Si contamos los enterratorios que tuvieron los habitantes de la zona, desde los primeros asentamientos, en torno a la capilla de Almirón, hasta los que se fueron generando después de la creación de la primera parroquia hasta los cementerios utilizados luego de la fundación de la villa, se pueden contabilizar cinco, como puede verse en el plano que se adjunta a continuación.
Antes de la fundación
Primer cementerio
En la época colonial, las agrupaciones de personas, que luego darán origen a muchas ciudades actuales en Entre Ríos, se iban consolidando en derredor a las pequeñas capillas que les daban sustento ante tanta adversidad. Algo similar ocurrió con la futura villa de Concepción del Uruguay.
La gran cantidad de pobladores que se había ido asentando en lo que se conocía como el Partido del Arroyo de la China, que abarcaba una gran extensión de territorio entre el río “Gualeguaychú” y el arroyo “El Palmar”, hizo nacer la necesidad de contar con un templo para satisfacer las necesidades espirituales de los habitantes de esta región, que hacia 1780 alcanzaba un total de 354 personas de ambos sexos, aunque estos datos solo hacían referencia a los “vecinos establecidos y con medios de vida independiente”, dejando fuera de este censo a peones, sirvientes, esclavos y naturales, por lo que la cantidad de habitantes podía llegar a duplicarse. Para nuestra zona, es decir los residentes entre el arroyo de “La China” y el “Vera” (Actual “Molino”) era un total de 41 familias y de 42 entre el Arroyo de “La China” y el “Tala”.
Ante esta situación, el vecino León Almirón realiza gestiones en Buenos Aires con el fin de conseguir autorización para instalar una capilla, la que le fue concedida por el Cabildo Eclesiástico en sede vacante, esto fue confirmado por el virrey Ceballos el 27 de mayo de 1778, designándose además a Fray Pedro de Goytía como primer teniente cura de la nueva capilla. La población de esta zona fue calculada por treinta familias establecidas y otras treinta naturales. Aunque hay dudas sobre su ubicación original, algunos historiadores la sitúan al sur del arroyo de la China, donde estaba ubicado el puerto de Echarrandieta, en la zona en la cual hoy se encuentra Santa Cándida.
De esta manera, y como los cementerios en esa época, se generaban en tornos a los templos, ahí debió estar ubicado el primer cementerio establecido de la región. Para confirmar este hecho se menciona que cuando se hicieron trabajos de remodelación del palacio Santa Cándida, a principios del siglo pasado, se encontraron en este lugar gran cantidad de féretros y cuerpos destruidos por el paso del tiempo (Gregori, 1982).
Segundo cementerio
Fray Sebastián Malvar y Pinto, es nombrado, en 1779, obispo de Buenos Aires, y, antes de asumir su función, decide recorrer una amplia zona de su diócesis, a los efectos de conocer de primera mano, las condiciones de vida y las necesidades de los vecinos de la zona. Con tal motivo, desde Montevideo, emprendió una larga gira por Misiones, Corrientes y Entre Ríos, este viaje fue como respuesta a las instrucciones recibidas por el Rey Carlos III con el fin de proteger el territorio de los enemigos portugueses.
Como consecuencia de las conclusiones a que arribó, dirigió un oficio al virrey Juan José de Vértiz y Salcedo, proponiendo la creación de varias parroquias, la propuesta fue aprobada por Vértiz el 3 de julio de 1780 erigiéndose de inmediato las correspondientes a Gualeguay, Arroyo de la China y Gualeguaychú. La primera misa de la flamante parroquia de la Inmaculada Concepción, tuvo lugar el 1 de noviembre de 1781, esta sí, ya ubicada en la zona del barrio La Concepción y colocada bajo el patronazgo de “San Sebastián”.
Es importante destacar que una vez fundada la villa, el traslado de los habitantes hacia los solares que se les habían asignado en la nueva urbanización no fue inmediata, de modo que la iglesia continuó funcionado en esa zona hasta años después de fundada la villa. Algunos historiadores consideran que recién hacia 1791 se produjo el traslado definitivo hasta el sitio actual, frente a la plaza Ramírez. La imagen que se veneraba en esta primitiva parroquia, se encuentra en la actualidad en la Basílica de la Inmaculada Concepción.
