Campamento Calá

Óleo mostrando una vista del Campamento Calá

En el extremo oeste del departamento Uruguay, el rincón formado por el encuentro del río Gualeguay y el arroyo Calá fue centro de operaciones militares de la provincia de entre ríos durante todo el siglo XIX. En 1817 Allí, Francisco Ramírez reunió sus tropas para luego dirigirse a enfrentar a los hombres del Gral. Montes de Oca que Buenos Aires enviaba a combatir chocando cerca de Gualeguay.

A partir de 1846 el Gral. Urquiza lo convirtió en su cuartel preparando a las tropas de casi 20.000 soldados que combatirían en la batalla de Caseros el 3 de febrero de 1852.
En el lugar existían, herrería, enfermería, comisaría y todas las dependencias necesarias para una verdadera ciudad militar, además del mayor amansadero de caballos del ejército entrerriano. El mismo Urquiza vivió allí algunos años mientras se construía el palacio San José. Incluso mandaba traer materiales del mismo para usar en el Calá. Su tercera gobernación la recibió estando allí. Luego de Caseros, se trasladó el cuartel general a San José pero el lugar sigue siendo activo y punto de reunión para la tropa. Desde allí partieron las tropas para el Paraguay, desde allí reunió su ejército López Jordán para enfrentar a las tropas que enviaba Sarmiento desde Buenos Aires

El tiempo, la desidia y el olvido casi borran por completo este sitio histórico, nombrado así en el año 1983 “Lugar Histórico Nacional” (Decreto 2840 de 1983). Es nuestra misión rescatar del olvido este rincón entrerriano que habla de las glorias de nuestra provincia. (Texto Prof. Gastón Buet)

Más información en: Asociación Amigos del Campamento Calá

El Campamento de Cala 

El campamento Cala, fue desde 1846 el principal punto de reunión de los efectivos entrerrianos. El Gral. Urquiza lo eligió como lugar estratégico para situar su cuartel general. Está ubicado casi en el centro de la provincia, limitado al oeste por los grandes bañados y el rio Gualeguay, y al sur el arroyo Cala, del cual toma su nombre. Este campo histórico comprendía aproximadamente seis leguas, contaba con buenos campos y pastos para el ganado, agua abundante, y su céntrica ubicación le permitía la comunicación con cualquier punto de la provincia, además las proximidad de la ruta entre Paraná y Concepción del Uruguay, facilitaba la pronta concurrencia de las milicias.

Partiendo el ejército de este campamento, en solo dos jornadas de marcha, podía llegar a la Villa de Concepción del Uruguay. Desde allí a la vez se interceptaba la frontera o se podía invadir el Estado Oriental.

Además de este ejercito operacional, Urquiza había formado uno de reserva a las órdenes de Eugenio Garzón acampando en las puntas del Arroyo Grande, en el departamento de Concordia , este ejercito tenía la misión de defender la provincia en  su frontera norte y poder acudir rápidamente a cualquier lugar de operaciones para reforzar el núcleo  principal.

“En este campo histórico el Gral. Francisco Ramírez  reunió su primer ejército en 1818. Estos campos habían vuelto al dominio del estado por la compra que de ellos hizo el gobierno a los herederos de Garay y Hernandarias de Saavedra. La legislatura de la provincia, el 22 de octubre de 1829, dono al gobernador Sola, el Rincón de Cala, como vulgarmente se lo llamaba por los importantes servicios prestados a la provincia.”

El Gral. Urquiza estableció el cuartel general en el centro del campamento. Hizo construir algunas piezas de adobe y techo de paja para sus habitaciones y oficina para el despacho, estado mayor, comisaria, sala de armas, hospital, herrería, casa de jefes, casa del capellán, polvorines, instalándose también todo lo necesario a la vida militar de un ejército como: barracas, jabonería, fabrica, deposito, pulpería, etc.

