Los asesinatos de los hijos de Urquiza. Nº 4 Medarda de Urquiza y Cardoso

 

Hijos reconocidos del general Urquiza y con Dolores Costa

De los veintitrés hijos que tuvo el general Urquiza, cuatro de ellos fueron  asesinados. Justo José había tenido 12 hijos con siete mujeres distintas ellas fueron Encarnación Díaz (1), Segunda Calvento (4), Cruz López Jordán (1), Juana Zambrana (2), Transito Mercado (2), Cándida Cardoso (1) y María Romero (1) y 11 con Dolores Costa.

Dos de ellos, Waldino, nacido el 30 de enero de 1827 y asesinado el 11 de abril de 1870 (hijo de Segunda Calvento) y Justo José del Carmen, nacido el 27 de febrero 1840 y muerto también el 11 de abril de 1870 (hijo de Juana Zambrana), fueron ultimados en Concordia por razones políticas en la revolución Jordanista que terminó también con la vida de su padre, hechos estos bastante conocidos.

Pero hubo otros dos hijos, y esto tal vez no sea tan conocido, Medarda, nacida el 8 de junio de 1847 y asesinada en su estancia de San Joaquín de Miraflores el 5 de abril de 1910  (hija de Cándida Cardoso)  y José del Monte Carmelo, nacido en septiembre de 1868 y que falleció víctima de dos disparos en Concepción del Uruguay el 5 de agosto de 1909 (hijo de Dolores Costa) que también perdieron la vida víctimas de sendos a asesinatos, en estos casos por causas que de ninguna manera estaban relacionadas con la vida política ni suyas ni de su padre.

En esta  serie de cuatro relatos contaremos las circunstancias y las causas de los asesinatos de todos ellos.

Medarda de Urquiza y Cardoso

Medarda vivió su infancia en la ciudad de Nogoyá junto a su madre. En su adolescencia se trasladó a vivir en la palacio San José, junto con su padre, dónde recibió una esmerada educación a través de profesores europeos.

En octubre de 1866 se casa con José Joaquín Sagastume Irigoyen, siendo padrinos de la boda Indalecia Sagastume (Madre de José J.) y Justo José de Urquiza. Del matrimonio nacieron seis hijos: Joaquina, María, Joaquín, Sara, Cándida y Esperanza. Su marido había nacido en 1837 y falleció el 5 de febrero de 1887.

Medarda fue una mujer de carácter fuerte y valiente. En una oportunidad, cuenta Domínguez Soler, había salido de paseo con sus hijos en un carruaje de la familia, que iba conducido por un cochero de confianza, cuando en un momento los caballos se desbocaron poniendo en peligro a la familia y el conductor no los podía controlar, Medarda  tomo el control de las riendas y dominó la situación poniendo fuera de peligro a sus hijos.

Precisamente este carácter, muy exigente con los suyos y con el personal, fue lo que le acarrearía su  triste final. En 1910, una mucama hizo entrar a la noche a la casa de la familia a su novio. Al enterarse de esta situación, Medarda reprendió severamente a la empleada azotándola con una fusta. Esta mucha resentida con la señora de la casa, luego, le ocasionaría la muerte.

Los hechos

Chalet de la estancia San Joaquín, dónde ocurrió el asesinato

El periódico “la Juventud” informaba el  día 6 de abril de 1910 que en la primeras horas de la madrugada, se había tenido conocimiento por medio de un chasqui proveniente de la estancia de “San Joaquín de Miraflores”, a la que se había trasladado recientemente, que había sido asesinada la señor Medarda Urquiza de Sagastume.

De inmediato, una comitiva se trasladó hacia el lugar del crimen. Esta era encabezada por el juez del Crimen, Dr. Romualdo Baltoré, la policía que tenía al frente al secretario Prado, al doctor Pascual Corbella, a si hija, Sara Sagastume de Chiloteguy y al Sr. Eduardo Oliver.

Al llegar, pudieron constatar que la señora de Sagastume tenía una herida de bala que había penetrado detrás de la oreja y tenía su punto de salida en la frente de la occisa. Analizando la escena pudo determinarse que Medarda había sido ultimada poco después de la media noche.

La cama de la víctima, manchada con su sangre

El autor del asesinato  había utilizado una pistola, que, pese a la requisa realizada, no pudo hallarse en ese momento. Se supuso que el arma había sido arrojada a algún pozo de agua o al w.c. de la casa, por lo que se había ordenado el desagote del mismo.

El juez, luego tomar declaración en el lugar a los empleados de la estancia, procedió a la detención e incomunicación de ocho personas, en la suposición de que entre ellos estaba el autor del homicidio. Estos fueron Rosario Almada, Luis Benítez, Juan Balbi, Máximo Segovia, Juan Pereyra, Valentina Fernández, Antonia Muñiz y Ana López.