De manera que el segundo cementerio o enterratorio, como también se le llamaba, del poblado se ubicó en torno la nueva parroquia y funcionó desde 1780 hasta que, como se dijo, hacia 1791 tanto la parroquia como el campo santo se trasladaron a su nueva ubicación en el centro de la villa.
Tercer cementerio (primero de la villa)
Toda fundación española en la época de la colonización disponía del lugar para la Plaza Mayor y a su alrededor los edificios públicos más importantes: Autoridades Gubernamentales, Autoridades Policiales, Escuela e Iglesia y Campo Santo. Esto nos lleva a comprender que, al fundarse nuestra ciudad, Don Tomás de Rocamora, delimito los solares correspondientes.
Siendo entonces el emplazamiento del primer cementerio que contara nuestra ciudad, luego de su fundación el 25 de junio de 1783, en torno a la capilla de la ciudad, frente a la hoy plaza General Francisco Ramírez, aunque abarcaba también parte de la manzana dónde hoy está el Colegio del Uruguay.
Cuarto cementerio (segundo de la villa y ciudad)
La ciudad fue creciendo y para fines del siglo XVIII, aparecen algunos inconvenientes al mantener el cementerio en un lugar céntrico.
En el año 1805, en oportunidad de la segunda visita que realizara el Obispo Benito de Lué y Riera, y en base a una cédula eclesiástica que determinó que los cementerios se construyan, en adelante, en lugares apartados de la ciudad por razones de “salud pública y mayor decencia del templo”. Y con el fin de dar cumplimiento a esta orden el cementerio es trasladado y el sitio elegido fue donde funcionara años atrás la primitiva parroquia “por ser seco y ventilado el más proporcionado para este objetivo. Esta nueva necrópolis tenía una extensión de “cien varas de largo por setenta y cinco varas de ancho cerrado y cercado y puesta una cruz en el medio” (Nadal Sagastume, 1975). Ver plano que se adjunta, gentileza Omar Gallay).
Sobre la ubicación de este, al que se lo ubicaba en la manzana dónde hoy se levanta la capilla de “La Concepción” ha habido un error. El viejo cementerio estaba en la manzana rodeada por las calles Malvar y Pinto, Washington (Hoy Dra. Ratto), 21 de Noviembre y Rivadavia. “En esta manzana y no en la que se levanta la actual capilla, están enterrados los restos de nuestros antepasados” (Troncoso Roselli, 1968).
En este sitio, desde el 9 de julio de 1941, fecha en que fue inaugurado, se encuentra “Monumento a los Fundadores de la Ciudad, ya que en ese terreno es donde descansan los primeros pobladores de la villa. El monumento fue obra del Ing. Carlos Diez Figueras y consiste en un artístico montículo de piedra del lugar en cuya cúspide se eleva la Cruz del Homenaje y esculpida en mármol tiene una estrofa evocadora del poeta Dr. Delio Panizza: “Junto a la Cruz, bajo este cielo abierto,/ Sus casas alzaron los conquistadores,/La soledad venciendo y el desierto./ Caminante: rogad por cada muerto,/Alma de los primeros moradores”.
Además, al pie del montículo, se encuentra una placa que recuerda que en este terreno se encuentran sepultados los restos de María Delfina, quien falleció el 28 de junio de 1839.
Quinto cementerio (tercero de la villa y ciudad)
Hasta mediados del siglo XIX, este cementerio al sudoeste de la ciudad cumplió sus fines, pero las autoridades de entonces vieron la necesidad de elegir un nuevo solar. A tal fin se crea una comisión para control del nuevo cementerio, conformada por el Cura Interino Felipe Rocatagliata, el jefe político Fidel Sagastume, el Juez de Paz del departamento Wenceslao López, Pedro María Irigoyen y Nicolás Jorge. Esta comisión elije para la instalación del nuevo cementerio, un terreno al oeste de la ciudad, sobre una lomada, por ser alto y por entonces alejados de la ciudad.
Lorenza Mallea, en su libro “Las mallas del viaje” cuenta una vista del cementerio desde el centro de la ciudad (ambos sobre elevados) y un cañadón rodeado de árboles que era el arroyo de las Ánimas.