En los primeros días de enero de 1846 se estableció en el Rincón de Cala el ejército de operaciones que volvía de su larga campaña en el Estado Oriental. “En junio de ese mismo año acampaban en Cala, varias divisiones de caballería, los batallones de Urquiza, entrerriano, algunos escuadrones sueltos, la artillería y la escolta con los efectivos”.

El campamento contaba con campo de tiro para la instrucción de la tropa, en él se impartía la teoría general, necesaria en la época para el manejo de las armas. También se estableció la enseñanza de las primeras letras a los soldados analfabetos, siendo sus maestros los cabos y sargentos más veteranos que sabían leer y escribir. Muchas veces practicaban la escritura sobre la arena porque se carecía de pizarras, papel y tinta.

Apenas instalado en el campamento el Gral. Urquiza convoco al servicio militar a todos los habitantes de doce a cincuenta años “sin que quede un alcalde, un enfermo, un estanciero, ni un comerciante, que sea nacional o extranjero naturalizado, pues yo are (sic) la competente clasificación de los que por sus intereses o demás circunstancia deban ser exceptuados.”

“Estos ciudadanos, decía el Gral. Urquiza a Crespo son llamados para educarlos y que sean útiles a la patria”.

Es así como se incorporan a las diversas divisiones en el campamento Cala, Arroyo Grande y San José, muchos jóvenes de Paraná y de los demás pueblos que hicieron carrera en el ejército entrerriano como oficiales de tropa, o como ayudantes u oficiales en el cuartel general. Entre ellos: León Sola, Evaristo Carriego, Bernardino Ramírez.

Había un escuadrón de muchachos formados por niños huérfanos y abandonados, recogidos en las villas y en la campaña de la provincia.

Entre los años 1846 y 1849, se asilan muchos unitarios emigrados en Entre Ríos, que se ponen al servicio de la provincia. Entre ellos, el Brigadier Gral. Don Pedro Ferre, el Teniente Coronel Luis Hernández, los Coroneles Venancio Flores, Manuel Caraballo, así también buscaron el amparo del gobernador de la provincia algunos guerreros de la independencia, tales como los Generales, Ramón Balcarce, Gregorio Araoz de La Madrid y el Coronel Eustaquio Frías. Dice Sarmiento en su libro “Campaña del Ejercito Grande”: “Urquiza había hecho de su territorio un lugar de asilo para los perseguidos de Rosas, como para los argentinos de Montevideo”.

Los soldados de Cala aprendían a nadar a los pocos días de campamento, hasta los ñatos, como denominaba Urquiza a los que parecían reacios o remolones. Por eso el ejército entrerriano cruzo el Paraná desde Punta Gorda a la costa santafesina, rumbo a Caseros sin perder un hombre ni un caballo. Si el hombre caía del caballo, se prendía de la cola y seguía nadando.

El general había ordenado que los alumnos del colegio, al terminar el primer año de estudios, debían ser buenos nadadores.

Urquiza permanecía durante largas temporadas en su campamento de Cala, y en el despachaba la correspondencia. Denominaba Cuartel general al lugar en que establecía su despacho, y así vemos que en ocasiones lo mencionaba en Cala, y en otras oportunidades aparece en ese carácter el de la costa del Gualeguaychu (en su estancia de San José).

El 24 de marzo de 1846, Urquiza desde Cala, delego el mando de gobernador en la persona de Don Antonio Crespo. Debió regir la provincia a través de gobernadores  delegados, pues esta etapa estuvo signada por la lucha contra la oposición unitaria al gobierno de Rosas.

En 1847, aparece como jefe encargado de este campamento el Comandante Don José María Francia y en 1848, Sargento Mayor y Jefe del campamento Don Manuel Basavilbaso.

