban  tres generaciones anteriores con don Narciso Calvento, han guardado con cariñoso celo las tradiciones de familias y los hechos más salientes de nuestra ciudad.

Poncho Verde era un «gaucho bueno, caído en , desgracia. Su mote lo debía al color del poncho que usaba comúnmente. En cierta ocasión fue provocado por un pendenciero en una pulpería. Pelearon y el provocador cayó mortalmente herido de una puñalada en el corazón.

El gaucho se había visto en la necesidad de matar y huyó temeroso de la Policía porque esta era implacable y rigurosa para castigar los delitos.  Así de un gaucho tranquilo que trabajaba de tropero, se vio de la mañana a la noche convertido en un perseguido. Después muchos delitos se le inculparon gratuitamente, por meras sospechas, y hubo delincuentes que se presentaron ante autoridad para denunciar al pobre gaucho como autor material de hechos delictuosos que ellos mismos habían cometido. La policía puso a precio su cabeza.

Un día fue sorprendido por dos soldados, mientras descansaba a la orilla de un callejón que conducía al arroyo Curro. Fue llevado a la Comandancia, donde tenía asiento la autoridad policial. Montaba un caballo de poca alzada, no precisamente para huir de la justicia. Despojado de su facón, siguió delante de los policías, en resignada sumisión. Así llegaron a la esquina de las calles Vicente H. Montero y 9 de Julio donde estaba instalada la Comandancia, según he dicho anteriormente. Uno de los soldados  penetró en ella; el otro quedó cuidándolo.

Según testimonio de mirones Poncho Verde hizo girar su caballo quién sabe con que intención. El soldado que le custodiaba, sugestionado acaso por la fama de bravo que se le atribuía al preso, interpretó seguramente, el movimiento como intención de huir y le asestó un golpe con el corvo con tal mala suerte, para nuestro gaucho que el filo le seccionó una vena del cuello. Sintiéndose herido y presa de natural indignación, taloneó el caballo y huyó a la carrera atravesando la plaza y tomando por la calle 25 de Mayo hacia el norte. Mucha gente pudo presenciar el cuadro sangriento: un hombre apretándose con una mano el cuello herido y el viejo poncho verdoso que volaba al viento corno una bandera. Salieron soldados para darle alcance, mas no fue necesario. Al llegar a la esquina de la calle Ituzaingó, junto a un viejo ñandubay, cayó desangrado y espiró.  Así, cara al sol, bajo el más fuerte y entrerriano de los árboles murió aquél gaucho víctima de la fatalidad.

El árbol, que aún existe, seco como un esqueleto, gracias al Doctor Delio Panizza, nuestro ilustre poeta, tan cariñoso de las tradiciones nuestras, dio motivo a una especie de culto de la gente humilde y sencilla de toda la ciudad. Junto a su tronco había caído un inocente. Las persecuciones como las muertes injustas fueron siempre repudiadas por todos, principalmente por aquella gente humilde, fácil de caer víctima del índice acusador, cuando así convenía al juez, al comandante o al prestigio policial.

Manos piadosas colocaron junto al árbol una cruz de madera, que se conservó durante muchísimos años, de ahí que se lo conociera con el nombre del “Árbol de la Cruz”. Muchas mujeres de los alrededores encendían velas los días  lunes y nunca faltaban flores en recuerdo del desventurado Poncho Verde.  Así se fue creando un culto especial en torno de su “anima”, Había gente que pedía si intercesión pata alanzar tal o cual pequeñez.

Recuerdo que cuando me permitían salir, ya entrada la noche, iba con algunos amiguitos hasta la “casilla 25 de Mayo” para observar, desde allí el aspecto que presentaba el árbol iluminado por la luz amarillenta de las velas de sebo, algunas colocadas en el suelo; otras, sobre las horquetas del mismo. Estas nos parecían suspendidas misteriosamente y nos daban tema para tejer fantásticas conjeturas. Mientras un amiguito afirmaba que el había visto subir y bajar una luz por el tronco, otro aseguraba que las velas se movían de acá para allá y yo, confieso que veía que algunos cirios eran sostenidos en lo alto por las manos de espectros vestidos de negro.

Alguien aseguraba que un viejo vecino de la cantera oía quejidos lastimeros, cuando de noche de vuelta a su casa; pasaba cerca de ese lugar. Martincito Caffa, que la muerte nos arrebató a los doce años, contaba que la lavandera de su familia, cuando regresaba por la noche, por esa calle había visto a un hombre emponchado que salía del árbol y tomaba para el centro a todo escape.

Nosotros, ni tonos ni cortos, asegurábamos que era el alma de Poncho Verde que se dirigía hacia la jefatura para reclamar justicia, a peras del tiempo transcurrido.

La “casilla de calle 25 de Mayo” era una especie de tingado de cinc colocada junto a la vía del ferrocarril, en el costado este de la calle del mismo nombre, servía de apeadero   cuando  engrandes solemnidades, viajeros o huéspedes de honor de la ciudad descendían allí para dirigirse por aquella calle, la principal, entonces a la plaza Ramírez o al Colegio Nacional.

Cuando me decido a publicar  estas mal hilvanadas memorias, la “casilla” ya no existe, pero el “Árbol de la cruz”, reseco es todavía recordado, aunque las leyendas se hayan desvanecido a la luz deslumbrante de las lamparillas eléctricas.

Relato extraído de: Troncoso Roselli, Gregorio, “Evocaciones a la distancia (recuerdos de Concepción del Uruguay)”, 1957

 

 

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