El nuevo cementerio se habilita el 26 de octubre de 1856 y el padrino del “Nuevo Campo Santo” fue el general Justo José de Urquiza, que fuera representado en ese acto por el general Manuel Urdinarrain y contó, además, con la presencia de los alumnos del Colegio organizados como “Batallón escolta de S.E.”. Muchos restos sepultados en el “cementerio viejo” fueron trasladados al nuevo, de manera que allí deben estar enterrados algunos de los fundadores de nuestra ciudad.
Al principio sus dimensiones eran mucho más reducidas que la actualidad. Su frente este llegaba a la línea donde hoy se encuentran las tumbas de Rosario Britos de Tejera, Waldino de Urquiza y de Cruz López sobre la avenida principal. El panteón de Mariano Calvento marcaba su límite sur, sus extremos norte lo indicaba el viejo cuerpo de nichos y el oeste la tumba del padre Pablo Lantelme (Capellán del Hospital de Caridad). Su frente era un tapial bajito, con una entrada en forma de arco obra del arquitecto Delaviane.
Como puede verse en el plano que se incluye a continuación y que pertenece a un proyecto de desarrollo urbano para la capital de Entre Ríos existente en el palacio San José, posiblemente fechado entre 1857 y 1860 y adjudicado al agrimensor Picont, el cementerio abarcaba una superficie no mayor a una cuadra y en su frente tenía un espacio denominado “Plazoleta del cementerio” que serviría años después para su ampliación hacia en este.
Para esa época, los cementerios eran administrados por la iglesia católica, pero hacia 1860, las autoridades civiles empezaron a tomar mayor injerencia en el manejo de los cementerios. En ese sentido, el 23 de mayo de ese año el gobierno provincial dicto un decreto estableciendo que el cementerio de las Capital (C. del Uruguay quedaras a “cargo y bajo la vigilancia del Departamento de Policía” que se encargaría de recaudar los derechos de sepultura aunque, “sin perjuicio de los que correspondan al señor Cura Vicario de esta Parroquia”, aunque posteriormente se amplió esta reglamentación a todos los cementerio de Entre Ríos (Vásquez, Aníbal, 1950).
En febrero y marzo de 1863, y teniendo en cuenta que se generaban varios problemas ya que algunos religiosos se negaban a recibir a difuntos de otros credos, el gobierno provincial emitió una circular que decía que en los “cementerios públicos se haga una separación de terreno dónde pueda sepultarse a los individuos que muriesen profesando otras creencias que no fuera la católica” (Vásquez, Aníbal, 1950).
El 11 de abril de 1864, la legislatura sancionó una ley que establecía que mientras no estén establecidas las municipalidad (creadas por la Constitución de 1860), “queda a cargo del P.E. la administración y gobierno de los cementerios de la provincia”. Esta situación se mantuvo hasta la entrada en vigencia de la Constitución de 1883, la que definía a las necrópolis como “servicio público” y entrego su gobierno a las Corporaciones Municipales.
Es de destacar que creada la municipalidad de Concepción del Uruguay, el 1 de enero de 1873, dos de las primeras Ordenanzas tuvo que ver con los cementerios.
Las dos primeras ordenanzas sancionadas por Municipio de Concepción del Uruguay se refieren al estado civil de los habitantes de la ciudad.
La primera de ellas consta de cuatro artículos que establecieron lo siguiente: “Art. 1°: Es obligación de todos los jefes de familia dar cuenta a la Municipalidad de los nacimientos, matrimonios y defunciones, ocurridos en el seno de la familia. Art. 2°: No podrá el cura párroco del Municipio celebrar ningún bautismo, matrimonio ni entierro, sin previo permiso escrito de la Municipalidad. Art. 3°: Se hará imprimir un número bastante de la presente ordenanza a fin de que llegue al conocimiento de todos los habitantes del Municipio. Art. 4°: Comuníquese a quienes corresponda”.
La segunda ordenanza, referida al mismo asunto, consta de un solo artículo en el que se dispuso: “Art. 1°: (…) 3°. Llevará un libro, el que contendrá las partidas de fallecidos, expresando el nombre, apellido, edad, nacionalidad de la persona muerta; si fuese o hubiese sido casado, el nombre y apellido del otro cónyuge”. Ambas ordenanzas llevan la firma del presidente Antonio López Piñón y de su secretario, Ricardo Torino.