En Cala dicto el Gral. Urquiza el decretó de 8 de mayo de 1846, por el cual derogo un artículo de la Ley de Aduana del año 1836. Desde allí también por decreto del 22 de setiembre de 1846 estableció el sueldo que en adelante debían gozar los empleados de hacienda, derogando la ley de sueldos hasta entonces vigente. Estas y otras disposiciones con el nombre de decreto eran verdaderas leyes que se publicaban con la sola firma del Sr. Gral. Urquiza.

El campamento Cala se conservó hasta diciembre de 1852, en cuya fecha fue licenciada sin termino, la fuerza que allí había. Desde 1847 a 1851, el Gral. Urquiza alternaba su cuartel general entre San José y Cala. No obstante años después conservaba allí un depósito de armas y municiones al cuidado de una pequeña guardia. Pronunciada la guerra con el Paraguay en 1865, el gobierno Nacional impuso a Entre Ríos una contribución militar de cinco mil hombres de caballería que serían comandados por Urquiza, quien inmediatamente los convoco a reunirse en el histórico campamento Cala que siguió sirviendo de campamento simple hasta la muerte del prócer en 1870.

“En el año 1875, por Ley de fecha 25 de abril, la Cámara Legislativa de Entre Ríos autorizo al poder Ejecutivo para donar una suerte de chacra a cada familia colonizadora, en los terrenos de Villa Libertad y Cala; y el 21 de enero de 1876, se promulga la ley que erige la Villa Rocamora, en los terrenos del  Cala, que se los señala como fiscales”

La Ley además autorizo al P.E. para realizar los gastos pertinentes para la construcción de edificios destinados a templo, escuela y oficinas públicas. El nombre de la villa rinde homenaje al primer civilizador de Entre Ríos Don Tomas de Rocamora.

 

Organización interna del  Campamento Cala

En el campamento reinaba disciplina y orden perfecto. La distintas unidades se distribuían por armas y en orden de estas, estando el lugar dividido por calles.

Las divisiones de caballería: formada preferentemente por los habitantes de la campaña acampaban en línea a lo largo del arroyo Cala, cuyas márgenes ofrecían sombra y abrigo. Los jefes y oficiales disponían de alojamiento delante de sus respectivas unidades.

Los batallones de infantería: integrados por los artesanos y obreros de los centros poblados acampaban en segunda línea en el ala norte del campamento.

La comisaria: almacenaba en sus depósitos las prendas del uniforme y equipo del soldado, excepto, las cabalgaduras.

El parque: concentraba el trabajo de los artesanos, herreros, mecánicos y carpinteros, dotados de las herramientas necesarias para reparar las armas, montar las piezas de artillería, fabricar lanzas, frenos, espuelas y cuanto utensilios fueran indispensable.

A retaguardia de cada división se hallaban los corrales a palo a pique, donde se encerraban las caballerías. Otros corrales de mayor amplitud había detrás del campamento para la manada de animales ariscos, los cuales eran adiestrados diariamente. El arroyo Cala y sus pequeños afluentes brindaban el agua suficiente para satisfacer las necesidades del campamento.

Durante la noche la vigilancia estaba a cargo de un servicio de seguridad que disminuía durante el día, siendo desempeñado por el servicio de rondines.

El campamento también fue ligar de JUSTICIA, convertido en correccional. Allí se instruían causas sumarias, se cumplían reclutamiento y se aplicaba la pena mayor. Eran llevados a Cala quienes hacían abandono de faenas, los ladrones y asesinos. Urquiza consideraba un deber esta medida, pues estaba convencido que la cárcel no les produciría el mismo efecto. La rigurosidad alcanzaba a los propios hijos. Uno de ellos, Waldino por haber cometido un delito fue enviado a Cala donde cumplió una pena muy severa durante dos años.

A fin de posibilitar la organización del ejército, Urquiza determino que las tropas fueran licenciadas por mitades o tercios de su efectivo, según la conveniencia. Los hombres se trasladaban a sus hogares volviendo al término de la licencia en sus caballos, las prendas del vestuario y equipo que habían llevado.