El cuerpo de Medarda fue trasladado a Concepción del Uruguay a las 8,30 p.m. y fue depositado a las 9 p.m. en la capilla ardiente montada en la casa de su hija Sara Sagastume de Chiloteguy, hasta las 4 p.m. del día siguiente en que se procedió a su inhumación en el panteón familiar del Cementerio Municipal. Esta capilla ardiente, según narra “La Juventud” “es de estilo severo, con flores naturales que rodean el ataúd de madera tallada.  

El féretro es sacado de la casa de su hija Sara con rumbo al cementerio municipal

El entierro se realizó como estaba previsto, el cuerpo fue llevado en una carroza por las calles Madrid y 9 de julio, siendo acompañada a pie por una compacta concurrencia que era encabezada por  el Dr. Tiburcio Torres, y los Sres. Eduardo Oliver y Diego Herrera. Detrás cerraba el cortejo una caravana de más de setenta vehículos.

Mientras tanto, la investigación por dilucidar este alevoso crimen continuaba, encontrándose, como consecuencia de las declaraciones vertidas por los detenidos algunas contradicciones y sospechas sobre la actuación de alguno de ellos. Por estas se conoce que una niña, de ocho años, criada por la víctima, que dormía en las cercanías de su lecho, se despertó al escuchar un disparo y, entre la confusión propia de su brusco despertar y entre el humo de la pólvora, pudo observar la figura de una empelada y de un hombre.

Esto era algo que los investigadores sospechaban, ya que la habitación de la difunta, apenas estaba iluminado por la tenue luz de una pieza contigua y el asesino se manejó con total conocimiento del lugar, ya que a pesar de la penumbra se dirigió sin tropiezo alguno hasta la cabecera de la cama de la víctima, donde le descerrajo un certero disparo a no más de cincuenta centímetros de donde ingreso la bala.

Días después, todo seguía igual y la prensa ya empezaba a dudar de la eficacia de la justicia. ¿Se sigue alguna pista? ¿No se estará perdiendo tiempo alrededor de las sospechas sobre la servidumbre? ¿No podría haber arrojado alguna luz si se hubiera hecho la autopsia del cadáver?

No obstante estas dudas de la prensa, al final la investigación dio sus frutos el finalmente la menor Antonia Muñiz confesó ser la autora del crimen. Dijo que ese día (el 5 de abril) se decidió a llevar adelante el asesinato que tenía pensado desde hacía algún tiempo y que nadie del resto de los empleados estaba al tanto de ello.

Antonia Muñiz, la autora del hecho

Esa noche, tomó un revolver que la señora guardaba en un cajón del dormitorio y espero escondida en la pieza contigua a que Medarda se durmiera, como era su costumbre. En ese momento se acercó y le descerrajó un certero disparo que terminó en el momento con la vida de la víctima.

Contó luego Antonia, que consumado el crimen escondió el revolver en una cajón de una pequeña mesa que estaba cerca del lecho de muerte, esta mesa al momento de la primeras diligencias fue dada vuelta por lo que el cajón quedo contra la pared y no fue visto. Comisionado para  buscar el arma y munido de la pertinente orden, el comisario se dirigió a la estancia y halló el revolver dónde la asesina confesa lo había indicado. Esta pistola bull-doc (SIC) de 16 mm niquelado era un recuerdo muy preciado por la víctima ya que era un regalo que el Dr. Álvarez Prado le había hecho a su hijo José, ya fallecido.

Antonia Muñiz tenía 15 años al momento en que cometió el asesinato, “no era mal parecida” y se encontraba al servicio  de la señora Sagastume desde muy joven.  Era de Tala y en la cárcel de la localidad tenía a una hermana presa por infanticidio.

Un hecho anecdótico sucedió en ese momento, pese al drama reinante; el jefe de la policía, Sr. Irazusta, que fue quién interrogó a Antonia y logró la confesión de la asesina, que, además indicó el sitio dónde había escondido el arma. Como se contó más arriba, luego de que el comisario lo anoticiara al juez a cargo, partió en comisión a buscar el revólver. Hasta ahí lo normal.

Pero Irazusta remitió al juzgado el arma secuestrada con una nota que indicaba que había sido el quien la encontrara. El juez planteó que se suprima este párrafo del expediente y se le devuelva la nota al comisario.

Texto: Virginia Civetta y Carlos Ratto. Fuentes: Periódico “La Juventud (Hemeroteca del museo Casa de Delio Panizza), Miloslavich de Álvarez M. del C, “Hace un largo fonos de años“ y Dominguez Soler, S. “Urquiza, ascendencia vasca y descendencia en el Río de la Plata”. Fotos: Propias y de “Caras y Caretas” recuperadas por Omar Gallay 

 

 

Facebooktwitterredditpinterestlinkedintumblrmail

Dejá un comentario