Ampliaciones y reformas
Ya en 1871, según consta en el informe elevado por el Jefe Político Avelino González, y a tan solo 15 años de su apertura el cementerio estaba muy deteriorado. “Las malas condiciones higiénicas en que se encontraba (…), motivo erogaciones que en él se hicieron, reconstruyendo parte de las paredes, limpieza de su interior, arreglo de la capilla…” (Gregori, 1982).
También menciona este informe que a los herederos de Waldino de Urquiza (asesinado en 1870), les fue comprado un panteón que contenía más de 60 féretros de víctimas del cólera que había afectado a la ciudad en 1868, que poseía un gran sótano que será en el futuro utilizado como osario común. “Este monumento tiene un cómodo sótano, el que una vez dispuesto interiormente (…) servirá de buen osario que hacía notablemente falta”.
Es decir que en el lugar donde hoy se encuentra el osario de los muertos por la fiebre amarilla de 1871, anteriormente estuvo el panteón de Waldino de Urquiza y que fue demolido para dar cabida a ese enterratorio común. Durante esta epidemia se tomaron medidas drásticas en la necrópolis, como por ejemplo quitar todas las puertas de panteones que eran de madera y tapiarlas con ladrillos hasta que pase esta crisis. Por esta razón de las bóvedas anteriores a esta epidemia solo se conservan las que tenían puertas-lápidas de mármol (Galarza, Teresa Urquiza) o hierro (Teófilo Urquiza, familia Mabragaña).
Así perduró el cementerio por catorce años más, hasta su primera ampliación en marzo es de 1884, siendo intendente Darío Del Castillo, en dicha ocasión el Consejo Municipal aprobó la compra para tal efecto, de un terreno contiguo propiedad de Agustín Artusi, que se anexó a las hectáreas ya existentes. Este nuevo predio tenía una superficie de cincuenta y un mil ciento veinte varas cuadradas (doscientas cuarenta varas de este a oeste por doscientas trece de norte a sur (una vara mide 83,6 cm.) y limitaba al norte con terrenos despoblados, al sur con Justo Jurado, al este con el cementerio municipal y al oeste con los terrenos de la vieja tablada, de propiedad de Juan León Caminos (Salvarezza, Luis, 2006)
Es importante destacar que para esa época, la población del departamento era de aproximadamente 13.000 habitantes de los cuales cerca de 8.000 lo hacían en la ciudad que hacía un año había dejado de ser la capital de la provincia.
Son pocos ejemplos que aún se conservan de las construcciones de la primera época, entre ellos los de la familia Almada, Galarza, Calvento, Cruz López, Elliot Grieve, Teófilo de Urquiza, entre no muchos más. Otros como el de Rosario Britos de Tejera, Waldino de Urquiza y Calisto Arredondo, solo conservan sus lápidas colocadas en bóvedas más recientes.
No obstante, muchos de ellos, y que existían aun hacia 1910, fueron desapareciendo. La Juventud del 13 de diciembre de 1910, transcribía algunas de las lápidas existentes en ese momento y que son algunas de las primitivas inhumaciones del cementerio municipal, y que hoy, salvo la tumba de Cruz López, no se pueden hallar. Algunas de ellas son:
“A la memoria póstuma de las respetables cenizas de D. Francisco Calventos y de Da. Rosa González fieles esposos y tiernos padres. Dedican este monumento de gratitud la sensibilidad de sus hijos. 22 de enero de 1831.
“Da. Tránsito Segovia de Larrechau, falleció el 1 de octubre de 1856 a los 87 años y más diez y seis días y fue sepultada en la parroquia de Concepción del Uruguay.
“Aquí reposan los restos de Da. Manuela Pila de Galarza, falleció el 18 de septiembre de 1856 a la edad de 111 años. A la memoria de tan buena esposa y mejor madre dedica este recuerdo su hijo, el Brigadier General Miguel Gerónimo Galarza.
“Aquí yacen los restos mortales de Juan Peralta, nació el 29 de diciembre de 1850 y falleció el 19 de septiembre de 1863 a la edad de 13 años y 8 meses. Sus padres D. Manuel Peralta y Da. Estefanía Balmaceda lloran su prematura muerte.