Cada miliciano acudía a  la convocatoria con su propio uniforme compuesto de dos camisas, chiripa, poncho y gorro de manga todo de bayeta punzo. La indumentaria se completaba con el calzoncillo de uso campero, las botas de potro y espuelas.

Los soldados llevaban también las armas de fuego de su propiedad. Por ese motivo las había de todas clases, desde pequeña pistola de chispa llamada “cachorrillo”, hasta el trabuco “naranjero”, que era el arma de fuego más codiciada por el paisano.

Las armas blancas de la milicia entrerriana eran la lanza y el cuchillo. Algunos escuadrones disponían de carabina, denominado por ellos “dragones”.

Al ser licenciados, los soldados entregaban a los depósitos las armas que el estado les había provisto.

Las caballerías entrerrianas y correntinas usaban como única arma de combatir lanzas realizadas en caña de tacuara por ser livianas, delgada y flexible. El largo del arma, de punta a punta era aproximadamente de 2, 73 mts., y su diámetro de 3,5 cm. la preparaba en pocos minutos, fijando un cuchillo o una hoja de tijera de esquilar en la extremidad anterior por medio de dos remaches. Cuando los soldados se disponían para la marcha avanzaban de a cuatro hombres, con su caballo de pelea de tiro y la lanza en la mano, al brazo, al hombro o a la espalda. Al detenerse, hincaban la lanza en el suelo, no obstante si debían cruzar un arroyo o rio a nado colocaban la lanza a la espalda a fin de dar mayor libertad a la mano derecha. Los elementos con los que se presentaban los soldados dependían de los medios económicos de cada individuo. Los milicianos más pobres concurrían de cuero sin adornos,  con sus recados decampo, riendas y cabezadas de cuero sin adornos, usando a veces una estribera de lonja en vez del estribo de fierro o palo. Estos casos eran los menos porque en Entre Ríos, por orden de Urquiza, el paisano era obligado a ocuparse en los trabajos rurales.

Por lo tanto no le faltaban recursos indispensables para adquirir un buen caballo con su apero. El equipo de campaña se componía también de un maneador, un lazo, una cantimplora o chifle de cuerno.

Muchos oficiales que eran ricos estancieros, llevaban las riendas, pretales, pasadores y recados adornados con chapas todo  de plata como así también los frenos y  espuelas.

Armas utilizadas en las campañas

El Gral. Urquiza consideraba a la caballería como arma de mayor valor en el ejército, siendo la provincia de Entre Ríos una de las que contaba con abundante riqueza de caballada.

En la guerra sobresalían las cualidades militares del soldado argentino que sabía dominar la naturaleza agreste, siendo el caballo su compañero inseparable el cual le permitía la movilidad y a través de sus propios medios podría atravesar enormes ríos.

En una ocasión, el Gral. Urquiza le escribía a su hermano Cipriano, “no te puedes imaginar, el placer que tuve al ver a mis entrerrianos  atravesar el majestuoso Uruguay, en veintidós minutos, con el sable a la dragona y a la espalda la lanza”.

El soldado criollo fiaba su defensa personal en el manejo de la lanza, de las boleadoras y del cuchillo, instrumentos que manejaba con gran habilidad, generalmente no tenía afición a las armas de fuego – el fusil o la pistola – siendo en la materia un mediocre tirador.

La lanza: fue el arma tradicional de la caballería gaucha, su uso en el combate estuvo facilitado por lo ágil y buena riendas que llevaba el caballo criollo, además era un arma poderosa, un instrumento útil al soldado en la marcha y en el campamento. Desde el caballo no solo podía medir la lanza las profundidades de las aguas sino también era utilizada para armar un reparo clavándolas en forma de cono y cubriéndolas con un cuero de potro, un poncho o ramaje. También podía armar una balsa uniendo varias lanzas con sogas o tientos y el complemento de una manta o cuero.

Debido al habito de vivir al aire libre, el soldado no requería el abrigo de tiendas o instalaciones especiales en el campamento ya que en cualquier estación del año dormía a la intemperie sin más prendas que las de su apero, no obstante solía improvisar una tienda con el poncho y la lanza, o un refugio levantado con ramas atadas con tientos.

El cuchillo: en su variedad de daga, facón o puñal era el instrumento de defensa personal que el criollo manejaba con destreza admirable usando como escudo el poncho.

También el soldado llevaba el lazo, que le servía para recoger el ganado, detener el bagual o el toro en la huida.

La boleadora: era usada en las faenas camperas y en la caza de animales salvajes. Las caballerías de Urquiza sobresalían por su habilidad en el uso de la boleadora tanto en el combate como en la persecución.

Del caballo, dependían la rapidez, energía y movilidad de la guerra. De ahí la influencia de su cuidado en el éxito de las operaciones militares.

Urquiza obligaba a sus hombres al entrenamiento especial de los caballos, pues consideraba que cuanto mayor fuera el estado de preparación, más grande serían las probabilidades del éxito. El Gral. , les decía a los soldados que los caballos eran a la vez sus piernas y su seguridad.

Por orden de Urquiza los soldados debían cuidar las energías del animal, de manera de aumentar su rendimiento en la campaña. Un oficial por división debía vigilar la doma de un potro y prevenir cualquier exceso o descuido en el tratamiento del ganado. Prohibidas las carreras de caballos, se los montaba en caso de necesidad a fin de ahorrarles fatigas inútiles.

La preponderancia de la caballería en los ejércitos se debió a causa de las grandes distancias, los malos caminos y la falta de armamento en el interior del país. A ello había que agregar la torpeza del gaucho en el caminar, por la costumbre de andar constantemente a caballo, además el uso permanente de la bota de potro lo hacía incapaz de soportar la marcha a pie.

Por esos motivos, Urquiza en víspera de Caseros, movilizo una masa de 10.000 jinetes entrerrianos, mientras apenas alisto dos batallones de infantería con un efectivo total de 850 plazas. Los habitantes de la provincia tenían condiciones excelentes como jinetes, formaban aguerridos escuadrones que se lanzaban con arrojo a la carga y  luchaban con destreza y coraje en el combate.

En cuanto a la infantería, el número que la componía era muy escaso, destacándose el  Gral. Urquiza por emplear una táctica de combate eficiente que permita obtener de ella un rendimiento superior al que se podía esperar. El soldado de color sobresalía como infante por sus cualidades de fidelidad, disciplina y resistencia a fatiga.

Se dice que Urquiza, en la batalla de India Muerta, puso pena de muerte a quien matase in necesidad a un negro de los batallones enemigos, a los cuales incorporo a sus filas luego de la victoria.

El arma de la infantería era el fusil de chispa con bayoneta triangular y hoja puntiaguda, tenía una velocidad de tiro muy reducida. Las tropas bien instruidas apenas podían hacer un tiro por minuto porque la carga y el disparo dependía de la ejecución de una serie de movimientos complicados.

La infantería acudía a las marchas a caballo y desmontaban en el momento del combate.

La artillería: era otra de las armas que presentaba inconvenientes en su manejo debido a la escasez de  oficiales instruidos, además había dificultades en el suministro de las municiones, su traslado resultaba problemático ya que cada pieza de artillería debía ser arrastrada normalmente por cuatro caballos montados, además para aumentar la resistencia de las ruedas y preservarlas del tránsito por los pantanos y ríos debían ir retobadas con tiras de cuero, cuyas ataduras se quitaban al entrar en batalla porque entorpecían su movilidad en el campo.