“Aquí yacen los restos de D. Juan Gregorio Barañao, nació en Curuzucuatiá el 9 de mayo de 1831 y murió en la Concepción del Uruguay el 22 de junio de 1864. Sus desconsolados padres le dedican este recuerdo.
“A la Sra. Da. Cruz López, murió el 25 de agosto de 1858.
“Mercedes López, hija del General Ricardo López Jordán falleció de edad de 15 años, el 31 de octubre de 1871. Recuerdo de su padre.
“Aquí yacen los restos mortales de José Pintos, falleció el 14 de diciembre de 1870 a la edad de 46 años. Agustina Medina, su esposa”.
Lamentablemente, en los archivos del cementerio local no se conserva nada de los primeros tiempos del mismo, lo que podría haber proporcionado datos sobre los cambios que se iban produciendo en la necrópolis.
Con todo a fines del S. XIX, el estado del cementerio era ruinoso y la prensa se encargaba de mostrar el estado de la necrópolis en ese tiempo. En efecto, Gregori (1982) transcribe parte de un artículo aparecido en el periódico Fiat lux, en septiembre de 1888 expresa, “Las bóvedas sin techo, expuestas a la intemperie y convertidas en lagunas durante las últimas lluvias, los cajones colocados sin orden, algunos sin tapas, otros entreabiertos, en fin, en un estado lamentable”.
Unos años después, en abril de 1901, el periódico “La Juventud expresaba que éste estaba “…en ruinas, antihigiénico y desatendido hasta el extremo de hacer imposible el tránsito en el radio que ocupa sin pisar las tumbas o tropezar con las cruces”. En otro párrafo publicaba que “Las tumbas y las bóvedas laterales del norte, (…) en ruinoso estado desmoronándose día a día sus muros para dejar los restos humanos que albergaba a la intemperie, a la vista de todo” el que transite por allí.
Para 1904, el estado del cementerio era desolador, si nos dejamos guiar por las publicaciones de la época. En junio de ese año, La Juventud publicaba, bajo el título Las obras del Cementerio. “Nadie desconoce el estado de ruinas en que se encuentra y ha estado desde hace 4 o cinco años la Necrópolis del Uruguay. Recién la Municipalidad ha demostrado su interés por arrancar de la Ciudad aquel cúmulo de escombros que hablan elocuentemente de todo el abandono e inercia de otras administraciones que nada hicieron por destruir esa vergüenza perenne”.
Meses después, en noviembre, y haciendo referencia a la poca concurrencia de deudos en el día de todos los muertos (2 de noviembre), el periódico hacía referencia a que en vista del deterioro de las tumbas y panteones, la municipalidad había tomado la medida de prohibir a los menores el ingreso al mismo y agregaba, bajo el título de “Ignominioso presente”:
“Las medidas adoptadas por la intendencia, limitando la entrada solo a personas mayores, por una parte, y el deseo, por otro lado, del público, anheloso de evitarse la presentación de aquel cuadro de ruinas, agravado cada día por la acción del tiempo que no ha dejado muro sin amenazar derrumbe, han contribuido mucho para evitar la concurrencia de deudos en el día dedicado a recuerdo de los muertos, sobre cuyas tumbas se tiende una alfombra de verde gramilla. Y como bofetada en pleno rostro a la cultura, los nichos abiertos mostrando en pilas unos tras otros, los ataúdes deteriorados, destilando materias, cuando no mostrando restos humanos en desorden! Y los nichos del Norte; los mismos del frente, resentidos en su base, como bamboleantes, abrumados por el peso de ciertos ataúdes, entre escombros de los techos que se desmoronan, presentan a los vivos el testimonio de la piedad humana, de la gratitud de los padres, de los hijos, etc., para aquel montón de carne por cuyas venas corrió su propia sangre!” Así se presentaba el cementerio municipal a principios del siglo XX
Si bien ya en 1899 la municipalidad empieza a interesarse en este problema, y con ese fin sanciona una Ordenanza de fecha 15/04/1899 mediante la cual se manda a demoler los nichos en ruinas del cementerio, al norte y al este, dando un plazo de 60 días para desocupación y reconocimiento de títulos, y meses después por medio de la Ordenanza del 27/07/1900 dispone reconstrucción del cementerio y se establece una Comisión Administrativa se ocupe del asunto por haber fondos Municipales y de colecta pública, en los hechos nada cambió.
Más de diez años habían pasado de estos primeros intentos y basados en los planteos que realizaba la prensa de ese momento, nada se había solucionado, hasta que el presidente municipal Juan M. Chiloteguy (Enero de 1910 a julio de 1912) sanciona, con fecha 27 de agosto de 1910 un decreto que en sus artículos principales dice lo siguiente:
“Art. 1º- Emplázase hasta el día 15 del próximo mes de octubre para que todos los propietarios o encargados de las bóvedas ubicadas en el costado Este del Cementerio procedan a retirar los restos que se encuentren en ellas.
“Art. 2º- Vencido el plazo que fija el artículo anterior, se procederá a la demolición de las mencionadas bóvedas, depositándose en el Osario los restos que no hayan sido retirados.
“Art. 3º- A los efectos del cumplimiento del presente Decreto esta Municipalidad otorgará en permuta, a cada uno de los que acredítenla propiedad de las bóvedas a que él se refiere, una fosa en la sección respectiva o un lote de tierra equivalente a la misma área que la que ella ocupan, en el costado sud del ensanche del Cementerio”. Este plazo fue luego extendido hasta el 30 de noviembre de ese mismo año.
Como puede verse, la resolución abarcaba a todas las construcciones del lado este, sin limitaciones ni excepciones de ningún tipo.
Esta medida trajo, como era de suponer alguna resistencia y así lo hacía notar en un artículo del 22 de septiembre de ese año: “Algunos de los propietarios de nichos que dan frente al Este en el Cementerio se sienten disconformes con la permuta que les ofrece la municipalidad apreciando la tierra que deben desalojar en mucho más que lo que se les ofrece”.
Las demoliciones se demoraron, tal es así que a casi un año, el 13 de junio de 1911, La Juventud volvía con el tema: “La transformación del cementerio. Las obras que se realizan en la Necrópolis están transformando por completo la mansión de los muertos. La serie de nichos, exponentes del abandono y olvido de los deudos ha desaparecido casi por completo para dejar lugar a los jardines proyectados como complemento del embellecimiento de la Necrópolis. Desaparecidos casi por completo, decimos, porque aún restan solo tres que sus dueños Roca, C. D. Urquiza y F.M. López, se resisten a la demolición y a aceptar los terrenos que en cambio les ofrece la municipalidad”.
Estas obras estuvieron a cargo del arquitecto-constructor Santiago Giacomotti, adjudicadas mediante la Ord. Nº 252 del 25 de noviembre de 1910, e incluían la reconstrucción del cementerio y la construcción del portal de acceso, capilla y sala de autopsias, estableciéndose una comisión Administradora que se ocupará de administrar los fondos municipales y de colectas públicas. Para la realización de estos trabajos remodelación del lugar se debieron demoler nichos en ruinas del sector Norte y Este. Ese mismo año, se habilita una habitación existente en el lugar para oficiar de capilla.
Como se ha visto muchos sepulcros importantes ya no están, el de la madre del general Galarza, el de la pequeña hija de López Jordán, el de Urdinarrain, el del padre Pablo Lantelme, entre tantos otros que sucumbieron al abandono o a la piqueta del progreso.
En la actualidad, y luego de las sucesivas ampliaciones, el cementerio, entre las cuales se pueden citar las siguientes: Ord. Nº 0419 del 08 de julio de 1918 Autorizando al D.E. para adquirir en compra un terreno de propiedad particular ubicado en el costado sud del Cementerio público y la Ord. Nº 0957 del 23 de septiembre de 1935, aprobando el contrato celebrado entre el Presidente del D.E. y el señor Andrés Bonelli por el que compra una fracción de terreno para su ampliación, tiene en la actualidad, una superficie aproximada, incluyendo el cementerio Israelita, es de 8,7 hectáreas. El sector de panteones abarca veintiocho (28) manzanas, subdividido en cuatrocientos dieciséis (416) lotes que contienen cuatrocientos doce (412) edificios funerarios (tumbas, panteones, nicheras y cenotafios), distribuidos de la siguiente manera: 307 panteones, 87 nicheras, 17 tumbas y un cenotafio (Souchetti, 2020).