Toda la artillería era de cañones lisos que arrojaban balas esféricas, cargadas de pólvora negra utilizando la bala rasa para las distancias medias y largas,  que alcanzaban hasta 1000 metros y para las distancias cortas se usaba la metralla en especial en formaciones densas como era la caballería. Los soldados instruidos podían obtener una velocidad media de tres disparos por minuto siendo la instrucción escasa debido a los apremios económicos que obligaban a economizar pólvora y balas.

Otros elemento utilizado eran los llamados cohetes a la congreve, eficaces contra la carga de caballería, por sus efectos de espantar a los animales.

El equipaje del cuartel general y el elemento necesario para el combate, como ser la pólvora y las municiones seguían de cerca a las tropas, llevadas en vehículos livianos de cuatro ruedas, llamados “Carretillas” tiradas por caballos o mulas. En la marcha por zonas boscosas o anegadizas, se empleaba el transporte a lomo.

El Gral. Urquiza usaba, como los otros conductores de los ejércitos nacionales, una volanta arrastrada por tres yuntas de caballos para viajar entre uno u otro campamento. Este medio de movilidad le ofrecía la ventaja de llevar a mano el archivo y el equipaje facilitando así la atención de la correspondencia y la impartición de las órdenes durante el viaje.

El soldado argentino gozaba de muy buena salud física y el ánimo predispuesto para soportar cualquier enfermedad o penuria, si padecía de alguna dolencia buscaba alivio en el medio que lo rodeaba utilizando hierbas medicinales o recurriendo a prácticas supersticiosa, solo manifestaba su enfermedad cuando ya no podía sostener su cuerpo.

En 1850 una epidemia de disentería ataco a los soldados concentrados en Cala lo que preocupo al Gral. Urquiza quien recibe el consejo del naturalista Bompland de curar la enfermedad con la corteza del árbol “granadilla”, recomendación que resulto acertada.

Las fuerzas militares del interior del país salían a la campaña desprovistas de material sanitario por la escasez de médicos existentes, llevado a penas un botiquín con los útiles y medicamentos de urgencia.

 

Procedimiento en la guerra

Las táctica era muy simple y obedecía a reglas casi esquemáticas, ambos  ejércitos desplegaban en batalla a tiro de cañón cubriendo el frente con grupos de tropas de tiradores para hostilizar al enemigo. La infantería y la artillería formaba en línea una al lado de la otra, mientras la caballería se colocaba en los flancos. Los primeros que abrían fuego eran los cañones y luego las columnas de infantería o las formaciones numerosas de la caballería que avanzaba con el fin de desorganizar las filas contrarias y entorpecer de antemano su iniciativa. Este hecho era el movimiento preliminar de la lucha, la fase decisiva quedaba a cargo de la caballería que se lanzaba en masa contra la enemiga y de su accionar dependía generalmente el éxito del enfrentamiento.

Conforme a las costumbres de la época, los soldados y jefes entraban en pelea vestidos de gala, luciendo sus caballos las mejores prendas del apero excitando de esta manera, la codicia de los vencedores y extremando la resistencia de los vencidos, que junto con la vida defendían también sus prendas de valor.

La vida en la campaña

La vida de los soldados en la campaña era muy modesta, se racionaba una sola vez al día, al anochecer, cuando el ejército había pasado al descanso. La carne eran el único alimento suministrado al término de una larga y fatigosa jornada. La dieta, exclusivamente animal es el motivo por el cual los gauchos podían pasar hasta tres días sin alimento.

Los soldados cultivaban el trigo con los que se elaboraba el pan, de esta manera el mantenimiento de las fuerzas demandaba muy pocos gastos ya que carne, que era su principal alimento, se obtenía gratuitamente de los habitantes por cuotas fijadas de antemano. Los mismos soldados intervenían en el arreo y faenamiento de los animales.

Con respecto a las cuentas que el Gral. Urquiza presentaba al estado eran todas completamente justificadas, sin disponer para si de un solo peso, ni de los sueldos que les correspondía. Muchas veces gastaba dinero de su fortuna particular, expresando al respecto que los cedía gustoso en beneficio de la provincia. En la administración de los artículos destinados a las tropas, el Gral. Urquiza, exigía un orden meticulosos y una economía severa en el empleo de los recursos y en la inversión de los fondos, fiscalizando el mismo el servicio de abastecimiento.

Para evitar más gasto al Estado, decidió en 1846 cuando se realizó la invasión a Corrientes, que no se llevase al ejército ni una sola mujer, para economizar así caballos, víveres y vestuarios; además se hacía más fácil la movilidad, el orden y se prevenían las enfermedades entre otras cosas.

El ejército entrerriano, los jefes, cualquiera fuera su jerarquía, así como los oficiales y los soldados no gozaban de sueldo alguno. A lo sumo cuando las finanzas de la caja militar lo permitían, se les acordaba pequeñas gratificaciones por sus servicios.

Ese dinero provenía de la venta de cueros de los animales consumidos por las tropas o de los ganados tomados al enemigo después de una campaña victoriosa.

Con respecto a este tema, un viajero ingles que visitara Entre Ríos en 1870, anota en sus memorias “la gloria y no el dinero constituye su única recompensa, de allí que no puedan entusiasmarse por el aliciente de la paga, sino por el honor de combatir en defensa del país”

Urquiza solía gratificar también, los servicios de jefes y oficiales superiores, otorgándoles ganado y fracciones de campos fiscales que fueron la base de futuras estancias. Les había impuesto a los beneficiarios la condición de que no debían vender sus campos, ni enajenar las haciendas.

En 1849, el Gral. Urquiza creo las Estancias del Estado en el Departamento Paraná y en el actual de Federación. Estos establecimientos ganaderos fueron fuentes de trabajo para los soldados que prestaban sus servicios desinteresadamente en la guerra y que, en épocas de paz, se encontraban en situaciones difíciles. Allí podían compensar los daños producido por su larga ausencia. Estas estancias proveían de carne a los establecimientos públicos y a las unidades militares y además permitieron a la provincia obtener beneficios.

El Gral. Urquiza se ocupaba personalmente del bienestar de los soldados y de sus familiares, los recibía en su tienda de campaña o en el despacho oficial por humilde que fueran y, en la medida de lo posible atendía sus necesidades, acudiendo hasta en algunos casos, en alivio de sus desgracias. Este  lazo afectuoso entre el jefe y sus seguidores preservaba la disciplina del ejército y predisponía su espíritu para soportar los grandes sacrificios que debían realizar.

Los jefes entrerrianos compartían con los soldados las penurias de la vida en campaña. Urquiza mismo daba el ejemplo: “Yo en mi actual posición, escribía desde el campamento Cala, en 1846, apenas me trato como un sargento y eso, no de los más distinguidos. Los que van desde este campamento manifestaran y habrán manifestado ya, la habitación que tengo en mi tierra natal. Jefes beneméritos, y sujetos que en sus casas se han tratado regularmente, los coroneles Urdinarrain, Galarza, Palavecino y el comandante Galán se prestan a servir gustosos por la patria, hasta el extremo de verse algunos pisando la tierra con las propias carnes pero, siempre llenos de constancias, virtud y honor”.

En 1848, cuando Urquiza comenzó a levantar el futuro Palacio San José, que luego fue su residencia definitiva, vivía solo en un rancho de paja compuesto de dos piezas pequeñas, una para vivienda y la otra para despacho de su cuartel general.

No toleraba vicios, perseguía a los bebedores, el mismo no fumaba ni bebía, no admitía el juego pues consideraba que ese vicio hacia que un oficial se inclinara al dinero, cuando solo debía ser sensible al honor.

En el ejército, las filas en movimiento conservaban el orden perfecto, iban en correcta alineación, nadie podía abandonar su puesto, ni dejar de cumplir una orden impartida. Los trabajos cesaban al medio día de cada sábado para que cada uno realizara su aseo personal y pudiera reponer los elementos deteriorados.