Dentro del marco del Plan de Reordenamiento Urbano (PLANUR), el 22 de septiembre de 1986, se sanciona el Decreto Nº 9018, que toma como antecedentes a la Ord. Nº 2747/78 y al Decreto Nº 6996/81. El mismo en su Art. Nº 1 establece que es aprobado el Registro de Interés Histórico-Arquitectónico de la ciudad, los que son detallados en el Anexo Nº 1, en el mismo aparece mencionado el “Cementerio municipal”, aunque sin mayores detalles sobre que es lo que debería proteger.
En el 22 de marzo de 1993, el DEM promulga la Ordenanza 3647 que declara como “Construcción de interés Histórico-Arquitectónico”, a todo panteón cuya construcción sea anterior al año 1940.
En 2021, por medio de la Ordenanza 10.805, promulgada el 12 de mayo de ese año, fue declarado, junto con el Cementerio Israelita y el entorno de la Capilla La Concepción o Cementerio Viejo de la ciudad, como “Patrimonio Municipal” por su valor Histórico, Artístico, Simbólico y Natural.
El “Cristo Redentor”
Frente al portal de acceso al cementerio se encuentra un monumento dedicado al “Cristo Redentor”, con el correr de los años este sitio se ha convertido en un lugar al que diferentes instituciones y grupos, en fechas significativas, rinden homenaje a los asociados o miembros fallecidos, generalmente con palabras alusivas y colocando diferentes ofrendas florales
La Ordenanza Nº 0461 del 24 de octubre del año 1919, autoriza al Departamento Ejecutivo “…para gestionar la compra de tierra a ambos lados de la calle 9 de Julio frente al Cementerio para formar una plazoleta.” En esa plazoleta años después, el 9 de abril de 1938 es inaugurado el monumento al Cristo Redentor, éste fue donado por la familia Mardon en homenaje a sus padres, Juan Mardon y Elena Carosini. En la placa de bronce ubicada sobre el pedestal, puede leerse: “A la municipalidad de Concepción del Uruguay, en homenaje a la memoria de nuestros padres Juan G. Mardon 1842-1907 – Elena Carosini 1857-1895 – Hermanos- Abril 9 de 1939”
Bibliografía: D’angelo, Celia (1994), “Doña Dolores Costa de Urquiza y la ciudad de los muertos”, La Calle, 17 de enero de 1994. Domínguez Soler, Susana (1992), Urquiza. Ascendencia Vasca y descendencia en el Río de la Plata”. Gregori, Miguel Ángel (1982), “Concepción del Uruguay en el Siglo XIX, Primeros Cementerios”, El Mirador N° 3 y 4. Macchi, Manuel (1969), “Urquiza y el Catolicismo”. Macchi, Manuel (1992), “Urquiza, última etapa”; Mallea, Lorenza y Coty Calivari (1982), “Las mallas del viaje”. Mercado Limones, Carlos (2021) “El cementerio como espacio cultural trascendente de las comunidades”. Municipalidad de C. del Uruguay (1901), “Digesto de Ordenanzas año 1901”. Nadal Sagastume, José A. (1975), “Nuestra Parroquia, apuntes para la historia”. Nadal Sagastume, José A. (1956) “El centenario del cementerio”, diario La Calle 30/09/1956, Ruiz Moreno, Isidoro (2017) “Vida de Urquiza”. Salvarezza, Luis (2006) “De cruces, alas y mármoles”. Souchetti, Roberto F. (2020) “Cementerio de Concepción del Uruguay. Estudio de patologías constructivas”; Troncoso Roselli, Gregorio (1968), Artículo diario “Provincia”; Urquiza Almandoz. Oscar (1983), “Historia de Concepción del Uruguay” Tomos 2 y 3; Vásquez, Aníbal S. (1950) “Dos Siglos de vida entrerriana”. Agradecimiento a la Mus. Personal del Archivo Histórico del palacio San José. A Mirta Parejas, sección Digestos de la Municipalidad de C. del Uruguay y a la Mus. Analía Trípoli, Hemeroteca del museo “Casa de Delio Panizza”.