Los soldados tenían también prohibidas las carreras a caballo, los juegos de azar el consumo de bebidas alcohólicas y llevar mujeres mientras duraban los trabajos de la yerra.

El día domingo al amanecer rezaban el rosario y luego comenzaba la diversión que consistía en baile con la participación de la familia extendiéndose hasta las cuatro de la tarde.

Las divisiones turnaban sus servicios, cuidaban las caballadas y demás elementos, en el término de una semana como máximo estaban prontos para entrar en campaña.

Mientras duraba la ausencia de los maridos, las mujeres atendían los trabajos de campo y si había más de un miembro de la misma familia se licenciaban por turno.

En algunas oportunidades la población no incorporada las armas fue convocada para realizar las tareas de los individuos que estaban prestando servicios en las filas.

El trabajo personal era considerado como un quehacer público sin ser visto como una medida abusiva, pues, el Gral. Urquiza  había sabido ganarse la simpatía del pueblo y despertado el sentido de la cooperación social.

Con mucho celo cuidaba también Urquiza la caballada y otros medios de comunicación requeridos a los particulares. Cualquier perjuicio causado a la propiedad privada era castigado con gran severidad. Imponía a la tropa que lo acompañaba una rígida disciplina, basada en el respeto a los demás y a la propiedad ajena. Con orgullo se expresaba de esta manera con respeto a sus fieles entrerrianos “Mis soldados no han dejado en pos de si la desolación y el espanto, porque delante de ello iba el Gral. Urquiza que ama el orden y no quiere hacer sufrir a los pueblos las calamidades de la guerra, porque el busca enemigos que combatir y no poblaciones que destruir. Tengo la satisfacción de decir que el ejército entrerriano ha sido en la República Oriental un modelo de moralidad y subordinación, y de que en ello ha sido poco gravoso”.

El servicio era obligatorio, sin limitación de tiempo, pues estaba sujeto a la exigencias de la época. Eran convocados ciudadanos de quince a sesenta años tanto casados como solteros.

El Gral. Urquiza, para dar ejemplo de valor a sus hombres, cargaba a la cabeza de sus fuerzas y para ser distinguido optaba por vestir siempre de poncho y galera. Era tan hábil lancero como diestro jinete, sabía esgrimir con mucha facilidad una lanza. Era dueño de una memoria privilegiada, que le permitía conocer nombre y méritos y defectos, el lugar de residencia y hasta los miembros que componían su familia. Por este motivo se dice que los soldados no se animaban a mentirle.

El ejército de Entre Ríos, hacia el año 1850, tenía un efectivo aproximado de 10000 hombres, en las tres armas, siendo su fuerza mayor la de caballería, por la cual tenía marcada predilección los habitantes de la provincia.

El ejército estaba distribuido en divisiones correspondientes a cada departamento, bajo el mando de jefes nacidos en los mismos. Durante los periodos de paz, la tropa se encargaba de sus tareas cotidianas, quedando grupos de veteranos para casos de emergencia y servicios policiales.

Las órdenes de convocatoria se cumplían con gran celeridad concentrándose los efectivos, por lo general, sobre cada cabeza departamental. Las fuerzas se reunían con gran rapidez, a la semana de haberse impartido la orden estaban en condiciones de ponerse en actividad. Las convocatorias eran una verdadera cita de honor. Los hombres abandonaban sus tareas y afectos impulsados por sus propios familiares.

Una masa de 10.000 jinetes y 30.000 caballos era el instrumento de guerra que el Gral. Urquiza manejaba a discreción y, como ya quedo expresado, sin causarle gasto alguno a la provincia.

Edición: Ratto, Carlos y Civetta, María Virginia. Texto: Trabajo realizado por la Museóloga Delzart, Alicia

 

 

 

 

 

 

 

 

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